¿Es el primer ministro británico tan tonto como lo parece al denunciar el “colonialismo” argentino respecto de las islas Malvinas? Más allá del cinismo que suele distinguir a los planteos imperiales, ¿el premier británico no tiene el pudor que debería sentir conociendo como conoce los antecedentes de su país en torno de estos temas? ¿Acaso Inglaterra no ha sido la más formidable de las potencias coloniales? Y ¿no fue la colonización kelper del archipiélago malvinero el resultado de la expulsión de la población criolla que lo habitaba en el momento en que Gran Bretaña se adueño de las islas en el siglo XIX?
A primera vista parecería que sí, que David Cameron es un tonto o un ignorante. En especial si tomamos en cuenta los orígenes del diferendo austral y la presencia de un enclave militar hostil y potencialmente nuclear en el espacio iberoamericano, denunciada no sólo por nuestro país sino por el conjunto de los países del MERCOSUR. Afirmar que el gobierno inglés se apresta a reforzar la defensa de las islas frente a la posibilidad de una eventual agresión argentina es asimismo un disparate desvergonzado, en especial habida cuenta de la debilidad e indefensión relativas en que se encuentran nuestras fuerzas armadas. El canciller argentino Héctor Timerman dio una adecuada respuesta a lo afirmado por David Cameron cuando remitió los dichos de este al no-lenguaje forjado por George Orwell en su novela 1984: en las condiciones de un mundo controlado por “El Gran Hermano”, las palabras de los portavoces del sistema dominante significan exactamente lo contrario de lo que dicen…
Empero, nada es casual en los cálculos del Foreign Office. Las declaraciones de Cameron son en realidad una reacción a la toma de posición regional respecto de la necesidad de plantear las negociaciones en torno del archipiélago y la prohibición del acceso a puertos suramericanos de barcos portando la bandera de conveniencia de las “Falklands”. Descubrir que, poco a poco, la región austral del hemisferio americano está soltándose de los lazos de dependencia y sumisión diplomática que hasta aquí la habían ligado a las potencias anglosajonas, irrita a los sectores más reaccionarios del establishment inglés, añorantes de las buenas épocas en que su voz era ley en el Cono Sur. Quizá piensen que hacer un poco de batifondo y simular indignación puede servir para fogonear la animadversión hacia los gobiernos populares de parte de los factores de poder sistémico que existen en nuestros países, siempre enfeudados a Londres y a Washington. Si vemos los titulares de los órganos de prensa monopólicos en Argentina no podemos dejar de percibir una suerte de subliminal –o no tan subliminal- aprobación de la actitud británica. Como siempre, para esos medios la opinión de las grandes potencias representa la realidad, mientras que todas las expresiones de una realpolitik fundada en el nacionalismo popular de estas tierras, están afligidas por la demagogia, la jactancia y el sin sentido.
Ahora bien, todo, en la actitud británica, suministra la sensación de que les encantaría remedar, de forma al menos superficial, el escenario de 1982, cuando, aprovechando la incapacidad de la Junta Militar argentina para medir las relaciones de fuerza internacionales, tendieron una cama a esta para buscar el estallido del conflicto del Atlántico Sur. Ocasión que no sólo les sirvió para reverdecer laureles y para brindar un soporte popular al ruinoso gobierno de Margaret Thatcher, sino también para proyectar su mano sobre las riquezas petrolíferas del subsuelo marítimo y para alargar su sombra hacia el continente antártico y su Hinterland, sobre el cual ahora pretenden ejercer unos derechos que no les corresponden. A menos, por supuesto, que se entiendan los tales derechos como los que competen a las potencias rectoras del Espectro de Plena Dominación Global ( Full Spectrum Dominance) , el diseño engendrado por los think tank del Departamento de Estado y del Pentágono para configurar el mundo a su gusto y placer a lo largo de este siglo.
La tensión en torno de Malvinas, sin embargo, es un subproducto de la etapa actual de ese proyecto. Es una forma sentar presencia y de disponer de una carta para excitar el jingoísmo interno y tal vez para posponer una solución negociada del diferendo, respecto a la cual ya se oyen voces en las islas británicas induciendo a contemplar, para Malvinas, una salida parecida a la que se arribó con China respecto a Hong Kong.
Insensateces
En cambio, el proyecto de dominación global, por insensato que resulte, está en pleno proceso en el Medio Oriente, donde cada día se precisan más las amenazas contra Irán. Allí, por increíble que parezca, está diseñándose una operación dirigida a destruir a ese país, operación a la que se envuelve hipócritamente en un velo de mentiras, tal como lo fueron las operaciones contra Irak y Libia. Estados Unidos está llevando adelante una ofensiva económica, psicológica y política contra Teherán, mientras acumula fuerzas militares en la región y profundiza una campaña de sabotajes y asesinatos selectivos, dirigida a privar a los iraníes de sus científicos de punta y a espantar a los que restan. Peón insustituible para estos menesteres es Israel, que además podrá servir de chivo expiatorio en el caso de que la turbulencia desatada por un conflicto haga aconsejable frenar la marcha. El delirio de grandeza de la dirigencia israelí y su presuntuosa creencia de que es el factor que motoriza los acontecimientos y lleva a remolque a Washington, le impide caer en la cuenta de que toma sus propios deseos por realidades.
El complejo militar, industrial y financiero que es el poder concreto en el Imperio está usando la simbiótica relación con Tel Aviv para:
1º) En la línea de las provocaciones bien probadas en el pasado con los casos del acorazado Maine, Pearl Harbor y el Golfo de Tonkín, montar un casus belli a partir de que un ataque israelí provoque una respuesta iraní contra ese tradicional aliado, con eventuales bajas norteamericanas entre los miles de soldados que la Unión se apresta a desplegar en el territorio de Israel con el pretexto de las grandes maniobras militares a realizarse en los próximos meses;
2º) Respaldándose en las poco firmes exhortaciones que la Casa Blanca está formulando a Netanyahu y sus adláteres por estos días, en el sentido de no lanzar un ataque en solitario contra Irán, escabullir el bulto en el caso de que Rusia o China, o ambas a la vez, decidan comprometerse militarmente para restituir el estatus quo en el Golfo Pérsico. Pero las eventualidades en este segundo caso son imposibles de ponderar. Si los misiles rusos entran en juego el escenario que se plantearía escaparía a cualquier expectativa previsible.
Lo concreto, hoy en día, es que Estados Unidos está buscando el conflicto. De lo contrario emitiría una advertencia pública y muy seria a Israel en el sentido de que se abstenga de cualquier ataque y no realizaría las maniobras conjuntas planificadas justo para los meses en los que la tensión alcanzará su pico máximo. Ni dispondría el despliegue de las fuerzas de tareas que están presentes en este momento en el Golfo Pérsico o sus inmediaciones. Todo indica que, más allá de lo que pueda pasar con esa vacía caja de resonancias en que se ha transformado la ONU, Washington no va a encontrar sino a seguidores dóciles en la Unión Europea si decide atacar.
Conviene señalar que el tema monetario -más allá de las oscilaciones del euro, con las que Estados Unidos tendría mucho que ver y que están poniendo en tela de juicio la subsistencia de la UE-, es un factor determinante en la agresividad norteamericana respecto a Irán. Si las transacciones empiezan a efectuarse no en petrodólares sino en monedas alternativas como el yuan, como desearía hacerlo Irán en razón del bloqueo de sus cuentas en la divisa norteamericana en muchos países del mundo, vacila todo el andamiaje que sostiene la supremacía norteamericana. Esto eriza al sistema. Estados Unidos, el país más endeudado del mundo, vive de prestado, lo que no le impide erigirse en el fiscal de la conducta económica de los otros Estados. Si el dólar pierde la preeminencia de que goza en la actualidad como instrumento de cambio global, caduca la capacidad de atraer fondos frescos a la plaza neoyorkina, se hunde la aptitud de la Reserva Federal para imprimir dólares destinados a paliar la crisis y las decenas de miles de millones de millones de deuda quebrarían con su peso toda la articulación financiera occidental. Es para escapar a este destino que Washington presiona con factores militares y políticos a fin de obtener una globalización que garantice sus privilegios. Para esto tiene que controlar las reservas energéticas mundiales, expandir sus bases y anular en forma progresiva a sus enemigos. O a los países que haya decidido elegir como tales.
Es una carrera hacia el abismo, pero en la medida en que esa marcha no se vea contrarrestada por una voluntad de poder equivalente, las probabilidades de que la misma nos precipite al vacío de un choque monumental que aniquile la civilización o nos sujete a una servidumbre inacabable, seguirán aumentando.
Al círculo del poder de la élite dirigente norteamericana esta perspectiva no parece preocuparle. Cuenta, tal vez, con que la habitual discreción de China y la necesidad de seguir atendiendo a su gigantesco desarrollo interno impidan a esta involucrarse en un conflicto. Y con que Rusia, quizá, no se decida a arriesgar su precaria situación interna precipitándose en una escalada de tensiones que pueden llevarla quién sabe adónde.
Una filtración
En este panorama connotado por la tensión acaba de ingresar, sin embargo, un elemento sorpresa, que redobla la ambigüedad de los acontecimientos en curso. El New York Times acaba de “filtrar” la noticia de que el presidente Barack Obama habría dirigido una carta al gobierno de Teherán. Tres copias de la carta habrían sido entregadas. Una al embajador iraní en las Naciones Unidas, otra al embajador suizo en Irán y una tercera a Jalal Talabani, el político kurdo que es el actual presidente de Irak.
En la carta de Obama figuraría un requerimiento para comenzar negociaciones, basadas en el interés mutuo, con miras a terminar con la hostilidad entre Estados Unidos e Irán. Como prenda de este compromiso el presidente aseguraría que las maniobras conjuntas previstas con Israel serían “canceladas” o “postergadas”.
¿Demasiado bello para ser verdad? Imposible saberlo. El carácter deliberado que suelen tener estas “filtraciones” puede señalar tanto que las mismas son juegos de espejos para camuflar los propósitos agresivos del gobierno, como la existencia dentro de este de bolsones de opinión disidentes respecto a la línea dominante en el Pentágono, los órganos de inteligencia o el Departamento de Estado. Puede tratarse también de otra manifestación del clásico juego del bastón y la zanahoria, que consiste en presionar al máximo a un adversario para aflojar súbitamente la tensión y conseguir así concesiones inesperadas en el clima de alivio que sigue a ese momento.
Pero lo único real y concreto, por ahora, es que los portaaviones de primera clase Abraham Lincoln y Carl Vinson se han situado a distancia de ataque respecto a Irán. En las próximas semanas o meses se develará la incógnita, si antes no sucede algo que precipite las cosas más allá del punto de no retorno en Oriente Medio.