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09
JUN
2009

Elecciones europeas: ¿de la indiferencia al rechazo?

Un triunfo vacío, así podría denominarse a la victoria de la derecha neoliberal sobre la izquierda socialdemócrata en las elecciones legislativas europeas.

Las elecciones para elegir representantes al Parlamento europeo se cerraron el domingo pasado con lo que ha sido descrito como un triunfo de la derecha, entendiéndose por derecha a los partidos neoconservadores cuya imagen arquetípica es el Partido Popular de España (PP). El otro dato que cabe computar, sin embargo, es el gran porcentaje de abstenciones que hubo en estos comicios. De hecho, la media europea arrojó un guarismo del 60 % de no concurrencia al acto. Dato que contrasta con el 40 por ciento que se registrara en la primera de esas elecciones, en 1979. Este marcado ascenso de la abstención, incluso en países donde el voto es obligatorio, como en Alemania y Francia, es expresivo de un desentendimiento popular respecto de algo que fue considerado en principio como una opción muy positiva y que venía a cerrar un período de "guerras civiles" europeas cuya manifestación más terrible fue el ciclo de las guerras mundiales que se extendió desde 1914 hasta 1945.

Desde el ´45 en adelante Europa resurgió de la devastación y volvió a colocarse, contra todos los pronósticos, en la vanguardia de un desarrollo económico y tecnológico que pudo aliarse a los principios del Estado de Bienestar, en el marco de una economía regulada por el Estado en muchos de sus aspectos centrales y aplicando políticas de seguridad social que fueron la envidia del mundo. A pesar de que, de fronteras para afuera, en el campo de las colonias o ex colonias, estos procedimientos no se verificaban, el desarrollo comunitario significó una era de prosperidad de gran magnitud para Europa, muchas de cuyas conquistas sociales persisten hasta hoy, aunque cada vez más amenazadas.

El punto de inflexión que inició el retroceso estuvo marcado por la crisis capitalista de los ´70, que abrió el paso a las políticas neoliberales que arrancaron con gran vigor a principios de los ´80 y persisten aun hoy día. La reducción de la tasa de acumulación del gran capital como consecuencia de la ampliación del Welfare State y la necesidad de mantener el principio de la maximización de la ganancia - quintaesencia del sistema- llevó a la gradual implantación de medidas de ajuste que, si bien en Europa no tuvieron las características del maremoto que barrió a las periferias, no dejaron de frenar el crecimiento social. La caída del bloque soviético, lejos de frenar esa tendencia, se orientó a exacerbarla ante el eclipse del enemigo sistémico. El gran capital no tiene ya por quien preocuparse. La irrupción de oleadas inmigratorias provenientes del tercer mundo y del ex bloque del Este, arrasados por la práctica cruda y nuda del neoliberalismo y de sus políticas de ajuste, complicaron aun más la situación.

En este contexto se da, al menos en los países fundadores de la corriente que culminó en la creación de la Unión Europea, una polarización hacia la derecha, de la cual las elecciones del pasado domingo son una muestra. ¿Qué explica esta deriva? La reacción xenófoba contra los inmigrantes puede tomarse en cuenta como un factor que moviliza esta inclinación, pero es a todas luces insuficiente para explicar al fenómeno en su conjunto. Lo que parece ocurrir, más bien, es que una gran mayoría de la gente no se siente representada por el curso que han tomado las cosas y no encuentra una opción válida para manifestar su descontento. De ahí el abstencionismo y la leve preponderancia que exhibe la derecha en las elecciones.

Se trata de un fenómeno bastante generalizado y que nos habla de una fractura no sólo social sino también ideológica y psicológica en el seno del primer mundo. Pues junto a esa afirmación de la derecha cortada en el molde de Berlusconi, Aznar, Sarkozy, etcétera, se da una dilución de la izquierda como formulación de veras alternativa y una suerte de repulsa a la Unión Europea tal como está concebida. Esto se manifiesta en el elevado índice de abstenciones que se produjo en las elecciones del pasado domingo.

El desinterés respecto de la gran política europea se vincula más que a otra cosa al carácter deslavazado de las opciones y al rechazo a las políticas ultraliberales al servicio del gran capital que domina al espectro político del viejo mundo. A esto se suma el carácter equívoco de la representación popular en el seno de los organismos de la UE, que exige de un curso de de decodificación para acceder a ella. Por ejemplo, se pueden enviar eurodiputados al Parlamento Europeo, elegidos por el voto directo de los ciudadanos, pero ese Parlamento no tiene poder de iniciativa en materia legislativa, que corresponde en lo esencial a la Comisión Europea, elegida por voto calificado por el Consejo de la UE. La decisión de los grandes asuntos corre a cargo de esa Comisión, una especie de Poder Ejecutivo que se encarga y de proponer y poner en práctica las políticas de la Unión Europea, y de ejercer el derecho de iniciativa sobre todo los temas económicos básicos. Esto le permite pesar en las decisiones del Parlamento y del Consejo de Ministros de forma categórica, pues el Tratado Constitutivo de la UE requiere de un voto unánime para que el Consejo de la UE modifique una propuesta de la Comisión.

Esta maraña burocrática, compuesta también por gran número de articulados y disposiciones de segundo orden, desalienta al más pintado de quienes quieran introducirse en sus meandros. A todos los efectos, la inclinación popular respecto de la adopción de uno u otro expediente administrativo no tiene incidencia y desalienta al elector. Pero es sobre todo la coincidencia que existe entre las fuerzas preponderantes del espectro político en todos los países europeos en lo referido a los cánones del diktat neoliberal, lo que termina de alejar a los potenciales votantes del interés en ejercer sus derechos.

La preponderancia de la derecha ultraconservadora o neoliberal (términos intercambiables en el presente) se debe, por lo tanto, más a la falta de propuestas alternativas que a su capacidad persuasiva. Además la derecha propone un programa coherente que tiene la ventaja de ser inequívoco: más ajuste, reducción de las pensiones, prórroga en la edad jubilatoria, privatización de las empresas del Estado y así sucesivamente. El mismo programa que aquí conocimos con nefastos resultados. El premio del sometimiento al modelo es el mismo espejismo que se nos sirviera a nosotros: en algún momento se producirá el efecto derrame y los excedentes se desparramarán por la sociedad. El centroderecha y la centroizquierda concuerdan en estos parámetros con apenas alguna diferencia de matices. La centroizquierda con una módica defensa de los derechos de los trabajadores, que no excede el propósito de contener el estrago, mientras que el centroderecha aparece envalentonado y proponiéndose como portavoz de lo "moderno" en contraposición a las desleídas utopías de un socialismo que habría cumplido su tiempo. Para eso no vacila en remontarse a maestros como Adam Smith o David Ricardo, que precedieron a Marx, sin estimar por eso que se encuentra anticuada u obsoleta. La crisis mundial la deja inmutable y las prácticas que aducen como dirigidas a contenerla no hacen más que insistir en el mismo sentido, con -eventualmente- algún discurso cosmético que tiene como objetivo simular que se está luchando contra lo que, en el fondo, debe ser considerado como irrevocable.

En este contexto no es extraño que el electorado se abstenga de pronunciarse. Falta un pendant a la ideología -o mejor dicho, a la no -ideología- de la posmodernidad, y parece que sólo un desastre puede suscitar un envite contestarlo. Sin embargo los reflejos históricos de un viejo mundo que en todos los aspectos se adelantó al nuevo en materia de luchas sociales, es posible que jueguen todavía un papel importante. Y su primera manifestación puede ser esta indiferencia que quizá incube un rechazo.

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