Creo que es indudable que los tiempos se aceleran, tanto a nivel mundial como a nivel nacional. El año que se cierra ha sido pródigo en manifestaciones que explicitan la existencia de tensiones críticas en el seno del sistema mundial vigente. La crisis económica puesta de manifiesto por primera vez con el fenómeno de las subprime en Estados Unidos y que ahora se expande a Europa, no fue sino la exteriorización de un hecho ya bien conocido por los países de Latinoamérica: la inviabilidad del modelo neoliberal para asegurar un desarrollo mínimamente articulado dentro de un esquema de desaforada especulación financiera. Desasido ya de toda conexión con el desarrollo productivo, el principio de la maximización de las ganancias que es el núcleo del capitalismo ortodoxo, ha quedado referido a una indiscernible constelación de banqueros y organismos internacionales de crédito, cuya irresponsabilidad es proporcional a su carencia de activos expropiables y a la inexistencia de referentes contra los cuales pueda actuar la vindicta pública. El gobierno de Estados Unidos oficia de gestor de esos intereses y, en la medida en que es expresivo de una oligarquía política que finge un trámite democrático, se sustrae a la presión de unas masas que por otra parte son adoctrinadas por una persuasión mediática que actúa a modo de muralla contra la realidad. Ese muro no ofrece otras fisuras que las que permite la revolución informática, pero esta todavía no puede igualar el peso del discurso adocenado que fluye de los grandes medios de prensa, sean estos gráficos o televisivos.
Si a esto sumamos que el gobierno de ese país dispone de la más formidable panoplia bélica jamás contemplada, hay que convenir que los motivos de preocupación pueden ser muchos.
Este año la situación internacional ha experimentado una torsión negativa en casi todas partes. En Europa la crisis griega ha desnudado lo insustentable del modelo económico y ha abierto una brecha en la Unión Europea por la que se están precipitando Irlanda, Italia, España y Portugal, mientras que la conmoción determina en todas partes planes de ajuste –calcados de los que a nosotros nos brindó el Fondo Monetario Internacional- planes que, con toda probabilidad, desembocarán en lo mismo que aquí: descontento, desocupación y marginación, con la secuela de disturbios y xenofobia que le van aparejados.
Impertérrito ante el suelo que cruje bajo los pies, el sistema imperial prosigue con su fuga hacia delante: parece convencido de su omnipotencia y no ha alterado un ápice, bajo el gobierno del demócrata Obama, las pautas generales de la expansión decretada por el republicano Bush. El retiro de Irak es una farsa, el compromiso militar en Afganistán no lleva miras de revertirse o si lo hace será conservando esa posición estratégica con miras a una posible guerra contra Irán, China o Rusia -juntas o por separado. Al mismo tiempo, Estados Unidos lleva adelante la implantación de su cohetería “antimisilística” en Polonia, que preocupa profundamente a Rusia; y hace pesar una amenaza contra el sur del hemisferio occidental, con la presencia de la IV Flota en el Caribe, la presión contra Chávez y con la injerencia en Colombia, en Honduras y en Costa Rica. Todo indica que los tiempos que se avecinan no serán confortables. Y Suramérica y América latina en general deberían estar preparadas para encarar ese desafío.
Por fortuna en nuestro país –seguramente por el hecho nada desdeñable de una coyuntura internacional muy favorable a nuestros productos, pero por cierto también porque hemos reformulado nuestra política exterior, hemos apostado al Mercosur y porque a partir del 2003 nos apartamos, en lo esencial, del diktat de los expertos del Fondo-, por fortuna nuestro país, digo, ha desandado mucho del camino impuesto por las administraciones acoquinadas por el espectro del consenso de Washington que hubimos de sufrir en el pasado. Pero los problemas que subsisten son enormes todavía, y no se van a remediar sin proceder a una serie de reformas drásticas que requerirán, seguramente, una definición electoral previa que cimiente las posibilidades de un eventual gobierno de Cristina Kirchner para conseguir una mayoría sustentable en el Congreso.
Esto, que parecía ser una utopía después de las elecciones legislativas que propinaron un revés al kirchnerismo, se ha transformado en una posibilidad real. El secreto de este milagro estuvo compuesto –en partes casi iguales- por la decisión del por entonces tándem presidencial de no renunciar a las metas prefijadas sino más bien en redoblar la apuesta pese a la situación de inferioridad en que habían quedado en la Legislatura; y, por otro lado, por la casi increíble inepcia de la oposición, a la que no se le cae una idea de la cabeza y que eligió abroquelarse en una agresividad cerril, dedicada a trabar, ensuciar y complicar la gestión del Ejecutivo, en algunos casos con un preciso propósito desestabilizador.
La muerte de Néstor Kirchner vino después a sellar, paradojalmente, esta inversión del curso que parecía debía haber quedado fijado en las elecciones del 28 de junio del 2009. Si bien el fallecimiento de Néstor dejó un hueco enorme en el tramado de la estrategia y la táctica del Ejecutivo, el dolor que suscitó y la súbita expresión de este en la calle, en una manifestación que aunaba el duelo con la firmeza y el reconocimiento al hombre, a su estilo fresco y sin pompa, y a la obra realizada, vinieron a dar un espaldarazo no sólo confortador sino revigorizante a una Presidente que por su lado tiene sobradas dotes de talento y que sabe resumir de maravillas un proyecto en marcha.
A partir de aquí se abre un período preelectoral que estará sembrado de emboscadas. Las peores son las que pueden surgir de los mismos datos de la realidad; es decir, de las contradicciones de una sociedad que todavía tiene muchos marginados en su seno, cuyos problemas pueden explotar espontáneamente, pero también ser fogoneados por los provocadores de turno. Los episodios del Parque Indoamericano en Villa Soldati son una demostración cabal de esos peligros. La mezquindad obscena de Mauricio Macri y su inconcebible despliegue de cinismo autoexculpatorio haciendo de los inmigrantes latinoamericanos el chivo emisario de su propio fracaso, son un ejemplo de manual de reaccionarismo racista, dirigido a estimular los peores instintos de una pequeño burguesía que tiende, como siempre, a confundir el efecto con la causa y que en su inseguridad se aferra a signos distintivos como el color de la piel o del pelo para reclamar una exclusión de los diferentes.
Así las cosas, nos asomamos, al menos a nivel nacional, a un año de definiciones. Se logrará un resultado electoral que permita profundizar el rumbo asumido en dirección a un país socialmente más justo y asentado sobre bases industriales que lo hagan autosustentable, o nos encontraremos de vuelta con las recetas neoconservadoras, también llamadas neoliberales, que nos devolverán a un pasado intransitable, con la promesa del caos en el fondo. A mí casi no me quedan dudas de que no va a ser así, y que la Argentina ensanchará su camino. Como dicen los franceses, quién viva, verá.