¿Pasó la hora de la comprensión abarcadora y mesiánica de la política, articulada en el vocablo “revolución”, emblemático de la aspiración a un cambio que invierta los factores de poder sobre los que se mueve el mundo? Los reveses que sufriera esa formulación que tan popular fuera en los siglos XIX y XX, parecerían confirmar este dato. Es decir que sí, que la revolución parece ser para nosotros un desencanto eterno. O un sueño eterno, como titulara Andrés Rivera a su novela sobre Castelli. Sin embargo, la situación mundial tiene en esta época un carácter tan complejo y explosivo que se hace difícil suponer que las cosas puedan prolongarse indefinidamente en los actuales términos. Lo cual abre la perspectiva de sacudimientos cada vez mayores, que obligarán a plantearse una modificación a fondo del estatus quo.
Este tipo de perspectiva suele ser tachada, con ironía, como apocalíptica. Sin embargo, los observadores de la realidad inmediata y práctica, que tienden a desconfiar con razón del catastrofismo, deberían tomar en cuenta que las catástrofes de todas maneras se producen y que nuestro tiempo –si lo medimos dentro de los límites de la era contemporánea- es extraordinariamente pródigo en ellas. Veamos como esas tendencias se verifican en estos mismos días.
El proyecto del “capitalismo senil” encarnado como nadie por Estados Unidos, que apunta a establecer “el espectro de dominancia total” (Full Spectrum Dominance), no es un aporte a la tranquilidad, precisamente. Consiste, como se ha dicho en otras ocasiones, en el asentamiento de Estados Unidos y sus aliados en la periferia del Heartland y el dominio de aquella.(1) Las reservas energéticas que allí se acumulan y la posibilidad de vigilar, controlar o condicionar desde ahí la evolución de los países del centro euroasiático son el premio que promete este esquema geopolítico.
Es un proyecto muy riesgoso, concebido en los días del naufragio de la Unión Soviética. Por esos años podía encontrar alguna clase de justificación teórica y cierto asidero en la realidad, pero el mundo actual es ya demasiado complejo y la ecuación del “nuevo orden mundial” que surgiera en ese momento, ha perdido su eficacia debido al hecho de que el factor en que podía fundarse –un mundo unipolar capitaneado por Estados Unidos- ha saltado en pedazos. El estado ruso ha resurgido de las ruinas en que lo dejara la devastación del capitalismo mafioso propiciado por Boris Yeltsin, China se proyecta como la primera potencia económica del mundo en el curso de unos pocos años más, y los países del BRICS (Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica) se configuran como la avanzada de un mundo multipolar donde la pujanza de las economías emergentes contrasta con la crisis norteamericana y la, en apariencia, imparable decadencia europea. La promoción de un banco de desarrollo para los países del BRICS, que escape al cepo del Banco Mundial o del FMI, suministrándoles el capital que necesitan para invertir en infraestructuras y ponerse al abrigo de las crisis financieras que puedan encontrar en su camino, es un elemento que permite establecer la orientación general de su política. La propuesta, formulada en la reunión que se realizara en Nueva Delhi en marzo de este año, va en el mismo sentido del tan postergado Banco del Sur, que Hugo Chávez, Lula y Néstor Kirchner propusieran para Suramérica en el marco del proceso de su creciente integración.
Los países del BRICS se enfrentan, por supuesto, con problemas internos de variable pero siempre importante magnitud. La desigualdad social y la corrupción de sus estratos dirigentes o de gran parte de ellos, se cuentan entre los más significativos. De todos modos, su disponibilidad de recursos y su peso poblacional, en especial en el caso de China, les aseguran una posibilidad de ascenso sin límites a la vista, salvo los imponderables que pueden resultar del choque con el esquema de confrontación de espectro completo, que es lo que podría desprenderse de la prosecución del proyecto norteamericano del espectro de dominancia completo.
Testarudez
Pese al cambio en las condiciones globales que se ha producido en los últimos veinte años, los operadores de tal proyecto continúan afirmándolo y profundizándolo, hasta el punto de que sólo la renuencia de sus adversarios potenciales a enfrentarlo sin disimulo –de China y Rusia en primer lugar-, permite que el mismo no libere la potencialidad desastrosa que encierra en su seno. China quiere estabilidad ante todo; estabilidad para ir resolviendo sus grandes contradicciones internas y seguir creciendo hasta hacerse invulnerable; y el Kremlin no deja de acunarse con el programa de Vladimir Putin orientado hacia una relación de cooperación con Europa occidental, trámite Alemania. Lo último que desean China y Rusia es un conflicto externo.
Ocurre sin embargo que la política se ve afectada por el carácter cada vez más irresponsable de los factores anónimos que mueven los hilos detrás del escenario y que giran a gran velocidad y sin autoridades reconocibles a las que tengan que dar cuenta de sus actos. Un capitalismo irresponsable basado en la especulación antes que en la producción y su réplica dentro de la gestión del poder -los servicios secretos y la corporación militar-industrial-, no dan cuenta de nada a nadie o disponen al menos de un amplísimo margen de albedrío para hacer lo que le parezca conveniente.
Los políticos del occidente desarrollado tienden a marcar el paso y no propugnan, salvo de labios para afuera, soluciones alternativas a esta situación. Al contrario, sólo el temor a que sus rivales globales puedan reaccionar en el caso de una conflagración mayor, los retiene de operar en una escala aun más grande, como es probable que deseen los operadores del caos que se mueven entre bambalinas. ¿Acaso el gobierno de Obama no ha dado el visto bueno a la cuadruplicación de los fondos asignados al Comando de las Fuerzas de Operaciones Especiales (USSOCOM, por su sigla en inglés) y las ha colocado en el pináculo de la jerarquía militar norteamericana? Son las formaciones especiales dedicadas a las operaciones secretas que apuntan a la eliminación de blancos puntuales y que se apoyan también en una panoplia de armas de alta tecnología, entre las cuales los “drones” o aviones no tripulados se han convertido en las estrellas. Espían y asesinan con impunidad, controlados por satélite y operados en tierra por mandos ubicados a miles de kilómetros de distancia.
Lo que está pasando en medio oriente es ejemplar de lo que venimos diciendo. La OTAN acabó con Saddam Hussein y con Muammar al Gaddafi, asegurándose así el control de ingentes recursos energéticos y un posicionamiento dominante en el Golfo Pérsico y hacia el África negra. La llamada primavera árabe ha brindado a las potencias occidentales un trampolín poco menos que ideal para desestabilizar a regímenes que, más allá de sus imperfecciones y eventuales crímenes, se niegan a plegarse al diktat de la OTAN. En este momento Siria e Irán son el blanco de esta ofensiva. En ella la labor de los factores ocultos que manipulan las políticas de inteligencia y contrainteligencia tienen un peso cada vez mayor. Por estos días el diario israelí Haaretz publicó un informe relativo a una superarma cibernética manipulada por los servicios secretos de Israel, arma que habría traspasado los códigos de seguridad de las computadoras de los más altos personeros del gobierno iraní. Flame se llama este virus. Fue descubierto por la firma rusa de seguridad informática Kaspersky el pasado lunes. Kaspersky la describió como un virus de una complejidad y funcionalidad que excede todas las cyber amenazas conocidas hasta hoy. Está diseñado no sólo para colectar datos sensibles sino también para colapsar o al menos complicar las exportaciones petroleras de Irán o los procesos económicos de cualquier objetivo a agredir. El tiempo estimado que llevaría operando esta arma virtual se estima entre los dos y los cinco años. (2)
No hay muchas dudas acerca de que este descubrimiento, que se produce al mismo tiempo que la masacre de Hula, en Siria, atribuida al gobierno de Bashar al Assad, va a exasperar las tensiones en la región. El incidente de Hula ha hecho que por de pronto los países de la Unión Europea se asocien aun más con Washington y rompan relaciones con Damasco. El rebote de esta situación afecta en forma inmediata al vecino Irán, el aliado más próximo de Assad, no por una afinidad confesional sino por el hecho de que el derrocamiento del gobierno sirio sólo puede poner el tema del ataque a Irán en primer plano. Resta saber si occidente aprovechará o no este incremento de la tensión para fogonear el desorden en Siria y, por lo tanto, las posibilidades de un golpe de fuerza contra Irán.
Tiempo tormentoso
La situación global, como se ve, no es precisamente tranquila. De hecho lo es mucho menos de lo que lo era en la Belle Epoque, el período que preludió a la guerra del 14, cuyo estallido significó el final de la sociedad burguesa como una configuración social segura de sí misma y del futuro. Hay paralelismos inquietantes entre ese tiempo y el presente.
El optimismo de las sociedades opulentas era notable por aquel momento y tenía su correlato incluso entre las fuerzas que las cuestionaban. La Segunda Internacional, en efecto, si bien no ignoraba las amenazas a la paz que planteaban la carrera armamentista y los enfrentamientos entre los imperialismos, participaba de la ilusión de la hora y fundaba su esperanza en una reversión de la situación social que se derivara de una reforma pacífica o, en el caso de una amenaza de guerra, de una huelga general revolucionaria de la que participaría la clase obrera de todos los países desarrollados y que paralizaría la movilización de los ejércitos. La realidad echó por tierra esas ilusiones. Como se sabe, la guerra no fue evitada, las ilusiones pacifistas se disiparon apenas empezó el fragor de las armas y la enormidad del choque producido entre las potencias acabó con el esplendor de una era europea de bienestar y descuido, sumiendo al mundo en un abismo que tuvo, en el hundimiento del Titanic en 1912, un símbolo premonitorio de la catástrofe que se avecinaba. Quizá por esto es que ese trágico accidente sigue interesando al cine e hipnotizando al público un siglo después de haber acaecido.
El presente contiene tanto elementos parecidos como disímiles respecto de los de aquella época, pero prevalecen los primeros. La diferencia está en que, de las potencias que podrían protagonizar un choque a gran escala, las que tienen un mayor dinamismo (China, India, Rusia) son renuentes a una colisión abierta, mientras que las que padecen problemas de senectud (Estados Unidos y sus aliados) se muestran más agresivas. Es al revés de lo que ocurría en la era de las guerras mundiales.
Por otro lado, las semejanzas entre el presente y la Belle Époque podrían buscarse en cierto idealismo ingenuo que entiende posible enfrentar al Leviatán con una combinación de tecnología y desobediencia. Internet y anarquía, en una palabra. Pero en lo sustancial los paralelismos entre esa época y la nuestra se imponen sobre las diferencias.
¿Adónde irá a parar esto? Es difícil decirlo, La sensibilidad popular que se opone a los proyectos ominosos del sistema no cuenta con una alternativa ideológica e institucional para oponer al neoliberalismo y al imperio de la finanza global. La implosión del “socialismo real” abrió un hueco difícil de ser llenado. Las leyes de hierro de la historia, sin embargo, enseñan que un sistema pierde validez al convertirse en una rémora al cambio y que, más tarde o más temprano, debe ser removido. El no hacerlo supone una multiplicación de los problemas y a la postre redunda en un mayor sufrimiento, pues, cuando la costra institucional y militar que comprime la necesidad de renovación estalla, el cambio puede asumir formas inesperadas o, en cualquier caso, muy difíciles de moderar. Esto es lo que sucede hoy con el capitalismo de la tómbola y la concentración financiera.
Así pues, el tema de la “revolución” y de los instrumentos para conseguirla, lejos de estar agotado, se perfila con urgencia en el presente. De cómo se pueda elaborarlo de parte de las fuerzas que suelen genéricamente denominarse como “progresistas” dependerá el inmediato futuro. Pero se hace necesario comprender que el progresismo no es, como la banalización de la política y su simplificación mediática tienden a hacer creer hoy, una apología del libre albedrío individualista o un elogio de un hedonismo “transgresor”. El progresismo sólo puede resultar de una comprensión severa de la realidad, que tome en cuenta su carácter mutante, complejo y significado, sobre todo, por la obligación de ocuparse de los asuntos centrales que hacen al interés general, en vez de gastar pólvora en chimangos. A partir de allí tal vez el vocablo “revolución” recupere su sentido.
Notas
1) Conviene reiterar que, en la teoría de Halford Mackinder, el Heartland o Región Cardial o Área Pivote es la masa continental que abarca a Europa Oriental y el Asia Central, rodeada por una franja –Europa Occidental, Medio Oriente- donde se encuentran el ámbito terrestre y el marítimo, denominada el Creciente Interior o Marginal, intermedio a las Tierras del Creciente Exterior o Insular (América, África. Oceanía).
2) Datos extraídos de la publicación on line del Asia Times.