nota completa

03
ENE
2013

Balance de un año difícil (II)

Siria, el mismo guión que en Libia.
Siria, el mismo guión que en Libia.
El frente internacional. Las políticas de la OTAN y el choque de las civilizaciones. Venezuela frente a una hora de destino. El proceso de paz en Colombia.

En el plano de la política global el 2012 vio el recrudecimiento de la ofensiva del bloque atlántico en Asia y el Medio Oriente. En su curso se delineó, con más fuerza que nunca. la tácita alianza entre Washington y el fundamentalismo islámico, incluidos sus sectores más radicales. El fenómeno no es de ahora: viene de muy lejos y está caracterizado por una dialéctica compleja, que reúne una enemistad estratégica con el mundo árabe a una alianza táctica con los elementos más radicalizados del Islam en cuanto tal. Este peligroso experimento de jugar con fuego arrancó hace mucho, incluso antes de la invasión soviética a Afganistán en los años 80, invasión que de hecho fue precipitada por la necesidad de sostener a un gobierno filo comunista, de tinte reformador y laico, contra la insurgencia de los grupos fundamentalistas que eran sostenidos por Pakistán y Estados Unidos.(1) El apoyo dado a los “combatientes de la libertad”, como llamaba Reagan a las partidas de insurgentes que resistían al gobierno reformista de Kabul, terminó con la victoria de aquellas, sólo para abrir otra etapa de feroces guerras intestinas que culminaron la victoria del Talibán y la instalación de la ley de la sharia. Al Qaeda fue uno de los resultantes de estas maniobras y tanto la peligrosidad de esta organización como su funcionalidad como elemento provocador manipulado por los servicios de inteligencia occidentales fue demostrada hasta el hartazgo a lo largo de más de una década, arrancando del 11 de septiembre de 2001. Pues no se sabe, y quizá no se sepa nunca, cuánto de ligereza y cuánto de deliberación hubo en el fracaso de la CIA para detectar la naturaleza e inminencia del ataque y prevenirlo. El ataque detonó la revancha y, en su ola, el intervencionismo militar norteamericano a diestra y siniestra.

La connivencia y la alianza táctica entre Washington y el fundamentalismo islámico vienen aun de más lejos que de la Jihad lanzada en Afganistán. Comenzó a delinearse en los años cincuenta y sesenta, cuando Gran Bretaña primero y Estados Unidos después percibieron en el Egipto de Gamal Abdel Nasser el mayor obstáculo para la hegemonía occidental en el Mediterráneo. Ya por entonces el apoyo que Estados Unidos dio a la Hermandad Musulmana, principal opositora al régimen revolucionario de Nasser, tuvo una gran importancia, y fue una de las causas por las cuales el “Rais” egipcio practicó una represión implacable contra los seguidores de esa variante político-religiosa.

La naturaleza peligrosa e inestable del aliado elegido por las potencias occidentales quedó demostrada poco después con el asesinato de Anuar el Sadat, el sucesor de Nasser y antípoda de este. De hecho, Sadat se había convertido en un aliado de Estados Unidos, lo cual no impidió que unos radicales islámicos lo eliminaran a tiros. Pero lo imprevisible y cambiante del fundamentalismo musulmán no cancelaba sus virtudes como agente de disrupción de los procesos de carácter progresivo que se habían dado en el mundo árabe; y su crecimiento, ante el fracaso de las experiencias de cambio de corte moderno emprendidas por el nasserismo y el baasismo, lo erigieron en una alternativa para dar cauce a la disconformidad popular suscitada por la corrupción del estamentos de poder surgidos de unas revoluciones abortadas, y por el deterioro de sus condiciones de vida. Al mismo tiempo, el perfil reaccionario que revestía el fundamentalismo lo encerraba en formas políticas incomunicables para el resto de la sociedad árabe, que eran asimismo repulsivas para la mentalidad occidental.

La colaboración entre occidente y el fundamentalismo sigue una línea oscilante, llena de curvas y revueltas, pero es una constante de la realidad política internacional. Pese a las denuncias, pese al 11/S, pese a la agitación del espantajo del radicalismo islámico que efectúa la propaganda occidental, los ejemplos de esta cooperación se multiplican. El aliento subterráneo a las tendencias centrífugas en las repúblicas del Cáucaso ex soviéticas, la utilización del factor musulmán para promover la disolución de la ex Yugoslavia –en Bosnia primero y luego en Montenegro y en Albania-; la misma práctica puesta en escena más recientemente en Libia para derrocar y asesinar a Gaddafi, promoviendo las tendencias secesionistas en esa nación; y ahora la agresión a Siria con bandas salafistas que han sumido a ese país en un baño de sangre, son ejemplos de esta alianza contra natura, pero muy lógica desde la perspectiva de las políticas de poder. ¿Y quién, sino el estado de Israel, fue el que ayudó en primer término al activismo político de Hamas, de raíz religiosa, contra la insurgencia de corte nacionalista árabe personificada por la OLP, que se juzgaba más peligrosa?

Hoy las cosas han cambiado en el caso palestino, pero este sirve para ejemplificar la azarosa variabilidad de las líneas de conducta determinadas por los criterios oportunistas de los servicios de inteligencia, puestos al servicio de unas coordenadas de carácter general de las cuales son ellos los planificadores, junto a la nebulosa del complejo militar-industrial. El anonimato en que se mueven en razón de la naturaleza de sus funciones los hace doblemente peligrosos, pues este carácter los lleva a imponer operaciones incluso por encima de los responsables políticos del Estado. Del riesgo que conlleva para estos oponerse a tal situación tal vez puede dar testimonio el destino que corrieron Kennedy y Nixon, eliminados de diferente manera, pero eliminados al fin, cuando manifestaron una originalidad de criterio que no coincidía del todo con los intereses y las directivas del gobierno en las sombras.(2)

La directriz profunda de esta conducta pasa por debilitar o eliminar a los estados que se resisten de alguna manera al diktat de Washington. Este propósito, por supuesto, no se declara. Al contrario, la asociación psicológica que se establece entre el terrorismo musulmán y la agresión física y cultural contra occidente refuerza la hipótesis del “choque de las civilizaciones” y sirve para consolidar el proyecto hegemónico al legalizar el “intervencionismo humanitario” y las guerras “preventivas” contra “tiranos” que amparan a los fuera de la ley y además apilan “armas de destrucción masiva”. Las mismas que las potencias de occidente conservan celosamente en sus manos y cuya existencia en Irak, Libia, Siria o Irán nunca ha podido ser comprobada, incluso después de que los dos primeros países de esta lista fueron suprimidos como entidades independientes por la aplanadora militar de la OTAN.

Este mes Barack Obama inaugura su nuevo mandato. Algunos dicen que como no tiene que especular sobre una nueva reelección pues la Constitución norteamericana actual no la contempla, podría decidirse a realizar algún cambio en la política exterior y a ser un poco más empeñoso en sus esfuerzos por la reforma interna de la seguridad social. Tal vez, pero en el primer rubro no nos hacemos muchas ilusiones. El “Nóbel de la Paz” más belicista que ha producido la Academia Sueca después de Henry Kissinger –a Winston Churchill se tuvo el pudor de asignarle el Nóbel de Literatura-, no es fácil que cambie de rumbo a esta altura de las cosas. Pero habrá que ver. Es verdad que la situación económica en Estados Unidos y en el occidente desarrollado en general no debería autorizar mayores aventuras. Sin embargo, el modelo neoliberal y las políticas de ajuste que el mismo está determinando en las economías más débiles del mundo desarrollado (España e Italia, en primer lugar), hasta ahora no encuentran una resistencia muy determinada. Los movimientos de los “indignados” sin duda dan cuenta de una disconformidad creciente en esas sociedades, pero la inexistencia de vectores políticos capaces de canalizarlos, por el momento les quita la posibilidad de convertirse en una alternativa de cambio. La izquierda clásica ha capitulado en todos los frentes, reduciéndose a una ameba socialdemócrata que no cuenta ni con los programas ni con la voluntad que serían necesarios para hacer frente a la crisis.

El espacio latinoamericano

En la nota anterior nos ocupamos de Argentina, que sin duda se incluye en este ámbito. En el resto del subcontinente los datos más relevantes parecerían concentrarse en el extremo norte de este. La salud de Hugo Chávez –que pasa en estos momentos por una situación delicadísma-, es un factor contingente pero de evidente peso en la determinación del contorno del año que recién empieza. Si, como todo induce a suponer, no asume el cargo de presidente de Venezuela por incapacidad o por su desaparición física-, el escenario latinoamericano se verá privado de una de sus personalidades más importantes, que ha sido esencial en la confrontación al modelo neoliberal y para el rescate de la concepción integradora de matriz bolivariana y sanmartiniana que fuera el eje ideológico de los promotores de la independencia iberoamericana. Fracasado aquel viejo proyecto como consecuencia de la inmadurez de las condiciones objetivas locales y de la exposición en que esta situación lo ponía respecto de las ambiciones del imperialismo británico, durante casi dos siglos Suramérica hubo de olvidarse de los lazos naturales que la unían y de los factores geopolíticos que harían de la integración entre sus países el instrumento de su efectiva liberación.(3) El proceso de destrucción con que el imperialismo norteamericano puso en práctica el “capitalismo del shock”, sin embargo, hizo que de pronto volviesen a manifestarse las tendencias unitarias soterradas durante tanto tiempo. Y esta vez en condiciones físicas, culturales y económicas que aconsejan perentoriamente la unidad. Venezuela y Brasil fueron los motores de esta nueva ola, con el acompañamiento de Argentina, que después de ser víctima del desmantelamiento de su industria y de las secuelas de la derrota de Malvinas, a través del kirchnerismo se reconectó con la tradición de lo mejor de su política exterior, corporizada en el rechazo instintivo de Hipólito Yrigoyen a las agresiones norteamericanas en el Caribe y en el ambicioso diseño de Perón en el sentido de rescatar las concepciones de Manuel Ugarte sobre la comunidad de destino de los pueblos americanos, articulándola en una concepción geopolítica que involucrase a Argentina, Brasil y Chile.

Hugo Chávez fue esencial para el estallido de la rebelión anti neoliberal y para su conversión en un movimiento de masas capaz de protagonizar un efectivo cambio, tanto en la política como en la mentalidad que debe sustentarla. Su tropicalismo, su facundia, su ingenio y su don de gentes (perceptible en algunas cumbres latinoamericanas, en una de las cuales salió a moderar un roce entre Álvaro Uribe y Rafael Correa que pudo terminar mal), eran cualidades invalorables. Por otra parte ha sido el presidente con la más clara visión del papel de Latinoamérica en la actual coyuntura mundial -quizá por su origen castrense, que lo habilita bien para disponer de una perspectiva geopolítica- y, en consecuencia, el más resuelto animador del eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, por el que debería pasar la columna vertebral en torno a la cual podría armarse luego una eventual unidad suramericana.

La baja de Chávez, ya sea por muerte o por imposibilidad de asumir el cargo de presidente para el que ha sido recién electo, representaría un tropiezo en la marcha hacia la integración. Pero de ninguna manera podría detener a esta. Pues, por un lado, Chávez ha sembrado ideas a conciencia en su país y es difícil que quien venga a suplantarlo pueda intentar volver atrás en los principios de equidad social que ha propuesto con su modelo, ni con la orientación de la política exterior. Que, por otra parte, tendrá en Brasil un tutor importante. En la medida en que este no se aparte de la línea que viene marcando desde que ha cobrado conciencia de su entidad global, este país no podrá disociarse del destino de sus vecinos, a los que necesita tanto como ellos lo necesitan a él.

En Colombia, por otra parte, parece alborear, por fin, un proceso de paz de características viables. Como lo señala Ignacio Ramonet en un artículo aparecido en Le Monde Diplomatique,(4) hay una serie de factores que confluyen para que esa posibilidad cobre cuerpo y dé fin a un conflicto que se arrastra desde hace más de 60 años. Ellos son, por un lado, el debilitamiento económico de la oligarquía terrateniente, que durante decenios mantuvo el más egoísta y regresivo sistema de reparto de la tierra de todo el continente americano. Otro es la disminución militar de las FARC, duramente golpeadas por la desaparición de sus principales jefes, fallecidos de muerte natural o por acción del enemigo. La insurgencia ha perdido a sus principales líderes como consecuencia de la campaña de contrainsurgencia, de matriz norteamericana y centrada en los asesinatos selectivos que el ejército ha llevado adelante en los últimos años. Es evidente que la victoria ya es imposible y que incluso la mera supervivencia militar de las FARC se verá acotada dentro de límites que la tornarán irrelevante.

Pero es la emergencia de una nueva burguesía urbana, que ha desarrollado una economía propia basada en la industria, en el comercio de exportación e importación, y en las finanzas, el dato que ha trastrocado el panorama, achicando estadísticamente la porción que los latifundistas acumulaban respecto de producto bruto interno. Esta nueva clase, nacida del mercado que se produjo por la masiva emigración del campo a las ciudades durante los años más turbios de la guerra civil, no está interesada en la prosecución de las hostilidades. Necesita la paz para crecer más de lo que aun lo ha hecho y porque el costo de esta –una reducida reforma agraria- lo pagarían los latifundistas y no ella. Por otra parte, su interés no radica tanto “en el suelo como en el subsuelo”; la pacificación le permitiría explotar los enormes recursos mineros de Colombia, y el desvío así sea parcial, de algo del gasto improductivo de carácter militar a la solución de las urgencias sociales y al estímulo de un mercado interno que, en un país que supera ya los 50 millones de habitantes, se convierte en un importantísimo factor de crecimiento.

Juan Manuel Santos ha sabido captar el meollo de esta situación y maniobrar para alejarse del rol de ministro de Defensa y de sucesor designado de Álvaro Uribe, personero de los latifundistas, para insertarse en la corriente de cambio que se percibe en América latina. Esta proseguirá; sin duda que bajo amenazas externas y asechanzas internas que podrán ser ayudadas por la inconsciencia, la cortedad de miras, la corrupción y el oportunismo de muchos de los representantes de la clase política, pero empujada por el peso de los datos objetivos que hacen a la necesidad de encontrar una opción viable para liberar las enormes potencialidades de la región. Una región que, por fin, cuenta con las armas conceptuales y con las disponibilidades comunicacionales que pueden permitirle integrarse.

 

Notas

1) La intervención soviética en Afganistán implicó un grave impacto en el equilibrio geopolítico y marcó el final de la distensión que se había establecido entre oriente y occidente a partir de las gestiones de Kruschev y Kennedy. Los rusos calcularon mal su paso, pues este fue tomado, no como una acción dirigida a consolidar su glacis defensivo, como era probablemente la intención, sino como un expediente para acabar con la función de estado-tapón entre la URSS y la India que Washington y Moscú hacían jugar a Afganistán.

2) Por supuesto los propagandistas académicos y periodísticos de la comprensión imperial del mundo califican a este tipo de hipótesis como “conspirativas” y aducen que son fruto de la imaginación febricitante de los novelistas de la historia. Sin embargo, un simple vistazo desapasionado al mundo que nos circunda y la formulación del clásico interrogante latino “Cui bono?” (¿a quien beneficia?) deberían hacerlos reflexionar acerca de la validez de la sospecha como instrumento de inducción a la realidad. Esto es particularmente cierto en momentos como este, cuando la participación popular en los eventos que hacen la historia está mediada o anulada por la distorsión mediática de esta y por la indiferencia y el desencanto que resultan del naufragio de las grandes utopías de nuestro tiempo. En las aguas estancadas pululan los microbios.

3) Se lo ha dicho muchas veces, pero nunca está de más repetirlo: las distancias geográficas, pero sobre todo la inexistencia de una clase o de un poder centralizador capaz de mantener unidas a las partes, determinó que las burguesías comerciales suramericanas asentadas en los puertos se convirtiesen en el agente más activo y poderoso de la conformación social y política de estos países. Su fortuna se fundó primero en el contrabando y luego en la transacción activa con el capital inglés. Esto las llevó a convertirse en burguesías “compradoras” y a diseñar a las regiones que las circundaban de acuerdo a su interés, que era el mismo que el de la burguesía imperial de la cual eran clientes. Para ello parcelaron lo que había sido una unidad bajo España, en un mosaico de repúblicas o republiquetas impotentes en el escenario global. En la consecución de esta tarea consumaron atropellos contra los focos de resistencia popular y contra cualquier experiencia de construcción que escapara del marco de la provisión de commodities para la exportación. El librecambio y la apertura indiscriminada del comercio con el capital foráneo fueron la doctrina y la práctica de esta ecuación. La guerra de exterminio llevada a cabo contra el Paraguay fue el ejemplo más feroz de este proyecto, comanditario del interés externo, por esa época predominantemente británico. Otro tema que debería concitar la atención del lector sería el hecho de que, después de la independencia, Hispanoamérica reproduce de alguna manera, a una escala aún mayor, el mismo fenómeno que arruinó a España en los siglos XVI y XVII. Por entonces los incontables réditos que las colonias daban a la madre patria, lejos de invertirse en esta, se dilapidaron desviándolos a la gran banca asentada en Flandes, donde se reciclaban al mercado internacional y volvían a España en forma de manufacturas que ahogaban el desarrollo de una industria independiente. Este fenómeno y el tipo de mentalidad que engendra no fue extraño al fracaso de la revolución liberal española en las dos primeras décadas el siglo XIX, incapaz de imponerse a las rémoras absolutistas y de tender un puente sobre el Atlántico para conectarse con la rebelión de las colonias. Rebelión que, sin embargo, le estaba íntimamente ligada.

4) Ignacio Ramonet: ¿Paz en Colombia?, en la edición on line de Le Monde Diplomatique.

Nota leída 16267 veces

comentarios