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17
JUL
2008

Cambalache

El acto en el Monumento de los Españoles mostró la convergencia contra natura de elementos políticos que hasta aquí habían sido como el agua y el aceite. Esto expresa una mezquindad política que, por desdicha, no es exclusiva de la oposición.

La fractura de las huestes gubernamentales con motivo del tema de las retenciones no debería ser evaluada como un revés por quienes desean que el país se encolumne detrás de un proyecto nacional coherente y provisto de motivaciones estratégicas. Al contrario, debería ser la oportunidad de liberarlo de tanta morralla y de comenzar a establecer las conexiones y los valores que son necesarios para conquistar el futuro. Para esto es preciso hablar con franqueza, sin esos circunloquios y eufemismos a que nos ha acostumbrado la era de lo “políticamente correcto” a la que ingresó el país después de la dictadura.
 
El acto del frente agrario realizado en el Monumento de los Españoles, en Buenos Aires, fue revelador en más de un sentido. Como en el “cambalache” mentado por Discépolo, allí se reunieron la Biblia y el calefón. La Sociedad Rural, las Confederaciones Rurales Argentinas, la Federación Agraria, Lilita Carrió, Chiche Duhalde, Patricia Bullrich, José Manuel de la Sota, Ricardo López Murphy, Luis Barrionuevo, la Sra. Pando y los supérstites de la ultraizquierda Vilma Ripoll, Castells y otros de su laya que, como de costumbre, hacen de la equivocación un credo, se agruparon para sostener un proyecto de país inmóvil, de inmoral concentración de la riqueza, de cerrazón ideológica, de oscuras pulsiones racistas y de oportunismo corto de miras.
 
¡Pero si en estos días se ha vuelto a descalificar al pueblo que apoya al bando que defiende los derechos de exportación con una frase de triste recuerdo! Esa frase –“en Plaza del Congreso va estar presente el zoológico”, proferida por Alfredo de Angeli- tiene una definida connotación racista y, lo sepa o no quien la profirió, hace eco a otra del diputado Ernesto Sanmartino quien, durante la primera presidencia de Perón, se refirió a la masa de votantes que lo había puesto en la presidencia el 24 de febrero de 1946, definiéndola como un “aluvión zoológico”.
 
Quizá correspondería enmendarle la plana al Sr. De Angeli diciendo que de ese zoológico se han escapado los gorilas como él… Es probable que no interpretase esta calificación como un insulto; después de todo, “deben ser los gorilas, deben ser” fue una canción de moda allá por los ’50, y la frase fue recogida como un lema de batalla por quienes pronto se convertirían en los “comandos civiles”, de triste memoria.
 
La distorsión de la verdad, su desfiguración desvergonzada de parte de muchos “comunicadores sociales” (vulgo, periodistas) que de hecho no son otra cosa que escribas a sueldo de sus empresas, a su vez expresivas de un conglomerado de intereses a los que les “preocupa el país” –les preocupa mantenerlo como está, desde luego-, en estos días está alcanzando niveles insoportables. Los columnistas de La Nación, por ejemplo, han descubierto que la protesta de los ruralistas contra los derechos de exportación está dando lugar a “una nueva visión de país”, y uno de ellos se extasía al descubrir que “nunca los porteños han arropado a la gente del campo” como lo hacen hoy. Según el señor Morales Solá, en sólo 120 días las torpezas del gobierno de Cristina Fernández lograron borrar “una historia tan larga como la del país, la de las divisiones y suspicacias entre la Capital y el Interior”.
 
Quien dice esto se equivoca a sabiendas. Aquí no hay lucha por el federalismo ni por una efectiva democracia. Lo que hay es la defensa frenética de los privilegios de unos medianos propietarios –ausentistas, muchos de ellos, pues arriendan sus campos a los pooles de la siembra-, aliados a la Sociedad Rural y a los monopolios transnacionales que detentan la mayor parte de una de las tierras más feraces del mundo. Desde esa posición de privilegio, la siempre presente oligarquía ha dirigido los destinos del país desde los tiempos de la organización nacional, salvo breves intervalos. Y lo ha hecho de acuerdo a criterios inmovilistas, que hacen del monopolio de la renta diferencial agraria el núcleo de un poder desde el cual se han opuesto siempre a cualquier transformación dinámica del país, que promueva su industrialización e incorpore a la corriente de la historia las enormes extensiones que están fuera de la pampa húmeda. No es de sorprender que los sectores de la clase media porteña, alienados de la comprensión de la realidad del país profundo, educados en la nefasta dicotomía entre civilización y barbarie y habitados por el rechazo racista que subyace a esta concepción, respalden bobamente, como lo han hecho en tantas otras ocasiones, a las operaciones psicológicas que conspiran para mantener las cosas como están, incluso a través del golpe de Estado.
 
Ahora bien, lo desesperante de todo esto es que, hoy por hoy, del otro lado, no termina de percibirse una decisión firme de llevar adelante la transformación anunciada. Por un lado, el Gobierno equivocó sus políticas al no introducir oportunamente la discriminación entre los distintos tipos de campo que se conocen en Argentina, y al descargar el peso de las retenciones sobre los medianos productores sin atender a los más importantes y despiadados beneficiarios del modelo sojero: las multinacionales como Cargill y Monsanto. ¿Fue casual esto? ¿Responde a cierta complicidad implícita?
 
Por otro lado, el núcleo de la propaganda oficial en pro de las retenciones es, como rezaba el cartel que presidía el escenario en la Plaza de los Dos Congresos, “en defensa de la mesa de los argentinos”. Finalidad irreprochable, comprensible y defendible, pero inválida si no se la acompaña con la decisión de transformar al país de arriba abajo, redireccionando no sólo los excedentes de la producción agraria sino los del sistema financiero, combatiendo de veras la evasión y promoviendo una reforma impositiva de carácter progresivo que permita invertir en el país, de acuerdo a un plan predispuesto que contemple la potenciación educativa, el desarrollo tecnológico, las comunicaciones y el sostén a las industrias de punta. Si no se hace esto, se estarán quizá paliando los males mayores y suscitando un progreso muy temperado, pero seguiremos atados en lo esencial al monocultivo de commodities, sin capacidad de reacción propia en un mundo en el cual la inestabilidad crece y el apetito por los recursos naturales se está tornando en el impulsor de políticas agresivas en gran escala y que en cualquier momento pueden rematar en un desastre de magnitud global.
 
 
Un mundo interconectado
 
Hay que acostumbrarse a leer la realidad en la interacción de sus múltiples facetas. Es difícil, pero necesario: hay que ver las contradicciones que nos rodean en su conexión con las que están desparramadas por el mundo. Nada es ajeno a nada. La habilitación de la IV Flota de Estados Unidos en aguas del Caribe es un dato inquietante que por supuesto no es el fruto de la preocupación norteamericana por combatir el narcotráfico. Incluso el observador más ingenuo sabe que apunta contra el experimento venezolano de presidente Hugo Chávez. Pero lo que quizá no percibe es que también responde a la posibilidad cierta de un desastre mayor en el Medio Oriente, que podría hacer a Estados Unidos más dependiente de los recursos petrolíferos no sólo de Venezuela sino también de otros países latinoamericanos. ¿Es casual que la creación de ese nuevo comando coincida con el descubrimiento de inmensos yacimientos petrolíferos frente a la costa del Brasil? ¿Es mera coincidencia que Gran Bretaña propulse en esos momentos la expansión de su área antártica en detrimento de los derechos de Argentina y Chile? La convicción de que una gran cuenca petrolífera austral se extiende frente a Argentina y rodea a las Malvinas, ¿no puede tener algo que ver con esta iniciativa? Y después dicen que la guerra por el archipiélago fue tan solo la consecuencia de la ocurrencia de un “dictador borracho”...
 
El lavado de cerebro a que es sometido el público en Argentina tiene en el conflicto agrario una expresión relevante. Mientras el país se tensa en torno de una cuestión que afecta a un sector productivo que sólo aporta el 5,3 por ciento del PBI y evade impuestos en gran escala, se utiliza la expresión “dos modelos de país” para definir las trincheras opuestas. Y bien, no hay tal. Tenemos un modelo mezquino, rapaz, de vocación minoritaria, configurado mentalmente en dependencia del exterior y subliminalmente racista; y otro de mejores características, sin duda preocupado por el sostén de una Argentina más independiente de cara al imperialismo y deseoso de una módica redistribución del ingreso que consienta un avance lento hacia una mayor armonía social, pero hasta ahora sin voluntad de promover una ruptura y envuelto en una especie de pacifismo comodón que se interpone como una cortina de humo entre el público y el contorno de las cosas.
 
No se trata de pacifismo, sin embargo, sino de una especie de pereza histórica poseída por la difusa convicción de que aquí todo termina por arreglarse porque “Dios es argentino” y nos ha favorecido con una riqueza inagotable que, una y otra vez, nos va sacar de apuros pues, como decía Georges Clemenceau, este país está tan bien provisto que los argentinos no pueden arruinarse aunque quieran hacerlo.
 
Revés en el Senado
 
Pasada –por el momento- la hora de los golpes militares, hemos entrado a la era de la desestabilización institucional para la consecución del golpe de Estado. Este no tiene por qué pasar por el derrocamiento de la Presidenta, sino por su desgaste y puesta en sazón para un relevo que recaería en uno de los equívocos “radicales K”, el Sr. Julio Cobos, vicepresidente de la República y presidente del Senado, quien se encargó de desempatar la votación en torno de las retenciones móviles a favor de los que se oponían a estas.
 
Cualesquiera sean sus límites y cualesquiera sean nuestras divergencias en lo referido a su accionar, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner es, hoy por hoy, el único reparo que existe frente a la reviviscencia de la oleada neoliberal que se advierte detrás del tumulto agropecuario y de la ebullición del Barrio Norte, simbólicamente desplegados, durante el acto del martes, entre la Sociedad Rural y la embajada norteamericana. El rechazo del Senado a las retenciones móviles demuestra que la base política sobre la que se asentaba este gobierno se ha fracturado.
 
No era fatal que sucediera de este modo. Si en 2003 se hubiera procedido con decisión en la enmienda de los costados enfermos del país, y si tres años atrás se hubiera procedido a despejar los bloqueos de los piqueteros “paquetes” de Gualeguaychú, que violaban de manera flagrante el derecho internacional, en vez de alentarlos por razones de un oportunismo electoral corto de miras, no habríamos llegado a este nivel de licuación de los poderes del Estado.
 
Sin embargo, como decíamos al principio, esto no debe ser entendido sólo como un revés. También puede proporcionar un nuevo punto de partida, desde el cual se debe arrancar para frenar, primero, la ofensiva de la derecha neoliberal y, segundo, derrotarla implementando un modelo de desarrollo efectivo, que no se estacione en una confortable espera. El progreso es movilización, confrontación y cambio. Pero para impulsarlo es necesario tener un discurso propio, una meta efectiva y una voluntad de hierro. Se ha retrocedido mucho, pero se está a tiempo todavía.
 
 

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