Poco a poco se va cerrando el cerco internacional en torno a Libia. El imperialismo de EE.UU. y la UE quiere matar dos o más bien tres pájaros de un tiro: liquidar a un déspota desafecto al que en los últimos años había cortejado, invertir el sentido de la revuelta que se desencadenó en Túnez y se está expandiendo en el mundo árabe, hasta asimilarla a otra de las “revoluciones de color” de las que tanto provecho sacó tras el hundimiento de la Unión Soviética; y, lo último, pero no lo menos importante, apoderarse de los yacimientos petrolíferos del país norafricano, con lo que vendría perfeccionar el control del vital recurso que viene ejerciendo en casi todo el Mashrek.
Esta es una hipótesis de máxima, que desde luego no se llevaría a cabo si Gaddafi desaparece o deja de ser un impedimento. La jugada, teóricamente, es perfecta. Consolidaría una posición geoestratégica y sería el contragolpe justo para una movida popular que, como la tunecina y la egipcia, desborda las reivindicaciones de la democracia formal para plantear las de la democracia real. Este movimiento, que los medios occidentales limitan a un reclamo contra la corrupción y a favor de la libertad de expresión, en el fondo implica también el cuestionamiento del modelo económico y político derivado de la sujeción de esos países al imperialismo. En lo más profundo es una protesta contra el ordenamiento neoliberal de la economía y la miseria que este acarrea. Así como contra la sujeción de los pueblos del Medio Oriente a las coordenadas de una política internacional dirigida a conseguir las metas de la globalización desigual que favorecerá a las potencias dominantes de Occidente.
Para montar la puesta en escena apuntada a hacer pie en Libia se ha desencadenado una campaña de prensa de una unanimidad perfecta, ejemplar acabado de la hipocresía y la mendacidad de los mass media que forman parte del escudo informativo del sistema y fungen, asimismo, como puntas de lanza de la desinformación y la confusión, creando las cortinas de humo necesarias para tapar el despliegue de las actividades que deberían rematar, eventualmente, en un belicismo abierto ejercido contra los blancos afectados por la ola revolucionaria y contra otros posibles objetivos. Como los constituidos por los países miembros del denominado “Eje del Mal”: Irán, Siria y, tal vez, Venezuela.
Masacres denunciadas por testigos sin nombre, imágenes sueltas de personas que disparan fusiles o lanzacohetes sin otro blanco que el desierto, versiones innumerables sobre mercenarios y biografías del dictador Gaddafi con lujo de detalles sobre sus folklóricas vestimentas, su presunta corrupción y su escolta de amazonas han invadido las pantallas y los diarios.
Muammar el Gaddafi es un dictador sin duda alguna. Es un personaje estrambótico y probablemente algo separado de la realidad por su prolongadísima estadía solitaria en el poder. Pero es un dictador autónomo, que va por la suya; no un títere de Norteamérica como lo fuera Hosni Mubarak en Egipto, o como lo son los actuales reemplazantes de este y los miembros de la monarquía saudita. Los problemas internos que pueden afectar a la enorme Libia con sus apenas seis millones de habitantes, están vinculados al tribalismo –Gaddafi mismo es un beduino del desierto- y no son asimilables a los de las sociedades occidentales. E incluso a los de otras sociedades árabes provistas de una estructura de clases más compleja.
En los últimos días los rebeldes que se habían adueñado del Este del país –donde existen grandes reservas de petróleo y se asientan los puertos desde los que este parte hacia sus diferentes destinos-, están dando señales de flaquear frente al contraataque del ejército. Ante la aparente posibilidad de que Gaddafi esté retomando el control de la situación en Libia, la velada exasperación occidental se ha puesto de manifiesto. La Corte Internacional de La Haya ha iniciado una investigación formal sobre los crímenes que podría haber cometido o estaría cometiendo el coronel libio. Este organismo judicial demuestra una enorme preocupación por los derechos humanos y ha ejercido su rigor en más de una ocasión contra figuras que realizaron actos reprobables en circunstancias extremas durante su ejercicio del poder. Slobodan Milosevic (muerto en prisión) o Radovan Karadzic fueron un par de esos casos testigo. Pero curiosamente (o no tan curiosamente, después de todo), el máximo organismo judicial internacional no ha estimado necesario tomar en consideración los evidentes y gravísimos delitos contra la humanidad cometidos por los líderes de Occidente. Nadie se ha tomado el trabajo de enjuiciar a los Bush, a Rumsfeld, a Kissinger, a Netanyahu, a Tony Blair, a Margaret Thatcher y a tantos otros figurones que bombardearon, invadieron, asesinaron o mataron de hambre a través de los embargos a las poblaciones de Irak, Palestina, Afganistán… O digamos, para mayor comodidad, Suramérica, Asia y África, pues hay que ser muy abarcadores para referirse a todos los escenarios donde ha actuado y actúa la barbarie imperialista.
Pero la Corte Internacional no está sola. También el secretario general de la ONU ha descargado su condena contra Gaddafi, la UE se manifiesta indignada contra el tirano y EE.UU. se reserva “todas las opciones” abiertas para controlar una situación que podría degenerar en un “baño de sangre”. La posibilidad de implantar un eventual espacio de exclusión aérea sobre Libia ya se discute abiertamente.
Sabemos lo que significa tener “todas las opciones abiertas” de parte de Washington. Suele ser la señal previa al golpe del martillo. Una zona de exclusión, por ejemplo, para tener eficacia tendría que ser precedida por la aniquilación de la fuerza aérea libia. No es una tarea imposible ni mucho menos, dado que la VI Flota del Mediterráneo y la Otan disponen de bases y emplazamientos por toda el área, y que las fuerzas armadas libias, amén encontrarse trabajadas por contradicciones internas, no están ni remotamente en condiciones de hacer frente a semejante enemigo. Una serie de navíos provenientes de Nápoles, Gibraltar y el Golfo Pérsico se están concentrando frente a las costas libias en previsión, se dice, de tener que llevar a cabo una misión humanitaria. No está claro porqué esa misión humanitaria tiene que ser cumplida por navíos de asalto anfibio como el Kearsarge, por ejemplo, que dispone de aviones Harrier de despegue vertical y de helicópteros de combate, y que es capaz de depositar a miles de marines en tierra con todo su equipo y apoyos blindados. No es improbable que en estos días la frase inicial del himno de la infantería de marina estadounidense vuelva a cobrar su sentido literal: “From the Halls of Montezuma to the Shores of Tripoli”…
Todo depende, entonces, de que el brazo europeo de la Otan esté dispuesto a fabricarse un Irak de bolsillo a un brinco de sus costas. Cosa que está por verse, dada la cantidad de refugiados que vendrían a incrementar la ya alta tasa de inmigrantes que están tomando a Europa por asalto. Y también depende del precio del petróleo, que podría sufrir alzas muy cuantiosas en el caso –bastante probable- de que una invasión a Libia agrave, en vez de controlar, las pulsiones antiimperialistas en todo el Medio Oriente.