El justicialismo es deudor de sus orígenes. Fue creado por el coronel Juan Perón, al calor de las improvisaciones políticas que surgieron del movimiento militar del 4 de junio de 1943, y siempre conservó el verticalismo que se derivaba de su matriz castrense. Por otra parte, esa era la única forma que en ese momento existía para conservar unida una alianza heterogénea entre un sector del estamento militar, el movimiento gremial que se formó en gran parte a su conjuro, y los sectores nacionales de la pequeña burguesía. Ese frente de clases venía a cumplir, por carácter vicario, las tareas de una burguesía nacional inexistente o carente de la lucidez y del denuedo necesario para luchar por sus propias metas.
Este es el rasgo más original y permanente de esa “obstinación argentina” que fascina a José Pablo Feinman; quien, como muchos otros intelectuales progresistas, no termina de digerir un fenómeno al que accede más por un voluntarioso esfuerzo intelectual que por una afinidad de piel.
El discurso de Cristina Kirchner en José C. Paz de días pasados, se explica en gran medida por esa tradición jerárquica. El rol del Jefe –o la Jefa- no se discute. Y él o ella cantan la línea. Si “alguien saca los pies del plato” recibe una reprimenda que puede ir del reto a la exoneración. Después de la alocución presidencial menudearon las interpretaciones. Algunas (las opositoras) se regocijaron con lo que percibieron como una filípica contra Hugo Moyano, y otras (provenientes del espectro gubernamental) intentaron poner paños fríos a la somanta verbal de la Presidente simulando que los destinatarios reales del castigo eran grupos sindicales funcionales al gremialismo que es díscolo respecto del secretario general de CGT.
Creo que es inútil y nocivo tratar de engañarse. El discurso de Cristina tuvo como destinatario principal a Moyano y a los gremialistas que intentan, en este momento preelectoral, ganar un espacio político que ni la Presidente ni algunos sectores del kirchnerismo parecen estar en disposición de otorgarles. Quizá para conservar una libertad de maniobra que creen podrían ver restringida en el futuro.
Ahora bien, ¿qué hay de malo en que exponentes del movimiento obrero pretendan ganar espacio en el campo de la representación política? La Presidente manifestó que un gremialismo que intenta pasar de la representación de los trabajadores a la representación política se convierte en una “corporación”. Cabe preguntarse entonces cuál es el papel de las corporaciones empresarias que influyen directamente en la política y encuentran en los partidos los voceros para nada neutrales de sus propios intereses. El hecho de que los ministros de Economía de este país hayan salido con monótona regularidad del seno de las corporaciones empresaria y financiera, ¿no es en sí mismo un acto de ingerencia de esas corporaciones en el accionar del gobierno?
Julio Piumato puntualizó con una franqueza discepoliana el nudo de la cuestión al decir: “se otorgan cargos políticos a artistas, deportistas, vedettes, amas de casa, rabinos, periodistas, narcos, apropiadores, apropiados, pero sindicalistas… ¡NOO! Los sindicalistas venimos bien cuando las papas queman y hay que poner el cuerpo, la cara y los h…, pero participar del poder: ¡No!”
No parece que la embestida presidencial haya sido fruto de un mero cálculo electoral para allegarse o preservar a sectores de la clase media para los cuales la figura del “Negro” Moyano actúa como “piantavotos”, según la expresión del gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey. Esto puede tener un cierto grado de verdad, pero la cuestión de fondo se nutre de componentes más arraigados y potencialmente más peligrosos.
Más allá de la discusión en torno de la cuestión del manejo del dinero de las obras sociales y de las probables maniobras de distracción de plata en la comercialización de medicamentos, el asunto pasa por cómo se concentra o distribuye el poder en el seno de la alianza gubernamental. El gremialismo ha sido siempre el contrafuerte del peronismo y sería suicida enajenarse a su parte más poderosa y –a lo largo de muchos años- la más coherente en la defensa del actual gobierno y en general de las políticas de potenciación industrial y mejor distribución del ingreso. Por otro lado no se puede negar que el accionar sindical en procura de un mayor espacio político no parece haberse ejercido, en esta ocasión, con toda la prudencia y el sentido de las proporciones que cabría haber esperado dada la inminencia del trance electoral.
Hay que tener cuidado con la tentación de tensar la cuerda, creyendo que ha llegado el momento de pelear por cargos porque la oposición no está en condiciones de disputar con una perspectiva de éxito la presidencia. Pero tampoco cabe llamarse a engaño respecto de los componentes críticos que se han puesto de manifiesto en este choque. Estos no son menores, están más allá de la coyuntura y quizá exceden incluso la percepción de los actores del diferendo. La única manera de salvar las tensiones que se están poniendo de manifiesto entre el movimiento obrero y el Poder Ejecutivo o una parte de él, es asumiendo las tareas pendientes que tiene el país y que pasan por reformas de fondo en el plano fiscal y por la teorización y puesta en marcha de un plan de desarrollo estructural que requerirá, de llevarse a cabo, de una gran disciplina partidaria, pero también prendas seguras para un movimiento obrero que debería constituir la clave de bóveda del proyecto, en la medida que sería el primer beneficiado y a la vez el factor resistente contra el oleaje adverso que esas medidas no dejarían de provocar.
Se ha comparado el discurso de Cristina con la última de alocución de Perón al pueblo el 12 de Junio de 1974. Hay similitudes, por cierto, pero las circunstancias y las inferencias son distintas. Desde luego la Presidente tiene razón cuando afirma que el interés en la mejoría de la suerte de los trabajadores está en su ADN histórico como peronista. Pero las comparaciones que se están haciendo en lo referido a las alusiones que hizo Perón respecto de quienes querían romper los presupuestos de la Gran Paritaria que él había propuesto y que todos los interesados habían firmado, suenan un poco forzadas. No era el movimiento obrero por cierto el destinatario de la condena que pronunciaba el viejo general, sino más bien los sectores radicalizados que habían intentado cubrirse con su sombra para descolgarse desde arriba en el poder y llevar a cabo un proyecto social para el cual el país no estaba maduro. Muchos de aquellos jóvenes (los que sobrevivieron al alud reaccionario que se precipitó en gran medida como consecuencia de la exacerbación de esa contradicción interna) son hoy gobierno. Y no es imposible que los gérmenes de aquella antigua polémica sigan bullendo y que, aunque estén atemperados por la sabiduría que dan los años, continúen promoviendo resistencias, desconfianzas y rechazos.
El gobierno nacional y la CGT se necesitan. Cuidado con los nervios entonces. En este momento se echa de menos a Néstor Kirchner. Pese a un carácter nada fácil para sus allegados -se dice- era un maniobrero consumado y es difícil que con él se hubiera llegado a plantear este tipo de confrontación. La presidenta Cristina Fernández es más abierta, más frontal, tiene una capacidad argumentativa y dialéctica muy superior, pero menos paciencia o, si se quiere, menos ductilidad táctica. Se complementaban de manera ideal, pero ahora falta uno de ellos. Con todo, a Cristina le sobran recursos para hacerse valer y proyectarse sobre el escenario nacional casi como la única figura capaz de convocar los votos que son necesarios para lograr la mayoría que se precisa no sólo para ganar en primera vuelta sino para lanzar un proyecto fundante para la República, del cual todavía no hemos visto sino los primeros pasos.
No nos contamos entre los impacientes que piden resultados apabullantes y a corto plazo y estamos muy conscientes de las limitaciones que plantea el humor social y su naturaleza a veces veleidosa, susceptible de ser influenciada por unos monopolios de la comunicación que no han perdido nada de su agresividad y que todavía no han podido ser contrabatidos del todo por el ensanche de la libertad de expresión que propugna una Ley de Medios frenada por chicanas judiciales. Pero el llamado “modelo” sólo puede afianzarse si prospera; es decir, si rinde las múltiples materias que le faltan en el plano de la potenciación integral de la nación. Todavía no se ve que los ítems que hacen a esta cuestión estén incluidos en ninguna plataforma electoral. Ni del gobierno ni, mucho menos, de la oposición. Esto es inquietante.
Con Néstor Kirchner pasamos por una etapa correctiva y sanadora del desastre que dejó el saqueo neoliberal y de reposicionamiento de la postura internacional del país. Con Cristina se ingresó a otra, que avanzó en la cirugía de deformaciones insanables del aparato económico como las promovidas por las AFJP, recuperando para el Estado una capacidad de iniciativa que parecía perdida. El fracaso de la ley de retenciones agrarias y el revés electoral del 28 de junio de 2009 a manos del sistema tradicional de fuerzas económicas, mediáticas y políticas empeñadas en volver al pasado, parecieron sellar el destino de la experiencia kirchnerista, pero la Presidente y su marido supieron hacer lo que debían: lejos de amilanarse, afrontaron la derrota con espíritu desafiante y redoblando la apuesta por el cambio. Ello llevó a un incremento de su aceptación, cuya primera manifestación ostensible fue el júbilo popular con que se festejó la fecha del segundo centenario de la Independencia. La muerte de Néstor Kirchner volvió a poner en escena un apoyo masivo y solidario para con la Presidente en su duelo, apoyo que se traducía en una actitud entera y superadora del dolor, tesitura que expresaba el íntimo optimismo que empezaba a embargar a los jóvenes.
Es vital que esta disposición no se pierda y que sirva para poner en marcha las reformas de fondo que son necesarias. No sólo para afianzar la justicia social y la expansión de las capacidades de los argentinos, sino también para ponerse en situación de afrontar una coyuntura latinoamericana en la que no todas son mieles. La relación con Brasil, más allá de sus altibajos, es de presumir que seguirá firme, pues se han trabado lazos ya muy fuertes; pero requerirá mucha habilidad sostenerla, dado que las burguesías paulista y argentina no son propensas a calcular más allá de sus intereses específicos. El papel de los hombres o mujeres de gobierno será esencial para mantener la asociación en una proyección estratégica que aguante en el tiempo. La ausencia de Lula se echa ya de menos, pues Dilma Rousseff no parece estar favorecida por la cálida humanidad y la paciencia que distinguían al anterior mandatario.
Pero el síntoma más complejo viene del lado del Pacífico, donde se está trabando una alianza entre México, Colombia, Perú y Chile, que estaría dedicada a implantar el libre comercio entre esas naciones y también con Estados Unidos. Son países que, de momento al menos, adhieren a la doctrina neoliberal, aunque una eventual elección de Ollanta Humala en Perú podría modificar en algo esta disposición. En tanto agrupación de Estados el fenómeno no tiene por qué ser negativo. Al contrario, iría en el sentido de de la generación de un subgrupo que podría generar una combinación que ayudaría a una progresiva confluencia de países en disposición de asociarse con la otra agrupación ya vigente, el Mercosur. El problema reside más bien en la pesada influencia que Estados Unidos ejerce sobre los actuales gobiernos del bloque andino. No sea cosa que hayamos sacado al ALCA por la puerta para que nos lo metan por la ventana.
Así pues, Argentina se encuentra abocada a una opción en la que más que nunca conviene instrumentar las medidas que le permitan despegar como una sociedad con un proyecto. Las disputas a propósito de las “corporaciones” y del poder sindical sólo pueden descifrarse a la luz del pasado y de este puede deducirse un consejo fundamental: comprender que un frente nacional que esté realmente prometido a la victoria sólo puede lograrse si los intereses de parte se ponen en función de un objetivo abarcador, que no sea excluyente, pero que reconozca la potencia y la función del componente más vigoroso del movimiento nacional. Esto es, del movimiento obrero.