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13
JUL
2011

Claves de una derrota

El aplastante triunfo de Macri no es ningún enigma. Es la consecuencia de un precipitado histórico propio de Buenos Aires y de cierta ineficiencia oficialista para plantear sus propias razones.

Nadie esperaba un triunfo de Daniel Filmus en la Capital Federal. Pero tampoco se aguardaba su derrota por guarismos tan altos. Las expresiones de satisfacción del candidato del Frente para la Victoria por la mejoría en el voto y por el segundo lugar alcanzado no pueden disimular el revés. El cual no sería tan grave si no fuera porque el candidato que lo derrotó, Mauricio Macri, es la expresión más deletérea de esa mezcla de frivolidad, señoritismo bien y pavotería, engarzada al núcleo más duro de la doctrina neoliberal, que usa tales atributos  para lubricar y descerebrar al electorado. El establishment sale, si no reforzado, al menos confortado con la victoria de “Mauricio”.

¿A quién o a qué cabe responsabilizar por este fiasco? ¿A la arrogancia porteña, asociada a la vieja tradición unitaria, que hizo de la Capital un bastión siempre difícil de conquistar para los movimientos populares? Pero en ese caso –como en el de la anterior elección- fue el conjunto de los barrios porteños los que favorecieron a Macri, más allá de su carácter de clase alta, media alta, baja o proletaria. ¿Fueron los eventuales errores de Cristina Fernández, privilegiando a La Cámpora en las listas por encima de otros sectores y personajes de mayor arraigo? ¿Fue un pase de factura de la CGT por su postergación en las listas de candidatos y en sus aspiraciones programáticas, preanunciados por el puntapié retórico que la Presidente le propinó en el acto en José C. Paz en mayo pasado? En la nota El discurso, que publicamos en esta columna el 18 de ese mes, poníamos en guardia acerca de los peligros que supondría enajenarse la buena voluntad de un movimiento obrero que ha sido siempre el contrafuerte del peronismo y sin el cual no hay construcción nacional posible.

Pero dejemos de lado las hipótesis y pensemos un poco en lo que se viene. El balotaje en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) va a ser asumido por el FPV. No va a ganar, seguramente, pero dar una batalla dura y frontal tal vez pueda disipar un poco el regusto a ceniza que ha dejado esta elección. Pero si se va a batallar, como se debe; y a perder, casi seguramente, que el combate no sea inútil y sobre todo que sirva para aclarar un discurso que durante demasiado tiempo ha sido elusivo respecto de las grandes definiciones estratégicas que el país necesita para orientar su curso.

Jorge Asís, expresión suma del cinismo inteligente, en sus ironías contra el kirchnerismo suele referirse al Modelo proclamado por la Presidente como el “Modelo Imaginario”. No le falta razón. Si bien el kirchnerismo ha hecho mucho, tiene demasiadas asignaciones pendientes todavía. Ha logrado grandes cosas en el campo de la alineación internacional del país y ha tocado bastiones del sistema como lo eran las AFJP y los monopolios de prensa; ha recuperado para el Estado una palanca de la economía como es la conducción del Banco Central, ha potenciado la investigación tecnológica y ha recuperado Aerolíneas, pero las batallas principales están aun por darse. “Profundizar el modelo”, como se enuncia, está muy bien, pero hay que saber qué se entiende por dicha profundización, adónde apunta esta y cuáles serán sus objetivos. Es decir, cuál es el Modelo, en definitiva, en cuya persecución vamos. Sin un plan estratégico de desarrollo similar a los planes quinquenales del primer peronismo y sin una enunciación de las medidas concretas que se piensan adoptar para abolir los sedimentos del desempleo y suplantar el asistencialismo por la productividad, no se va a ir muy lejos y el frente neoliberal partidocrático puede ponerse en condiciones de aspirar nuevamente al poder en el 2015. La nacionalización del comercio exterior, la reforma de la ley de entidades financieras, la estatización de los recursos energéticos, el diseño de un plan de inversiones productivas dirigido a los sectores pesados de la industria; la puesta en condición de las Fuerzas Armadas para defender nuestras amenazadas reservas ictícolas y energéticas en alta mar, así como los reservorios acuíferos de la región; la definición y puesta en marcha de los trazados ferroviarios y viales que son esenciales para la inserción del país en el Mercosur, son propuestas fundamentales que no terminan no sólo de diseñarse sino incluso de proclamarse. Los recursos económicos para esta proyección programática están en parte; sólo que hay que resolverse a tocarlos procediendo a asumir las medidas que se reseñan en el párrafo anterior. Y los inversores externos que concurran a este tipo de desarrollo no faltan, como lo demuestran los actuales contactos entre el gobierno argentino con India y China, las economías emergentes más poderosas del globo.

La respuesta a este tipo de planteo es -viniendo del campo oficialista, claro, pues en el campo de la ortodoxia económica asociada al imperialismo semejantes ocurrencias son herejías que merecen la hoguera-, la respuesta a este tipo de planteo, repito, es siempre la misma: “la correlación de fuerzas no lo permite”. ¿Es tan así? Como expresa Gustavo Cangiano, el rasgo de toda fuerza política con pretensiones más o menos revolucionarias “es que pretende alterar la realidad con el objeto de modificarla, y no adaptarse pasivamente a ella”. En algún momento, de alguna manera, hay que romper lanzas en procura de lo que se quiere lograr. Y el primer paso para hacerlo es ser explícito respecto de aquello que se desea. La gradación de los pasos en procura de tal objetivo estará determinada por las resistencias que se encuentren, pero la transparencia de las metas permitirá siempre encontrar las vías o los atajos que están a mano para alcanzarlas.

Este problema sobrevuela toda la cuestión nacional argentina. En el caso de Buenos Aires (la Capital Federal), la cuestión se agudiza por aquello que mencionamos al principio y que resulta del carácter histórico de su particularismo, abrevado en los viejos privilegios del Puerto y de la Aduana, privilegios que durante 70 años de guerras civiles impidieron la organización del país. El resabio de esa lucha impregna todavía nuestro tiempo de las maneras más impensadas, hasta el punto de que ahora el estatus de Ciudad Autónoma de Buenos Aires (el Artificio Autónomo de Buenos Aires, como dice Asís), y su Policía Metropolitana, evocan y pueden leerse como una emulación caricatural de los tiempos en que el gobernador Carlos Tejedor creaba sus rifleros para enfrentarse al ejército de línea y declaraba al gobierno federal “huésped” de Buenos Aires.

Estas apagadas recordaciones no son más que eso, sin embargo: reminiscencias semiconscientes. Buenos Aires quedó cercado por un cinturón proletario de orígen provinciano y latinoamericano, y absorbida en el cuerpo de la Nación a través del trabajo de los años. Esto es irreversible. Con todo, conserva un particularismo que la hace un poco impronosticable a la hora de votar. No es un mal atributo, en la medida en que es expresivo de un temperamento independiente, pero suele estar influido por esa frivolidad que es fruto de un lavado de cerebro que en la CABA cala más hondo que en otras partes del país en razón de un temperamento autorreferencial que deviene de su propia historia.

El triunfo de una nulidad como Macri en Buenos Aires es expresivo de esta compilación de factores. No es una razón para bajar los brazos, sino, por el contrario, para tratar de clarificar las raíces de ese revés fogoneando el debate de la historia y corrigiendo los eventuales desajustes del oficialismo, a veces también demasiado atraído por el juego de su propia dialéctica interna.

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