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18
JUN
2009

¿Otra revolución pintada?

Ali Khamenei, el líder supremo iraní.
Ali Khamenei, el líder supremo iraní.
No parece probable que en Irán se dé otra de las "revoluciones de color" que proliferaron en los países del ex bloque del Este. Mientras tanto, lejos del sensacionalismo mediático, crece el Grupo de Shangai.

Es difícil, si no imposible, a un observador sudamericano entender con precisión lo que está ocurriendo en estos momentos en Irán. Lo que sí es evidente es la unanimidad con que los medios de prensa occidentales se han prendido a la imagen de un presunto fraude cometido por los Guardianes de la Revolución y por el presidente Ahmud Ahmadinejad para torcer el resultado de las elecciones del pasado domingo y atribuirse una victoria abrumadora, cuando las estadísticas parecían indicar un resultado contrario o al menos muy equilibrado. Las protestas en las calles de Teherán fueron de inmediato magnificadas por los medios occidentales y es posible que esa resonancia las haya agravado. Todo lo cual ha dado pie para echar a rodar una serie de especulaciones en torno de una "revolución de color" que estaría en vías de producirse en las calles de la capital persa, a semejanza de las muchas otras promovidas por Estados Unidos y la Unión Europea en el espacio de la ex Unión Soviética, una vez producido el derrumbe de esta. Asimismo se ha hecho un rápido equiparamiento entre lo que estaría en vías de suceder en Teherán y los acontecimientos de la plaza de Tiananmen en Pekín, a fines de la década de 1980.Pero estas impresiones son probablemente superficiales o están inspiradas por el automatismo servil de cierta prensa cuando se trata de inflar una situación que puede ser útil al Imperio.

Es evidente que hay en la sociedad iraní un estamento juvenil y de clase media que resiente las limitaciones puritanas del régimen islámico. Pero es dudoso que fermenten en ellos los elementos de una guerra civil. Y ni siquiera de una oposición abrumadora al régimen. Algunas encuestas publicadas antes de la elección por el Washington Post y provenientes de fuentes fiables, indicaban que el ganador de los comicios iba a ser Ahmaninejad. Las expresiones de rechazo suscitadas entre los gobiernos de la Unión Europea tras un fraude del que no hay pruebas, resultan al menos chocantes. E impertinentes respecto de la soberanía iraní, en especial cuando esos gobiernos no mostraron igual actitud respecto de la voluntad del pueblo palestino respecto de Hamas y tomando en cuenta que pasaron por alto la definición manipulada de las elecciones estadounidenses del 2000. La súbita sensibilización de la prensa occidental en torno al tema iraní incluso parece haber determinado la actitud de Washington y otros gobiernos, porque no está claro qué diablos se propone hacer Occidente después del montaje de este escándalo.

En primer lugar porque el verdadero poder en Irán no está en manos de Ahmadinejad sino en el Consejo de Guardianes de la Revolución, integrado por las figuras más empìnadas de teocracia iraní. En él la figura dominante sigue siendo la de Ali Khamenei, quien, más allá de llamar a la cordura a los manifestantes de uno y otro bando después de iniciados los disturbios, ofreció una revisión de los resultados impugnados e indicó al jefe de la oposición al actual gobierno, Hossein Mosavi, que no había habido en estos comicios más irregularidades que las que suelen existir habitualmente y que protestar contra ellas debía hacerse a través de los canales legales existentes al efecto. Mosavi tiene una trayectoria que hace poco comprensible su papel de valedor de las tendencias liberales. Fue un defensor de la economía estatal contra su actual mentor político, Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, un mullah liberal vinculado a los intereses del Bazar (el Wall Street iraní) y rodeado por lo más corrupto de la clerecía islamita.

Por otra parte, ¿está el actual gobierno estadounidense en disposición de fogonear los disturbios en Irán? Es posible que su aparato de inteligencia y los lobbies que deambulan por los pasillos del poder en Washington estén abocados a poner palos en las ruedas a la política del presidente Barack Obama en el sentido de obliterar el rumbo de colisión que el anterior gobierno de George Bush tenía para el Medio Oriente. Su propósito sería atenuar las tensiones la zona para arribar a algún punto de equilibrio que consienta un arreglo, así sea precario, en torno del tema palestino y de la nuclearización iraní. Esto disgusta a los halcones de la administración anterior y molesta sobremanera a los fuertes grupos de presión proisraelitas.

Vaya uno a saber. Por cierto, la manera en que Benjamín Netanyahu y el gobierno israelí han aceptado o interpretado el pedido norteamericano de mutuo reconocimiento entre el Estado judío y la Autoridad Nacional Palestina no deja mucho margen para la esperanza: Israel admitiría sólo la creación de un Estado Palestino desarmado, dividido por las colonias y las rutas militares judías que seguirían fragmentando al país. Imaginar que este esquema pueda ser aceptado incluso por la fracción más moderada de la Autoridad Palestina resulta ilusorio.

Ekaterinburg

Más allá de estas idas y venidas en Medio Oriente, el cónclave realizado esta semana en la ciudad rusa de Ekaterinburg es indicativo de una tendencia menos espectacular pero más profunda dirigida a alterar las coordenadas que mueven al mundo. La reunión del Grupo de Shangai en esa ciudad situada en el faldeo Este de los montes Urales, es una señal firme en el sentido de revertir las coordenadas de la política mundial a partir de la acción de una serie de potencias emergentes. Ekaterinburg es el vestíbulo de Siberia. Conocida como Sverdlovsk en la época soviética, en memoria del primer secretario general del Partido Comunista después de la revolución de Octubre, es célebre por ser el sitio donde los bolcheviques eliminaron al zar Nicolás II, a todos sus familiares directos y a su médico de cabecera a poco de comenzar la guerra civil. Allí se acaban de reunir los líderes de las seis naciones que conforman el Grupo de Shangai, la organización multilateral que comprende a Rusia, China, Kazajastán, Tajikistán, Tirgikiztán y Uzbekistán, y que cuenta en calidad de observadores a India, Pakistán y Mongolia. Brasil se sumó este jueves al grupo para participar en las discusiones sobre comercio.

El presidente ruso, Dmitri Mevdeved, se apresuró a puntualizar que el cónclave no se proponía desmantelar la hegemonía militar y financiera de Estados Unidos; pero una cosa son las buenas palabras y otra las realidades. De hecho, la tendencia del grupo, desde el momento mismo, de su creación apuntó a estructurar un mundo multipolar en crecimiento, como lo señaló el presidente ruso días pasados. Traducido del lenguaje diplomático a la prosa realista, semejante cosa significa que las naciones del grupo han tocado el límite en materia de subsidiar el cerco militar que Estados Unidos viene intentando contra Eurasia a partir de la primera guerra del Golfo.

La insolencia que gastó Estados Unidos desde la caída del Muro de Berlín respecto del resto del mundo ha sido inigualable. Esa soberbia no pudo sino incrementarse por los hipócritas lugares comunes con que se la envolvió. Libertad, paz, democracia, derechos humanos, castigo a los crímenes de guerra, prohibición de las limpiezas étnicas y del aventurerismo militar son principios blandidos una y otra vez por los gobernantes norteamericanos. Pero estos se sitúan a sí mismos por encima de tales transgresiones, a pesar de que son ellos o sus aliados los que incurren permanentemente en esos pecados. En Medio Oriente, en los Balcanes, en Afganistán, en Guantánamo, en prisiones clandestinas dispersas por el mundo y en el principio explícito que da libertad a Washington para librar guerras preventivas, Estados Unidos se permite situarse a sí mismo por encima de la ley que él mismo proclama. La opinión pública norteamericana, en general, encerrada en un olímpico aislamiento por la creencia de su absoluta excelencia respecto del resto del mundo, apoya sin un atisbo de autocrítica este curso de acción.

Y bien, la crisis económica en curso ha desnudado la precariedad de los elementos financieros que sostienen este andamiaje, dejando a Washington con su sólo poder militar para imponer sus razones. El fracaso en el primer terreno puede tanto debilitar como potenciar la segunda opción. Si la sensatez priva, los estadounidenses deberían remidensionar su papel en el mundo y renunciar a su expansión militar, que hoy envuelve al mundo con flotas aeronavales y unas 700 bases terrestres. Si, por el contrario, como es bastante probable, eligen seguir apostando fuerte, basándose en su poderío militar, los riesgos que corre el globo crecerán en forma exponencial. El Grupo de Shangai está buscando dar respuesta a este doble desafío a través de la búsqueda de una moneda de reserva que pueda suplantar al dólar como vehículo para el comercio entre sus países, y también de una coordinación política que complique y desaliente el aventurerismo militar de la primera potencia armamentística del planeta.

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