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19
JUN
2010

Aire fresco

Después de muchos meses de incertidumbre y a contrapelo de la crisis mundial, una inflexión positiva parece estar produciéndose en la atmósfera de nuestra sociedad.

Una corriente de aire fresco está circulando desde hace un tiempo en el escenario argentino. Los festejos del Bicentenario dieron testimonio de esta disposición alegre y vital, muy alejada de los desvaríos apocalípticos de Elisa Carrió y de las miradas luctuosas de gran parte de los periodistas alistados en los medios de comunicación monopólicos, profetas de desgracias que nunca se cumplen y que parecen deplorar que la realidad le dé un mentís a sus desvaríos sobre la inseguridad, la angustia económica y el disgusto de “la gente” con el gobierno. Millones de personas –en su inmensa mayoría pertenecientes a las clases populares- llenaron las calles de Buenos Aires con un entusiasmo genuino y predispuesto a la recepción entusiasta de los mandatarios suramericanos más claramente identificados con el rumbo antisistémico que la región ha tomado desde hace al menos una década.

El motivo o los motivos profundos de esta disposición de ánimo renovada no son misteriosos; surgen de un balance comparativo entre cuál era la situación del país en 2002 y cuál es la que existe ahora, y de una valoración de la estabilidad que la nación ha ganado si se coteja la marcha de la economía argentina con los signos evidentes de crisis que en este momento brotan en el mundo desarrollado. El mismo mundo desde el cual la prensa y los organismos internacionales de crédito nos abrumaron con consejos extorsivos y miradas despectivas cuando Argentina sucumbió bajo el castigo del programa neoliberal, que ahora se vuelve contra los países de donde había brotado.

El gobierno de Cristina Kirchner ha realizado una serie de loables intentos de reforma en materia de fiscalidad agraria, recuperación de fondos jubilatorios, reestatización de algunas empresas estratégicas y lanzamiento de una ley de medios de comunicación. Esta última aseguraría una pluralidad de voces en un ámbito hasta aquí entontecido por el monopolio informativo ejercido por empresas que forman parte del esquema de poder que dictaminó los desarrollos que el país hubo de soportar desde 1955.

La importancia del rubro comunicacional para determinar el estado de ánimo del pueblo no puede discutirse. Desde Goebbels para acá, la manipulación mediática ha dado pasos de gigante. Si los que comandan el juego tienen un mínimo de astucia pueden atontar a una sociedad, por saturación y desjerarquización informativa, hasta llevarla al nivel de la estulticia. La Argentina ha sufrido décadas de decadencia intelectual y educativa por el efecto conjugado de una información tergiversada u ocultada, y por el idiotismo de muchos programas de variedades y “entretenimiento”, que establecen una especie de catalogación inversa de la tabla de valores: cuanto más malo es un producto, mejor.

La resolución de la Corte Suprema de Justicia de la Nación haciendo a un lado el fallo de un juez mendocino que suspendía la entrada en vigencia de la ley de medios cortó por lo sano las chicanas con que los leguleyos del sistema intentaban ganar tiempo. Se produzcan o no nuevas operaciones judiciales para trabar la ley, esta se encuentra ya en el andarivel de partida y se ha sentado una jurisprudencia que no va ser fácil echar en saco roto. Por otra parte esos intentos se están pareciendo cada vez más a pataletas histéricas: las encuestas y la sensibilidad que se respira en la calle han variado radicalmente desde el 28 de Junio del año pasado, cuando, después de las elecciones legislativas, el gobierno de Cristina Kirchner parecía decisivamente jaqueado por una oposición exultante, enancada en la patoteada ruralista y en el caprichoso disgusto de grandes sectores de la clase media.

El gobierno hizo por entonces lo que debía haber hecho antes: redoblar la apuesta y reafirmar un modelo que, aunque es manifiestamente insuficiente para remediar la totalidad de los problemas estructurales del país, apunta en esta dirección y, sobre todo, no tiene nada que ver con el oportunismo de los partidos que se ubican en la vereda de enfrente; opositores por oponerse, en algunos casos, o representantes apenas velados de las fuerzas que entre 1955 y 2001 pusieron a la Argentina al borde de la extinción.

Pero esta afirmación de un rumbo correcto no hubiera alcanzado si no hubiera sido acompañada por otros dos factores: uno, la capacidad para salir del enroque defensivo en que el gobierno podría haberse encerrado frente al golpe electoral y la ofensiva de la prensa; y, otro, la clamorosa evidencia del daño que las prácticas del capitalismo financiero está causando en el seno incluso de las sociedades que lo habían prohijado.

El primer factor se ha expresado en una contraofensiva mediática a través de la televisión pública, de la que el programa 6, 7, 8 es el portaestandarte y que podría tener por lema el dicho de que pocas son las personalidades públicas que pueden aguantar un archivo. La desarticulación del discurso del monopolio mediático obtenido a través de este y otros procedimientos ha sido muy efectiva y está ayudando a mucha gente a recuperarse del lavado de cerebro a que fuera sometida durante décadas de discurso monocorde.

El otro elemento determinante de esta progresiva inflexión en la opinión pública puede estar dado por la evidencia de los programas de ajuste brutal que se están empezando a poner en práctica en Europa. La decadencia de la clase política europea se manifiesta en la incapacidad que está demostrando frente a la crisis que le ha explotado en la cara. Gobiernos de centroderecha o de centroizquierda coinciden en sostener el estado de cosas que ha llevado a la actual situación. La deuda que aflige no sólo a los países del área mediterránea sino al conjunto de la Unión Europea (no hablemos de Estados Unidos), no se debe a las erogaciones “suntuarias” del Estado de Bienestar, sino, como señala el analista Henry K. Liu, “a una caída del ingreso público debida a la recesión económica, causada a su vez por el desplome de unos mercados crediticios dominados por una contabilidad fraudulenta, permitida en las finanzas estructuradas, de las que es única y directa responsable la élite financiera”. En vez de tomar en cuenta este dato decisivo y que estuviera en la base de los desastres sociales en Latinoamérica y en otros lugares del mundo empobrecido, la dirigencia del primer mundo se aferra con tozudez a las recetas mágicas del FMI: ajuste y más ajuste, planes de austeridad que sólo afectan a los menos favorecidos, recortes en los presupuestos destinados a la seguridad social, reducción de puestos de trabajo en la función pública, recortes salariales e incremento en la edad de la jubilación.

El gobierno nacional, por el contrario, ha adoptado desde hace ya tiempo un diseño inverso de política. Esto es lo que le permite sobrenadar a la crisis global. Que le falta mucho para lograr el despegue que la sociedad necesita para solventar sus urgencias, es algo evidente; pero se está al menos en el buen camino. En la medida en que persista en él y que los países hermanos del continente que comparten esta filosofía puedan seguir fieles a ella, el optimismo puede encontrar un lugar en este país durante tanto tiempo afligido por una resignación entre escéptica y cínica frente al estado de las cosas.

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