La conflictividad del presente resiste cualquier análisis simplista. Ni la lucha por la democracia y los derechos humanos, ni el fundamentalismo de derecha o izquierda bastan para echar una mirada abarcadora al panorama que nos rodea. Esos datos están muy presentes, desde luego, pero hoy por hoy el factor predominante que orienta los asuntos mundiales parece ser la política de poder entendida en su más cruda forma y en su triple manifestación: política, militar y económica. Esto no descarta –al contrario, confirma- a la lucha de clases y a la vinculación cada vez más estrecha entre el poder financiero, el complejo militar-industrial y la clase política dedicada a trasvasar sus intereses al campo de las prácticas cotidianas.
Tomemos por ejemplo el caso de la reducción del presupuesto militar de Estados Unidos, anunciada por el presidente Obama el 5 de enero. Ese país, embarcado en dos guerras onerosas y lejanas durante una década y metido en aprietos fiscales y económicos a una escala desconocida en muchos años, reorientará –según el mandatario- su estrategia global mirando al Pacífico. Al mismo tiempo, sin embargo, proyecta reducir su gasto militar en unos 300.000 millones de dólares a lo largo de diez años. Habida cuenta de que el actual es de 750.000 millones y de que el quite se producirá en forma gradual y a lo largo de una década, no hay que presumir que las coordenadas fundamentales de la política exterior norteamericana –que se confunden en gran medida con las de su política de “defensa”- vayan a cambiar mucho en los próximos tiempos. El presidente estadounidense tuvo mucho cuidado en enfatizar que lo que él llama la capacidad disuasoria de su país permanecerá intacta y que su presupuesto militar será en cualquier caso superior al de la suma de las diez naciones que lo siguen en ese rubro. Y León Panetta, el secretario de Defensa, insistió en que en cualquier caso Estados Unidos conservaría su capacidad para manejar dos conflictos a la vez. (1)
Ya el énfasis puesto en la prioridad que se le dará al escenario Asia-Pacífico está demostrando que las hipótesis de conflicto conservan en primer lugar al contrincante chino. Ahora bien, en torno de esta presunción, sólo cabe suponer que el activismo militar estadounidense seguirá presente en el arco regional que rodea a la potencia asiática y que la batalla por el control del Medio Oriente seguirá tan activa como hasta ahora, sólo que tratando de modernizar y diversificar las opciones para obtener lo que se busca a un costo económico más reducido. Por de pronto se están reforzando los lazos militares con Japón, Filipinas y Australia, donde por primera vez desde la segunda guerra mundial se abre una base –en Port Darwin- con una dotación que el año próximo llegaría 2.500 marines. Las giras de Obama y de la Secretaria de Estado Hillary Clinton por esa enorme región están concebidas para demostrar la atención preferente que Washington ha decidido otorgar a ese escenario.
En busca del dominio absoluto
La “guerra infinita” de George Bush junior contra el terror enmascaró a la Doctrina de la Dominación del Espectro Completo (Full Spectrum Dominance), como expediente para instalar la globalización neoliberal. Este objetivo no ha sido renunciado, aunque el resurgimiento ruso, el crecimiento exponencial de China, las complicaciones de la región Af-Pak y la presencia de Irán como potencia secundaria en el Medio Oriente hayan complicado extraordinariamente la tarea. La demostración de que ese objetivo sigue vigente es la reversión de las ansias de cambio expresadas por la “primavera árabe”, en un movimiento dirigido a demonizar, desestabilizar, destruir y balcanizar a los países que escapan al diktat occidental y donde la remoción de sus gobiernos autoritarios puede contribuir al cerco del enemigo primario en el sector, que es Irán.
Practicando un juego de desinformación que no tiene paralelo en la historia, la cobertura mediática ha mentido y tergiversado a una escala monumental a propósito de Libia y Siria, sin dejar por un momento de agitar el espectro del hipotético armamento nuclear de Irán. Más allá de que, después de todo, un país como este, asediado por casi todas sus fronteras, demonizado día tras día por la prensa, amenazado con el embargo económico y hasta por la perspectiva de un ataque nuclear “táctico” contra su territorio, tiene todo el derecho a preservar su integridad dotándose de un instrumento de retaliación que funcione como poder disuasorio, más allá de este argumento, decimos, nada hay demostrado en cuanto a la capacidad atómica de Irán. Y considerando los engaños consumados por Estados Unidos para justificar casi todas sus guerras (en especial el incidente del Golfo de Tonkín y la fábula de la existencia de armas de destrucción masiva en manos de Saddam Hussein) la verdad es que existen todos los motivos para presumir que se trata de un pretexto para operar la remoción de un obstáculo mayor para el predominio estadounidense en el área del Medio Oriente y el Asia central.
El estrecho de Ormuz
Lo problemático de este eventual ejercicio de fuerza está dado por la naturaleza del enemigo, su capacidad de hacer daño, incluso sin contar con recursos nucleares, y por su situación geográfica. Irán, en efecto, tiene 80 millones de habitantes –diez veces de los que tenía Irak- unas fuerzas armadas grandes, probadas en combate y dotadas de la suficiente tecnología como para desviar un drone estadounidense (avión espía no tripulado) y hacerlo aterrizar con suavidad en su territorio. A ello se añade la posibilidad de infligir un daño crítico al comercio mundial de petróleo, cerrando el estrecho de Ormuz y atacando las instalaciones petroleras de Arabia Saudita y de los emiratos situados al otro lado del Golfo Pérsico. La penetración a ese espacio marítimo por la flota norteamericana sería de un riesgo intolerable para esta, pues se encontraría en una suerte de mar interior, con relativamente poco espacio para actuar y brindando blancos concentrados que podrían sufrir mucho las contramedidas iraníes. La Quinta Flota norteamericana debería operar por lo tanto desde el Océano Índico, lo que no la situaría a la distancia ideal para llevar a cabo sus ataques. A falta de una decisión de llevar adelante una ofensiva masiva con armas nucleares –que plantearía problemas de carácter no sólo ético sino estratégico en razón de las repercusiones internacionales que provocaría- una guerra contra Irán supone por lo tanto un riesgo muy grande para correrlo sin una meditada evaluación previa.
Esos obstáculos desvelan al Pentágono, que se inclinaría de momento a contornear el problema, postergando la solución militar hasta que al menos las vías de la provisión del petróleo existentes en la actualidad pudiesen ser sustituidas hasta cierto punto por otras que fuesen menos vulnerables. Como los oleoductos proyectados y deberían partir partirían de Basora en Irak y de Bahrein en Arabia Saudita, hasta puertos sobre el Mar Rojo y el Océano Índico. Más precisamente hasta Yanbu Al Baher, en el reino saudí, y Mukallah, Muscat y Fujariah, en el sultanato de Omán. Otra pipeline uniría a Bahrein con el puerto de Trípoli, en el Líbano.(2)
Pero la alternativa bélica está siempre presente y se transformará en acto en un momento u otro, pues destruir a Irán, provisto de armas nucleares o no, es una necesidad para el diseño de un Medio Oriente que sirva a Estados Unidos en su confrontación imperialista con Rusia y China. Esta y otras configuraciones geopolíticas de naturaleza parecida, son de momento el factor dinámico de la inestabilidad mundial. Dinamismo sostenido, por supuesto, por la crisis de la economía global, por la necesidad de ejercer un control cada vez más grande sobre las poblaciones y gobiernos que se resisten a dejarse manejar y por el aprovechamiento de los shocks sucesivos que generan estas crisis a fin de concentrar cada vez más el capital. Se podrá decir que esta conducta es suicida, pero el capitalismo nunca se ha distinguido por poseer una esencia ponderada: el sistema tiende siempre a maximizar el beneficio, caiga quien caiga; en la medida en que los resortes de su poder se ejercen desde el anonimato y de forma casi automática, puede prescindir de los escrúpulos de que adolecen los seres humanos comunes y corrientes. Sólo la existencia de un peligro social, con riesgo de una conmoción interna incontrolable, o la presencia de un enemigo exterior capacitado para destruirlo, puede inducirlo a revisar un poco sus procedimientos y a descomprimir la situación. Pero no bien parece superado el riesgo los engranajes se reaniman por sí solos y la danza infernal del ajuste y del reajuste recupera todo su brío. Esto es lo que sucedió después de que el New Deal agotó sus posibilidades con el Estado de Bienestar y tras la caída de la Unión Soviética, que eliminó a un contrincante global portador (así fuera por inercia) de un modelo social diferente al capitalista. A partir de allí se desencadenó una arremetida connotada por las agresión militar, el intervencionismo sin límites y el rediseño de las fronteras, mientras se abolían los conatos de resistencia civil, se derribaban parámetros legales con la excusa de la lucha contra el terrorismo y se banalizaba en forma definitiva el papel de las Naciones Unidas. Todo esto en el marco de un discurso mediático omnipresente, repartido por todo el planeta y controlado por unas pocas corporaciones y servicios de inteligencia.
Una broma pesada
Provocan risa, entonces, las proposiciones que se suelen hacer en torno de volver a un “capitalismo con rostro humano”. Este tipo de afirmaciones bienintencionadas pasan por la ignorancia de la naturaleza profunda del sistema que nos gobierna y de la forma en que, sintiéndose amenazado por una transformación pacífica de las estructuras sociales (el Estado de Bienestar), procedió a precipitar política y militarmente una serie de sucesos que ayudaron a reforzar la concentración plutocrática de la economía. Iniciado en los años 60 del siglo pasado y precipitado en los 70, ese proceso se ha fincado cada vez más en las operaciones de inteligencia, de sabotaje económico y de mistificación informativa, hasta el punto de que el poder autoritario de las agencias como la CIA ha llegado a un nivel incontrolable para las fuerzas que en teoría deberían orientarlas y que, por el contrario, se han convertido o se están convirtiendo en dóciles ejecutores de sus políticas.
El grueso de la información mediática internacional pasa por estos días por la situación en Siria y por el batifondo mediático respecto de Irán y su presunto armamento nuclear. En Siria los insurrectos infiltrados desde Turquía y formados por comandos británicos siguen causando múltiples daños y generando incidentes que multiplican las víctimas, incluso y tal vez sobre todo entre las fuerzas de seguridad y la población civil. En Irán este miércoles se registró el asesinato de otro científico nuclear de punta, Mustafá Ahmadi Roshad, el cuarto eliminado en dos años. Se trata de operaciones preparadas con el propósito de demorar el programa nuclear iraní. Tras estos asesinatos selectivos están las manos del Mosad y de la CIA, como de alguna manera lo demuestran las declaraciones de los altos responsables israelíes. Mientras en Estados Unidos las autoridades y las fuentes confiables manejan la hipocresía y afirman que no tienen nada que ver con esos hechos, los altos mandos israelíes practican una franqueza colindante con el cinismo. “No sé quién tenía cuentas pendientes con el científico iraní, pero definitivamente no estoy derramando lágrimas por él”, dijo el portavoz del ejército israelí Yoav Mordejai, en su página de Facebook. Y el ex jefe de los espías del Mosad, Meir Dagan, expresó en una reciente entrevista televisiva, que “los asesinatos a la luz del día de técnicos atómicos agotan las reservas iraníes de expertos nucleares”. Otra fuente israelí manifestó que los asesinatos también provocan pánico en los expertos que siguen con vida, generando un fenómeno que los veteranos del Mosad califican como “deserción virtual”. (3)
Si esto no es terrorismo, el terrorismo, ¿dónde está?
El panorama que se tiende a lo largo del 2012 es cualquier cosa menos esperanzador. América latina podrá tal vez escapar de la crisis por la serie de razones que hemos venido exponiendo en otros artículos, pero sólo preparándose podrá sobrenadar las oleadas que se avecinan.
Notas
1 - Este es un punto opinable: habría que determinar de qué tipo de conflicto se trata. Un par de guerras menores (como Irak o Afganistán) posiblemente pudieran ser asumidas simultáneamente, pero una conflagración mayor, digamos al estilo de las de Corea o Vietnam, difícilmente podría ser sobrellevada sin recurrir a expedientes como una movilización que implicase el restablecimiento de la conscripción, medida impopular si las hay. En cuanto a una guerra contra una potencia de un poder igual o parecido a USA plantearía una dimensión desconocida porque, después de 1945, EE. UU no tuvo que enfrentarse a ningún enemigo que fuese capaz de competir con él a un nivel equiparable de sofisticación tecnológica.
2- Global Research: The geopolitcs of the Strait of Hormuz, por M. D. Nazemroaya, 11.01.2012.
3 - Ámbito Financiero, jueves 12 de enero de 2012: “Precedentes ponen al Mosad en el centro de las sospechas”.