Semanas atrás se publicó en esta misma columna una nota titulada “El regreso del Oso”, en la que señalábamos la reemergencia de Rusia como protagonista global, y su predisposición a pesar de manera más activa desde un punto de vista estratégico-militar sobre la marcha del mundo. Esta reviviscencia de la presencia de Rusia en el universo global, formulada en términos no sólo económicos sino también militares, por supuesto no es casual ni se desprende como un rayo desde un cielo sereno. Es la consecuencia de la presión de Estados Unidos, cuyo activismo bélico en este momento alcanza niveles increíbles y no da señales de ceder, cualesquiera fueron las ilusiones que puedan haberse forjado a partir de su aparente marcha atrás en su intervención en la guerra siria y la paralela y no menos ficticia distensión con Irán. No sabemos cómo se cortan las cartas en Washington, ni quienes están a favor de un curso menos provocativo en política exterior; pero es evidente que la influencia del complejo industrial-militar y también financiero, es con toda probabilidad preeminente.
Estados Unidos está en guerra desde hace 12 años, en forma directa o indirecta. Afganistán, Somalia, Irak, Libia, Pakistán, Yemen y Siria han sido objeto de las atenciones de las fuerzas armadas norteamericanas de una forma u otra, y las extorsiones económicas derivados de los embargos, bloqueos o sanciones comerciales siguen proliferando, con Cuba como el más antiguo de los casos testigos, e Irán como el más reciente. Pues aunque el estado persa haya convenido en adecuar su programa nuclear a los requerimientos de la OTAN, Washington parece querer torpedear cualquier acuerdo en ese sentido anunciando ahora sanciones a las compañías que hagan negocios con Irán. En Siria, a pesar de que el gobierno de Bachar al Assad haya renunciado a su arsenal de armas químicas, las fuerzas “rebeldes”, que en su inmensa mayoría están compuestas por mercenarios o fanáticos de Al Qaeda infiltrados desde Turquía con el monitoreo de la CIA, siguen activas.
En otro punto aun más delicado del mapa, Ucrania, se percibe el fomento de las manifestaciones contra Rusia. Esas expresiones de descontento movilizan a sectores medios encandilados (¡todavía!) con la prosperidad de la Europa occidental y que pretenden la inmediata incorporación de su país a la Unión Europea. El respaldo y aliento que reciben de parte de esta y el olímpico desprecio que esos manifestantes evidencian respecto al resto de la población ucraniana, es decir, no católica y ortodoxa, o simplemente sensible a los históricos lazos con Rusia, representa una provocación, que no ayuda al establecimiento de relaciones armónicas entre Moscú y occidente.
Y qué decir del mantenimiento del “escudo antimisiles” en Polonia, que se argumenta es defensivo pero que en realidad apunta a dar la oportunidad a Estados Unidos de descargar el primer golpe en cualquier conflicto futuro, sin temor a una respuesta rusa, que estaría anulada o minimizada por los cohetes interceptores implantados en su frontera. Medidas de este tipo apuntan, en definitiva, a disponer de la posibilidad de destruir a los sistemas balísticos rusos desencadenando un ataque masivo detrás de la cobertura del escudo antimisiles. Esto implica que se ha pasado de la teoría de una guerra nuclear defensiva basada en la MAD (Mutual Assured Destruction) que era en definitiva una política de disuasión del empleo del arma atómica, a otra que tiene en su centro la teoría del “primer golpe”, dirigido a decapitar al enemigo antes de que este pueda responder. Los rusos no son tontos y están tomando sus precauciones, mientras no se cansan de dirigir advertencias como la de Vladimir Putin en el sentido de que su país “no permitirá que nadie alcance la superioridad militar contra él. Que no se hagan ilusiones”. Por supuesto que Putin, para la prensa occidental, es un gobernante despótico, antidemocrático e inescrupuloso, argumento que mucha gente toma por bueno sin interrogarse sobre el contexto que determina sus actitudes ni sobre el hecho de que ha sido legitimado electoralmente en forma contundente en dos ocasiones.
Desde la caída de la Unión Soviética Washington ha violado todos los presupuestos que aseguraron la convivencia pacífica durante la guerra fría. Expandió la alianza militar occidental, la OTAN, hasta la frontera rusa y ha establecido bases militares en algunos países del ex bloque soviético. Trabajó para incentivar la hostilidad de las poblaciones musulmanas del Cáucaso contra Moscú e incluso propició el ataque georgiano contra el enclave independentista pro-ruso en Osetia del Sur. La razón más creíble de ese ataque parece haber sido el deseo de Georgia de ingresar a la OTAN, uno de cuyos prerrequisitos es no tener contenciosos acerca de la integridad de las fronteras del país que aspira a ser admitido.
Más peligrosa resulta, si cabe, la manifestación, de parte del gobierno de Barack Obama, en el sentido de que el Mar de China Meridional es una “zona de seguridad nacional” para Estados Unidos. Esto es equivalente a que China declarase al al mar Caribe como una zona de seguridad nacional para China. Pero la “excepcionalidad” norteamericana no se para en estas minucias. Y lo singular y más inquietante es que el gran público norteamericano no parece percibir la monstruosidad de esta perspectiva.
La teoría geopolítica que inspira a los planificadores del Pentágono y del US National Security Council ,tiene el problema de todas las doctrinas: si se la asume dogmáticamente y se la instrumenta sin tomar en consideración los factores humanos, psicológicos y sociales que involucra su aplicación, puede ser una fuente de catástrofes. Y para poner bien en claro que la reivindicación del Mar de la China Meridional como zona de seguridad estadounidense no es una afirmación retórica, Obama lo define como el “pivote de Asia” y anuncia el redespliegue del 60 por ciento de la flota norteamericana en lo que China considera a su vez (con mucha más razón) su zona de influencia.(1)
A esto hay que sumar el alineamiento automático de Washington con todos los países de la zona que tienen algún contencioso con China, desde Japón a Vietnam.
“Júpiter enloquece a los que quiere perder” es la cita clásica referida a aquellos individuos o poderes colectivos que se extravían en el orgullo, la autorreferenciación y la “excepcionalidad”. Esta visualización paranoica de las cosas no responde tan sólo a los reflejos de un capitalismo desquiciado, sino también a la presencia de una psicopatología social transferida por los medios de comunicación y por un relato histórico que hace precisamente de la “excepcionalidad americana” el núcleo de una visión del mundo que, por el hecho mismo de pretenderse excepcional, está distorsionada desde si base. Aunque el libro de Howard Zinn “La otra historia de los Estados Unidos” (o como reza el original inglés, “Una historia del pueblo de Estados Unidos”(2) puede adolecer de cierto simplismo en su veraz pero no siempre dialéctica relación de la aventura histórica norteamericana, es un texto que debería ser de lectura obligatoria en las escuelas de la Unión. Y no sólo allí. Pues la inversión de la perspectiva tradicional está dada por ese libro de una manera tan vivaz que pocos de quienes lo lean podrán escapar a la multitud de estímulos y de provocaciones a pensar que se desprenden de sus páginas. ¡Y Dios sabe cuánto hace falta que el pueblo de Estados Unidos –la masa gris pero no por fuerza anónima del “americano medio”- acceda a una visión menos centrada sobre sí misma! Disipar el espejismo del “destino manifiesto” que encandila a las masas estadounidenses, sería la mejor manera de que este no lleve el mundo al abismo.
Notas
1) Foreign Policy Journal del 16/12/13: Washington drives the World toward war, por Paul Craig Roberts.
2) “La otra historia de los Estados Unidos”, de Howard Zinn, Siglo XXI Editores, 2011 .