nota completa

20
SEP
2011

Un país en transición

El 20 de diciembre de 2001: la explosión.
El 20 de diciembre de 2001: la explosión.
Un repaso a la Argentina reciente. Entrevista publicada en número de agosto de Hoy la Universidad, la revista de la Universidad Nacional de Córdoba.

1) Del “que se vayan todos” y el “voto bronca” de 2001, que representaba el desencanto de los argentinos con cierta clase de representación política, al masivo funeral de Néstor Kirchner; de una desconfianza total en la capacidad del político para hacerse cargo de los asuntos públicos, hacia una confianza extendida en un gobierno que, sin embargo, ha surgido del juego político en sus términos tradicionales.... ¿Qué pasó entre esos aparentes extremos?

Creo que es difícil contestar esta pregunta si nos limitamos a la experiencia de esta década y no nos remitimos al medio siglo anterior de la historia argentina.

El famoso “que se vayan todos”, fue expresivo de un hartazgo generalizado ante el estruendoso fracaso de la experiencia neoliberal. Fracaso, entiéndase bien, para nosotros exclusivamente, pues, a nivel global, al nivel de los centros de poder y de los doctores de la Escuela de Chicago que lo habían propugnado, el experimento había tenido pleno éxito. El país fue devastado por una política desindustrializadora y vaciadora del Estado que alcanzó su cénit en la década de los ’90, bajo el menemato, pero que en realidad venía practicándose desde 1955, con algunas breves y tímidas contramarchas como la tipificada por el frondizismo y, sobre todo, por la incipiente reversión de las tornas de fines de los 60 y principios de los 70. Esta última se encontraba potenciada por un vasto movimiento de masas. El ascenso popular fue impresionante, pero no llegó a cuajar por el estado de desorden en que se había sumido la Argentina como resultado de la guerrilla, la contraguerrilla y la “guerra sucia”, que abonaron el terreno para el golpe devastador de marzo de 1976.

Las brutalidades de1955-56 y la proscripción del movimiento mayoritario por 18 largos años habían generado esta dialéctica violenta. Cuando la situación se hizo insostenible el sistema se vio obligado a destrabar el cerrojo, en 1973, pero al hacerlo abrió la caja de Pandora. La muerte de Perón, el único que podría haber controlado la deriva catastrófica en que se estaba sumiendo el país, fue el factor –previsible, por otra parte, dada la edad y los achaques del jefe- que quebró en agraz esa oleada popular que intentaba revertir el rumbo antinacional que había tomado la Argentina a partir de la contrarrevolución de 1955. Desde ese momento, sin ese personaje sintetizador que resumía y resolvía en sí mismo las contradicciones del movimiento nacional, se precipitó el caos, que franqueó la puerta al golpe militar. Las responsabilidades por este desastre están bien repartidas, aunque muchos no quieran hacerse cargo de ellas. Las divisiones del peronismo, la tesitura siniestra del entorno más próximo al viejo general, y la irresponsabilidad y el voluntarismo egotista de los dirigentes de las organizaciones armadas, que no percibían ni de lejos la complejidad de la realidad social argentina, confluyeron para que los personeros del sistema financiero y oligárquico que había controlado al país en connivencia con el imperialismo anglosajón, volvieran a aposentarse en el gobierno, trámite una casta militar que había sido depurada, a nivel de los altos mandos, de sus antiguos componentes nacionales.

Aprovechando el desorden y el temor que la situación de anarquía producía en la generalidad de las gentes, la dictadura procedió a realizar los parámetros más feroces de la represión según la Escuela de las Américas y los manuales antiguerrilla franceses. El shock psicológico aturdidor que esas prácticas produjeron, desarmaron por muchísimo tiempo a las veleidades de resistencia popular tanto en el plano político como en el económico. Una generación militante fue diezmada y la población en general fue amedrentada. El golpe final estuvo dado por la guerra de Malvinas, un emprendimiento nacional respaldado con generosidad por pueblo, pero minado por una conducción contradictoria e inepta, que calculó mal la coyuntura internacional y se avergonzó de su fracaso, en vez de convertirlo en una bandera para reformular la sociedad en torno de una afirmación de voluntad nacional, popular y antiimperialista.

La Argentina que se asomó al retorno de la democracia, entonces, fue una Argentina vencida. Interna y externamente. Tras una tímida intentona de Alfonsín en sus primeros meses de gobierno en el sentido de hacer “la pata ancha” en la cuestión de la deuda externa que gravaba fraudulentamente al país, los radicales volvieron a ponerse en caja. Ni siquiera esto bastó a los dueños del establishment, que le dieron un golpe financiero y lo forzaron a renunciar antes de terminar su mandato. Lo que vino después fue el acabóse: la puesta en práctica de los postulados de la “doctrina del shock” tal como los enunciara Naomi Klein. Carlos Saúl Menem zafó del golpe de mercado como el propinado a Alfonsín entregándose con armas y bagajes al enemigo y practicando justamente lo contrario de lo que había proclamado en su plataforma programática. Desguazó al Estado, malvendió o rifó las empresas nacionales, desarticuló con la práctica del “uno a uno” lo que quedaba del aparato industrial, precipitando el desempleo y generando un genocidio social silente que arrojó a la periferia de la sociedad a millones de argentinos. Mientras tanto se operaba una superconcentración de la riqueza, una hinchazón descomunal del sistema financiero y una proliferación de negocios ilícitos que tuvo su secuela tenebrosa de homicidios y “suicidios” nunca aclarados en forma debida. La apatía generada por los golpes recibidos durante la dictadura y el lavado de cerebro practicado por los medios monopólicos es lo único que puede explicar que en 1995 Menem haya sido reelegido, tras un espurio arreglo con los radicales: el pacto de Olivos.

Cuando la descomposición del sistema menemista se hizo intolerable llegó la Alianza. Pero, al igual que en ocasiones anteriores, los principios y los ejecutores de la política económica eran los mismos, y los procedimientos para ponerla en práctica igual de corrompidos. El pueblo estaba condenado a elegir entre dos opciones paralelas. Cavallo había sido presidente del Banco Central durante el gobierno de la junta militar y como tal había estatizado la deuda externa privada, había sido el gran ejecutor de la política de Menem y también era el ministro de Economía de De la Rúa.

La cobardía frente a la necesidad de salir del callejón sin salida y la incapacidad de formular una alternativa igualaba a toda la clase política, con las excepciones personales de rigor. Pero a todo esto habían pasado 25 años del inicio de la dictadura. Los traumas de la represión estaban atemperados por el tiempo y relativizados por el horror económico vigente. Frente al naufragio que, tras nuevas medidas de ajuste y la última ocurrencia del genial Cavallo expropiando los ahorros de la clase media con su famoso “corralito”, después de haber consentido la fuga de miles de millones de dólares de los fondos buitres, el país estalló. La frase “¡Qué se vayan todos!” expresaba el hartazgo del pueblo. El gobierno radical se hundió en un absoluto desprestigio y su jefe fugó en helicóptero después de una tentativa de represión tan torpe como asesina.

Ahora bien, la naturaleza aborrece el vacío. Bueno está despotricar contra la inutilidad y la corrupción de la clase política, pero si no se dispone de una variante asimismo política que sea capaz de encarar con propuestas provistas de certidumbre los problemas que vienen de arrastre, las viejas figuras o las viejas estructuras partidarias volverán a ganar el poder. En el caso argentino, esto no ha llegado a ocurrir gracias a que el retorno de los viejos partidos ha estado significado por el discurso innovador del kirchnerismo, limitaciones a un lado. Sus dos cabezas principales, Néstor y Cristina, no estuvieron ausentes de las vivencias del pasado. Cuando eran jóvenes, pertenecieron –lateralmente y en un plano de político y no militar- a la tesitura insurgente de los años 70. Aunque moderados por el contacto con la realidad y por los necesarios acomodamientos a ella, conservaron mucho de los viejos motivos ideológicos y también, por supuesto, mucho del dolor y un soterrado espíritu de desquite por las indignidades cometidas contra sus compañeros de camada caídos a manos de la dictadura.

En lo esencial, sin embargo, no hicieron de esto último el motor de su lucha. Supieron interpretar el viento del cambio que recorre a América latina después de la orgía neoliberal. Han tomado algunas iniciativas movilizadoras –la reversión de una política exterior signada por las “relaciones carnales” con Estados Unidos, una aproximación a América latina, la política de derechos humanos, el fomento del empleo en la estela de una coyuntura económica mundial que favorece a nuestras exportaciones y deja un superávit para estimular el consumo y la producción; la reducción de la sangría de la deuda externa, la nacionalización de las AFJP y la Ley de Medios- que son muy importantes y que están ayudando a sectores importantes de la sociedad a reconectarse con una realidad nacional que ya no es abominable.

2) Existe una opinión generalizada con relación a que estamos viviendo un momento de fuerte involucramiento de los jóvenes en la acción política, en sus más diversas formas. ¿Acuerda con este análisis? Si es así, ¿qué características le atribuye a este proceso? ¿Qué diferencias tiene con otros momentos en que, en la historia argentina más reciente, los jóvenes se involucraron en política?

No sé si el compromiso es tan fuerte, pero es indudable que existe. Digamos que los jóvenes vuelven a comprometerse hoy, pero que están menos tensos que en épocas pasadas. Por fortuna, diría yo. El anterior episodio de compromiso juvenil fue el de los ’70, en un clima donde confluían influencias diversas: de la revolución cubana al mayo francés; de una rebelión filial contra el gorilismo paterno en los sectores medios, al descubrimiento del revisionismo histórico que otorgaba un sentido a un pasado congelado o banalizado por una historia oficial, que escamoteaba sus datos fundamentales. La época recogía también la bronca que surgía de la experiencia tenebrosa de la contrarrevolución del 55 y de la proscripción del partido mayoritario, más la cerrazón y la grisalla cultural del período de la dictadura de Onganía. La mezquindad intelectual del régimen de este general era francamente insoportable para una generación joven que provenía de una acrecida clase media. El régimen no la proveía ni de ilusiones ni de sólidas perspectivas laborales y, en el clima turbulento y en cierto sentido anárquico que provenía de la rebelión generacional que se expandía por Europa y las Américas, los jóvenes argentinos sentían una impaciencia que fructificaría en un romanticismo insurgente con distintas gradaciones. De la liberación sexual al compromiso político más o menos sentido, y de este, en algunos casos, a una asunción más arriesgada del mismo, el curso de las cosas empujó a que esa floración temprana de la inquietud política chocase contra una realidad que la agostaría o la decapitaría de manera feroz a partir de mediados de la década del 70.

Hoy se vive en otra dimensión. La realidad se ha modificado mucho. Ha caído el comunismo. La tecnología ha abierto enormes horizontes, pero también se ha convertido en el vehículo de una banalización en la visión del mundo. Las convicciones radicales han cedido el paso a una consideración más pragmática de la realidad. También el trabajo deletéreo de los medios masivos de comunicación y la pérdida de rigor o el deterioro en la práctica educativa han redundado en una anemia del conocimiento. El discurso único del mercado ha hecho estragos, pero evidencia sus límites de manera estridente. Con este entorno la participación juvenil vuelve a aflorar. No aparece como crispada en absoluto. Al contrario, lo que se ha podido palpar en exteriorizaciones masivas como las del Bicentenario o en los funerales de Néstor Kirchner, ha sido una tesitura afirmativa, positiva, que rechaza el pesimismo destilado por la prensa hegemónica y tiende a simpatizar con un tipo de comportamiento distendido y natural como el que era propio del ex presidente, a la vez que se reconoce en una visión de la historia que, como la exteriorizada por el actual gobierno, apunta a integrar a las figuras y los hechos que la historia oficial había soslayado o negado. Esta actitud se vincula también con lo que parece ser un humor juvenil generalizado en países como España, donde el reflujo neoliberal está provocando una toma de conciencia que está en las antípodas del conformismo vigente hasta hace poco tiempo.

3) Los festejos del Bicentenario y el masivo funeral de Néstor Kirchner fueron dos hechos que de alguna manera irrumpieron del subsuelo de la escena político – cultural argentina, a contrapelo incluso de las opiniones y el clima difundido por esos días por los grandes medios de comunicación. ¿Que incidencia considera que tuvo el cuestionamiento al lugar que ocupan los medios masivos en la sociedad argentina en la revalorización de la experiencia kirchnerista por parte de amplios sectores sociales?

Este es un tema capital, aunque no puede disociárselo de lo que dijimos antes respecto de la gradual superación del trauma supuesto por las experiencias de la dictadura y el tsunami neoliberal. La batalla por la libertad de comunicación es parte de la batalla por la cultura y la identidad nacional. El cuestionamiento a los medios monopólicos es un punto esencial para ganar la batalla por la configuración de una conciencia política que atienda a la perspectiva del país y no a la de sus sectores privilegiados, entongados con el patronazgo imperial. El sistema oligárquico conoce la importancia del tema y ha reaccionado con el odio que era previsible ante una Ley de Medios que debería abrir el campo comunicacional a una verdadera competencia. Yo no soy un fanático de 6, 7, 8, pero sigo con cierta regularidad ese programa porque ha sido el primero en romper la intangibilidad en que hipócritamente se envolvía la profesión periodística. 6, 7, 8 ha puesto sobre el tapete los mecanismos que mueven las formas de presentar la noticia, y ha desnudado las contradicciones en que incurren muchos periodistas, atrapados entre su deber de informar honestamente y la opresión del medio en que trabajan. Opresión que puede ser muy llevadera, si el periodista en cuestión se adecua y se aplica a la obtención de las prebendas de que puede disfrutar un comunicador que hace suya una línea editorial que por supuesto no es una expresión independiente, sino la que importa al conjunto de intereses (empresariales o de cualquier orden) que el medio refleja.

Ya lo dijo Arturo Jauretche: no se trata de la libertad de prensa sino de la libertad de empresa. En este punto queda poco espacio para la libertad de expresión del periodista, que debería ser la que realmente contase. La única forma de salir de esta encerrona es a través de la multiplicación de los medios, que proveería de refugio a las corrientes alternativas del pensamiento, y de su acceso más o menos igualitario a los insumos y las ondas que son necesarios para ganar la calle o salir al aire. La Ley de Medios estaría en vías de resolver este problema; habrá que ver qué pasa con su suerte judicial, aunque yo tiendo a pensar que será buena.

Por lo tanto creo que papel del cuestionamiento practicado por el kirchnerismo respecto de los medios monopólicos, ha sido muy importante para la revalorización del gobierno por amplios sectores sociales, a despecho del revés que sufriera en las elecciones del 28 de junio de 2009.

4) ¿Usted considera que la denominada “batalla cultural” es un fenómeno circunscrito al mundo intelectual o es un debate de mayores proporciones? ¿Que consecuencias políticas y culturales cree que tiene?

Entiendo que es parte de un combate de todos los días y que involucra a la opinión pública en general. Naturalmente los sectores intelectuales considerados en un amplio espectro deben tener una parte preponderante en este debate, pero este no puede ser una cuestión de capilla. Es decir, no es un asunto a ventilar sólo en mesas redondas académicas o en el Congreso, sino también en las hojas de los cotidianos, en los medios masivos de telecomunicación, en las células políticas y en los colegios y universidades, así como en esas nuevas mesas discusión que proponen las redes sociales por Internet.

Las consecuencias de esta Kulturkampf estarán siempre asociadas a las políticas concretas que deben acompañarla. El combate no se va a dar en abstracto, tiene que librarse en el marco de una campaña que proponga el debate de nuestro pasado con nombres propios y responsabilidades puntuales, y articularse con la oferta de programas de acción que sostengan –o se opongan- a una serie de medidas prácticas encaminadas a cambiar el país. La discusión del pasado lejano, mediato y próximo será esencial, pues ahí están los referentes necesarios para comprender el presente; pero no menos decisivo será el planteamiento de programas dirigidos a preparar el futuro. Por ejemplo, asegurar el control fiscal de las exportaciones, la deducción de parte de las ganancias financieras, la definición de los programas educativos, incluidos los de los institutos militares; las políticas de defensa atendiendo a la coyuntura regional y mundial; la definitiva implantación de una reforma fiscal progresiva; la decisión de potenciar la tecnología y la definición del perfil industrial y agroindustrial, con la subsecuente diagramación de las redes de comunicaciones carreteras, ferroviarias, navieras y aéreas que el país requiere y que estarán marcadas por la inserción cada vez más profunda en el Mercosur y en el conglomerado latinoamericano. Y debe ser parte de esa batalla cultural también el tema del papel del Estado no sólo como promotor sino como contralor e incluso gestor directo de muchos de estos desarrollos, pues nuestra burguesía empresarial de nacional no tiene gran cosa y prefiere invertir sus ganancias en ladrillos o fugarlas al exterior antes que aplicarlas a inversiones en el país que impliquen el más mínimo riesgo.

5) ¿Qué se puso en juego en términos políticos culturales en 2008, durante el conflicto con las patronales agropecuarias?
Precisamente ese conflicto ejemplifica lo que estamos diciendo. Aunque se dio a un nivel primario y sin el esclarecimiento histórico que debería haberlo acompañado, en él se enfrentaron las dos concepciones de país que han trabajado sordamente a la Argentina a lo largo de su desarrollo. El esquema agropecuario exportador ha sido siempre el caballito de batalla del país inmóvil y de la oligarquía parasitaria. Se trató de aprovechar la facilidad que daba una tierra ubérrima y lo profuso de las pariciones para apropiarse de grandes masas de capital que derrochaban en inversiones suntuarias o se giraban al exterior. Este modelo era suficiente para el país del primer Centenario (que socialmente era bastante injusto, pero al que la mitología reaccionaria ha idealizado), pero no podía suponer base alguna para sustentar un desarrollo. El peronismo fue el primer fenómeno que insurgió contra esta composición de lugar y procuró elevar a la Argentina al nivel de una nación moderna, a través de la industrialización y de las políticas de inclusión social que generaban un mercado interno. Eso provocó una auténtica histeria en el grupo hasta entonces dominante, acompañado en ella por una clase media de origen esencialmente inmigratorio, formada en los cánones de la historia oficial y proclive a rechazar a lo que para ella eran los advenedizos morochos que invadían las ciudades atraídos por las nuevas oportunidades de empleo y que eran, en realidad, los habitantes originales del país, los herederos de las montoneras y del paisanaje desposeído en el siglo XIX. Los montoneros de 1820 ataban sus caballos en las verjas de la Pirámide de Mayo; los obreros de 1945 se “lavaban las patas” en la fuente de la misma plaza.

En el 2008 se dio una reedición recocida de este guiso. Mechada por supuesto por algunos elementos nuevos, como fue el desplazamiento de la pequeña burguesía agraria hacia el espacio ocupado por la Sociedad Rural y las transnacionales de granos. Sensibilísimos ante cualquier recorte de sus más que copiosas ganancias, la Rural y la Federación Agraria prácticamente paralizaron al país con una serie de medidas de bloqueo que implicaban desabastecimiento y una especie de sitio a las ciudades, mientras que la pequeña burguesía urbana, en especial la porteña, anteponía su antipatía de piel hacia la Presidente y los sectores bajos, a sus propios intereses. Todo el espectáculo fue deplorable, desde la disgregación del partido peronista en torno al tema, a la culminación de este en la farsa protagonizada por el vicepresidente Cobos traicionando su mandato y volcando la votación del Senado en contra del gobierno al que pertenecía y debía lealtad. En otra época, este clima de subversión institucional y de aparatosa campaña mediática contra las autoridades hubiera culminado en un golpe militar. Esto ya no era posible, pues incluso si el ejército hubiera dispuesto de los efectivos necesarios para hacerse cargo del país, hubiese sido muy difícil inducirlo otra vez a pisar el palito.

La batalla por la 125 fue mal planteada por el gobierno, incapaz de dividir al frente agrario, pero la derrota por suerte no lo indujo, como esperaban los desestabilizadores, a pactar con el enemigo, sino que lo alentó a profundizar sus políticas y a tomar medidas drásticas y de corte estratégico que venían postergándose. Tales como la nacionalización de las AFJP, que supuso el primer gran paso en la reversión de la monstruosa política de transferencia de activos del Estado al sector privado llevada adelante durante la administración de Menem. La Ley de Medios, que vino después, también puso el dedo en la llaga al atacar el monopolio en los medios de comunicación audiovisuales, durante muchos años instrumento de la deformación, desinformación y degradación de la cultura de masas. De “la organización de la ignorancia”, en una palabra, que hace tan pesada la tarea de llevar adelante cualquier empresa liberadora pues sus temas fundamentales son chino para muchísima gente.

6) Córdoba siempre fue una provincia muy refractaria a los gobiernos nacionales encabezados por Néstor y Cristina Kirchner ¿Cuales cree que son las razones de esta distancia? ¿Que rol juega el sistema de medios local en la construcción de un relato que le dé sustento a esa posición?

No tengo una respuesta clara a la primera parte de esta pregunta, puesto que no hago política y no estoy informado de las internas. Presumo que se trata de un problema de estructuras partidarias y del peso electoral que reviste la burguesía de la “pampa gringa” del sur de la provincia, muy enojada con el kirchnerismo por el tema de las retenciones a la soja, en ocasión de la frustrada ley 125. En este sentido me parece que el problema no difiere mucho de lo que pasa en Santa Fe y en partes de la provincia de Buenos Aires.

En cuanto a los medios, está en primer lugar, en el plano gráfico, La Voz del Interior, diario de una larga e importante trayectoria, pero sumado al cartel de Clarín en años recientes y, en consecuencia, desprovisto de aquella relativa autonomía crítica de que dispusiera en su época “histórica”, autonomía que lo hacía exponente de cierto liberalismo provinciano de raigambre radical. Este le brindaba un perfil diferente al de la gran prensa de Buenos Aires, vinculada más estrechamente al establishment oligárquico, aunque siempre ubicándose La Voz en la vereda de enfrente del peronismo, el movimiento que hacia 1945 tomara el relevo del radicalismo como expresión del sentir de las masas. La vinculación actual con el gran monopolio de Papel Prensa creo que explica el “relato”, como dicen ustedes, que La Voz suministra de la actualidad política. Pero los relatos no agotan la realidad, y las dificultades del kirchnerismo en Córdoba no se deben por cierto a la hostilidad de la prensa sino a las dificultades intrínsecas de ese movimiento en nuestra provincia y que nacen, como dije, de la problemática relación del kirchnerismo con las viejas estructuras partidarias. O, si se quiere, a la inversa: de la inadecuación de estas a ese fenómeno en evolución que es el kirchnerismo.

Hoy Día Córdoba ofrece una opción diferente y más entroncada a un sentir local, aunque no puede competir con el peso de la tradición que tiene La Voz ni por supuesto con el peso económico de esta.

Lo más interesante producido en estos tiempos, en el campo de los medios, es la resurrección de los Servicios de Radio y Televisión (SRT) de la Universidad Nacional de Córdoba. A pesar del golpe representado por el inexplicable atraco de que fue víctima precisamente en vísperas de poner al aire su canal de noticias de 24 horas, da la sensación de empezar a responder a una necesidad sentida y a calzarse el traje que le cuadra en tanto emisora universitaria. Durante demasiados años la Universidad se despreocupó del formidable instrumento de comunicación en que podía devenir esa plataforma. Ahora parece en camino de enmendar ese error y asimismo es importante que la Nación esté respaldando ese programa. La Ley de Medios es un instrumento que, manejado con arreglo a un sentir de veras democrático, puede instalar esa pluralidad de voces que la Argentina necesita para debatir sus problemas de fondo, relegando a un segundo plano esa tontería farandulera y ese show exhibicionista de disputas superficiales y personalismos hinchados de su propia importancia en que se ha transformado el debate político en Argentina.

Nota leída 15085 veces

comentarios