El proyecto unitario que planea sobre América latina y cuya primera expresión de carácter administrativo se vierte en la incipiente burocracia de la Unasur, afronta una serie de obstáculos que hacen difícil, aunque no imposible, su concreción. La presencia de esos obstáculos no debe arredrarnos frente a la tarea, sin embargo, ya que llevarla a cabo a la postre se revelará infinitamente menos oneroso que mantenernos en la actual situación. La evolución del mundo, en efecto, va en la dirección que marca eso que Samir Amin ha llamado “el capitalismo de los oligopolios generalizados” y supone una cada vez mayor apropiación de la riqueza en manos de los núcleos concentrados que son dueños del Norte desarrollado, cuya sustentabilidad depende del saqueo cada vez más indiscriminado de los pueblos del Sur e incluso de porciones cada vez más amplias de su propia población.
Sometidas a la ley de hierro de la maximización de las ganancias, en efecto, las clases trabajadoras del Primer Mundo ven estrecharse sus beneficios sociales mientras se produce la emigración de las industrias del Primer Mundo hacia países donde el coste de la mano de obra es inferior. Mientras eso ocurre esos estamentos proletarios metropolitanos deben enfrentarse a la inmigración a contracorriente de masas de seres desarraigados de unas culturas campesinas en crisis, expulsados por la miseria y atraídos por el señuelo de unas mejores condiciones de vida, para cubrir labores inferiores y con un nivel de sueldos por debajo del que los trabajadores autóctonos estiman como connatural. Ello lleva a un aumento de la contradicción interna entre los trabajadores y a un efecto depresivo en el nivel de los salarios para el conjunto de la población en Europa y Estados Unidos.
Este tipo de contradicciones es característico de la época actual y es hábilmente explotado por el capitalismo a nivel mundial. Dividir para reinar ha sido siempre un expediente predilecto de todos los grupos dominantes, cualquiera haya sido su catadura ideológica, para lograr o mantener el poder.
América latina o la mayor parte de ella no ha podido evadir el quedar sometida a los padecimientos que este principio asegura a quienes son víctimas de él. Pero ello sucede de acuerdo a unos condicionamientos históricos que le son propios. Sus países nacieron en 1810 como fruto de una comunidad de destino y asimismo como resultado de una conmoción mundial que arrastró a la metrópoli española y fragmentó la constelación americana que hasta entonces giraba en su órbita. Demasiado débiles y dispersas, las localizaciones americanas del antiguo imperio español no resistieron la potencia de unas tendencias centrífugas sobre las que soplaba el imperio británico. Las burguesías compradoras, portuarias o costeñas, impusieron sus intereses con rapidez. Esos intereses estaban referidos a los espacios circunscritos que podían aspirar a controlar, por sobre el deseo, caro a los libertadores, de constituir una unidad iberoamericana. El fracaso de la revolución popular en España y el restablecimiento del absolutismo en la Madre Patria, que ponía en su programa la derrota de las insurgencias americanas nacidas en consonancia con el movimiento liberal español, privó a los países iberoamericanos de la fuerza centrípeta que mantenía unos débiles lazos unitarios entre ellos.
Las burguesías compradoras, término acuñado por Marx para referirse a los agentes chinos que se asociaban al imperialismo para favorecer su penetración y henchirse económicamente, viven mirando al exterior, de donde provienen las mercaderías cuyas franquicias van a parar a sus bolsillos. Lejos de dar lugar a un plan que suponga un desarrollo estructurado de sus países, en consecuencia, apuntan más bien a la conservación e incremento de sus beneficios, sin cuidarse del conjunto social al cual manejan. Dinámicas en un principio, cuando se trata de asegurarse su porción, se convierten luego en una rémora para cualquier proyecto que suponga la conversión de sus países en algo más que en fuentes de materias primas, cuyo rédito las mantiene en una situación de privilegio aunque el resto del país malviva muy por debajo de las posibilidades que le daría un desarrollo armónico de sus posibilidades estructurales.
Ponerse el servicio del tráfico, actuar como agentes de un comando exterior, es lo propio de la naturaleza de la burguesía compradora. Con el tiempo podrá refinarse en mayor o menor grado ese papel crudamente mercantilista, pero la alienación que esa mirada al mundo implica para entonces ya habrá impregnado a los sectores medios en los cuales se reclutan los educadores, políticos, economistas y militares que deberían ser los agentes activos del cambio, generando un estrato cultural poco propenso a hundir sus pies en la tierra y proclive a observarse a sí mismo desde una óptica prestada y funcional, por lo tanto, al proyecto dependiente que sustentan la oligarquía y sus amos de afuera.
En América latina esta distorsión visual llevará a cometer un cúmulo de errores a sectores que no forman parte, necesariamente, de los grupos confabulados con la oligarquía transnacional de los oligopolios. Esos sectores se tornarán proclives a esposar los lugares comunes fabricados por las usinas del pensamiento único y a introyectar, incluso, complejos de culpa que no les pertenecen.
Ahora bien, la alienación de estas clases, la angustia que pueden deducir de esa visión inauténtica de las cosas y el contraste que existe entre el conjunto de normas prestadas y la realidad ambiente, derivan también en resistencias. Al principio ellas son casi inconscientes, pero luego generan la búsqueda de unas referencias más concretas de la estructura social, apartándose la visión vergonzante y culposa del país propio, siempre atrasado –según la óptica del sector dominante- respecto de los países desarrollados.
Estos, en realidad, han arribado a ese desarrollo en grandísima medida a través de la apropiación ilícita de los recursos de un mundo que se encontraba en desventaja respecto de los atributos tecnológicos del desarrollo. Fue apelando a esos recursos que, una vez constituido, el capitalismo noratlántico partió a la conquista del globo. El crecimiento de ese capitalismo fincó no sólo o no tanto en la acumulación primitiva extraída del seno de las sociedades donde se originaba, como en la acumulación por expropiación derivada del saqueo de las regiones conquistadas.(i) Este dato suele ser dejado de lado en los análisis que las formaciones intelectuales del mundo periférico formulan respecto de su propia situación.
El “aggiornamento” del racismo
Esta visión subordinada del propio destino originó grandes mitos que se pretendieron fundacionales, como el de la civilización (europea) contrapuesta a la supuesta barbarie de las masas criollas que habitaban este suelo. Ese desdén racista que abolía la realidad social sobre la que se habría debido basar el proyecto nacional iberoamericano, se ha prolongado, andando el tiempo, en un paradójico ejercicio de transformismo que sigue denigrando al conjunto de las poblaciones autóctonas para reivindicar la figura de los “pueblos originarios”, una entelequia referida a las tribus y a las culturas que poblaban la América precolombina y ostentaban muy diversos niveles de desarrollo. El precipitado de culturas que la Conquista dejó y que es el único hecho cierto que tenemos entre manos, empalidece entonces ante el salvajismo del curso histórico que le diera lugar.
Así se enturbian los problemas principales que nos acosan (la balcanización, la subordinación a los centros mundiales de poder) con un discurso genérico que no toma en cuenta la opresión concreta que nos aprieta. La necesaria reivindicación de las masas indígenas que pueblan parte de Iberoamérica y que en mayor o menor medida están siempre en tren de integrarse a un conjunto social polimorfo, se trueca así en un discurso que apunta a distinguirlas de este conjunto social para otorgarles otra vez una identidad diferenciada.
Esto lleva a generar una serie de confusiones que a veces son ingenuas, pero que en cualquier caso pueden causar mucho daño. Las Naciones Unidas, en una resolución del año 2007 sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, reconocen a estos el derecho “a pertenecer a una comunidad o nación indígena”. A partir de este principio y con la ayuda de la frivolidad y el seguidismo cultural de buena parte de la opinión bienpensante, de pronto nos podemos encontrar con pulsiones secesionistas capaces de erigirse en un obstáculo insuperable para las tendencias a unir a los pueblos suramericanos en su diversidad. A las tendencias secesionistas de las regiones privilegiadas económicamente –como en el caso del Oriente boliviano o del distrito de Zulia en Venezuela- se pueden sumar las originalidades étnicas de los kollas, mapuches y de una multitud de otras etnias que se distribuyen por Latinoamérica y que no sólo podrían reivindicar sus legítimos derechos a la preservación de su esencia cultural, sino que podrían tener atributos para ceder a los consorcios transnacionales sus riquezas mineras, propendiendo en consecuencia a entrar en colisión con el poder central. La reivindicación de algunos grupos de la Marcha de los Pueblos Originarios en Argentina respecto a la necesidad de convertir al país en un Estado plurinacional al estilo del que peligrosamente se ha estipulado en Bolivia, y su afirmación de los presuntos “derechos” sobre las tierras fiscales de parte de esas poblaciones, roza peligrosamente tal tipo de formulación y podría constituirse en un antecedente de la desintegración nacional. La manipulación de que pueden ser objetos los indígenas -trámite la estupidez de cierta izquierda afectiva-, de parte de los intereses oligopólicos, está clara para quien tenga cierta noción de las realidades que vive el mundo. En estos tiempos en que se asiste a una transnacionalización de la Justicia por obra y gracia de los derechos humanos, ese tipo de categórica violación del Derecho Internacional empieza a tener el campo abierto. (ii)
Andrés Soliz Rada nos relata en un artículo que la firma Benetton, que compró 900.000 hectáreas de tierra en nuestra Patagonia, llegó a un acuerdo con las familias mapuches a las que en un principio había expulsado. Las reasentó y las dotó además de una sede en Brístol, Inglaterra, destinada a crear la nación mapuche, a la que también proveyó de una bandera. Y esto, señala Soliz Rada, en una Patagonia donde ya tienen enormes propiedades el húngaro estadounidense George Soros y la Tompkins, de Estados Unidos, y no muy lejos del enclave británico en Malvinas. (iii)
Frente al explosivo crecimiento mediático de que goza la teoría de los pueblos originarios, conviene recordar lo que Samir Amin expresó en una ocasión en torno de este problema: “Ser diferentes es importante, pero aun más lo es ser iguales”…
Una ambigua relación
En directa relación con este confusionismo se encuentra la ambigua relación en que la cultura latinoamericana en general y argentina en particular mantiene con España. Seguramente no se puede conceder relevancia a los “chistes de gallegos” -algo parecido sucede con los chistes de polacos en Estados Unidos o de belgas en Francia, con los que los urbanitas neoyorquinos o parisinos estigmatizan con humor los presuntos rasgos de la estolidez provinciana que atribuyen a los originarios de esas comunidades. Pero de cualquier manera esos chistes son, entre nosotros, también un eco del desdén con que nuestra clase ilustrada tendió a ver a España en las épocas de la conformación de nuestro país en su configuración actual. El violento antiespañolismo de Sarmiento (rasgo muy español, según don Miguel de Unamuno) y su fácil contagio entre los inmigrantes de origen italiano o de otras procedencias que afluyeron al país, constituye una de las rémoras que obstruyen la comprensión de la realidad que nos rodea. Hoy esa predisposición antihispánica se ha convertido en una moda, en andas de los preconceptos moralistas de la Historia. Fogoneados desde el sistema global esos preconceptos estigmatizan a la Conquista española como un genocidio, sin entrar a considerar los aspectos que hicieron de esta, más allá de sus atrocidades (que no eran peores que las cometidas por quienes las denuncian, en sus propias empresas de aposentamiento y saqueo), una experiencia de mestizaje sanguíneo y cultural de una originalidad absoluta.
En la oleada de revisionismo bobo que nos embiste y a la que los sectores semiilustrados de clase media son incapaces de resistir, se ha puesto de moda requerir la abolición del 12 de Octubre como el Día de la Raza. Acuñado en 1912 por Faustino Rodríguez-San Pedro, un ministro español que se proponía celebrar la fecha del encuentro entre España y América, el término fue reconocido en Argentina en 1917 por el presidente Hipólito Yrigoyen como una precisa reafirmación de la identidad hispanoamericana frente a Estados Unidos y la Doctrina Monroe. Eran los días en que Washington atropellaba a Santo Domingo, y esa reafirmación de una personería era una forma de plantar bandera frente a un enemigo común.
Esto parece resbalar o ser ignorado por nuestro progresismo al uso(iv), siempre predispuesto a detestar todo lo que aparezca como impropio o fundado en expedientes de fuerza. Ello lo lleva a abominar del emprendimiento que aseguró la unidad del país, la Conquista del Desierto. La tirria contra Roca (iv) se funda en ese tipo de apreciación abstracta y ahistórica de los procedimientos con que llevó a cabo esa empresa. Qué hubieran hecho en aquellas circunstancias los que ahora la objetan, es algo que nunca se explica: ¿hubieran dejado expedita la Patagonia al control chileno, habrían pasado por alto el pavor y el odio que los malones causaban entre los pobladores fronterizos? ¿Con qué clase de ecuación pacifista hubieran podido llegar a tiempo para ocupar el territorio antes que otros lo hubieran hecho basándose en expedientes menos pudorosos?
Mientras aduce ser el portaestandarte de una cosmovisión radicalmente diferente a la de la cultura oficial, cierto tipo de progresismo vacuo en realidad no hace sino adecuarse a una visión actualizada de esta. No comprende que entre los expedientes puestos en marcha desde afuera para inhabilitar las convergencias posibles de los pueblos sometidos que requieren unirse contra la opresión, el aliento que se da a las opciones de fragmentación que pueden existir en los Estados Nación es un recurso sutil y de una utilidad suprema. El ejemplo de Yugoslavia es típico en este sentido, y lo mismo puede decirse de las múltiples acciones que se desarrollan en otras partes del globo. Desde el Cáucaso al Asia central, desde el Medio Oriente a América latina, el fogoneo de las tendencias centrífugas que el imperialismo puede detectar es la piedra de toque de su táctica.
Lo esencial y lo secundario
La revalorización de las lenguas de los pueblos llamados “originarios”(v) es un dato meritorio, que conviene rescatar, pero siempre y cuando se preserve la integridad del español –y del portugués- como instrumentos de unificación y fusión cultural. El mito del buen salvaje, una de las construcciones más flojas que ha forjado el romanticismo, siempre está a mano para sembrar la confusión: cuanto más próximos se encuentran a la naturaleza, los hombres son más buenos. Con ese criterio probablemente habríamos de retroceder a la Edad de las Cavernas y a sus prácticas no precisamente benevolentes. De aquí procede el tam tam de los pueblos originarios y también del ecologismo cuando se lo entiende de acuerdo de manera simplista o fanática. Este es un capítulo, el del ecologismo, difícil de desentrañar, sin embargo: junto a la protesta banal está la percepción justa del enorme peligro que acarrea la explotación irrestricta de los recursos naturales. Esta sobreexplotación es la consecuencia directa de la crisis del capitalismo; incapaz de regenerarse, siempre dispuesto a reiterar sus errores o sus atrocidades determinado por la ley fatal que lo impulsa y lo mueve hacia una crisis definitiva. Hasta ahora ha podido evitarla gracias a la flexibilidad de que dispone para adecuarse a los cambios y a la existencia en su seno de fuerzas sociales progresistas en el verdadero sentido del término, pero a las que en su etapa senil parece incapaz de convocar. No hay, en efecto, ningún Franklin Roosevelt ni New Deal a la vista, por estos días.
La habilidad para presentar falsos problemas -o para inflar fuera de toda proporción a otros que efectivamente existen-, es un recurso maestro para distraer la atención del público de las cosas que realmente importan. El monopolio de los medios de comunicación implica a su vez el instrumento perfecto para diseminar esos criterios.
La única forma de escapar de estos condicionantes es pararse sobre lo que Arturo Jauretche denominaba “la proyección Mercator invertida”. Es decir, vernos a partir de nuestra ubicación en el mapa, haciendo de la comprensión de las circunstancias de nuestro nacimiento y evolución la pauta imprescindible para generar una política dirigida a sacudirnos el atraso. La tarea de librarnos de las telarañas intelectuales de una evolución condicionada por la dependencia es la base para transformarla en un desarrollo dinámico, que ponga de relieve la similitud de los problemas que aquejan a América latina y ponga a sus países en un carril donde lo primordial pase por delante de lo secundario y donde se haga posible visualizar con claridad las tareas que tenemos por delante. Estas son cualquier cosa menos fáciles: definir la naturaleza del enemigo, saber hasta qué punto son estos países capaces de desarrollar un capitalismo autónomo, estipular la política social como prerrequisito para el avance de cualquier empresa emancipadora, preparar las alternativas políticas viables para suplantar a las fuerzas que se revelen incapaces para llevar adelante la tarea, precaverse de la tentación de un subimperialismo que intente privilegiar el rol de la más potente de las naciones del subcontinente, Brasil, y definir una vía original hacia el socialismo dado que el capitalismo aparece entregado a los furores de una senectud sin mañana.
-----------------------------------------------------------------------------------------
1 - Samir Amin: La Crisis, 2009.
2 - Nadie duda del avance que implica el castigo a los delitos de lesa humanidad, pero conviene tener en cuenta que, hoy por hoy, el tribunal internacional encargado de llevar a cabo esa función punitoria tiene su sede en el primer mundo y está conformado por personas vinculadas al sistema. Su función es la de castigar los excesos de personajes como Slobodan Milosevic o Radovan Karadzic, pero no cabe ni soñar con que ponga en el banquillo de los acusados a George Bush o a Henry Kissinger, para hacer sólo dos nombres de la inacabable procesión de personajes que ameritan el enjuiciamiento.
iii - Andrés Soliz Rada, El experimento plurinacional, Bolpress, Mayo de 2010.
iv - Progresismo es un término resbaladizo. Interpretado en el sentido del avance de las fuerzas sociales, del progreso de la razón, de la demolición de los baluartes del oscurantismo ligados a la represión intelectual o física, es irreprochable. Pero también puede convertirse en una etiqueta, en una pose ética que, más que una moral, puede proponer una moralina que abre la puerta a la hipocresía y tiende a paralizar los movimientos de masa que, a la hora de dirimir el poder, no tienen tiempo para entregarse a un examen exquisito de los procedimientos a los que se ha de apelar ni a un estudio detenido de las fuentes ideológicas de los que podrían estar proviniendo su vocabulario y su instrumental de conceptos.
v - Resulta significativo que la agresividad desplegada contra Roca no tenga un correlato respecto a Bartolomé Mitre, primer responsable del genocidio de parte de la población gaucha durante el proceso de la organización nacional. ¿Será porque al tucumano no se le perdona la nacionalización forzada de Buenos Aires? El prócer porteño sigue incólume en su pedestal, mientras que a la estatua de Roca en la Diagonal Sur hubo que rodearla de rejas para preservarla de los arrebatos de los lectores de Osvaldo Bayer.
vi - ¿Originarios de dónde? ¿De la Polinesia? ¿De Siberia? Los pueblos llamados originarios también fueron migrantes.