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08
ABR
2011

Una elección de gravitación continental

Ollanta Humala
Ollanta Humala
La reaparición de Ollanta Humala como gran contendiente en la elección peruana es un buen síntoma de la persistencia del sentir nacional en los pueblos de América latina.

Este domingo se vota en Perú. Contra todos los pronósticos de partida, al término de la campaña electoral el favorito es el coronel retirado Ollanta Humala, un político al que se creía sepultado por las campañas mediáticas en su contra, campañas que fueran el factor preponderante de su derrota frente a Alan García en la segunda vuelta de las elecciones de 2006.

Humala es un caudillo con una conexión natural con las masas e informado por un credo político que tiene al nacionalismo popular en su centro. Es un hombre cortado al estilo de los muchos caudillos que ha dado América latina y que han sido abominados por la cultura y la historia oficiales de nuestros países. Vargas, Perón y Chávez, por ejemplo, fueron y en algunos casos son todavía, las dianas de un odio anidado en el seno del establishment oligárquico, que en esto no hace sino proseguir una línea histórica calificada por la persecución a las causas populares y signada por la íntima conexión con un poder externo.

Esta dicotomía de la historia latinoamericana es una condena que arrastramos desde nuestros orígenes como países nominalmente independientes. Los sectores sociales volcados al exterior han dirigido casi siempre los destinos de la región salvo en unos pocos intervalos, cancelados por el poder oligárquico con una violencia inaudita, desproporcionada respecto del blanco a abatir. La diatriba, cuando no la desfiguración ideológica y psicológica de los personajes populares que ejercieron o se acercaron al poder, siguió siempre a la represión física de sus movimientos: los Rosas, Quiroga, Solano López, Artigas, Santa Cruz, fueron abominados o vaciados de su significación profunda. Cosa que afectó también incluso a las figuras de los próceres San Martín y Bolívar, a los que no se pudo bajar del pedestal que se habían ganado en la memoria de las gentes, pero a los que se emasculó desposeyéndolos de sus ideas concretas en el sentido de construir una patria grande iberoamericana.

La supresión de lo que se es, en nombre de lo que no se es, de parte de la oligarquía orientada hacia Europa, creó un trágico equívoco en la cultura de estos países, equívoco que, incorporado por una parte de la opinión ilustrada, se convirtió en una rémora que dificulta la comprensión de nuestra realidad a propios y extraños. Es así que, cuando un caudillo o una tendencia populares reflotan y sobrenadan al naufragio de las experiencias del pasado, el aparato de la cultura oficial y sus popes se rasgan las vestiduras, despotrican contra la naturaleza del pueblo, lo juzgan irrecuperable y presumen su inferioridad genética. Lo cual les brinda una coartada para legitimar la represión o la manipulación de la voluntad de este.

El regreso del coronel

Humala es el tipo de personaje que suele alborotar a las cacatúas del estatus quo, estilo Vargas Llosa. Aunque no es tan pintoresco como Chávez, acopia en su pasado una serie de inconveniencias que lo tornan en un tipo poco confiable para el establishment. Dio un golpe militar, que fracasó, contra un gobernante sedicentemente democrático –Fujimori- y se permitió fundar luego un movimiento, el “etnocacerismo”, cuya denominación puede sorprender, pero que se funda en la épica de la resistencia peruana contra la ocupación chilena tras la guerra del Pacífico, un conflicto desatado por la oligarquía trasandina con la complicidad británica y que reprodujo (a una escala menos inclemente, es verdad) el genocidio cometido por las oligarquías porteña, brasileña y montevideana contra el pueblo paraguayo. Porque también en este caso, detrás de los protagonistas de fachada, se movió la mano oculta del Reino Unido.

No mencionamos esto como precisión erudita, sino para señalar los nexos que hay entre nuestros países incluso por la similitud de sus problemas. El coronel Humala parece tener muy en claro esta vinculación iberoamericana. Y también la necesidad de fundarla en una democracia auténticamente popular. En este sentido tiene toda nuestra simpatía. Su programa reivindica a las figuras de Haya de la Torre y del general Velasco Alvarado; manifiesta su interés en conformar un bloque con Bolivia, pero al mismo tiempo subraya su amistad con el pueblo chileno, diferenciándolo de la casta señorial que ha regido su vida hasta ahora y que aniquiló el genuino intento de gobierno democrático y popular de Salvador Allende; refrenda su proximidad a Hugo Chávez y se abstrae de la contraposición ya un poco artificial entre izquierda y derecha proclamando que él no está ni con una ni con otra, sino “con los de abajo”. Lo que es también una manera de ponerse en diapasón con la contradicción fundamental que recorre a nuestro tiempo: la que divide al planeta entre el Norte y el Sur, entre potencias bien provistas y seudo naciones que tratan de emerger del atraso y de sortear las presiones que les llegan desde arriba.

En este sentido un eventual triunfo de Humala inyectaría aire a la corriente integradora que viene alumbrando en América latina desde principios de siglo y en particular a partir del rechazo al Alca, esa alianza para el libre comercio de las Américas que era el ariete con el cual el neoliberalismo de matriz estadounidense quería terminar de sojuzgar a las economías latinoamericanas, desorganizadas y desguazadas durante las orgías represivas y el festival del libre mercado que se extendieron desde la década de los ’70 hasta el fin de siglo. Ese capítulo, uno de los más funestos de la historia latinoamericana, se frenó con las protestas populares y la irrupción de Chávez, de Lula, de los Kirchner, de Correa y de Morales. La puesta en valor del Mercosur y la fundación de la Unasur, la intervención conjunta de los países que componen estos organismos en el aplacamiento de los peligrosos diferendos entre Colombia y Ecuador y en la neutralización de la aventura secesionista del oriente boliviano, articulada con aviesa intención por poderes externos, fueron fruto de esa combinación de gobiernos que, cualquiera pudieran ser sus diferencias en el tenor con que resistían las interferencias de Washington, estaban contestes en que sólo conservando la integridad de sus estados y procurando vías que reforzasen los lazos entre estos, serían capaces de rehacer sus maltrechas economías y de aventurarse en un nuevo siglo sembrado de peligros.

Esperando el huracán

En efecto, no se puede desatender el reforzamiento de los lazos suramericanos en una coyuntura mundial signada por la agresividad del Imperio del Norte. La creciente escasez de reservas naturales no renovables y el vértigo del consumo energético fogoneado por el capitalismo salvaje hacen de Iberoamérica, rica en recursos vírgenes, un botín más apetecible que nunca. Y para apoderarse de él cualquier recurso es bueno. El narcoterrorismo y el terrorismo islámico son los pretextos blandidos por el sistema dominante para preparar el terreno de eventuales intervenciones y desestabilizaciones. Lo que está pasando en el Oriente medio y en el Asia central es expresivo de esta tendencia y no deberíamos asombrarnos si en algún momento el activismo militar de Estados Unidos se desplaza de Libia o de Irán hacia Venezuela o la Triple Frontera…

Precisamente fue en el Primer Foro de Legisladores de la Triple Frontera, realizado por estos días en Puerto Iguazú, donde el punto fue puesto de relieve con claridad meridiana. Un representante argentino, Rafael Follonier, subrayó que “se tiene el derecho a sospechar que estamos frente a una construcción previa necesaria para la legitimación de la intromisión de actores externos bajo el absurdo pretexto de que la Triple Frontera es un antro de maquinación de infinidad de crímenes, en los cuales los actores de los estados implicados no quieren o no saben ocuparse”(1). La referencia venía a cuento de las innumerables denuncias –que no superan el nivel de rumores, pero que son agitadas con saña por los medios- dedicados a demonizar a la Ciudad del Este y a las regiones aledañas como refugio de terroristas musulmanes y como zona liberada al narcotráfico.

Las ponderadas declaraciones del legislador –ex asesor de Néstor Kirchner en la Unasur- estuvieron marcadas en otros párrafos por una esperanza quizá un tanto utópica en el sentido de que la reafirmación de las prácticas democráticas es el mejor medio para contrarrestar la maniobras disolventes provenientes de afuera. Citó la frase de del general colombiano José María de Córdoba quien, en la batalla de Ayacucho, pidió a sus tropas “¡Armas a discreción y a paso de vencedores!”, y estimó que la consigna de hoy debería ser “democracia a discreción y a paso de vencedores”. Sin duda es así, pero siempre y cuando el ejercicio de este noble principio esté respaldado por la presencia de una concepción estratégica precisa y provista de los medios concretos para articular una política de defensa que sirva a esos fines. El dicho que recomienda mantener la paz pero “conservando la pólvora seca”, es un viejo pero permanente recordatorio de la precariedad en que viven los débiles en un mundo donde el derecho es interpretado siempre por los más fuertes…

Por todas estas cosas un triunfo de Ollanta Humala en Perú tendría un impacto revigorizador para las tendencias al cambio que se pronuncian en Iberoamérica. No hay que engañarse respecto de las dificultades que Humala debería enfrentar, ni hay que dar por descontada su victoria; de lograrla sería sólo en una segunda vuelta y aun así habría de enfrentar a un parlamento que según las proyecciones le estará mayoritariamente en contra. Pero la resurrección del coronel, después de haber sido dado por muerto y sepultado, es indicativa de esa persistencia o esa obstinación de las masas iberoamericanas en recuperar sus raíces, a pesar del tumulto mediático y de la alienación que con frecuencia padecen otros estratos más ilustrados de la sociedad.

Notas

1) Página 12 del 6 de abril de 2011.

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