Es difícil orientarse en el caleidoscopio del presente al observarlo a nivel global. Sólo así, sin embargo, se puede comprender a la orientación general que marca la hora. Intereses divergentes entre estadounidenses, rusos, chinos, países de la Unión Europea, una emergente Latinoamérica; guerras recurrentes por el control de los recursos energéticos y las reservas naturales no renovables; retroceso en las políticas sociales, ajustes económicos, protestas en general inorgánicas contra estos; monopolios comunicacionales, redes informáticas que sed les oponen o que añaden confusión a la confusión general; fundamentalismos, terrorismo, narcotráfico y un incontenible progreso tecnológico que cambia continuamente las coordenadas prácticas dentro de las cuales la gente se mueve, conforman un paisaje que puede provocar tanto el horror como una curiosidad entusiasta. ¿Adónde vamos? ¿Quién tira de los hilos?
La primera pregunta no tiene respuesta; sólo se podrá contestarla, como dice Antonio Machado, “haciendo camino al andar”. La segunda puede encontrar una contestación un poco más precisa si consideramos al presente como una etapa transicional entre un orden capitalista que maneja todavía el cotarro, pero que no da más de sí, y alguna forma de socialismo que aun no ha definido sus perfiles, pero que se plantea como una necesidad ineludible ante el fracaso y el agotamiento de las fórmulas vigentes.
Agotado a o no, el sistema capitalista que se configura en el marco de la globalización neoliberal está provisto de una ferocidad notable. Es el motor de la crisis actual y de la financierización de la economía y, como consecuencia de esto, de los brutales remolinos que trastornan la vida cotidiana. Es asimismo y principalmente, autor de unas políticas de poder que, para cumplir con sus metas, deben propugnar la militarización de la política exterior. Este hecho no es nuevo, forma parte de toda la historia moderna y contemporánea, en especial a partir del descubrimiento de América y de la primera expansión europea en los siglos XVI y XVII. La cuestión reside en saber si la globalización que es secuela del capitalismo y motor del progreso, puede seguir en manos tan irresponsables como las actuales, capaces de desatar el Armagedón para solventar problemas que se erigen como obstáculos coyunturales para la consecución del proyecto imperial.
Caído el comunismo y naufragado el proyecto socialista tal como se articulara a lo largo del siglo XX, el campo quedó libre para las políticas de poder fundadas en la codicia pura y canalizadas –como siempre lo fueron- por vías geopolíticas. Estas hoy, sin embargo, se delinean a la medida del planeta y presuponen tanto encuentros como desencuentros potenciales de una magnitud desconocida hasta ahora. En este marco nos encontramos con dos tendencias contrapuestas: el Full Spectrum Dominance (el proyecto de dominación total) de Estados Unidos, y una suerte de unión euroasiática que se está proyectando entre Pekín y Moscú y que ambiciona integrar, en una segunda etapa, también a las capitales de los países de la Unión Europea.
En un sentido opuesto, Zbigniew Brzezinski, el teórico geopolítico por excelencia que, junto a Henry Kissinger, más ha influido en la determinación de las coordenadas de la política exterior norteamericana, ya ha definido la postura que explica las evoluciones de la actual estrategia estadounidense en todo el mundo: contrariar la reconstrucción del bloque de poder que representaba la Unión Soviética, impedir que se coaliguen los estados que objetivamente pueden representar un obstáculo para el proyecto norteamericano y estatuir un “control resuelto de los Estados dinámicos desde el punto de vista geoestratégico… Para usar una terminología propia de la era más brutal de los antiguos imperios-prosigue Brzezinski-, los tres grandes imperativos de la geoestrategia imperial (de Estados Unidos) son impedir choques entre los vasallos y mantener su dependencia en términos de seguridad, mantener a los tributarios obedientes y protegidos e impedir la unión de los bárbaros”. (1)
Para él y para los planificadores a gran escala del Pentágono y del complejo de intereses que en él se centra, los vasallos son los países dependientes; los tributarios, los aliados estratégicos de USA, y los bárbaros a los que se debe impedir que se unan, los chinos y los rusos. Este planteo puede tener mil y un refinamientos y desde luego expresarse de una manera mucho más sofisticada, pero el núcleo duro que reside en su centro es ese. Lo cual demuestra que el mundo de hoy es un escenario no menos imponderable que el que precedió a las guerras mundiales.
El espejismo racionalista
Hay una tentación del pensamiento que se finca en una especie de racionalismo positivo, que tiende a desestimar la locura como un elemento de riesgo en la política mundial. Sin embargo, la historia y la actualidad nos enseñan que ese componente o bien el mero egoísmo y la cortedad de miras, son factores que cuentan en el diseño de los hechos. Si sometemos la amenaza norteamericana-israelí de hacer tabla rasa con Irán a las premisas del cálculo racional, ella debería disiparse de inmediato por la magnitud de los problemas que su cumplimiento acarrearía, no sólo para los desdichados iraníes sino también para quienes empujasen esa política, que habrían de hacer las cuentas con un proceso de reacciones imposible de pronosticar. Pero la combinación de los cálculos de los estrategos del Imperio con las pulsiones mesiánicas de la derecha israelí hace que este escenario siga siendo posible.
Los aventureros del arca perdida
Es un hecho comprobado que militares israelíes del más alto rango se oponen a la aventura iraní. El ex director del Shin Beth (el servicio de contraespionaje) Yuval Diskin, ha salido a criticar las posiciones del primer ministro Benyamin Netanyahu y de su ministro de defensa Ehud Barak en términos inequívocos. Otro alto integrante de la comunidad de inteligencia israelí, Meir Dagan, ex director del Mossad (la CIA israelí), apoyó las declaraciones de Diskin que enfatizaron el pronunciado giro racista que se ha dado a la política interna de su país y expresó desconfianza en las capacidades de sus dirigentes para gestionar una guerra de amplitud regional contra Irak. “No tengo confianza –dijo Diskin- en una dirección que toma sus decisiones basándose en sentimientos mesiánicos”. Estas expresiones siguieron a las declaraciones de nada menos que el jefe del estado mayor judío, el general Benny Gantz, quien manifestó que, a su entender, “Irán no busca fabricar la bomba atómica”. (2)
La sociedad israelí sigue bajo la impresión –legítima en los años iniciales de la creación del país- de su inminente aniquilación por obra de sus vecinos, que la rechazaban como un cuerpo extraño a la región. Desde entonces, sin embargo, las cosas han evolucionado y el respaldo que Estados Unidos presta a Israel lo protege de cualquier agresión. Es más bien la política brutal e intemperante de los dirigentes de la derecha mesiánica (como la definió Diskin) y su nunca renunciado proyecto de expansión territorial, lo que alimenta la animadversión que Israel suscita en los países de la zona.
Los agentes del caos
El escenario del medio oriente y la tensión originada entre lo que es factible y lo que sigue siendo la aspiración de máxima de los fundamentalistas del Likud y el Shas, son los posibles detonantes de una crisis aun mayor que la que estamos viviendo. Pero estos factores no serían importantes sin la presencia del complejo industrial-militar, determinante de las inflexiones más importantes de la política exterior norteamericana y vinculado a las finanzas de Wall Street. Denunciado en el discurso de despedida del presidente Dwight Eisenhower en enero de 1961, ese complejo es una potencia en las sombras y sin duda el elemento más peligroso del actual escenario internacional. Los enormes beneficios de las industrias de armamento requieren de guerras o de la amenaza de estas para poder seguir siendo recaudados. Esta hipertrofia del gasto militar reasegura al proyecto hegemónico, que a su vez consolida esas ganancias al perpetuar el caos que realimenta la necesidad del complejo militar-industrial… Y así sucesivamente.
Los presidentes estadounidenses que se opusieron de forma más o menos directa a esa potencia después de Eisenhower terminaron muy mal. John Fitzgerald Kennedy acabó abatido en Dallas de tres balazos por un inverosímil “asesino solitario”, y Richard Nixon fue asesinado políticamente con el affaire Watergate: una tormenta en un vaso de agua montada por los medios, que suprimió a un mandatario provisto de ideas demasiado originales en lo referido al rediseño de la estrategia norteamericana y a las relaciones con China. “¡La distensión!”, que fea palabra para los muchachos de la CIA…
No hay cuidado de que Barack Obama corra peligro alguno por ese lado. Es un dócil instrumento, el Nobel de la Paz, de ese conjunto de factores que se ocupan, justamente, de destruirla en su mismo nombre. Claro que esto no deja exento al presidente norteamericano de algún eventual traspié. Su color de piel lo pone en la mira telescópica de potenciales asesinos. Bastaría con que alguna medida que pudiera adoptar contrariase el plano general por el que discurren las cosas, para que los controles que lo vigilan se aflojaran, con resultados impredecibles...
Pero esto corresponde ya al plano de la política ficción. El hecho es que en estos momentos la política norteamericana, orientada por el complejo industrial-militar y sus intérpretes geopolíticos, apunta a lograr el predominio en el medio oriente. Esa tendencia es contenida hasta cierto punto por el temor que suscita su plena realización en otros sectores también insertos en el ámbito del poder. Pero si se piensa el escenario superando la intoxicación informativa del discurso único mediático, se hace evidente que, en la estela de la llamada primavera árabe se ha desencadenado una caza desenfrenada al petróleo y al gas. En especial a este último, pues suministra el expediente energético del cual existen mayores reservas para sustentar el crecimiento en el presente siglo. No debería sorprendernos entonces el final de Gaddafi y el virtual desmembramiento de Libia, el acoso a Irán y sobre todo la agresión a Siria hoy en curso (esta última disimulada por un estrépito derecho-humanoide que aturde el entendimiento). Ocurre que Siria (y Líbano e Israel) se encuentra no sólo ubicada en una estratégica encrucijada en el medio oriente, sino que está asentada sobre una gigantesca reserva de gas y, a partir de acuerdos propulsados en 2011 por Teherán con Damasco y con Bagdad, está a punto de convertirse en un lugar de almacenamiento y paso del gas persa, el componente energético más vital para el presente y el inmediato futuro. Se abre así un nuevo espacio geográfico, estratégico y energético comprendiendo a Irán, Irak, Siria y Líbano. No hay que complicarse demasiado el cerebro para comprender cuáles son los factores que motorizan a los rebeldes anti Assad, a los mercenarios que los encuadran y a los fanáticos de Al Qaeda que -como lo hicieran el 11/S en Nueva York, más tarde en Irak y después en Libia- siguen jugando como robots o como peleles trágicos las cartas que les suministra el imperialismo.
Conviene tener presente estas grandes líneas cada vez que se ingresa a un examen más circunstanciado de los hechos puntuales que recorren a la actualidad.
Notas
1) Zbigniew Brzezinski: El gran tablero mundial, Paidós 2001, pág. 48.
2) Reseau Voltaire del 3 de mayo.