El primero de Mayo como efeméride devino de la conmemoración del asesinato judicial de los “mártires de Chicago”, los cinco militantes anarquistas escogidos más o menos al azar por la Policía de esa ciudad tras una huelga salpicada de sangre y ahorcados en 1886 tras un simulacro de juicio. Fue un expediente para sembrar el escarmiento entre las masas proletarias que, en Estados Unidos, pugnaban por lograr la jornada de ocho horas. El primero de Mayo, día en que se inició el movimiento huelguístico, fue escogido luego por la Internacional Socialista y por los movimientos del trabajo como referencia para llevar adelante la lucha en pos de obtener mejoras en sus condiciones salariales y laborales y también, en algunos casos, para defender la causa de una revolución social que debía abolir el capitalismo.
A lo largo de los 124 años que han transcurrido desde aquel suceso mucha agua –y mucha sangre- han corrido bajo los puentes que unen a una etapa histórica con otra. El sentido de la fecha perdió mucho de su mordiente a lo largo del tiempo. La consecución del Estado de Bienestar en el occidente capitalista desarrollado y la consolidación de las repúblicas soviéticas donde presuntamente ese sistema había sido suplantado por el socialismo, otorgaron al 1ro. de Mayo un carácter festivo bastante alejado de los contornos luctuosos y rebeldes que habían señalado a los actos reivindicativos de la igualdad social durante las décadas anteriores e inmediatamente posteriores a la primera guerra mundial. Incluso antes del advenimiento de los “años dorados”, como se dio en llamar a las décadas que van de 1950 hasta mediados de los años ’70, una inflexión alegre había impregnado a los actos del Frente Popular en Francia, a pesar de que corrían los tiempos de la guerra civil española y se estaba en los umbrales de la hecatombe de la segunda guerra mundial.
Con el milagro económico europeo posterior a la guerra, con la afirmación de las democracias populares y con la difusión de las normas del capitalismo keynesiano a gran parte del mundo –Argentina conoció esa etapa bajo la forma del primer peronismo- el 1ro. de Mayo puso de relieve cada vez más su carácter de “fiesta de los trabajadores”. Hacia mediados de los años ’70, sin embargo, los pilares sobre los que afirmaba ese mundo comenzaron a resquebrajarse. A pesar de que la riqueza seguía fluyendo, la posibilidad de mantener una tasa de ganancias lo suficientemente grande para satisfacer al gran capital había empezado a menguar por obra de unos gastos sociales que aumentaban con mayor rapidez que los ingresos estatales en economías cuyo progreso era más lento (Hobsbawm). En ese momento el neoliberalismo o, más propiamente, el neoconservadurismo, inicia su asalto al Estado de Bienestar. La revolución informática y la instantaneidad del flujo de capitales que era su consecuencia, aceleró un proceso globalizador en el cual los Estados tenían cada vez menor capacidad de incidencia en el curso económico y la fluctuación caprichosa de los valores inducía a una anarquía generalizada. La concentración de las ganancias en manos privadas, el abandono por parte del Estado de su función de mediador entre las clases y su reducción al rol de ejecutor de los intereses más implacables del establishment financiero e industrial, determinaron el retorno de males que se habían creído extinguidos o en vías de serlo, como el desempleo, la marginación de grandes masas hacia la periferia social, la guerra y el hambre en grandes zonas del planeta, incluso en los países avanzados.
Se puede pensar que el retorno a condiciones que en el pasado preludiaron las grandes explosiones sociales va a reavivar la lucha de clases y a recuperar, para el 1ro. de Mayo, la coloración radical de sus primeros mítines. Es probable que en algún momento llegue a ser así, pues hoy estamos asistiendo a un reforzamiento de las tendencias reaccionarias en la sociedad moderna. La regresión social se hace cada vez más marcada en gran parte del mundo y la demostración, a través de la experiencia práctica, de que el neoliberalismo está en la base de esta, no alcanza para inducir a los sectores dominantes a una revisión del sistema. Por el contrario, la administración norteamericana no ha encontrado mejor remedio para paliar el desastre de las sub prime que extender el socorro a las compañías financieras e hipotecar el ahorro público para ir en su rescate. Las decisiones claves se siguen tomando en los centros económicos y las entidades financieras, actuando el Ejecutivo y el Congreso apenas como instrumentos para proveer de legalidad a esas propuestas. Al mismo tiempo crece la influencia de los grupos de presión y agrupaciones ultraconservadoras como el Tea Party, que a su vez sirven de paraguas para la expansión de las tendencias extremistas que se expresan en la xenofobia, las políticas discriminatorias y las tácticas de choque que, por ejemplo, empiezan a asolar las calles de algunas de las principales ciudades del mundo desarrollado. Ensalzado por The Economist como la “más vibrante fuerza política norteamericana”, la catadura del Tea Party no deja de tener similitudes con la de los movimientos plebeyos que desembocaron en el fascismo.
¿Llevará esto a un renacimiento de la combatividad primigenia de las organizaciones obreras cuando se manifestaban en el 1ro. de Mayo? El encuadre político que suministran los partidos socialdemócratas europeos no permite alentar la esperanza de que vayan a operar en tal sentido. Hace rato que se rindieron al doctrinarismo del mercado y su labor en la protección de las ganancias adquiridas por el Estado de Bienestar no pretende siquiera contener los ímpetus regresivos del gran capital que avanza sobre ellas. De Estados Unidos, como hemos visto, mejor ni hablar. Uno de los pocos lugares en el mundo donde esa tendencia reaccionaria sigue siendo paliada en cierta medida por gobiernos de centro izquierda es Suramérica. Pero incluso aquí se asiste a desigualdades flagrantes, hijas de la devastación consumada por las políticas del “consenso de Washington” en las décadas finales del siglo pasado, y a una contraofensiva conservadora que querría volver a ellas, profundizarlas y barrer con la incipiente recuperación. En Argentina esa pulsión reaccionaria se ve acotada por la anarquía del frente opositor y, sobre todo, por la desconfianza que sus personeros despiertan en el público, pese a la estrepitosa campaña de prensa a su favor que llevan adelante los monopolios de la comunicación, expresión directa del sistema en el cual se encarnan.
El 1ro. de Mayo no es pues, hoy, una fecha muy adecuada para festejos. Más bien es un instante propicio para tensar fuerzas para defenderse de las tendencias regresivas y para verse –y para vernos- en un contexto global donde la reacción no ha perdido ímpetu.
Las conquistas sociales están asociadas a las luchas contra la dependencia de dos sistemas que se entrelazan, pero que con demasiada frecuencia se tiende a considerar por separado cuando no son más que uno: el imperialismo exterior y las formas de opresión de clase interior que sólo subsisten porque están asociadas al primero. La lucha por la educación, la salud y un modo de vida digno podrá verificarse únicamente si tiene en cuenta la marcha que ella ha tenido en un mundo señalado por la revolución y la contrarrevolución, entre el progreso de los valores humanos y el recorte de estos por obra de un utilitarismo implacable. Sólo así la conmemoración del 1ro. de Mayo recuperará su sentido.