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22
MAY
2014
Putin y Xi Jinping. Un golpe maestro.
Putin y Xi Jinping. Un golpe maestro.
¿Estamos frente al fin de un ciclo? Rusia y China han respondido a la presión que Estados Unidos y sus socios vienen ejerciendo en todos los frentes, con una virtual alianza. Sus alcances son de capital importancia.

El pasado 3 de abril publicamos una nota referida a las relaciones entre Rusia, China y Occidente, en la cual recogíamos –y refutábamos- un editorial del diario inglés The Telegraph a propósito de la irremediable decadencia rusa, de la apuesta “suicida” de Vladimir Putin al atreverse a aceptar la reincorporación de Crimea a la nación rusa, de lo disparatado de su pretensión de coartar el proceso de asimilación de Ucrania a la Unión Europea y de lo ilusorio de la aspiración de Moscú a conformar un eje con China para soportar la presión occidental. Según el diario inglés las diferencias entre los dos países en torno al tema energético y las aspiraciones de Pekín hacia Siberia eran lo suficientemente grandes como para indicar que China se limitaría a balancearse entre los dos contrincantes para sacar el mayor provecho posible tanto del uno como del otro. Putin, según se afirmaba allí, al reincorporar Crimea había ganado un territorio y había perdido todas la posibilidades de escapar a un atraso que no podría sino pronunciarse a partir de las sanciones que provocaría su acción. Rusia quedaría decisivamente debilitada al cortarse los lazos económicos y políticos que la unen al mundo exterior.

Era una afirmación temeraria esa, en particular si se tomaba en cuenta la ya prolongada existencia del Grupo de Shangai y del BRICS. La percepción de China como amenaza principal para los geoestrategas del Pentágono, determinada por la capacidad objetiva de aquella a aspirar al rol de primera potencia mundial a corto plazo, es bien conocida en Pekín. Los riesgos que ella supone para los chinos, también. La política exterior de Obama, su acoso a China con el remanido asunto de los derechos humanos (aplicable como principio cuando conviene a Washington y prescindible en otros casos), la proclamación del eje Asia-Pacífico con el cual el presidente Barack Obama dió un giro copernicano a la agenda militar de su país, cuyas perspectivas de conflicto deberán pivotar a partir de ahora hacia esa área sensible, son para los chinos asuntos a evaluar fríamente, pero sin perder tiempo.

El encuentro que acaba de realizarse entre los presidentes de Rusia y China, Vladimir Putin y Xi Jinping, debe evaluarse en este marco y representa un contragolpe abrumador para el irresponsable dinamismo impreso a la política de la OTAN fogoneada por Estados Unidos. El encuentro remató en la firma de 40 acuerdos bilaterales sobre seguridad global, energía e infraestructura, incluido un importantísimo acuerdo sobre la venta de gas ruso a China que no se terminaba de afinar en materia de precios. Por él Gazprom se compromete a suministrar a China gas ruso por un valor de 400 mil millones de dólares a lo largo de 30 años. Pero la magnitud de todas las operaciones económicas es formidable: un contrato por un valor de 270.000 millones de dólares entre la compañía pública rusa Rosneft y la Compañía Nacional de Petróleo de China prevé que Rusia entregará en los próximos 25 años más de 700 millones de toneladas de petróleo; asimismo, valiéndose de inversiones chinas que montan los 20.000 millones de dólares Moscú proyecta potenciar el oleoducto entre la Siberia oriental y el Pacífico, acoplándole un gasoducto de 4.000 kilómetros para aprovisionar al socio asiático. Habrá además inversiones chinas en Crimea para la producción de gas licuado, para la modernización de la agricultura y para la construcción de un puerto cerealero, que serán también muy importantes. Y la conferencia fue sobrevolada por otro tema, pendiente pero de vital importancia: abandonar el dólar como moneda de intercambio para la región asiática.

Nada de casual tiene el hecho de que, junto a la visita de estado, ambos presidentes hayan inaugurado juntos las maniobras militares “Mar Conjunto 2014”, en el Mar de la China del Sur, con participación de unidades navales, aviones e infantería de marina de las dos naciones. A esto se suma un acuerdo, prácticamente concluido, de venta de equipos militares rusos a China, incluyendo cazas multipropósito Sukhoi SU-35, submarinos de la clase Lada y sistemas de defensa misilística S-400.

Por otra parte el presidente ruso participa en estos momentos de la Conferencia Sobre Medidas de Interacción y Confianza en Asia. A ella asisten también, amén del presidente chino, el primer ministro iraquí, Nuri el Maliki, el presidente afgano Hamid Karzai y el presidente iraní Hassan Ruhani. Todos mandatarios de países intervenidos, ocupados o agredidos por Estados Unidos después del naufragio de la Unión Soviética. Una verdadera bofetada al prestigio y la arrogancia de Estados Unidos, y una impresionante demostración de la esterilidad de sus tentativas de imponer su hegemonía por la vía militar.

Esto, que parecía imposible hasta ayer nomás, se ha precipitado a partir de la obstinación del presidente Obama en apegarse servilmente a las coordenadas determinadas por los grupos de presión, los halcones y los “warmongers” que habitaban al equipo republicano y que se codean ahora con los halcones demócratas en el diseño de unas estrategias que siguen presumiendo de la “excepcionalidad” de Estados Unidos y de la intangibilidad del diktat de una globalización asimétrica, cortada a la medida del capitalismo financiero. Para conseguir este resultado, sin embargo, ha sido necesaria la determinación de Rusia en el sentido de poner un freno al activismo de la política norteamericana, que, en la medida que no encuentra obstáculos de bulto, procede sin contemplaciones. La ofensiva de las “revoluciones naranja”, la instrumentalización cínica de la llamada “primavera árabe” y la continua agresividad que intentaba expandir la OTAN arrollando el “hinterland” ruso en Europa oriental y el Cáucaso, parece haber tropezado con un contragolpe que amenaza cortarla en seco. Un punto del comunicado ruso-chino emitido después de la reunión entre Putin y Xi Jinping es de una elocuencia que exime de todo comentario. Los dos presidentes lanzan ahí una advertencia clara a occidente al llamar a todas las naciones a “abandonar el lenguaje de las sanciones unilaterales y dejar de apoyar actividades encaminadas a cambiar el sistema constitucional de otros países”. También hubo una exhortación conjunta a resolver el tema ucraniano con “amplias conversaciones a nivel nacional”, lo que condice con la postura, al menos pública, de Rusia.

La OTAN en estos momentos decide qué curso de acción seguirá respecto a esta nación. Se especulaba hasta hace poco que aumentaría la presión económica contra Rusia y que intensificaría la intromisión en Ucrania reforzando a los grupos militares y paramilitares de Kiev. Habrá que ver en qué medida este curso de acción alegremente irresponsable es modificado o no por la renovada cooperación entre Moscú y Pekín. Los europeos arriesgan mucho en este asunto: tienen cuantiosas inversiones en Rusia y dependen de esta en lo referido a un tercio de su abastecimiento de gas. La provisión de gas norteamericano para reemplazar al ruso se encuentra a varios años vista. Si la sensatez privase en los asuntos internacionales esta sería la hora de revisar todas las perspectivas a futuro.  

 

Fuentes: Manlio Dinucci, en Red Voltaire; Ria Novosti, Ámbito Financiero.

 

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