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28
MAY
2014

La guerra fría se calienta

Es evidente que la guerra fría ha vuelto a instalarse entre Occidente y Oriente. No hay diferendos ideológicos que la determinen, pero la pulsión hegemónica de Estados Unidos pasa por alto cualquier tipo de pretexto y...

...ya no requiere de excusas para manifestarse. 

 

Hay un silencio ensordecedor o una desinformación abrumadora acerca de lo que está pasando en Ucrania. Pocas son las referencias veraces a lo que en estos mismos instantes sucede en los territorios del este de ese país, que se quieren independientes del gobierno fantoche instalado por Estados Unidos y la Unión Europea tras el golpe dado contra el presidente constitucional Viktor Yanukovich. La inmensa mayoría de las publicaciones tienden a forjar la imagen de una Rusia agresiva, tendente a violar el orden internacional y a un Vladimir Putin en disposición de emular a Hitler. La verdad es exactamente lo contrario. La verdad es que Estados Unidos ha avanzado más allá de lo que lo había hecho el führer alemán en 1941, y sin disparar un tiro. Si Ucrania se convierte en una base de la OTAN, como es el proyecto nutrido por Victoria Nuland en el Departamento de Estado, por la CIA y el Pentágono, la amenaza que se cierne sobre las capacidades militares de Rusia habrá aumentado en un ciento por ciento. Pues en tales circunstancias, incluso sin recurrir al arma nuclear, las aptitudes tecnológicas de Occidente, operando dentro del hinterland que históricamente había ocupado Rusia, estarán en condiciones de neutralizar y liquidar su opción balística de gran alcance, derogando lo que había constituido hasta ahora el único reaseguro contra una tercera guerra mundial: la disuasión por el terror al aniquilamiento mutuo.

El lunes y el martes, apenas cerrados los comicios que consagraron presidente al magnate Petro Poroshenko, como alentado por ese resultado, el régimen de Kiev desencadenó un un ataque en vasta escala contra posiciones de los separatistas en Donetsk. Por los menos cincuenta separatistas murieron en el ataque al aeropuerto de la capital de ese distrito. Esto supone un abierto desafío al presidente ruso Vladimir Putin, que había declarado el derecho de Moscú a intervenir para proteger a las personas de origen ruso en esos territorios. El presidente ruso ha exigido el cese inmediato de la operación de castigo del ejército ucraniano y ha insistido en la solicitud de que se instaure un diálogo pacífico entre las partes.

Putin no lo tiene fácil. Si se apresuró a reconocer la incorporación de Crimea al territorio de la madre patria rusa, fue porque la movida de la OTAN con golpe de estado en Kiev, entre otras cosas apuntaba a la captura de la base naval de Sebastopol, histórica rada de la flota rusa del Mar Negro; por consiguiente, también a la eliminación de la presencia rusa en ese mar, privándola al mismo tiempo de su desembocadura en el Mediterráneo. Pero en realidad Putin no quiere enfrentarse a occidente. Su aspiración ha estado siempre dirigida a conseguir una asociación con este. Es notable el énfasis que Putin pone al referirse “nuestros socios de occidente”. Rusia había hecho en estos años un gran esfuerzo para ser considerada como un estado europeo civilizado, bien que a una escala mayor. Está necesitada de modernizar su aparato productivo y de flexibilizar sus fuerzas armadas, suministrando de esa manera un anclaje a los jóvenes científicos que son tentados de emigrar a occidente, y dando al país una plataforma de defensa que se equipare en un todo a los recursos de la tecnología militar de la OTAN. Aunque, como todos sus compatriotas, Putin considera que Ucrania es parte del patrimonio cultural ruso, no tiene o no tenía ninguna intención de anexarla, ni siquiera a la fracción ruso parlante y que manifiesta un deseo mayoritario por volver al seno de la madre patria.

El problema es que se enfrenta a un occidente liderado por los halcones de Washington. Estos juegan cerrado y no cejan en su voluntad de reducir a Rusia a una entidad menor, arrebatándole incluso el único recurso de que dispone para seguir siendo una amenaza letal para la Unión: su capacidad nuclear.

Así las cosas se tiene la impresión de que se está ante una partida de póker, sólo que la puesta en juego puede llegar a ser la supervivencia de la humanidad. Hay que ver quién blufea más. El problema es que en algún momento habrá que poner las cartas sobre la mesa.

Un avance sobre la Ucrania del Este que se cierre en un baño de sangre de los resistentes pro rusos es una opción que Putin no puede aceptar. Su deseo es reglar el diferendo a través de la instauración de una Ucrania federal o, eventualmente, de la creación de una Nueva Rusia que podría coexistir en la Comunidad de Estados Independientes (CEI) como lo hace hoy Bielorrusia. Pero no podría admitir una avanzada sangrienta de las tropas de Kiev sobre Ucrania del Este, pues el arraigado nacionalismo de las masas rusas le pasaría una cuenta imposible de saldar.

Al mismo tiempo, su propia posición en el interior del círculo del poder puede verse amenazada por los grupos oligárquicos de la burguesía rusa de nuevo cuño, a los que les importa un adarme la grandeza de su pueblo y temen por sus inversiones en occidente, amenazadas por las políticas de embargo. La posibilidad de que sus beneficios derivados de las inversiones en el mercado mundial pueden ser eliminados por las secuelas de un ostracismo ruso de la escena del comercio internacional, les eriza la piel. Putin ha dado un paso importantísimo al revalorizar la relación con China y al moverse con decisión hacia la creación de un eje Moscú-Pekín que podría resolverse, a mediano plazo, en una nueva ecuación global y en un definitivo ocaso de la globalización asimétrica y hegemónica propugnada por EE.UU. y la UE (ver “Contragolpe”, del 22/05/14). Pero se trata de un proyecto a largo plazo y que no se moverá por una autopista sino por un camino no desprovisto de dificultades. A la neoburguesía rusa y a sus ramificaciones mafiosas esto no debe hacerle ninguna gracia. Y a partir de esta composición de lugar no cabrá ya excluir ni siquiera la posibilidad de un atentado o de un golpe de palacio contra el presidente ruso. No hay duda de que los laboratorios de inteligencia como la CIA y el MI6 deben estar prestando mucha atención a la posibilidad de que se genere ese tipo de contingencia.

Sobre este tipo de posibilidades sobrevuela una incógnita aún más ominosa: el regreso a la era de los extremos, como la bautizó Eric Hobsbawm. El componente más volátil de ese eventual retorno es el carácter irresponsable de quienes hasta ahora son los grandes prestidigitadores de este juego: los ejecutores de la voluntad del complejo militar, industrial y financiero. En tanto el grueso de ellos se concentra en Washington, hay razones para temer, pues la actitud de Estados Unidos o al menos la de quienes ejercen una influencia preponderante en la determinación de los cursos de la política exterior, se deriva de la sensación de invulnerabilidad que ellos deducen del curso siempre exitoso de su historia.

El riesgo que resulta de este tipo de ecuación no requiere ser subrayado.

 

Fuentes: Reseau Voltaire, La Nación, Ámbito Financiero. 

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