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21
JUN
2013
El aguafiestas Putin en el cónclave del G 8.
El aguafiestas Putin en el cónclave del G 8.
La cumbre del G 8 en Belfast durante la presente semana demuestra que nada hay nuevo bajo el sol y que los líderes de occidente siguen empecinados en el rumbo que –ellos esperan- tendría que llevarlos al control del medio oriente.

La convención anual de algunas, no todas, de las principales potencias industrializadas del globo no se desarrolló en un clima de armonía, precisamente. Antes de la conferencia saltaron chispas entre el presidente ruso, Vladimir Putin, y el primer ministro inglés, David Cameron, a propósito de Siria, mientras que la reunión del primero con su par norteamericano, Barack Obama, se desarrolló en un clima frío y carente de empatía.

Rusia está en minoría en ese lugar, pues de hecho el grupo es un lobby de las potencias nucleadas en la OTAN. No están representados en él, en efecto, ni China, India o Brasil, países cuya industria es manifiestamente superior a la de Italia o Canadá, que sí forman parte del grupo. En realidad el G 8 es un órgano de las potencias del Atlántico norte, al que se ha sumado Rusia, por razones que quizá tuvieron que ver con la posibilidad que se avizoró de atraer a Moscú para que formara parte de un club en el cual se suponía que habría de resignar su individualidad y tornarse más manejable. De parte rusa se trató y se trata, tal vez, de encontrar una manera de seguir conectada a Occidente, sin verse forzada a replegarse, una vez más, a su masa continental euroasiática.

La reunión tuvo dos facetas: la económica, en la que hubo coincidencias, y la política, en la cual, más allá de las palabras de buena voluntad, no se suscitó ningún acuerdo en torno al problema de mayor prioridad en este momento, la crisis siria.

En lo económico el foro anunció una ofensiva contra los paraísos fiscales, reclamando que se modifiquen las leyes estatales que permiten a las compañías trasladar sus beneficios de unos países a otros, especificando que las multinacionales informen sobre sus obligaciones tributarias en cada país donde desenvuelven su actividad. Hasta qué punto este requerimiento va a ser cumplido es un misterio. Habrá que ver.

Por otra parte, en la reunión se hizo más marcada que nunca la negativa de Rusia a participar de los manejos de la OTAN para terminar con el régimen de Hafez el Assad. Es obvio que reeditar en Siria el modelo con el que se pasó la aplanadora a Libia no podrá conseguirse sin afrontar problemas de envergadura muy superior a los que se suscitaron en ese y otros lugares en los que se inventó una rebelión “democrática”.

Al hablar de problemas nos referimos por supuesto a los problemas de la alianza atlántica, no a los de los desdichados libios e iraquíes, que ya han recibido en su cabeza las bondades de la “injerencia humanitaria” de Occidente en forma de bombas, matanzas y desplazamientos forzados de población. Esos desdichados padecieron todo el mal que la ocasión propiciaba. En el caso sirio, se estima que los caídos en esa guerra ya superan los 90.000, pero esta vez los países de la coalición atlántica no consiguieron la adhesión o al menos el consentimiento pasivo de los otros polos de poder mundial para hacer recaer las culpas de todo lo sucedido en las espaldas del gobierno de Hafez al Assad. Ni China ni Rusia sostienen los argumentos que cargan la culpa de todo al gobierno de Assad. Las evidencias de agitación, subversión, provisión de armamento y entrenamiento efectuados por los países islámicos donde anidan las sectas más extremas del Islam –Arabia saudita, Qatar-, en conexión con Jordania y Turquía, con Israel jugando en segundo plano, son tan ostensibles que sólo la desvergonzada uniformidad mediática de los monopolios de la comunicación puede seguir manteniendo la ficción de una sublevación espontánea contra el “tirano”, similar a los ambiguos alzamientos de la “primavera árabe”, en los cuales al menos existía una presencia popular en la calle.(1)

Por estos días ha habido una serie de indicios que por el momento orientan a esa sangrienta batalla hacia un desenlace diferente al que la OTAN desea; esto es, la fragmentación de Siria como primer escalón para arreglar las cuentas con Irán. El gobierno sirio ha recuperado puntos clave del territorio, como la ciudad de al-Quasayr, cabeza de puente para la infiltración de terroristas y armamento en su territorio; Irán parece haber decidido tomar parte en el asunto como expediente de autodefensa y ha soltado la mano, por lo tanto, a las milicias de Hizbalá en el Líbano para que cooperen con el ejército de Assad; y Rusia no se ha movido de su decisión de no aceptar que la remoción del mandatario sirio sea la condición sine qua non para iniciar conversaciones de paz entre las partes.

Partes muy difíciles de precisar, por otro lado, porque si bien el gobierno es uno, la oposición es una turbamulta abigarrada, una agrupación de fuerzas no muy discernibles en su composición: en el terreno de batalla, por ejemplo, se estima que el 70 por ciento de los combatientes rebeldes son jihadistas infiltrados desde Turquía y los países árabes vecinos, con logística provista por la CIA y el MI 6.

Las crecientes dificultades de los rebeldes han incrementado la amenaza de una intervención directa de parte de Occidente. Sin evidencias palpables pero con gran bambolla mediática, Estados Unidos arguye que Damasco ha cruzado la “línea roja” que el presidente Obama –por sí y ante sí- le fijara para no precipitar la intervención de Estados Unidos: el uso de armas de destrucción masiva. En medio de una nebulosa de informaciones contradictorias y de videos de difícil verificación, Washington estima probado el uso de gas sarín contra los insurgentes, lo que debería darle carta blanca para actuar sin limitaciones contra el régimen sirio. En consecuencia levantó el embargo de armas para los rebeldes (una medida retórica, toda vez que este nunca existió), limitando la franquicia, empero, a armas livianas, sin provisión, por ahora, de cohetes tierra-aire y de misiles antitanque de alta tecnología.

Vladimir Putin, por su lado, aduce que su país aun no ha enviado los S-300, un sofisticado sistema de armas antiaéreo, al régimen de Siria, pero que el suministro de armamento a ese país se está cumpliendo sobre la base de contratos transparentes reconocidos internacionalmente, firmados hace ya tres años. Una implícita advertencia en el sentido de que los S-300, si no están aun en operaciones, van a estarlo si las circunstancias así lo requieren. Se establecería de esta manera un balance entre los cohetes Patriot que Estados Unidos ha desplegado en Turquía –y aparentemente implantado también en Jordania- y los S-300 que se asentarían en Siria.

La sorpresa iraní

Sobre este cuadro de situación vino a sumarse esta semana el resultado de las elecciones en Irán: con relativa sorpresa, se asistió a la consagración de un candidato proveniente del sector más moderado de la teocracia shiíta que controla los destinos políticos de la semidemocracia salida de la revolución islamita acaudillada por Jomeini, allá por la década de 1970. La victoria en primera vuelta del ex miembro del Consejo Nacional de Seguridad, Hasan Rohani, pone de manifiesto que la gente en la calle siente la conveniencia de cambiar de tesitura y que la escasa ponderación demostrada por Majmud Ajmadinejad en sus manifestaciones no es ya apreciada como un válido instrumento de gobierno. Habrá que saber si el clero gobernante comparte plenamente este punto de vista y si su jefe máximo, el ayatola Alí Jamenei, el verdadero líder del Estado, endosará una hipotética evolución moderada del gobierno salido de las elecciones.

De todos modos, si bien el nuevo jefe de gobierno será capaz de desarrollar un estilo discursivo mucho más diplomático y flexible que el de Ajmadinejad, no hay mayores dudas acerca de que la voluntad de Irán en el sentido de mantener su plan nuclear no flaqueará. Lo cual sigue manteniendo el pretexto que la OTAN y su asociado Israel necesitan para la fabricación de un casus belli en el momento que juzguen oportuno.

Nota

1) A este propósito es imposible dejar de sentirse preocupado por lo que está ocurriendo en Brasil. Es demasiado pronto para aventurar una opinión, pero desconfiamos de la “pueblada” que está acorralando al gobierno de Dilma Rousseff, o al menos de la forma en que esta puede ser aprovechada por el establishment. Como quiera que sea, este es un problema del máximo interés, que requerirá de un seguimiento atento. De los acontecimientos que pueden producirse en la primera potencia del MERCOSUR , en efecto, depende casi todo el porvenir de Suramérica.

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