Se acentúan los problemas desencadenados por el golpe de estado en Kiev. Transinistria ha solicitado su incorporación a la Federación Rusa. Es un enclave rusófono de poco más de medio millón de habitantes, ubicado entre Ucrania y la República de Moldavia que lo reclama como propio, pero que fracasó en su intento por asimilarlo por la fuerza en ocasión del desmembramiento de la Unión Soviética.
Crimea, Moldavia, Transinistria. Parece una broma con reminiscencias de las novelas de Anthony Hope ambientadas en la improbable Ruritania: "El prisionero de Zenda" y "Ruperto de Hentzau". Pero no lo es. Se trata de referencias para un problema geopolítico complicado, que requiere de mucho tacto y equilibrio para ser resuelto o al menos pospuesto sin acarrear consecuencias graves. No parece ser esta la actitud predominante en el bloque atlántico.
Los gobiernos europeos y el de Estados Unidos, más el complejo mediático del discurso único, han pronunciado por estos días la histeria antirrusa, a pesar de que han sido ellos y sus organismos de inteligencia los que han estado detrás de los sangrientos disturbios y de la ilegal toma del poder en Kiev, protagonizada por una amalgama de neoliberales y neonazis, que expulsaron del poder a Víktor Yanukovich, un tipo de perfiles poco recomendables, pero en cualquier caso el mandatario válido de ese país.
Occidente denuncia la presencia de unidades militares rusas en la frontera ucraniana (cosa legítima, desde nuestro punto de vista, pero que ha sido enfáticamente desmentida por Moscú), decreta sanciones económicas -de momento más aparentes que reales- contra Rusia y eleva el tono de la disputa usando una retórica impregnada de moralina y traspasada por la hipocresía al acusar a Putin de querer revivir la guerra fría al reaccionar, con una presteza y una resolución no esperadas por los halcones de Washington, al nuevo intento para acorralar a su país, desposeerlo de sus posibilidades de ser una gran potencia y quitarle su gravitación en Europa.
La presunta nueva guerra fría que estaría de nuevo en marcha no ha sido desencadenada por Rusia. Es la consecuencia de la burla que occidente ha hecho de los acuerdos entre George Bush padre y Mijáil Gorbachov en la Cumbre de Malta celebrada en diciembre de 1989, poco después de la caída del Muro de Berlín. Si bien no se firmó ningún documento, en esa ocasión el presidente norteamericano y su consejera en seguridad nacional Condoleezza Rice aseguraron verbalmente al jefe ruso que ningún país perteneciente al Pacto de Varsovia sería incorporado a la OTAN. Quince años después no hay uno de esos estados europeos que no haya sido sumado a la alianza atlántica y los misiles estadounidenses se instalan en Polonia, con el pretexto de levantar un escudo antibalístico contra eventuales proyectiles provenientes de… ¡Irán! Ahora le tocaba el turno a Ucrania, pero la reacción rusa ha complicado las cosas.
Hay que decir, además, que al reclutamiento de los países del ex glacis soviético ha venido acompañado por un desaforado intervencionismo en otras partes. El caso más flagrante fue el de la ex Yugoslavia, partida en una serie de mini estados impotentes -Serbia, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Bosnia y Kosovo- a través de una sangrienta guerra civil estimulada por Alemania y Estados Unidos y alimentada por el irracionalismo de los nacionalismos de campanario.
Afganistán, Irak, Libia y Siria fueron los casos siguientes. En todos ellos Estados Unidos y la acrecida Unión Europea tuvieron el descaro de proponerse como mediadores o pacificadores, a la vez que intervenían en el desarrollo de los acontecimientos a través de embargos económicos, bombardeos -quirúrgicos o no- o intervenciones militares lisas y llanas, realizadas en gran escala y sin ningún tipo de miramientos.
El primer frenazo a esta actividad se produjo en Georgia, cuando Putin mandó al ejército ruso a contener el ataque georgiano contra Osetia del Sur. La segunda manifestación de la reacción rusa fue su reaparición en el medio oriente, donde junto con China desarticuló en la ONU la maniobra norteamericana para declarar fuera de la ley al gobierno sirio de Bachar al Assad y volcar, a través de otra intervención armada, el resultado de la guerra civil de ese país. También fomentada por la CIA, el MI6 y el Departamento de Estado, que en esta ocasión usan al jihadismo que dicen abominar para intentar derrocar a un gobierno laico.
Lo de Ucrania fue la gota que vino a colmar el vaso. La reacción rusa aparentemente ha helado la agresividad occidental o al menos ha desconcertado a sus conductores. No es tan seguro que los haya disuadido. La actitud del Kremlin es positiva en lo referido a la posibilidad de encontrar salida a las diferencias en torno a Ucrania, procurando un modus vivendi que consienta la convivencia entre las dos partes de ese país que están claramente diferenciadas entre sí, sin necesidad de apelar a la incorporación a Rusia de su sección oriental, que es pro rusa y que experimenta una fuerte repulsa al occidentalismo y a las políticas de libre mercado que orientan las autoridades entronizadas en Kiev. El ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Lavrov, indicó ayer la posibilidad de una iniciativa conjunta con representantes occidentales para acercar a "nuestros colegas ucranianos". Lavrov descartó la posibilidad que se barajaba hasta hace unos días en el sentido de que occidente formaría un grupo de contacto que supervisaría el diálogo entre el Kremlin y los golpistas de Kiev. "Ese es un formato absolutamente inadmisible" -dijo Lavrov. "Esa crisis es consecuencia de la incapacidad… para reconciliar los intereses del oeste y el sureste del país. Consideramos necesaria una muy profunda reforma constitucional. La federación ya no es una palabra tabú en las conversaciones (con los dirigentes occidentales). En el oeste, en el sur y el este se celebran diferentes fiestas, la economía es absolutamente diferente y se hablan diferentes idiomas. En esas condiciones es muy difícil vivir en un estado unitario". Y exigió que la nueva constitución de Ucrania corrobore el estatus de país que se mantiene al margen de bloques militares, en clara alusión a la OTAN.
Sería deseable que esta línea de acción fuera la que en definitiva se asumiese, pues limaría muchas asperezas locales y daría cierta estabilidad a las relaciones interestatales en esa parte de Europa. Pero no es seguro que sea así. Días pasados el diario británico Telegraph, que tiene una muy buena conexión con fuentes militares, publicó un artículo que diseña un programa y unas expectativas muy diferentes. En una nota firmada por Ambrose Evans-Pritchard, este se manifiesta muy seguro de que Vladimir Putin ha cometido un grueso error al tensar las relaciones internacionales sin previamente haber obtenido signos claros del apoyo chino a su actitud. Basándose en el hecho de que China, al revés de lo que sucediera en ocasión de la votación en torno a las sanciones contra Siria, no votó junto a Rusia sino que se abstuvo, el articulista estima que si Rusia persiste en su actitud respecto a sus fronteras occidentales deberá enfrentarse a un estrangulamiento financiero de parte de Estados Unidos, sin poder contar con el respaldo del que hasta aquí se especulaba sería su socio.
Los argumentos que despliega para sustentar su tesis se basan en razones geoestratégicas de peso, como ser la rivalidad potencial entre lo que él llama "las dos potencias autoritarias" en torno al control de las cuencas del gas en Asia Central. Entiende que China está rompiendo el control ruso sobre esas fuentes al inaugurar un enorme gasoducto de 1.800 kilómetros entre el campo Galkynysh hacia el Este en vez de hacerlo hacia el norte. Esta tubería es capaz de transportar 26 trillones de metros cúbicos de gas. El artículo se impregna también de perspectivas optimistas (para occidente) citando declaraciones del embajador chino en Kazajastán, quien habría dicho que Rusia y China están en un curso de colisión, y sugirió, nada menos, que EE.UU. debería formar parte del grupo de Shangai. Con lo que quedaría invalidado el gran proyecto estratégico que busca formar una alianza entre la potencia euroasiática, Rusia, China y, eventualmente, la India.
Después Evans-Pritchard incursiona en la futurología. Hace hincapié en la enemistad latente entre Rusia y China en torno al este de Siberia, ocupada por Rusia en la época de los zares, y especula sobre la inferioridad rusa en razón de su pronunciado declive demográfico y al "crónico alcoholismo" de su población. En suma, entiende que Rusia "ha perdido el tren" y que China no va a jugarse para rescatar "a un escuálido e incompetente régimen en Moscú de su propia locura".
Más que por estos presupuestos indemostrables, el artículo de referencia es interesante porque refleja la persistencia entre la clase dirigente anglosajona de un arraigado desprecio por el pueblo ruso reprimido durante la segunda guerra mundial y la guerra fría, en razón del miedo que inspiraba la URSS. Apenas se derrumbó esta y figuras como el grotesco Yeltsin y la oligarquía mafiosa que lo rodeó liquidaron lo que quedaba de la superpotencia, ese desdén afloró otra vez y hoy es un componente esencial de la audacia de los procedimientos políticos y diplomáticos que apuntan a suprimir a Rusia como actor de peso en la política internacional.
Esto es muy peligroso. Quien conozca un poco la historia sabe que empujar a un potencial enemigo con el fin de acorralarlo no es una política sabia, a menos que se busque, deliberadamente, una conflagración. Dado el poder destructivo de las armas modernas es de suponer que este no es el caso, pero jugar con fuego aumenta las posibilidades de quemarse. Por estos días nos acercamos al centésimo aniversario de la primera guerra mundial. Aunque la situación no es la misma que entonces, las políticas de coerción y los reflejos agresivo-defensivos de cada una de las partes fueron un componente imponderable y a la postre fatal que llevó a ese conflicto. Los que conducen y los que asesoran deberían tomar en cuenta ese precedente y saber que vivir sobre la cuerda floja expone siempre a perder el equilibrio.
(Fuentes: "El Mundo", de España, Red Voltaire y The Telegraph).
Nota
"Putin`s Russia caught in US and Chinese double-pincer".