La hora europea está sonando a muerto para los partidos políticos tradicionales, sean tanto de derecha como de una fementida centroizquierda. Los fracasos se suman a los fracasos, la política sigue poniéndose de manera acrítica al servicio del mercado y los votantes van de un Sarkozy a un Hollande, de un Zapatero a un Rajoy o de un Berlusconi a un Bersani (pasando por el interludio “técnico” de un exponente puro y crudo del neoliberalismo imperante, como Mario Monti), sin obtener ninguna respuesta a lo que primero fue un difuso descontento y ahora se está transformando en una creciente angustia y rabia. Con distinta letra, todos los partidos políticos interpretan la misma música. Que no es otra que la de las prácticas de la etapa senil del capitalismo, centradas en la financierización, la especulación y la transnacionalización. Esto es, la destrucción del laboriosamente obtenido Estado de Bienestar en los países desarrollados y el retorno al capitalismo salvaje. Experiencia que los latinoamericanos probamos hasta asquearnos durante muchas décadas y que todavía no se ha desvanecido de nuestro horizonte.
En este contexto la emergencia de un fenómeno como el Movimento Cinque Stelle, capitaneado por un outsider como Beppe Grillo, en Italia, pone de cabeza al establishment. Y no solo al italiano. Cinque Stelle recogió el 25,55 por ciento de los votos en las recientes elecciones a parlamentarias. Ganó 198 escaños en diputados y 54 en el Senado, contra 345 y 123 del PD, y 125 y 117 del Polo delle Libertá que encabeza Silvio Berlusconi. Con esas cifras puede convertirse en el árbitro entre los dos grupos mayoritarios, o bien convertirse en un factor disruptivo que haga imposible todo acuerdo entre partes, generando una situación que por fuerza debe llevar a nuevas elecciones. No había grandes dudas acerca de cuál iba a ser la posición del M5S y el lunes pasado esa presunción quedó confirmada cuando Grillo anunció que no pensaba avalar ningún acuerdo parlamentario con quienes “han destruido a Italia” y que si algún sector de su partido se pronunciaba por un pacto con Bersani, él, Grillo, se retiraba “serenamente” de la política. El papel que el movimiento piensa ejecutar en el parlamento sería votar a ley a ley, en la medida en que ellas se acuerden o no con el programa de base de que se han dotado.
Las críticas al movimiento de Grillo menudean, por supuesto, desde mucho tiempo atrás, apenas comenzó a ser percibido como una amenaza. Desde achacarle la traslación de su viejo oficio de cómico a la política, a la acusación de demagogo y “populista”: una designación esta última que en el ámbito de la política “seria” europea es una invectiva. Grillo es, en efecto, un factor desconocido en muchos sentidos, pero parece representar ese elemento novador que la masa de votantes italianos y en cierta medida también europeos, en especial jóvenes, requieren en este momento para recuperar la confianza en la viabilidad operativa de la política. Grillo, amén de actor (y precisamente por haberlo sido) es un óptimo comunicador y su capacidad de adecuación a los nuevos instrumentos de conexión extensiva, como son las redes sociales, es excelente.
Su programa, como veremos, no es inocuo ni inocente para los parámetros del sistema establecido. Algunos de sus puntos fuertes son la nacionalización de los bancos que han favorecido la especulación a costa de la comunidad; la abolición del pacto fiscal, o sea su reforma; la restitución al sistema educativo de los ocho mil millones de dólares que le sustrajo el gobierno Berlusconi; la reducción de la jornada laboral, y la implantación de un salario “de ciudadanía”, es decir, de un estipendio acorde con las necesidades de la masa laboral.
Es un programa que dinamita las bases del modelo europeo regentado por Alemania y que, cualesquiera sean los límites personales de Beppe Grillo, abre la posibilidad de comenzar un proceso de liberación de Europa de la violencia ejercida por el capital financiero. Reconstruir Europa sobre una base social implicaría revertir la situación a las condiciones que vieron nacer el sueño europeo, después de la segunda guerra mundial, sueño cimentado en las ideas de una socialdemocracia todavía no corrompida por el mercado, que recogía el legado ideológico de lucha contra el nazismo y el fascismo, y que asimismo respondía a la necesidad estratégica de conformar un frente social armónico frente a la amenaza comunista. De ahí nacieron la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, primero, y luego la Comunidad Europea, y se produjo el “milagro económico” que sacó en pocos años al viejo mundo del estado de destrucción y catástrofe en que lo había sumido el segundo conflicto mundial. Estados Unidos avaló ese desarrollo, porque lo favorecía para enfrentar a la URSS, pero también porque en cierto modo formaba parte de su perfil a partir de las políticas del New Deal.
Con la irrupción de la “revolución neoconservadora” de los 70 y 80, y con el hundimiento del bloque socialista, ese curso se revirtió. El crecimiento del capital financiero, la imposibilidad de seguir alimentándolo dentro de los marcos del Estado de Bienestar, la incapacidad de los líderes de este último de ir más allá de sus límites y expandirlo a escala mundial,(1) y el hundimiento del bloque soviético, minaron el bloque europeo, lo desarticularon al expandir la UE –por imposición norteamericana- a los países del este de Europa recién salidos de la tutela rusa, e instalaron –con el Pacto de Maastricht de 1997- unos “criterios de convergencia” económica que establecían pautas de disciplina fiscal común de difícil, si no imposible, aplicación en economías asimétricas. La crisis de los “Pigs” –despectivo acrónimo inglés forjado por la City de Londres para referirse a Portugal, Italia, Grecia y España-(2) ilustra esta situación.
Ello no significa, sin embargo, que las potencias “rectoras” resten inmunes a las políticas de ajuste, tal como se está viendo en Francia o Inglaterra.
Los remolinos populistas exasperan al establishment. Algunos de sus intérpretes más brutales condensan esa rabia con afirmaciones de una franqueza insólita. Un alto exponente de la política alemana, el jefe socialdemócrata y candidato a suceder a Angela Merkel como canciller, Peer Steinbruck, dijo que los italianos habían elegido a dos payasos para representarlos, refiriéndose a Grillo y Berlusconi, cosa que determinó que el presidente Giorgio Napolitano cancelara una entrevista que le tenía concedida. Y un magnate norteamericano, presidente de una compañía de neumáticos que tiene una filial en Francia, anunció que esta se negaba a invertir en ese suelo porque “los llamados obreros franceses… no trabajan más de tres horas por día…, dedicando una hora para almorzar y otras tres para hablar”. El potentado no aclaró si esto último era para chismear o para debatir sus condiciones de trabajo.
Esta grotesca afirmación expresa lo que las clases altas, los banqueros y los agentes de Bolsa desearían que fuese cierto para descargar sobre las espaldas de los trabajadores la crisis de la economía, aduciendo que esta se debe a que hay que mantener a ejércitos de holgazanes sustentados por el Estado gracias a la presión fiscal sobre las empresas, que succiona los réditos. Así se convierte una crisis originada por la recesión de origen financiero en una crisis fomentada por los más pobres. Que son, mal que les pese a los gurús del mercado, quienes más trabajan y quienes más sufren las consecuencias de las burbujas especulativas generadas por los parásitos de la economía financiera. Es decir, de quienes hacen dinero con el dinero.
El furor contra el “populismo” desenmascara los costados más negativos del sistema. De un lado para el otro el racismo extiende subrepticiamente sus tentáculos. Las clases “haraganas”, los pueblos sin cultura o con culturas “bárbaras”, se transforman dentro y fuera de los países líderes, en los parias, los prescindibles o las rémoras al progreso, a las que es preciso eliminar.
Una elección sorprendente
La dinámica de esta apreciación de la realidad lleva al choque. Quizá la percepción de este rumbo es lo que estado en la base de la decisión de la Iglesia de poner frente al Vaticano a un Papa latinoamericano, el argentino Jorge Bergoglio. Pues es una manera de reconocer la originalidad de los procesos que recorren a esta parte del mundo.
No podemos saber nada de los arcanos de la política vaticana, pero no se puede tomar a la ligera una resolución que implica la implantación del primer Papa no europeo que es también representante de la parte más numerosa de la grey católica, la hispanohablante, y que, para colmo, es el primer jesuita que llega a la silla de Pedro. Se suponía que los jesuitas podían producir “eminencias grises” –el “Papa negro”-, pero, implícitamente, se estimaba que el acceso al trono pontificio les estaba vedado.
El sentido de esta designación tal vez se vaya develando a lo largo de los próximos meses y años. Es evidente que la limpieza del interior de la Iglesia será un dato mayor para medir la eficacia de la gestión del nuevo pontífice, pero dicha limpieza no habrá de proceder sólo de la eliminación de las tendencias a la pedofilia que los medios con tanta alharaca han descubierto en los últimos años, sino también, y fundamentalmente, de la capacidad para liberarla del entretejido de complicidades que supuso la inmersión del Vaticano en la maraña de la economía financiera. Todo induce a creer que ese es el verdadero frente de batalla. Los escándalos que han salpicado al Vaticano en la era de la globalización neoliberal son legión. Desde los turbios manejos del arzobispo Marcinkus, que sumió al Banco del Vaticano en las turbulentas aguas de la especulación, al extraño suicidio –que terminó caratulado como asesinato- del presidente del Banco Ambrosiano, Roberto Calvi, a los vínculos con la logia P-Due, una asociación masónica que funcionaba como herramienta política, y a las conexiones de esta última institución bancaria y de la P-Due con la mafia, un campo de dudas que es también un campo minado se ha gestado en el ámbito vaticano. Muertes no esclarecidas como el suicidio de Graziella Corrocher, la secretaria de Calvi, arrojada desde el quinto piso de un hotel, el envenenamiento del banquero Michele Sindona con un café con cianuro que le sirvieron en la cárcel, e incluso la muerte de Papa Luciani, extinguido a los pocos días de haber iniciado un pontificado que prometía limpiar “las cuevas del Vaticano”, gestaron un clima de sospecha que está lejos de haber desaparecido todavía y al que el escándalo de los “Vatileaks” y la renuncia por cansancio Benedicto XVI han venido a reforzar.
Es un paquete muy complejo el que deberá abrir el Papa Francisco.
Notas
1) Debe decirse desinterés más que incapacidad, pues en ningún momento la UE pensó en demoler las relaciones desiguales que existen entre el mundo desarrollado y el que no lo es, pues ellas son las que le permiten al primero mantener las ventajas de un neocolonialismo que mantiene los postulados del viejo, hasta el punto de que ahora se está volviendo a las prácticas más descaradas de este, como son las intervenciones militares, camufladas de “intervenciones humanitarias”, que en nada se diferencian de la “misiones civilizadoras” que se practicaron desde los albores de la era moderna.
2) “Pig” significa cerdo en inglés.