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01
ABR
2013

Una ilusión que duró poco

Barack Obama y Benjamín Netanyahu.
Barack Obama y Benjamín Netanyahu.
El redoblar del terrorismo en Siria hace evidente que nada cambió en la política exterior de la primera potencia mundial.

A estar por los resultados de la visita de Barack Obama al medio oriente y por informaciones del New York Times que puntualizan un refuerzo en el abastecimiento de armas a los rebeldes sirios, las consideraciones un tanto optimistas que deslizamos en una nota anterior acerca de que el presidente norteamericano aprovecharía quizá su segundo mandato para revisar algo de su política exterior, se han revelado falsas. No quedan muchas dudas, después de lo dicho por Obama en Tel Aviv, de que los pronósticos de cambio de la revista rusa Odnako y de Thierry Meissan en la Red Voltaire erraron el blanco. No parece que la racionalidad campe por sus fueros en Washington, a menos que se tome por racional el cálculo de que es más seguro y “realista” que todo siga igual y que el rediseño del mapa global ha de continuar tal como se ha venido haciéndolo. Es decir, fragmentando y destruyendo los estados que se rehúsan a acomodarse a ese dibujo e imponiendo políticas de intervención directas o indirectas para lograrlo.

En Israel Obama produjo tres actos significativos. Por un lado, reconoció por primera vez que el moderno Israel es el sucesor del reino hebreo del Antiguo Testamento y que esa tierra es el hogar del pueblo judío. No especificó cuáles serían los límites de ese hogar, sin embargo. Por otra parte revocó tácitamente su pedido a Tel Aviv de congelar los asentamientos de colonos en Cisjordania, al referirlos al momento en que se inicien las conversaciones de paz con los palestinos. Y, por último, poco antes de subir al avión presidencial que lo llevaría de vuelta, escenificó un momento (convenido con anterioridad, sin duda) en el cual le pasó su celular al primer ministro judío Benjamín Netanyahu para que se comunicara con su homólogo turco Tayik Erdogan. En ese instante ambos mandatarios diluyeron de forma oficial la tensión que existía entre esos dos países desde que un comando israelí matara a nueve militantes turcos en el abordaje a la flotilla que llevaba alimentos a la sitiada Gaza, durante el conflicto de 2010. Netanyahu expresó un formal pedido de excusas al primer ministro turco por lo acontecido, retractándose así de su cerrada negativa a hacerlo, actitud que había mantenido durante dos años y que había puesto a prueba las relaciones entre los dos países como nunca antes había sucedido.

La existencia de buenas relaciones entre Turquía e Israel es esencial para el desarrollo del plan preestablecido de Estados Unidos para el medio oriente y que, como es evidente, tiene como objetivo prioritario eliminar a Siria y luego a Irán como factores de poder en la zona. Sus principales asociados para lograrlo son Israel, que posee fronteras en contacto con uno de esos países, y Turquía, que es vecina de los dos.

Para Israel el problema es (teóricamente) sencillo. Está dispuesto a participar en cualquier ataque contra Irán, que es su único enemigo subsistente en la región al cual visualiza como una amenaza efectiva. Incluso podría decidirse a actuar por su cuenta si cree que obtendrá el apoyo de Washington ante el hecho consumado. Esta hipótesis sin embargo no parece muy plausible. Los ataques puntuales de la fuerza aérea israelí a las instalaciones nucleares iraníes, ingresarían las cosas a una dinámica difícil de controlar. De momento para Washington es más interesante ir paso por paso en su tarea de aislar y finalmente demoler a Irán.

Para Turquía las cosas se presentan más complicadas que para Israel. Existe el problema kurdo, que irradia también sobre Siria, Irak e Irán. Los 55 o 60 millones de kurdos desparramados por esa región aspiran a conformarse como un Estado. Cualquier desarrollo bélico incentivaría ese reclamo y generaría problemas muy grandes a los turcos. El tema sirio debe ser resuelto antes de proceder contra Irán, y en ese asunto el destino de los kurdos se erige en un factor importante. Algo se debe haber combinado entre bastidores a este respecto pues el líder supremo de los kurdos, Abdullah Ocalan, encarcelado a perpetuidad en Turquía, solicitó a sus seguidores del Partido de los Trabajadores del Kurdistán que dejen las armas y opten por la vía democrática para conseguir el reconocimiento de sus derechos.

Reforzando la apuesta

Siria parecería ser el punto a partir del cual podría encuadrarse el tema para Estados Unidos. Se había insinuado –como señaláramos en la nota “Obama y su segundo mandato”- la posibilidad de que la Unión estuviera meditando un arreglo con Rusia para dividirse las esferas de influencia en el medio oriente y poder así derivar su atención al escenario del Pacífico, donde se diseña un frente conflictivo ante el vertiginoso desarrollo de la China y la posibilidad de que esta suplante a Estados Unidos en esa zona, vital para el balance de poder global. Pero este punto de vista parece ser más bien una expresión de deseos de parte de la prensa oficiosa rusa, que un dato de la realidad. Esta tiene indicadores de coyuntura que apuntan para otro lado, es decir, al reforzamiento de la apuesta en Medio Oriente y a la liquidación del régimen de Bashar al Assad, como paso previo a un nuevo incremento de la presión contra Irán.

El New York Times informó por ejemplo, en su edición del lunes pasado, que la CIA está incrementando el flujo secreto e ilegal de armas para los rebeldes sirios a través de aviones de carga sauditas, jordanos y qataríes, que aterrizan en el aeropuerto militar de Esenboga, próximo a Ankara, desde donde la agencia de inteligencia norteamericana los deriva a los grupos insurgentes, tras seleccionar la naturaleza y cantidad del armamento que cada grupo recibe. Se trata de un puente aéreo que une a Croacia, Arabia saudita y Qatar con Jordania y Turquía, desde donde las armas son transportadas por tierra hasta la frontera con Siria.

Ese mismo lunes, declarando ante el Comité de las fuerzas armadas del Senado de Estados Unidos, el jefe militar del Comando Europeo del Tratado del Atlántico Norte, almirante James Stavridis, recomendó romper el impasse militar en Siria suministrando armas a los rebeldes y precipitar así la caída de Al Assad. “La OTAN está preparando operaciones a gran distancia, por si somos llamados a comprometernos como sucediera en Libia”, dijo Stavridis. El almirante llegó incluso a manifestar lo que todo el mundo sabe, pero que hasta ahora se mantenía en la nebulosa informativa; esto es, que los misiles Patriot que la OTAN ha desplegado en Turquía con “fines defensivos”, de hecho pueden ser usados en el cielo de Siria, para destruir o inhabilitar a la fuerza aérea de ese país.

La OTAN u Occidente o Estados Unidos, o como quiera denominarse a la alianza político-económico-militar que intenta ejercer un poder hegemónico en el mundo, tiene en perspectiva, si la presión que hasta ahora ejerce contra el gobierno sirio con activistas salafíes y otros grupos confesionales disconformes con el régimen baasista no es suficiente, llevar adelante una intervención directa en el terreno. Esta, sin embargo, no sería ejecutada con efectivos terrestres de parte de los norteamericanos o europeos, sino por los únicos que están hasta cierto punto predispuestos a hacerlo, los turcos, que desde hace unos años aspiran a revivir el sueño del imperio osmanlí y desearían volver a convertirse, si no en los dominadores, sí en los tutores del área mesoriental de confesión musulmana.

El mundo actual abunda en ejemplos de regresión ideológica y política entre los cuales podría acomodarse esta distopía. Los turcos, o las fuerzas que controlan al estado turco, hace tiempo que se han puesto a contracorriente del modernismo laico y del realismo geopolítico que distinguió al movimiento acaudillado por Mustafá Kemal después de la guerra del 14. Para el constructor de la Turquía moderna, era necesario abolir el califato y prescindir de los pueblos árabes insumisos a su dominio, para concentrarse en la construcción de una nación sólidamente unida. Su firmeza, su inteligencia y su habilidad militar le permitieron, en 1918, zafar del destino al que la derrota de las Potencias Centrales prometía a Turquía; derrotar a los remanentes del viejo régimen, expulsar a los invasores griegos de su territorio, deshacerse de la presencia de las potencias occidentales y componer los tantos con la recién advenida y aun revolucionaria Unión Soviética. Y con el tiempo convirtió a Turquía en el primer país de confesión islámica equiparable a un estado moderno.

Los actuales gobernantes de Turquía tienen poco que ver con esa tradición, en especial en lo referido a su política exterior. Su meta parece ser integrar la Unión Europea y, siendo como es su país miembro de la OTAN, transformar a su territorio en el trampolín para la desestabilización de Siria. Este último objetivo está ya cumplido, casi hasta el punto de no retorno; falta saber si los turcos se decidirán a comprometerse en una guerra abierta contra su debilitado vecino.

La reconciliación turco-israelí impacta al conjunto del balance estratégico del medio oriente, en especial en lo referido a Irán. Turquía ve a Irán como un rival en la región, en tanto que Israel lo considera como una amenaza a su existencia. Estas coincidencias, y la persistencia de las potencias atlánticas en acorralar a Irán, no prometen nada bueno. Todo indica que Washington, entre las diversas opciones que se le presentan en el Medio Oriente, ha preferido volver a lo “seguro” de sus viejos posicionamientos en la zona. Es decir, apoyarse en Israel y en Turquía como sus agentes locales, y proceder en una línea tendiente a organizar el mapa por la fuerza, eludiendo la posibilidad de una real democratización de la región, en la cual se profundizaría la balcanización, se desparramarían los gobiernos sectarios y se agravaría el caos.

(Fuentes: The New York Times y Asia Times.)

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