La desinformación puesta en práctica en los medios más en vista de nuestro país es en verdad sorprendente. Que la ley de comunicación es una ley mordaza, que debido a ella se verán amenazados muchos puestos de trabajo, que es totalitaria, que es fascista. Tal vez el colmo de esta catarata de mentiras fue una afirmación que escuché, al pasar, de parte del diputado Iglesias, de la Coalición Cívica, en el sentido de que los medios públicos –hoy, aquí y ahora- deforman las realidades que se agitan en torno de la ley de medios, desfiguran su contenido y apelan a armas burdas para defenderla.
Si no estuviéramos acostumbrados al cinismo esta desfachatez nos pasmaría. Es algo así como decir que lo blanco es negro. Es tornar la oración por pasiva. Es el viejo truco de Goebbels –y de Stalin- en el sentido de que cuanto más grande es una mentira, más fácil resulta creerla. La prédica contra lo que despectivamente se llama la “ley K”, escuchada desde la unanimidad de las voces que descargan los monopolios de la comunicación, intenta entontecer aun más a una opinión saturada desde hace décadas por los lugares comunes del discurso único neoliberal. No importa la opinión de los intelectuales y los especialistas en torno de un tema debatido en múltiples foros, no significan nada los pronunciamientos de todas las universidades nacionales a favor de la ley: la libertad de prensa está amenazada por una pulsión chavista que amenaza la pluralidad de las voces…
Es al revés, lo sabemos, pero vaya uno a convencer a quien no desea pensar y prefiere prenderse de la cháchara socarrona y sensacionalista, o bien empecatada y solemne, de los voceros del sistema económico que arruinó a la Argentina y sigue conservando lo sustantivo de los atributos del poder: el dinero y el control de unos medios privados de comunicación que, como hemos dicho tantas veces, ocultan la identidad de un discurso siempre igual a sí mismo a través de variables superficiales que, sin embargo, fungen a modo de vaselina para hacer tragar las ruedas de molino que nos sirven todos los días. El “horror” que suscita Chávez es ejemplar en este sentido: lo han convertido en el referente del estrangulador de la libertad de prensa. ¡A Chávez, que no contrarrestó las campañas infamantes llevadas contra él y que incluyeron un golpe de Estado durante el cual los medios privados se convirtieron en el principal ariete contra su gobierno, suprimiendo toda la información que hablase de la resistencia popular al golpe! A Chávez que, cuando tomó acción, varios años más tarde, contra una cadena que había propulsado la subversión, limitó esa actividad a su atribución constitucional de no renovarle la licencia…
En cambio, en el caso de Honduras no vemos a ninguno de nuestros grandes medios desgarrarse las vestiduras por la supresión de Radio Globo, el único canal que difería de la línea informativa marcada por el gobierno de facto. El doble rasero sigue midiendo la realidad, sea en forma expresa o de esa manera más sutil que estriba en el ocultamiento o el ninguneo de la información…
A propósito de Honduras, la inteligente decisión brasileña de hospedar en la embajada en Tegucigalpa al presidente Daniel Zelaya, no parece haber conmovido a los factores que alentaron el golpe. Con ese acto Brasil se ha propuesto, de hecho, como un factor determinante y aglutinante de la resistencia latinoamericana a Estados Unidos. La crisis hondureña se había encaminado a un impasse en el cual había grandes posibilidades de que la situación cristalizase tal como estaba. La actitud brasileña (que debe haber contado con algún guiño de parte de Venezuela) apuntó a romper esa inmovilidad y a poner la protesta popular nuevamente en el centro de la escena.
Ahora bien, el expediente no parece empero haber tenido éxito. La embajada brasileña sigue rodeada, el estado de sitio está en vigor y los límites de la protesta pacífica han sido puestos en evidencia. La mecánica de los hechos tiende a confirmar que Estados Unidos está involucrado en la trama de acuerdo a un esquema que reconoce dos posibilidades, a cuál más inquietante. Una, que Obama y Hillary Clinton están detrás del golpe y que este se ha efectuado con su consentimiento; o, dos, que la CIA y el Southcom –es decir, el Pentágono- se despreocupan de la autoridad presidencial y proceden por cuenta propia, sin temores a una reacción del poder civil. No hay indicaciones de que Obama vaya a imponer cambios al rumbo impreso a la política exterior de Estados Unidos, fuera de algunas expresiones retóricas y del despliegue de una simpatía personal que da pasto a nuestros medios de desinformación para seguir evadiendo el corazón de las cuestiones y ocupándose de aspectos laterales.
Volviendo a nuestro país, una exhibición suprema de esta voluntad de soslayar el núcleo de las cosas para divagar en zonas aledañas estuvo dada por el despliegue de hipocresía puesto de manifiesto en el Seminario de Políticas Públicas organizado por la Universidad del Salvador, la Escuela de Posgrado de la Ciudad Argentina y la Universidad Carlos III de Madrid. En el señorial escenario del hotel Alvear, en la Recoleta, el cardenal primado de Buenos Aires, monseñor Jorge Bergoglio, la senadora Hilda “Chiche” González de Duhalde y el rabino Sergio Bergman disertaron sobre la pobreza. El cardenal Bergoglio, que ha fogoneado el tema en los últimos tiempos como parte de la guerra que la jerarquía eclesiástica argentina mantiene con el gobierno, dijo muchas cosas puestas en razón contra la exclusión social y lo imperdonable que resulta la existencia de tales lacras en una sociedad que tiene todas las condiciones objetivas para evitarlas. Pero estas afirmaciones tan sabias excluyeron el señalamiento de los motivos que generaron la pobreza en este país, no hicieron mención a las políticas deliberadas de saqueo puestas en práctica en las últimas décadas y en particular en la de los 90, y se abstuvieron de cualquier juicio sobre la naturaleza del sistema económico que requiere de estos mecanismos de exclusión para perpetuar una siempre mayor concentración de los beneficios en pocas manos. Una suprema pero reveladora ironía estuvo dada por el hecho de que el Seminario fue organizado nada menos que por un responsable de la generalización del desempleo en Argentina, Roberto Dromi, factótum del desguazamiento del Estado durante el menemismo y célebre por su ¿lapsus? cuando dijo que “nada que deba pertenecer al Estado seguirá en manos del Estado”. Aerolíneas Argentinas, ferrocarriles y caminos fueron víctimas de la liquidación consumada por este personaje, en operaciones tras las cuales se instruyeron causas por decenas de millones de dólares pagados en sobornos por parte de las empresas privadas favorecidas por la liquidación estatal. Causas que fueron oportunamente cajoneadas por la Justicia y prescribieron con el correr del tiempo.
“La gente es tonta” es la divisa de estos charlatanes siniestros. La memoria social, suponen, puede ser anulada por el discurso de la Caja Boba y por el torrente desinformativo que baja de ella. Quizá no tengan toda la razón, pero la verdad es que este discurso, si no destruye completamente la conciencia de las cosas, conserva siempre la facultad de paralizar, ralentizar o desviar la reacción contra el mantenimiento del estatus quo, lapso durante el cual los entes beneficiarios del sistema y sus personeros siguen enriqueciéndose y profundizando las desigualdades que algunos de ellos condenan de labios para afuera.
Si no hubiese otra razón para defender la aprobación de la Ley de Medios, la animadversión que ella suscita entre estos individuos sería suficiente para motivarla. Es indispensable instituir una verdadera pluralidad de voces en el escenario nacional. Es necesario recuperar la memoria crítica de la historia y tornarla en un elemento activo para la reconstrucción de la realidad.