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07
AGO
2010

Las momias

Hugo Biolcati, presidente de la Rural.
Hugo Biolcati, presidente de la Rural.
Las banalidades soberbias proferidas por Hugo Biolcati suministran un cuadro espeluznante de quienes se postulan como alternativa al actual gobierno.

Las declaraciones del presidente de la Sociedad Rural en la apertura de la anual muestra ganadera cortan el aliento. No sólo por su tenor provocativo sino por el cuadro que las enmarcó y sobre todo por la manera manifiesta en que pusieron en evidencia la arrogancia de ese sector, su absoluto desdén por la verdad y su pertinacia en afirmar de manera prepotente los lugares más comunes de nuestra historia oficial. Que de historia no tiene nada más que un barniz, y que sí representa en cambio la profunda deformación del pasado practicada por quienes se beneficiaron del crecimiento manco e injusto de la nación.

A estar por las solemnes paparruchadas de Hugo Biolcati, repetidas hasta el cansancio a lo largo de los años en ese y otros foros, a la Argentina “la hizo el campo”. El país de las mieses y las vacas, granero del mundo y ubérrimo abastecedor de los mercados extranjeros, sigue siendo el paradigma de esta gente; el “no va más” de la patria. Sin prestar atención a nada que no sea esa imagen edulcorada y cuidándose muy bien de mencionar el carácter súper restringido de la distribución de la riqueza en el país del Centenario, Biolcati y sus adláteres creen o fingen creer que el peronismo y el profundo proceso de transformaciones sociales que se produjo a partir de él no son sino una reversión contra natura del curso natural de las cosas.

En nombre de esta distopía o utopía reaccionaria Biolcati y las gentes como él estuvieron en la base de los crímenes más nefandos cometidos contra el pueblo: fueron los motores e inspiradores de los golpes de 1930, 1955, 1967 y 1976, y los responsables no sólo intelectuales de las matanzas cometidas en ese lapso, que culminaron en la atroz experiencia de la guerra sucia y en el desguace del Estado de Bienestar que terminó de consumarse en la década de los ’90.

Estos tipos no han aprendido ni olvidado nada. Aparentemente se sienten seguros, en su infatuada vanidad, de que pueden seguir conformando el horizonte mental de los sectores de clase media más susceptibles a su influencia. Este es un asunto opinable, sin embargo, y, en la medida en que la Ley de Medios vaya abriendo brecha en el monopolio comunicacional, esa influencia se verá cada vez más restringida.

Aun más repugnante que las tomas de posición de la Rural son los acompañamientos que tienen. ¿Qué pensar de una oposición que presume lucirse posando en el palco ruralista o que luego no tiene nada que objetar a los despropósitos que desde allí se profieren? A Duhalde, la Carrió, los radicales, Reutemann, de Narváez, Felipe Solá y etcéteras no se les cae un concepto, si no para refutar, sí para al menos enmendar tímidamente las enormidades de Biolcati. Que por otra parte son las mismas que profiere Mariano Grondona con más finura pero con igual desparpajo, y con las que asienten, a través de la reproducción acrítica que hacen de ellas, los principales comunicadores de la TV y la prensa escrita.

Esta orfandad intelectual opositora con seguridad favorece al gobierno, pero no deja de ser inquietante para la generalidad de los argentinos. Pues para desarrollar políticas de Estado (cosa de la que está desesperadamente necesitado el país) hacen falta cuadros políticos responsables, que no se muevan sólo en base a cálculos vinculados a la coyuntura electoral cambiante.

Otra cosa. ¿Qué hace todavía la banda de Patricios emitiendo sones marciales en el predio de la Rural? En otras épocas esa presencia podía explicarse por la concurrencia de las autoridades nacionales al lugar de la exposición. Implicaba comulgar en el mito del rol fundacional de la entidad ganadera. Pero hoy ha corrido mucha agua bajo los puentes y esa fábula está desmontada en todas sus piezas. ¿Qué espera el ministerio de Defensa para privar de esa presencia institucional a semejante cónclave de esnobs inflados por la creencia en su propia importancia?

Hablando de algo que sí es importante, no se puede dejar de señalar en el panorama de la semana que acaba de pasar la reunión del Mercosur en San Juan. Fue un hecho significativo, ninguneado por la gran prensa pero señalado por las declaraciones de la presidente de la CEPAL poniendo de relieve el crecimiento de varios países de América latina –y muy en especial de la Argentina- en un marco de crisis económica global; por la sanción de un código aduanero común entre los países de la organización y por las declaraciones del canciller brasileño Celso Amorim en el sentido de reforzar la cooperación nuclear con la Argentina. Se sabe que nuestros dos países están muy avanzados en este terreno, y también que ambos se oponen a la pretensión estadounidense de ampliar el Tratado de No Proliferación Nuclear incluyendo en él la facultad de inspeccionar en el terreno los adelantos y las tecnologías que aquí se efectúan en esa materia.

En el cuadro más que inquietante que la ofensiva imperialista diseña en el mundo y en América latina –ya se ha hablado de los continuos asentamientos militares norteamericanos en la zona del Caribe, que ya rodean a Venezuela y que proyectan su sombra sobre la Amazonia-, en el cuadro de esa ofensiva imperialista, decimos, la consolidación de los lazos científicos, tecnológicos y productivos entre Argentina y Brasil es una prioridad estratégica. Bloquear injerencias como la mencionada es primordial. De ellas surgen luego chantajes como los que está sufriendo Irán, por ejemplo.

Ahora bien, ¿qué cabe esperar en nuestro país de una oposición liderada por el jefe de la Sociedad Rural? Unos cuadros dirigentes en forma son indispensables para enfrentar los desafíos del presente. La obsolescencia y el cerril egoísmo de gran parte de la clase habiente y de la dirigencia política argentina han sido el obstáculo mayor para un desarrollo consistente de la nación. La falta de grandeza de miras de parte de una seudo conducción que se arroga haber “construido” el país, ha sido la maldición de la Argentina a lo largo de su historia. Pues no construyeron un país: armaron una sociedad no sólo desigual sino encerrada en la concepción mezquina de una oligarquía dependiente que, en vez de sentir la llamada del espacio geográfico que podía dominar, lo experimentaba como horror al vacío. “Hay provincias inviables”, declaraba no hace mucho Domingo Cavallo. Quizá sin saberlo, se hacía eco de Bernardino Rivadavia y de Domingo Faustino Sarmiento, que hablaban, el uno, de la necesidad que Buenos Aires tenía de “replegarse sobre sí misma” (en el preciso momento en que San Martín llegaba al Perú), y el otro de que “el mal que aqueja a la Argentina es la extensión”.

Podríamos seguir, pero creo que con lo dicho es suficiente.

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