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29
JUL
2013
Furia islámica en El Cairo.
Furia islámica en El Cairo.
La situación en Egipto se agrava. Pero hay que pensarla en un contexto muy amplio, no sólo referido al Medio Oriente.

¿Qué está pasando en Egipto? Es el país más importante del medio oriente y se encuentra desde hace dos años sumido en tensiones y revueltas de gran magnitud. No se habla mucho de ellas entre nosotros, tal vez porque se trata de una situación fluida y cuyos referentes no resultan claros a la distancia. Pero el asunto merecería ser seguido con atención, pues de su evolución dependerá gran parte de la suerte de esa región del mundo, tan significativa para la batalla por la hegemonía global que se está librando.

En una nota reciente (Los remolinos de la revolución árabe) abordamos el tema a la luz del derrocamiento del gobierno de la Hermandad Musulmana como consecuencia de una insurrección cívico militar contra las políticas regresivas que la administración de Mohamed Mursi estaba siguiendo en materia institucional, religiosa y social. La naturaleza reaccionaria de los desarrollos que apuntaban a una implantación de la ley de la sharia y que exacerbaba los antagonismos confesionales con la importante minoría copta, se conjugaba con una política económica que no hacía sino prolongar las pautas de la desregulación económica neoliberal del régimen de Hosni Mubarak y profundizar el alineamiento con los presupuestos de la política exterior norteamericana en la zona. Probablemente fue la decisión del gobierno Mursi en el sentido de plegarse al diktat norteamericano en lo referido a la guerra civil en Siria, la gota de agua que desbordó el vaso y determinó al ejército (o a un sector de este) a respaldar la insurrección popular que pedía en las calles la deposición del gobierno de la Hermandad Musulmana.

Desde entonces las cosas, lejos de estabilizarse, parecen estar agravándose. En la nota de referencia decíamos que “Si no se produce una provocación externa que tienda a ahondar los conflictos intestinos e intente explotar eventuales diferencias en el seno del ejército, el desarrollo iniciado por estos días tal vez se organice armónicamente. Si no es así, la posibilidad de una guerra civil planeará desde lo alto”. Y bien, hay muchos elementos que inducen a suponer que la hipótesis más pesimista está en vías de concretarse. Los disturbios promovidos por la Hermandad han provocado cientos de víctimas y el país parece dividirse cada vez más. El grado de injerencia exterior que puede haber en esta evolución no es fácil de determinar todavía, pero es un hecho la desconfianza de Occidente hacia el jefe del movimiento militar, el general Abdul Fatah Al Sisi, hombre fuerte del gobierno entronizado por el ejército tras el derrocamiento de Mursi. Esto podría explicar, en parte, el recrudecimiento de la oposición musulmana y los brotes guerrilleros que se han multiplicado por estos días en el desierto de Sinaí. Así como la negativa a entregar a Egipto los cazas F-16 cuya adquisición ya estaba acordada. En el Sinaí la escala y la ambición de los ataques definidos como terroristas se han multiplicado en forma exponencial a partir junio. Según fuentes castrenses se han contado 50 grupos insurgentes en áreas montañosas y en los olivares dispersos en la zona, que realizan incursiones tanto contra objetivos civiles como militares. El arsenal de los grupos fundamentalistas afincados entre las tribus del área es importante y el vasto litoral de la península resulta casi imposible de vigilar con eficacia. El contrabando de armas se puede filtrar con bastante facilidad, en consecuencia.(1)

Aunque ese gobierno está presidido por un jurista (Adli Mansur fue presidente del Tribunal Supremo) parece evidente que no es sino un hombre de paja de los militares. Washington, pese a que ha provisto de armamento, instrucción y recursos a la fuerza armada egipcia desde la década de 1970, desconfía de ella. Esto no es consecuencia de un apego intransigente del gobierno norteamericano a los presupuestos de la democracia, pues bien se pasa de ellos en cuanta ocasión le resulta conveniente, sino más bien al carácter imprevisible de una situación cuyos datos no ha determinado y al escozor que le producen los recuerdos del fenómeno nasserista: esa conjunción entre pueblo y fuerzas armadas que después de la segunda guerra mundial se convirtió en el ariete más eficaz para vulnerar el predominio imperialista en el Tercer Mundo. Egipto fue el modelo más notable de esa combinación y su influjo se extendió por todo el mundo árabe.

Militares y desarrollo: la ambigua ecuación

Incluso se está hablando de un paralelismo entre julio de 1953 y junio de 2013, entre el movimiento de jóvenes oficiales republicanos que derrocó a la corrupta monarquía del rey Faruk, y la pueblada respaldada por el ejército que acabó con el gobierno de los fundamentalistas. La coincidencia entre aquel movimiento y el que, 60 años más tarde, se inserta en la corriente de la “primavera árabe”, puede ser un espejismo, pero no puede desestimársela sin más. Las condiciones generales que presiden el destino de las sociedades subdesarrolladas o, si se quiere usar un eufemismo, emergentes, no han variado tanto: ante la inexistencia de dirigencias provistas de conciencia nacional, no es infrecuente que el ejército haga las veces de una burguesía vicaria y asuma las tareas de fortalecimiento del Estado y de defensa de los intereses económicos generales.

No fue otra cosa lo acontecido en Argentina en otro mes de junio, el de 1943, cuando un gobierno deslegitimado por el fraude y que parecía encaminarse a una prolongación del sistema, fue volteado por un golpe militar de características poco claras al principio, pero que pronto ostentó las miras revolucionarias del grupo de jóvenes oficiales que lo había impulsado, con el entonces coronel Perón a la cabeza. Esto no fue óbice para que, 12 años más tarde, otro sector militar torpedease esa experiencia y sumiera al país en un período regresivo que duró no menos de 45 años. (2) 

En Egipto la cronología de los hechos coincide, aunque por supuesto no es otra cosa que un guiño del azar. Pero los presupuestos básicos de la situación son similares. ¿Es factible que, en las actuales circunstancias, una reedición árabe de los fenómenos de esa naturaleza? Lo ocurrido en Venezuela desde 1998 a esta parte demuestra que esa conjunción sigue siendo posible y que debería ser materia de consideración de parte de quienes se preocupan por dotar a los movimientos de renovación de un respaldo consistente.
En cualquier caso, las declaraciones de Evo Morales y de Nicolás Maduro en el sentido de reforzar y dotar de sentido a las deliberaciones del Consejo de Defensa Suramericano van en el sentido de estas consideraciones, y en esta ocasión se complican por el inquietante dato de la aproximación de la OTAN a Colombia. La manifestación del presidente Santos acerca de la disposición de su país a ingresar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (una asociación que nació con un propósito defensivo pero que se ha transformado en una alianza ofensiva después de la caída de la Unión Soviética) implica una propuesta aberrante, cuya ridiculez no excluye su peligrosidad. Colombia, en efecto, forma parte de la Alianza del Pacífico, una invención norteamericana que busca dividir las aguas en el subcontinente suramericano. El ingreso de uno de los componentes de la UNASUR a la organización que reúne a Estados Unidos y la Unión Europea es un tiro por debajo de la línea de flotación del organismo iberoamericano.

El tema militar, en un mundo cada vez más librado a belicosidad de las potencias centrales y a su decisión de adueñarse como sea de las reservas naturales, se está convirtiendo en asunto de vida o muerte. Pues, como dijo el presidente Maduro, ¿qué defenderá en el futuro un militar latinoamericano? ¿El interés de la región o los intereses de las transnacionales?

Notas

1) Al-Ahram Weekly.

2) A esta altura de las cosas uno quisiera saber en qué medida el alboroto suscitado en torno de la designación del general César Milani a la cabeza del Ejército, en el cual coinciden en un extremo los exponentes del monopolio mediático y en otro los exponentes del progresismo, se injerta o no dentro de esa dialéctica.

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