…Pero ello no es sino parte de un desorden mundial que crece día a día y ante el cual nadie está seguro.
Hay dos formas de escapar de la realidad que nos propone el mundo contemporáneo y, por lo tanto, de equivocar el camino que corresponde tomar para asumirlo. Una es verlo como un escenario sombrío, irrevocablemente prometido a la catástrofe; y otra es no atribuir mayor importancia a sus altibajos, aduciendo que todo se supera, que el capitalismo siempre ha sido capaz de reformarse a sí mismo y que, en última instancia, Latinoamérica en general y Argentina en particular están demasiado distantes de las áreas críticas y disponen de sobrados recursos para mantenerse alejadas de las grandes conmociones que están produciéndose ahora y de las iguales o peores que pueden acontecer en el futuro.
La primera conclusión induce muy fácilmente al fatalismo y, consecuentemente, al derrotismo. La segunda predispone a una frivolidad que también redunda en derrotismo cuando el shock de los acontecimientos inesperados nos sumerge y nos paraliza más allá de cualquier posibilidad de reacción.
Tener conciencia de lo que pasa y de las tendencias que están presentes en el mundo de hoy es la mejor manera de preservarse del temor y de ponerse en condiciones para enfrentar a un escenario que, si para algunos privilegiados o semiprivilegiados no es apocalíptico como los alarmistas claman, para otros que padecen en carne propia el castigo, tiene elementos de sobra para serlo.
El momento actual está caracterizado por el intento de los oligopolios financieros, industriales, de servicios y de la comunicación en el sentido de imponer su orden en el mundo entero. Lo hacen porque la crisis de la economía sistémica no da para más. La exigencia de acopiar ganancias desmedidas de parte de los núcleos capitalistas más concentrados no puede satisfacerse ya con la base productiva existente sin romper el esquema capitalista y orientarlo a una distribución social de las ganancias. Pero esto es impensable o más bien inaceptable para los dueños del sistema, que se rehúsan a esa solución y apelan a la financierización creciente. El reciclamiento del excedente en forma de especulación y no de inversión productiva, lleva a la creación de las denominadas burbujas que estallan periódicamente. El volumen de las transacciones financieras, informa Samir Amin, “es del orden de los dos mil trillones de dólares, cuando la base productiva, el PIB mundial, es sólo de unos 44 trillones de dólares”(1). Este desnivel fabuloso asfixia la economía real, “produce una estagnación relativa de la producción y la regresión de los ingresos de los trabajadores; el aumento del desempleo, el elevamiento de la precariedad laboral y el empeoramiento de la pobreza en los países del Sur”(2).
En este encuadre las sociedades desarrolladas requieren más imperiosamente que nunca el acceso a los recursos naturales del planeta para mantener en pie su sistema de consumo-despilfarro. La población de los países ricos acapara para sí el 85 por ciento de los recursos del globo, siendo que representa tan sólo el 15 por ciento de la población mundial. Se trata de una situación insostenible en el tiempo, si no es con la fuerza y la imposición de un neocoloniaje que han de sufrir los países más débiles y provistos de sociedades menos estructuradas. Pero también con medidas de ajuste que impactan en las sociedades del primer mundo más lábiles, como lo está demostrando el caso de Grecia y la reacción en cadena que se esboza en España, Portugal o Irlanda.
El primer campo en el que se ejerce la agresión sistémica es el de la manipulación informativa. Hay una ofensiva global para distraer al público de los reales factores que fomentan la crisis. Y hay también una machacona insistencia en torno de temas puntuales de carácter sensacional –terrorismo, narcotráfico, aluviones inmigratorios- para inducir al pánico y a la indignación moral a los sectores de la opinión pública que más susceptibles son a la evaluación de los datos de una realidad distorsionada por la información que se teje en torno de ella. El muelle de este sistema de desinformación es el doble rasero con que se miden los acontecimientos que se narran. La deformación noticiosa afecta a todo el mundo y tiene un éxito notable, en tanto distrae, engaña o simplemente atonta e induce a la atonía del público.
El manipuleo informativo arranca con el discurso único en torno de los patrones que gobiernan la economía mundial. Por décadas Latinoamérica ha debido soportar la prédica unívoca y martillante acerca de los beneficios del neoliberalismo que ha de acarrear con la desregulación, la privatización y el eventual “derrame” de riquezas que luego se distribuirán por el cuerpo social. De hecho a tales resultados no se los ha visto por ningún lado, y el saldo general de esa política inclemente ha llevado a que varios países diesen un portazo a ese tipo de regimentación. No sin pasar por revueltas populares primero y por una reorganización económica que, aunque está lejos de haber sido completada, al menos se funda en parámetros propios, que desoyen los consejos imperativos de los organismos de crédito mundiales. Pero la prédica sigue vigente y hoy es el día en que Grecia y España están experimentando los dolores que provoca la aplicación sin anestesia de esas mismas recetas que atormentaron a los latinoamericanos.
La guerra como opción sistémica
La tortura que emana de la aplicación de tales conceptos no es por supuesto privativa de la economía, sino que se hace extensiva al ámbito diplomático y militar, cuando hace falta. Y la desinformación acompaña a estos desarrollos como la sombra al cuerpo. En este momento hasta periódicos que se dicen progresistas sustentan una línea editorial que presenta la guerra en Libia como parte de una lucha popular para deshacerse de un dictador inhumano. Otro tanto ocurre con Siria. Y cuando la manipulación noticiosa no alcanza o se producen movimientos como el de la “primavera árabe”, que insinúa un acceso a la democracia efectiva en países sometidos a dictaduras súbditas de Occidente, se desencadena la intervención armada o se procura boicotear la revuelta popular con el expediente de consentir que cambie algo para que nada cambie.
Mientras se acusa a Gaddafi de actos inhumanos contra su pueblo y llueven sobre él las condenas y las bombas de los gobiernos de los países “libres” (que en otro tiempo se autodefinían como “civilizados” en contraposición a los “bárbaros” a los concurrían a beneficiar) y se describe al régimen sirio como una dictadura inhumana, la misma situación, visualizada desde otra perspectiva, nos enseña un escenario distinto. Distinguimos entonces, en Libia, una fractura tribal antes que social, y un conflicto caracterizado por una intromisión externa en los asuntos internos de un país que posee un recurso estratégico de primer orden, el petróleo de alta calidad.
En el caso sirio se grita contra la bestialidad represiva del régimen pero no se aportan pruebas sólidas de los delitos que estaría cometiendo contra el pueblo, como no sean algunos videos confusos; y se pone en sordina la matanza producida en estos días, por obra del ejército israelí, de decenas de manifestantes palestinos que intentaban cruzar el borde fronterizo para reivindicar su derecho al retorno al hogar del que fueron expulsados tras la Guerra de los Seis Días.
Por otra parte no se pone de relieve que, cualquiera que sea la calidad humana o inhumana de Gaddafi o de Bashir el Assad, la verdad es que, en las condiciones en que les toca vivir a sus países, esos dos gobernantes dieron pasos importantes a favor de su modernización de esas sociedades. Sus defectos pueden ser muchos, pero de lo que no cabe duda es que son el producto genuino de procesos gestados en el interior de sus países, y no el fruto de una ingerencia externa. Pero el viejo principio de la “no intervención”, sostenido de forma adamantina por la diplomacia de nuestro país en los tiempos de Yrigoyen y Perón, parecería estar quedando de lado en el concierto internacional. Es la hora del Tribunal de La Haya y de la policía universal ejercida por las grandes potencias apoyándose en la doctrina de los derechos humanos. Doctrina que, curiosamente es puesta en práctica contra los países que no se adecuan a los parámetros marcados por la globalización económica impuesta por occidente, mientras que esos principios son letra muerta en los múltiples casos en que es el occidente "civilizado” el que vulnera el derecho de gentes. La mayor potencia de todas, Estados Unidos, ni siquiera reconoce la autoridad de la Corte Internacional y actúa a priori contra los regímenes a los que califica como “estados delincuentes”, pero con una regularidad sorprendente el Tribunal decide a posteriori llevar a estos a juicio. De hecho, el Tribunal no hace sino seguir los pasos que se le marcan desde los máximos organismos del poder.
Ahora bien, no se puede analizar la realidad en base a lo que sucede de un día para el otro. Esa necesario más bien reconocer las tendencias que operan en el día a día y fijar los episodios que se suceden con arreglo a esas líneas de fuerza. Solo de esta manera se puede superar el barullo informativo que satura la mente y los oídos del público. Saltan así a la vista las inconsecuencias y los disparates que se echan a rodar como si tal cosa. Por ejemplo, el fiscal Luis Moreno Ocampo (nuestro fiscal adjunto en el juicio a las Juntas, ahora propulsado por ese distinguido servicio al cargo de procurador del máximo tribunal internacional) usa con gran desenvoltura rumores difusos para preparar el cuerpo de la acusación contra Muammar el Gaddafi. Estudia basarse, por ejemplo, entre otras cosas, en una información que sostiene que el dictador libio habría hecho distribuir grandes cantidades de pastillas de viagra entre sus soldados para estimular en estos el deseo sexual y predisponerlos a violar a las mujeres de los rebeldes…
¿Hay que prestar atención a este grotesco argumento? No porque no hayan podido existir violaciones –son un hecho frecuente aunque no siempre practicado en igual escala en todas las guerras-, sino porque hay que imaginarse a Gaddafi o a alguno de los suyos urdiendo ese febricitante plan y complicándose un poco más la logística para enviar algunos camiones al frente con cajas de la pastillita azul. A la que vaya uno a saber cuándo ingieren unos guerreros que, antes de proceder a las violaciones, se supone tienen que ocuparse de cosas más peliagudas, como lo es batirse contra el enemigo. Asunto cuya solución insumirá (a los sobrevivientes) un tiempo en el cual la maravillosa droga debería haber perdido su efecto…
Más atención que a estas estupideces habría que prestarle al diseño criminal de una vasta estrategia dirigida a derribar gobiernos que se consideran molestos para la consecución de los planes de dominio, y el sentido que tienen los movimientos diplomáticos y militares que apuntan a diseñar estrategias de contención o confrontación con potencias que pueden neutralizar el proyecto hegemónico. Por ejemplo, ¿cuál es el sentido último que tiene la política de Estados Unidos en el sentido de generar tensiones con Pakistán? El asesinato de un presunto Osama Bin Laden, en las circunstancias en que se produjo el operativo, revistió los contornos de una provocación e incide en una estrategia de la tensión que involucra cada vez más a Estados Unidos como fautor de un enfrentamiento entre India y Pakistán. En ese lugar del continente asiático y en su inmediata vecindad se acumulan las masas poblacionales más imponentes del globo. China y la India suman casi la mitad de la población mundial y son potencias con un elevado y cada vez más rápido proceso de desarrollo industrial y tecnológico, capaz tal vez de igualar o superar al de Occidente en unas décadas. Geográficamente, China y su vecina Rusia representan el auténtico Heartland, el bloque continental que conforma la región cardial significada por Halford Mackinder como llave para dominar el mundo.
Wall Street y el Pentágono tienen muy claro lo que esto significa. En una nota reciente –Los Balcanes del siglo XXI- hacíamos hincapié en la aproximación entre China y Pakistán y la garantía dada por China a su vecino de comprometer toda su ayuda para el caso en que fuese atacado o afectado en su integridad territorial. Hace rato que Washington especula en el tablero del Asia central con una inversión de alianzas que suplante al antiguo socio paquistaní por el socio indio. Antes del derrumbe de la URSS la cosa era distinta, pues se visualizaba aun a la Unión Soviética como el principal enemigo estratégico y en consecuencia se apostaba a China para que sirviera de contrapeso al poder de esta, mientras que la India, siempre enredada en un contencioso fronterizo con China y Pakistán, prefería recostarse sobre la Unión Soviética para balancear las relaciones de fuerza. Hoy, China se erige en el enemigo potencial -objetivamente determinado en ese carácter por el crecimiento arrollador de su fuerza productiva y económica-, de la pretensión occidental acaudillada por Estados Unidos en el sentido de imponer un orden global subordinado a los intereses de su oligarquía dominante. Por lo tanto la tendencia a neutralizarlo o eventualmente suprimirlo se convierte en una coordenada “fatal” que orientará al planeamiento geoestratégico de la superpotencia imperial.
En la cuerda floja
¿Cómo puede sobrevivir el sistema capitalista en su etapa actual? Si no se reforma (cosa que no va a hacer a menos que se vea amenazado por una disgregación manifiesta en el seno de sus áreas metropolitanas, como ocurrió en 1929 en Estados Unidos) no va a dar marcha atrás por ningún motivo. Incluso entonces, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt implementó las políticas keynesianas que permitieron paliar la crisis, fue sólo la guerra mundial, precipitada por la debacle financiera que motorizó al nazismo, lo que en definitiva permitió una reorganización provisoria del mundo sobre bases económicas un poco más racionales. Pero, ¡a qué costo! ¡Y por cuan poco tiempo! El Estado de Bienestar que fue su consecuencia duró apenas 30 años, y fue sucedido por el capitalismo salvaje cuyas consecuencias estamos viviendo. Si las cosas siguen la tendencia actual, el diseño del Pentágono, que apunta a enfrentar a la India con la China, podrá verse reforzado, lo cual promete cualquier cosa menos tranquilidad en el futuro próximo, pues su objetivo último no puede ser otro que la destrucción mutua de esas dos grandes potencias emergentes. Rusia, ya cercada por las bases de misiles norteamericanos en el linde de sus fronteras, amenazada en el Cáucaso y en el Mar Negro, y bloqueada por la Otan en Europa y en el Asia central, no tendría entonces más remedio que capitular ante Washington.
Sí, ya se sabe, estas son especulaciones. Pero son especulaciones que están contempladas en los diseños operacionales de la alianza atlántica, y los movimientos previos que podrían llevar a su cumplimiento se encuentran en marcha en el Medio Oriente y en Afganistán y Pakistán…
Nadie ignora, en las sedes situadas más alto, sean políticas o castrenses, la naturaleza potencialmente explosiva de las tendencias imperantes en el mundo. Tanto es así que en Suramérica –la región del planeta más preservada en este momento del torbellino global- desde 2009 está funcionando el "Consejo de Defensa Sudamericano" y que este acaba de ser reforzado con la propuesta creación en Buenos Aires de un "Colegio Sudamericano de Defensa", en directa competencia con el "Instituto de Defensa del Hemisferio Occidental para la Cooperación en la Seguridad",(3) largo título que enmascara la perpetuación de la Escuela de las Américas, de triste memoria, enfeudada a la orientación que marca Estados Unidos.
Brasil y Argentina son los propulsores de la iniciativa, que suscitó sorpresa en Washington, pero que es significativa del grado de conciencia que los medios militares de nuestros países están alcanzando en lo referido a la orientación de los contenciosos internacionales y a la necesidad de programar una estrategia regional que consolide la protección de los recursos naturales atendiendo a las necesidades propias y no a los requerimientos de las potencias dominantes. Es apenas un principio, convengamos en ello, pues si bien Brasil está impulsando políticas de defensa que ponen mucha atención en el equipamiento y la preparación de sus fuerzas armadas, en Argentina todavía se padecen, en los niveles de decisión gubernamental, las rémoras de un pasado que no termina de cerrarse. Como consecuencia de esto, si bien parece existir un buen grado de comprensión estratégica de los peligros potenciales de la actual situación mundial y una orientación teórica respecto de la forma de hacerles frente, no se terminan de implementar actividades que revistan al esquema conceptual con los instrumentos y recursos que son necesarios para tornarlo eficiente.
Como se dijo al principio, no se puede escapar de la realidad ni magnificando sus aspectos sombríos ni asumiéndola con despreocupación. La única forma de sobrellevarla e influirla es asumiéndola en sus verdaderos contornos y actuando en la medida de las propias posibilidades, sin autoengaños y sin abdicar el derecho de ejercer reservas críticas respecto de esa realidad, pero empujando siempre a favor de las opciones que resulten más accesibles para obtener su modificación positiva.
Notas
1) Samir Amin, ¿Debacle financiera, crisis sistémica?, Global Research de noviembre de 2008.
2) Ibíd.
3) La Nación del 20 de junio de 2011.