Se hunden los mercados, pero ello no disuade en lo más mínimo, a las fuerzas que pretenden conquistar y retener la hegemonía mundial, respecto de continuar con sus políticas de ajuste económico, ni de su irreprimible escalada militar hacia el Medio Oriente y el Asia Central. Siria, que se encuentra desde hace meses sometida a una presión que no cesa, acaba de ser intimada por el presidente de Estados Unidos y por la Unión Europea. La exhortación a Bashir Al Assad para que se vaya de una vez por todas tiene el carácter de un ultimátum. Barack Obama limitó la importación de petróleo de ese país, bloqueó sus inversiones y congeló sus bienes. “Es el momento de que el pueblo sirio decida su propio destino”, pontificó el Premio Nobel de la Guerra (perdón, de la Paz), sin preocuparse por la contradicción evidente que constituye pedirle a un pueblo que decida su propio destino mientras se monta contra él otra de las “guerras humanitarias” con las que el Occidente “civilizado” repite, adecuándola a los tiempos que corren, la expansión colonialista del siglo XIX.
Como en el caso de Libia, en Siria no se trata del mayor o menor despotismo del caudillo local contra el que se apuntan los cañones. De lo que va la cosa es de sacarse de encima a un poder que no se acomoda a los requerimientos de las potencias rectoras y que rige sobre reservas estratégicas codiciadas o dispone de cartas geopolíticas que lo hacen influyente en áreas en las cuales el poder hegemónico entiende inmiscuirse.
Todos estos procesos se llevan adelante desde el primer mundo con una soberbia y una franqueza despampanantes, sólo explicable por el vaciamiento de las izquierdas europeas (la izquierda en Estados Unidos nunca ha existido como tendencia de masas) y su reducción al rol de reproductoras simiescas de las políticas del estado neoliberal. La responsable de Política Exterior de la Unión Europea, Catherine Ashton, afirmó en un comunicado que la UE “toma nota de la pérdida total de legitimidad de Bashir al Assad a los ojos del pueblo sirio y de la necesidad de que renuncie a su cargo”.
“Toma nota”, ¡qué arrogancia de maestra ciruela! Y lo hace desde el confort de un despacho, mientras en Siria la confusión crece y las bombas de la Otan caen sobre Libia, otro país donde un pueblo es asesinado por sus “protectores” occidentales, decididos a convertir a ese escenario en la cabeza de playa de la influencia occidental en África.
Una campaña de prensa incesante y martillante que fragua gran parte de la información que pasa sin basarla en datos fidedignos, apoyándola en videos provistos de imágenes confusas, contradictorias e intercambiables, define los disturbios en Siria como lucha popular por la liberación, pero sin ponerla de manera alguna en relación con el proyecto del rediseño del medio oriente que Estados Unidos viene planificando y ejecutando desde mediados de la década de 1990.
El proyecto apunta al control directo de las reservas energéticas y al apoderamiento del área geográfica mesoriental y centroasiática, como expediente maestro para asegurar la hegemonía global de la Tríada (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) construyendo asimismo un reaseguro contra Rusia y sobre todo contra China, seguro competidor en la lucha por la primacía económica durante el siglo XXI.
Para complementar este cuadro, sin embargo, existen varios obstáculos. Uno de ellos es Irán, donde está en curso un crecimiento que puede convertir a ese país en un factor determinante en la zona. Otro es Pakistán, donde el fundamentalismo islámico tiene predicamento y el Estado dispone de armamento nuclear. Ambas naciones, sin embargo, ostentan puntos flacos que pueden ser útiles para contribuir a demolerlas. En el caso iraní es la existencia de una minoría kurda y sobre todo la desconfianza con que los países de la región lo suelen ver en razón de su carácter no-árabe y al radicalismo de su confesión shiíta. En el caso paquistaní la brecha que se puede ampliar es la existencia de un contencioso inacabable con la India por la cuestión de Cachemira.
Atacar directamente estos países puede ser peligroso. Un envite contra Pakistán, usando a la India como punta de lanza, casi con seguridad acarrearía un involucramiento de China a favor del primero. Lanzarse de cabeza contra Irán puede provocar un compromiso militar frente al cual empalidecerían los que se afrontan en Irak o Afganistán.
Como hemos visto, sin embargo, la peligrosidad no parece en principio retener a los profetas del “destino manifiesto” de Occidente. El asalto a Libia, urdido con pretextos humanitarios, estaría en tren de reproducirse ahora en el caso de Siria. ¿Qué aceleró esta escalada? Y, en el caso sirio, ¿adónde apunta en realidad?
La “primavera árabe”, originalmente un impulso democratizador de las masas tunecinas y egipcias en lucha con sus gobiernos títeres de Estados Unidos y ejecutores del más drástico neoliberalismo, fue contrabatida por Occidente en primer término con un repliegue táctico frente esas masas, concediéndoles la cabezas de los mandatarios egipcio y tunecino. Esto no bastaba para garantizar nada, sin embargo; siempre es factible que un movimiento popular siga en progresión y termine imponiendo cambios que no son precisamente los que Occidente necesita. Por lo tanto de inmediato los organismos de inteligencia y la Otan pusieron en acción una serie de contramedidas que aprovechaban la turbulencia imperante y van en la dirección del gran diseño de los años ’90 que empezó a cobrar vigencia, veinte años atrás, con la primera guerra del Golfo.
Se han fogoneado -con asistencia política, bélica y de inteligencia-, las tendencias centrífugas que existen en Libia y Siria por diferencias tribales o confesionales. Estados Unidos, Turquía, Israel y Arabia Saudita se encuentran detrás de esos movimientos, movimientos cuyo desarrollo se busca estimular con el concurso del salafismo, tendencia radical del islamismo que pretende rescatar el “Islam puro de los antepasados”. En la actualidad el salafismo se vincula al wahabismo, de cuño también reaccionario pero convertido en un arma doctrinaria de la monarquía asentada en Ryad.
La manipulación de esta tendencia tanto por los sauditas como por los servicios de inteligencia occidentales ha estado en la base de un terrorismo fundamentalista polivalente, que inspiró a Al Qaeda tanto en la cruzada antisoviética en Afganistán como en los atentados del 11/S, que sirvieron de detonante para el despliegue de la planificación dirigida a controlar en forma directa las fuentes de energía y los nudos geoestratégicos del globo.
Una progresión constante
Estados Unidos invadió a Afganistán y luego a Irak y desde este se amenazó a Irán, para volver luego a enfatizar la guerra en Afganistán y a fogonear un conflicto secesionista en Libia. Esta dinámica se ha extendido a Siria. Una intervención extranjera allí alcanzaría probablemente al Líbano, integraría a estos tres teatros de guerra y enderezaría la marcha hacia una lucha generalizada en el medio oriente y el Asia central, involucrando a una región que va, desde el norte de África y el Mediterráneo, hasta Afganistán y Pakistán. Es más que probable que entonces Irán sería atraído al vórtice. Este tipo de especulaciones puede sonar exagerado o apocalíptico incluso, pero la realidad demuestra que los virajes melodramáticos son el pan de cada día en la historia contemporánea.
Rusia está muy concernida por este tipo de puesta en escena. El enviado ruso a la Otan, Dimitri Rogozin, anunció que la organización atlántica está preparando una campaña contra Siria para ayudar al derrocamiento de Al Assad, y que esta no podría significar otra cosa que la implantación de una cabeza de puente contra Teherán. “Es la conclusión lógica que cabe sacar de las operaciones militares y de propaganda montada por los países del oeste contra el norte de África”, dijo. Aunque la capacidad defensiva siria contra la Otan no puede medirse ni remotamente con la potencia ofensiva de esta –incluyendo Israel-, hay una base naval rusa en Tartus. La ubicación del país lo torna en un punto de extrema sensibilidad: Siria limita con Jordania, Israel, Líbano, Turquía e Irak, y representa asimismo un baluarte defensivo-ofensivo para Rusia en la zona.
La razón debería hacer indeseable e improbable que las potencias de occidente tocasen ese punto tan delicado, abriendo las puertas a conmociones y desarrollos imposibles de pronosticar; pero la razón objetiva tiene poco que ver con el capitalismo. Y si no, veamos los mecanismos que desencadenaron las dos guerras mundiales, las crisis cíclicas que lo han aquejado, incluida la catástrofe de 1929; y el naufragio del Estado de Bienestar causado por la voracidad insaciable del capital concentrado, que encuentra su razón de ser sólo en la maximización incesante del beneficio.
En el momento de escribir estas líneas en Libia los rebeldes han ingresado a Trípoli, último reducto Muammar Gaddafi. Su suerte parece estar echada. Cualquiera sea su destino personal –captura, asesinato, exilio o comparecencia ante un tribunal- la caída del líder libio, último de los representantes de la generación histórica que creció con el nasserismo, reforzará la ecuación neoimperialista en curso. Nada bueno puede esperarse de esto, pero que el capitalismo sea incapaz de frenar su propia dinámica no significa tampoco que tenga el porvenir asegurado. Más bien al contrario.