El modelo mexicano de fusión aduanera con Estados Unidos y Canadá configurado con el TLCAM, Tratado de Libre Comercio de América del Norte, más conocido por su sigla en inglés, NAFTA (North American Free Trade Agreement), se ha revelado un verdadero desastre para el país iberoamericano. Implementado en 1994, sus resultados para México han sido contraproducentes en cuanto a sus posibilidades de desarrollo orgánico y han sembrado una miseria y provocado una desintegración social que están acarreando consecuencias trágicas. Ese tratado es el modelo de lo que Estados Unidos quiso –y quiere- implementar en todo el continente. La primera intentona, el ALCA, fue frenada por la oposición conjunta de Argentina, Brasil y Venezuela en la cumbre de Mar del Plata de 2004. Si hay un mérito histórico que jamás podrá ser cuestionado en Néstor Kirchner, Hugo Chávez e Ignacio Lula da Silva, es haber torpedeado ese proyecto en el momento preciso y en el lugar adecuado.
El objetivo del Nafta es eliminar las barreras al comercio y la inversión entre los EE.UU., Canadá y México. Con el cuento de que con la apertura comercial se obtienen beneficios tales como la eliminación de impuestos y aranceles, la gran potencia norteña arrasa la economía del país más débil. Las empresas locales enfrentan una competencia que no pueden sostener debido a su insuficiente tecnología y baja productividad. El resultado es la depresión económica –salvo en los sectores financieros que se favorecen con el movimiento de capitales-, la desocupación, la anomia social y el crecimiento de las economías marginales y de preferencia delictivas. Esto es, las vinculadas al narcotráfico.
Es imposible disociar el estado de guerra civil larvada que vive México de la puesta en marcha de ese instrumento. La brutalidad de este conflicto es ilustrada día a día con noticias e imágenes atroces, que hablan de ajustes de cuentas entre narcos, pero, sobre todo, de las exacciones y extorsiones a que son sometidos los campesinos de parte de las bandas armadas que señorean buena parte de la campiña, en especial en los estados de Michoacán y Sonora. El gobierno mexicano, ante la incapacidad de la policía para lidiar con el fenómeno, dio paso al ejército para que ejerza las funciones de esta. Se ciñó, de esta manera, al criterio impuesto por el Pentágono en el sentido de que los ejércitos latinoamericanos deben prescindir de cualquier visión geoestratégica (pues para determinarla y protegerla están los Estados Unidos) y consagrarse a tareas de policía interna.
Los riesgos de semejante encuadre son enormes. Por un lado se abdica definitivamente cualquier pretensión de política soberana y por otro se ingresa a una conflictividad que sólo puede ensuciar al ejército complicándolo en tareas que son ajenas a su competencia específica y que lo pueden llevar a choques inesperados con sectores de la comunidad que debe proteger. Esto sin hablar de la posibilidad de contagiarse de la corrupción que se desprende del narcotráfico a causa de las enormes sumas de dinero que este hace correr.
Una información deslizada por La Nación, tal vez con deliberada malevolencia, señalaba hace unos días que el general Milani, el nuevo jefe del Estado Mayor del Ejército Argentino, está inclinado a inmiscuir al arma en el combate contra el narcotráfico, a fin de conseguir el aporte de material de guerra proveniente de Estados Unidos. No sabemos qué grado de verdad hay en esa noticia, pero en cualquier caso convendría estar alertas respecto de los riesgos que tal tipo de acción comporta.
El ejército mexicano en este momento se encuentra abocado a un problema muy difícil, que puede llevarlo a las puertas de una guerra contra su propio pueblo. En efecto, ante el continuo deterioro de la situación, y ante la impotencia del Estado para proveer a la seguridad de las poblaciones campesinas y a la erradicación del narcotráfico, surgieron en Michoacán fuerzas civiles de autodefensa que se oponen al accionar de los narcotraficantes con sus propias bandas paramilitares. La desaparición del Estado como fuerza de control efectiva y el pistolerismo narco que comete infinidad de homicidios, robos y secuestros, exasperó a la gente común y dio lugar a la organización de unas guardias comunitarias que están proliferando no solo en Michoacán –donde se originó el fenómeno- sino también en Chiapas, Guerrero y el estado de México. Estos grupos han evolucionado desde las primitivas escopetas a un armamento moderno (proveniente no se sabe de dónde, aunque hay quienes señalan que es del ejército y otros que opinan que es el confiscado a los narcos), y tienen un discurso antagónico tanto hacia los narcotraficantes como, en menor medida, hacia el ejército y el gobierno. Reprochan a este su inoperancia y la corrupción de muchos de sus miembros, que negocian con el delito al que están llamados a suprimir. La acción de las autodefensas está expulsando al pistolerismo de las ciudades y pueblos, y se está extendiendo al campo, donde se están recuperando ranchos y sembradíos usurpados por el cártel.
El gobierno, alarmado por el crecimiento de esos núcleos de civiles en armas, ordenó su desarme, lo que está dando lugar a un conflicto cruzado que enfrenta a los narcos, las autodefensas y al ejército, conflicto que en cualquier momento puede desembocar en una tragedia si se enfrentan las guardias comunitarias con el ejército. Las autodefensas han declarado que no se dejarán desarmar si primero no se erradica a Los Caballeros Templarios, el cártel que señoreaba el estado de Michoacán.
Hay versiones encontradas en torno de la naturaleza de las guardias comunitarias. Están quienes exteriorizan preocupación por su aparición, como es el caso del secretario de Estado estadounidense; hay quienes descalifican a los nuevos alzados como un supuesto plan del gobierno para reproducir el modelo colombiano en México; hay quienes aducen que las autodefensas son ayudadas por otros cárteles para combatir a la competencia de Los Caballeros Templarios, y hay quienes no dejan de depositar esperanza en ellas.
El argumento de que son estimuladas por los narcos se cae por sí solo. Es obvio que un procedimiento popular que liquida a un cártel en un estado resulta un ejemplo contagioso, que pone en peligro a los otros cárteles. Una cosa es evidente: que las autodefensas están recibiendo el apoyo del pueblo humilde y que por primera vez el margen de maniobra del crimen organizado se ha reducido a cero en los territorios donde han aparecido esos grupos. Lo que es aun más ostensible e impactante, es que el fenómeno demuestra otra vez que son las acciones colectivas contundentes de la sociedad, la única manera de romper la parálisis de los regímenes que se complacen en seguir chapoteando en las aguas sucias del estancamiento. No es extraño que John Kerry se sienta preocupado.
El número de muertes provocadas en los últimos años por la guerra civil molecular que vive México pasa las cien mil, a las que hay que sumar más de 20.000 desapariciones. El país se aproxima cada vez más a revestir todas las características de un Estado fallido. Las esperanzas en el sentido de que el NAFTA procurase un salto hacia la modernidad y un vigoroso desarrollo se han revelado vanas. El saqueo al país se expresa en estos momentos en la reforma energética que prepara la liquidación de PEMEX, la YPF mexicana, cuya creación por Lázaro Cárdenas fue uno de los hitos más importantes de la revolución mexicana.
Los pasos que el neoliberalismo dio para llegar a este momento han sido los mismos que los argentinos conocemos bien: desarticular la empresa desde dentro, tolerar y fomentar la corrupción, y aprovechar ese caos inducido para hacer pasar una ley que terminará poniéndola en manos privadas.
A pesar del terrible fracaso mexicano hay gobiernos suramericanos que no dejan de jugar, a sabiendas de los peligros que su acción comporta, la carta de la unión asimétrica con la potencia estadounidense. La Alianza del Pacífico viene a suplantar al ALCA. Desde luego que el caso mexicano es especial, por la contigüidad a Estados Unidos y por el hecho de que ese país es la principal ruta de acceso del tráfico al territorio de la Unión y la vía por la que se desplaza la inmigración ilegal que trata de encontrar en USA un alivio a la precariedad de sus condiciones de existencia. Pero las características generales de la asociación mercantil vienen a ser las mismas y sus consecuencias, inevitablemente, tenderán a ser similares en lo referido a la destrucción del Estado. O, más bien, a su puesta en servicio de los intereses del capitalismo sin barreras.
El acaparamiento de la riqueza es el punto central de las políticas implementadas por el consenso de Washington en América latina desde los años 70 a esta parte. Argentina hubo de pasar por 25 años de caos, dictadura, represión, representatividad democrática ficticia y gobiernos liquidadores del patrimonio nacional para que su población lentamente comenzara a salir del páramo al que había sido arrojada, originando en diciembre de 2001 una conmoción cívica que revirtió el curso de las cosas. Los experimentos políticos que frenaron esa deriva catastrófica, tanto aquí como en otros países, no han conseguido, sin embargo, revertir del todo la corriente de los hechos generada por los factores globales que presionan siempre por la permanente concentración de la riqueza, al coste de sumergir un 40 o un 60 por ciento de la población en la marginalidad, la pobreza y la anomia.
El caso mexicano es un espejo en el que no hay que mirarse. O más bien sí, para comprender cuál es el destino que el norte nos prepara. Los hacedores del desastre neoliberal siguen estando entre nosotros y cuentan con grandes recursos y con medios de comunicación de gran potencia. De hecho, en este mundo donde cada vez más cuenta la imagen en detrimento de la sustancia, los medios se han convertido en una fuerza más potente que los partidos políticos, que temen perder presencia (es decir, imagen) si no se acomodan a las directrices de los dueños del espectáculo. Los medios, que hacen del marketing su razón de ser, están en una conexión directa con el sistema y son una emanación de este, en su compleja mixtura de cinismo, hipocresía y violencia.
Conviene no perder de vista lo que está empezando a suceder en México. El tiempo lo dirá, pero podríamos estar asistiendo al esbozo de una conmoción parecida –aunque no similar-, a las que a fines del siglo pasado y principios del presente volvieron a consagrar a la soberanía popular como único instrumento legítimo para llegar a la democracia.
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Fuentes: “La Jornada” de México, “desInformaciones”, “La Nación".
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