...Salvando las distancias, el procedimiento usado para destituir a Lugo en Paraguay parece estar constituyéndose en un modelo polivalente, utilizable en todas partes.
Ucrania, Venezuela, Siria, son frentes de una guerra desencadenada en todas direcciones por el imperialismo estadounidense y sus socios. Su objetivo es imponer la hegemonía del sistema financiero mundial. Para ello implementa toda la parafernalia tecnológica, económica, militar, paramilitar y comunicacional -con el aditamento de las ONG, que reclutan a miles de inocentes en cruzadas aparentemente ecológicas-, de que dispone. Estamos ante un escenario de posguerra fría en el cual el capitalismo financiero, anónimo y tentacular, ensaya instaurar un gobierno mundial que tiene por objetivo la globalización asimétrica y el acorralamiento y, por qué no, la posterior destrucción, de aquellos estados que, por su entidad, cultura y vigor intrínseco, se resisten a ser reducidos a la condición de títeres. El Gran Hermano está por fin aquí, sólo que no tiene rostro; este se oculta detrás de una difusa humareda de mentiras y medias verdades, desde donde de pronto se desprende el rayo utilizado para deshacerse de los “estados delincuentes”. Su imagen puede simbolizarse en los drones que hoy sobrevuelan el planeta a la caza de los relapsos y los heréticos.
Venezuela y Ucrania son modelos a escala de lo que se nos prepara. La semana pasada nos referimos a Venezuela. Hoy debemos detenernos en los sangrientos episodios que sacuden a la ex república soviética, desgajada de Rusia por una de las “revoluciones de color” fraguadas o al menos fogoneadas por los servicios de inteligencia occidentales. Pero Ucrania es una carta mayor en el tablero geopolítico mundial. Una Ucrania no solo independiente, sino también separada de la esfera de influencia rusa y dirigida a integrarse en un mismo bloque con la Unión Europea y tal vez la OTAN, es una catástrofe para Rusia, que recortaría decisivamente su posibilidad de erigirse en un estado puente entre Europa y Asia.
Con no disimulado deleite Zbybniew Brzezinski, el principal planificador de la geopolítica norteamericana de los últimos 30 años, describía en 1997 el golpe que, según él, Rusia ya había recibido en el tema ucraniano. “La aparición de un estado ucraniano independiente… obligó a los rusos a replantearse la naturaleza de su propia identidad política y étnica y significó un revés geopolítico vital para el Estado ruso. La independencia de Ucrania privó a Rusia de su posición privilegiada en el Mar Negro, en el que Odesa había sido la principal puerta de acceso al comercio del Mediterráneo y al mundo que está más allá de él… El repudio de más de 300 años de historia imperial rusa significó la pérdida de una economía industrial y agrícola potencialmente rica y 52 millones de personas… lo suficientemente próximas a los rusos desde un punto de vista étnico y cultural como para hacer de Rusia un estado imperial grande y seguro de sí mismo… Una Rusia con Ucrania todavía podía aspirar al liderazgo de un activo imperio euroasiático… Pero sin Ucrania y sus 52 millones de primos eslavos cualquier intento de Moscú de reconstruir el imperio ruso dejaría a Rusia enredada, en solitario, en interminables conflictos con los pueblos no eslavos. Además, dado el declive de la tasa de nacimientos rusa y la tasa de nacimientos explosiva de los centroasiáticos, una nueva entidad euroasiática se volvería inevitablemente menos europea y más asiática a cada año que transcurriera”. (1)
Brzezinski no lo dice, pero es probable que más que Odesa sea Sebastopol el nombre que tiene presente cuando especula sobre el Mar Negro. Sebastopol es la base naval rusa que fue sitiada y rendida dos veces en cien años. La primera por la coalición anglo-franco-turco-piamontesa, que libró la guerra de Crimea entre 1853 y 1856, y la segunda cuando la Wehrmacht de Hitler la conquistó en 1942. Pareciera que Brzezinski se hacía ilusiones cuando escribió esas líneas, sin embargo; Sebastopol es hoy una base compartida entre Rusia y Ucrania, y es difícil, si no imposible, que pierda ese carácter. Como no sea para quedar bajo la égida exclusiva del gobierno moscovita.
Conviene puntualizar, respecto de lo que dice Brzezinski, que la actual independencia ucraniana no cayó del cielo, como no están determinados solo por la volición autónoma del pueblo ucraniano los disturbios que han ensangrentado a Kiev y otros lugares. Los servicios de inteligencia occidentales estuvieron y están activos y las untuosas palabras de Obama y de los líderes de la UE acerca de la necesidad de preservar la paz, los derechos humanos y las libertades no se corresponden con una actitud de abierta ingerencia que han tomado en los asuntos internos de un país extranjero. Como tampoco se compadecen con las sangrientas desestabilizaciones e intervenciones que han practicado en los Balcanes, el Cáucaso y en el mundo árabe en años recientes, muchas de las cuales están en curso todavía.
Los medios de prensa occidentales no se privan de nada a la hora de describir la brutal represión de los manifestantes por la policía ucraniana, sin decir mucho acerca del hecho de que los pacíficos manifestantes de pacíficos no tienen nada, que cobijan a escuadras paramilitares y que sus grupos más activos provienen de agrupaciones neo nazis. Los ultra nacionalistas ucranianos suministraron un apoyo efectivo a la invasión alemana a la URSS, durante la segunda guerra mundial. Convengamos que tenían sus buenos motivos para ello, tras la colectivización, las terribles hambrunas, las purgas y la brutal gestión de estalinismo. Pero la reivindicación por sus herederos sin tomar en cuenta los crímenes que ellos cometieran –contra los judíos y contra sus compatriotas que guardaban fidelidad al patriotismo soviético- no es tolerable.
Una propaganda insidiosa, un gobierno denunciado como corrupto (el de Viktor Yanúkovich), y la seducción que para un público que recién empieza a saborear algunos de los gadgets de la sociedad de consumo, representa occidente, hicieron que en el oeste de Ucrania se gestase un fuerte movimiento de simpatía hacia la Unión Europea. Cuando el gobierno de Yanúkovich dio marcha atrás en un proyecto que se aprestaba a asociar al país con el proyecto neoliberal europeo, estalló la ira. No es muy probable que quienes defienden el proyecto comprendan claramente sus alcances, pues “el acuerdo de asociación” contra cuya abrogación protestan los manifestantes, contemplaba las mismas trampas que van incluidas en todo paquete del programa neoliberal: préstamos ficticios, ajustes y deudas externas que convierten a los clientes del FMI en dóciles esclavos.
Una vieja historia
La desconfianza y el rechazo a Rusia son acendrados en occidente. En parte porque Europa se sintió siempre amenazada por la presencia de ese enorme cuerpo social durante mucho tiempo informe, que sólo por el despotismo de sus gobernantes cobraba entidad de estado; y en parte porque, en ocasión del surgimiento del comunismo, en ese gigante alumbró un resplandor revolucionario que se proponía como una alternativa al modelo de organización capitalista. Este experimento fracasó, como se sabe, pero no disipó el temor y sobre todo el apetito que occidente ha tenido siempre respecto de ese mundo que detesta y codicia, simultáneamente.
En tiempos que podemos definir como modernos, es decir, en el lapso en el cual se empieza a dirimir la cuestión de la hegemonía global, Rusia sufrió varias agresiones de occidente. Algunas de ellas estaban referidas al destino que cabía asignar, precisamente, a Ucrania. Durante la primera guerra mundial, antes incluso de que los imperios centrales impusieran a la Rusia soviética la paz de Brest Litovsk, por la cual esta hubo de renunciar por un tiempo a Ucrania, los jefes militares y los empresarios alemanes preveían el retorno de Rusia a las fronteras de Pedro el Grande, y el dominio de la cuenca del Don, Odesa, Crimea y la región del Cáucaso.(2) Hitler no hizo, 20 años más tarde, otra cosa que llevar a cabo una empresa que ya había tenido la sanción de Hindenburg, Ludendorff y de la gran industria alemana. Ahora todos esos protagonistas del pasado han desaparecido, pero Zbygniew Brzezinski y su escuela geopolítica ocupan su lugar de acuerdo a criterios más elásticos e inteligentes, pero en el fondo no menos peligrosos.
Quizá los geoestrategas norteamericanos no aspiren tanto a un objetivo de máxima, como sería integrar a Ucrania en la Unión Europea, como a desestabilizarla para impedir que pueda gravitar, más temprano que tarde, hacia una suerte de unión euroasiática, de la cual Rusia sería el factor aglutinante. Moscú desarrolla una política muy activa para atraer de nuevo a Ucrania al seno de la Rus, aprovisionándola de gas barato y otorgándole créditos que, al revés de los que ofrece occidente, no tienen como contrapartida la enajenación o privatización de las empresas ucranianas. Puede ser que la percepción del riesgo que plantea esta diplomacia hábil haya determinado a los servicios occidentales a precipitar el estímulo al descontento en los elementos susceptibles de sentirlo en Ucrania.
Ahora bien, si una guerra civil estalla como consecuencia de las actuales diferencias, lo más probable es que el país se divida en dos. En una banda occidental que ha estado a menudo en el pasado bajo la influencia de Polonia y del imperio austrohúngaro, y otra oriental donde predomina el elemento ortodoxo y los lazos con Rusia son muy fuertes.
Complejidades
El tema ucraniano tiene muchos repliegues. Ucrania posee una identidad y un idioma parecidos, pero diferentes del ruso. Su historia sin embargo es inseparable de la historia rusa, hasta el punto de que fue en Kiev donde esta empezó. “La cultura rusa es un cuento de tres ciudades: Kiev, Moscú y San Petersburgo”, dice el historiador norteamericano James Billington.(3). A finales del siglo XIX, en la estela del revivalismo nacionalista que se producía en Europa oriental, las tendencias independentistas ucranianas comenzaron a tomar forma. Producida la revolución de Octubre, surge, con la aprobación de Vladimir Lenin, el partido independentista de los bolcheviques ucranianos. Mikola Skrýpnynk, su personalidad más relevante, encabezó el gobierno hasta que fue desplazado por las tendencias más pro rusas de su mismo partido. La situación continuó en un inestable equilibrio hasta que, en la década del 30, la colectivización forzosa decretada por el estalinismo y las feroces purgas que la acompañaron (Spkrýnink se suicidó para escapar de ellas), dejaron apenas las apariencias de una autonomía ucraniana. Este fue un factor que gravitó pesadamente en la forma en que los ucranianos sintieron el vínculo con Rusia de allí en adelante. Las políticas “sanadoras” de Nikita Khruschev –ucraniano él mismo- después de la muerte de Stalin, no lograron borrar el rencor sembrado en los años 30. El hecho de que el mismo Khruschev hubiera sido uno de los comisarios que comandaron la purga estalinista por esa época tampoco contribuyó a disipar esas nubes.
Ahora bien, hoy esos rencores han perdido entidad concreta. Son fantasmas que recorren un imaginario colectivo excitado por la propaganda y por la inepcia política del gobierno que encabezara Yanúkovich. La tendencia establecida por el movimiento insurreccional está claramente dirigida contra Rusia. ¿Cómo reaccionará esta? Hasta ahora ha aguantado las provocaciones o ha reaccionado contra ellas cuando no tuvo más remedio, como en el caso de Chechenia o de Georgia. Su ministro de Relaciones Exteriores, Sergei Lavrov, acaba de advertir a los ministros de Alemania, Francia y Polonia, garantes del pacto firmado entre las partes el pasado viernes, que el desplazamiento de Yanukovich implica incumplir todos y cada uno de los puntos acordados en ese momento, cuando se decidió zanjar el conflicto constituyendo un gobierno de unidad nacional.
No es fácil saber si Rusia se tragará el sapo o reaccionará allí o en otro lugar para significar que sigue contando en el panorama mundial. De cualquier manera, se puede vaticinar que estos tiempos, de por sí difíciles, han de ponerse mucho más difíciles todavía.
Notas
Zbigniew Brzezinski: “El gran tablero mundial”, Paidós, 1998.
Marc Ferro: “La grande guerre 1914-1918”, idées NRF, 1969.
James H. Billington: “El icono y el hacha”, Siglo XXI, 2011.