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24
JUL
2010

“El talón de hierro”

El título de la gran novela de Jack London cobra cada vez más actualidad en un presente signado por la negación norteamericana a admitir un límite a su fuerza y seguir avanzando en procura del control global…

  …Es en esta óptica que conviene mirar la ruptura entre Colombia y Venezuela y los actuales avatares de la política latinoamericana.

Estados Unidos refuerza su presencia militar en el Medio Oriente; circulan rumores acerca de que Arabia Saudita consentiría el paso de aviones israelíes sobre su territorio si estos van a bombardear a Irán; los miembros permanentes del Consejo de Seguridad estrechan filas y coinciden en reforzar las sanciones contra este último país y Henry Kissinger desaconseja seguir la orientación declamada por el presidente Obama en el sentido de retirar las tropas norteamericanas de Afganistán en el plazo de doce meses. Plantear tal cosa implica, para el ex Secretario de Estado, montar un mecanismo para el fracaso, ya que para que se cumplan los objetivos de la alianza occidental en ese lugar el público debe estar preparado para librar una larga lucha.(1)  Palabras más palabras menos, lo mismo que la “guerra infinita” preconizada por George W. Bush. En definitiva, de lo que se trata es de crear un contexto “previsible” en una situación crisis generalizada del sistema capitalista, contexto que atienda al control de las fuentes de energía y al posicionamiento militar agresivo contra las potencias que podrían convertirse en factores capaces de contrabalancear el poderío bélico y el control de los mercados de parte de Occidente: Rusia y, principalmente, China.

Son datos inquietantes y que hablan de la inestabilidad siempre creciente de un mundo recorrido por los vientos de la crisis económica y por el dinamismo militar estadounidense. Las catástrofes que este curso pronostica para el futuro no parecen revestir importancia para los planificadores y economistas del sistema, preocupados en mantener el estatus quo aunque para hacerlo tengan que seguir apretando los torniquetes a una situación ya henchida de vapores explosivos.

En este contexto sombrío se ha venido a insertar otro elemento que nos toca de cerca porque refuerza la evidencia de que Estados Unidos ha vuelto a pasar a la ofensiva en Centro y Suramérica. La autorización que el Congreso y el gobierno de Costa Rica han dado a Washington para usar el territorio nacional como espacio abierto para un despliegue sustancial de fuerza estadounidense, es un dato más que habla de la decisión del Pentágono en el sentido de ir consolidando su posición en el istmo centroamericano y zonas aledañas. Lo que implica que la Unión entiende volver a vigilar activamente la situación en la porción sur del hemisferio occidental. En los últimos tiempos había dejado un poco de lado esta tesitura, en razón de sus compromisos en otras partes, pero ahora los movimientos de centro izquierda que irrumpieron en el subcontinente durante esta pausa pueden empezar a experimentar aun más dificultades que las que enfrentaron en el pasado. Ni el Departamento de Estado, ni el Pentágono ni la CIA nunca deglutieron bien a estos gobiernos, aunque hayan contemporizado por un tiempo con ellos. Y es sabido que en la Casa Blanca siempre se ha prestado gran atención a los consejos que salen de las sedes de la diplomacia, la inteligencia y el poder militar. Ahora se tiene la sensación de que para Washington ha llegado el momento de empezar a poner las cosas en su lugar en esta parte del mundo, con especial énfasis en el Caribe. Porque si lo que se prepara en el Medio Oriente finalmente se verifica y eventualmente crece hasta convertirse en una conflagración mayor, será conveniente para Washington contar con una retaguardia apaciguada. O por lo menos en condiciones de ser inducida a la obediencia por la amenaza o la aplicación de la fuerza militar.

No es que aquí vayan a estallar insurrecciones de carácter multitudinario ni se vaya a reavivar la vieja y nefasta teoría del foco. Pero algunos de los sectores más duros el establishment político-militar norteamericano prefieren la subordinación automática a las pretensiones de dialogar de estado soberano a estado soberano. Ya se ha visto muy mal en Washington –Hillary Clinton dixit- la atrevida y brillante movida de Lula en el sentido de aunarse con Turquía para salir de mediador en el conflicto con Irán. Esto, incluso, según algunos analistas, podría estar incentivando a las corrientes que quieren resolver ya el problema del Medio Oriente en los términos que convienen a Washington y Tel Aviv. Propinar un escarmiento ejemplar, bombardear a los “persas” hasta retrotraerlos a los tiempos de Darío el Grande, podría ser una forma de conseguirlo. Tal y como ocurriera en Irak.

Pero, volviendo al tema que nos ocupa y que no es otro que el de esta sufrida porción del mundo, la pesada mano del Imperio se está haciendo sentir. La reactivación de la IV Flota, el golpe en Honduras y su sanción “constitucional” a través de unos comicios en los cuales una de las partes hubo de faltar a la cita; las siete o más bases estadounidenses aposentadas en la Colombia de Uribe, las movidas contra Chávez -que el jueves terminaron con una ruptura esperemos que provisoria con este país-, y la zona franca que Costa Rica ha cedido a la Armada y el Ejército de los Estados Unidos, son síntomas más que elocuentes. En este último caso, según informa Atilio Borón, decenas de buques de guerra, con su dotación de aviones y helicópteros, más unos 7.000 marines, pueden a partir de ahora amarrar o transitar con entera libertad por ese país latinoamericano, con la tranquilidad extra que supone la aceptación por Costa Rica del derecho de extraterritorialidad en materia de jurisdicción judicial de que gozarán los “huéspedes” norteamericanos.

La razón invocada para este como para anteriores despliegues de fuerza es combatir a los cárteles del narcotráfico. Pretexto ridículo si los hay, pues no hacen falta ni portaaviones ni tanques ni miles de soldados para realizar un trabajo del que se pueden encargar los grupos de tareas especiales. El objetivo –todos lo sabemos- no es otro que militarizar la región latinoamericana para asegurarse un control sin fisuras de esta. Ya América latina está segmentada entre países con gobiernos provistos de pretensiones integradoras que apuntan a una autonomía regional, como Argentina, Brasil y Venezuela, y otros como Colombia, Perú, Panamá, Chile, México, Honduras y Costa Rica, que reafirman el vínculo con Estados Unidos. De esta superpotencia sólo se puede esperar que influya en mayor o menor grado, según sean las circunstancias, para que el continente gravite hacia el segundo de los sectores citados.

Hagamos las cuentas con este panorama y preparémonos, mental y prácticamente, a resistir sus inclemencias. Que durarán, seguramente, más de un invierno.

1) Entrevista publicada por el Financial Times, el 28/06/10.

 

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