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28
MAY
2009

A 40 años del Cordobazo

Agustín Tosco, figura emblemática del Cordobazo.
Agustín Tosco, figura emblemática del Cordobazo.
La patriada de 1969 debe ser evaluada en el marco de una continuidad histórica. Sólo así encuentra su sentido.

El simple nombre de "Cordobazo"  con que se bautizó la insurrección popular del 29 de mayo de 1969 establece un nexo inmediato con la Patria Grande latinoamericana. Pues "Cordobazo" es la traslación autóctona de "bogotazo" , el tremendo levantamiento popular suscitado por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. De dimensión mucho menos sanguinaria que el episodio colombiano, el Cordobazo no dejó por eso de marcar a fuego el periplo histórico que el país estaba cumpliendo desde 1955, abriendo el paso a una peripecia significada por un gran ascenso popular, dirigido a cancelar el proceso reaccionario que, con sus altas y sus bajas, estaba en vigencia desde la llamada "revolución libertadora".

Desde hacía 14 años, en efecto, el país estaba deformado por la proscripción del peronismo, el mayor movimiento de masas que había tenido a lo largo de su historia. La imposibilidad en que se encontraba un anchísimo sector de la opinión pública para ventilar sus preferencias políticas había distorsionado el curso de la nación. Los militares o, mejor dicho, la corriente militar que se había impuesto a partir del derrocamiento de Perón, vigilaba para que la prohibición siguiera vigente. Cualquier manifestación en sentido contrario de parte de las autoridades civiles situadas en el Ejecutivo como fruto de las elecciones limitadas que se habían consentido al país, estaba condenada de antemano. La victoria del peronista Andrés Framini en Buenos Aires había significado la inmediata remoción de Arturo Frondizi de la presidencia; y la voluntad, presumimos que sincera, de Arturo Illia en el sentido de conceder personería al justicialismo para que disputara las elecciones presidenciales que cerrarían su mandato, implicaba una herejía imperdonable. Ese no fue el único factor que llevó a su destitución por el golpe de Juan Carlos Onganía, pero gravitó en forma decisiva en la decisión de la cúpula del establishment militar para imponer la remoción del presidente.

Esta vez, sin embargo, al sofocamiento político se sumó un decidido intento para revertir las coordenadas del ordenamiento social y una política económica fundada en los intereses del gran capital industrial y comercial y de los monopolios extranjeros afincados en el país. Lejos de generar una modernización de la Argentina, pretexto invocado para tachar de lerdo y tortuga al presidente radical y expulsarlo de la Casa Rosada, el golpe sirvió para poner en marcha un plan económico devastador que preanunciaba al que sería piloteado por Alfredo Martínez de Hoz diez años después, en una situación mucho más truculenta. La congelación de los salarios y la oferta de créditos a la gran empresa extranjera permitió a esta eliminar del mercado a las pequeñas empresas nacionales, lo que sumado al levantamiento de las barreras arancelarias (para inducir a las pequeñas empresas argentinas a que se debatiesen en un océano habitado por tiburones y así modernizarse o morir) hizo que estas "murieran, naturalmente" . (1)

La clase obrera, que por entonces tenía gran entidad y estaba encuadrada en sindicatos de gran fuerza, resistió el plan, movida por el mero instinto de supervivencia, y los estudiantes y los sectores medios, repelidos por la distopía onganiana orientada a recrear la sociedad civil a semejanza de la militar, también se movilizaron contra el gobierno. Después de una serie de conmociones a lo largo y a lo ancho del país, el 29 de mayo de 1969, en Córdoba, en la misma fecha en que se celebraba el Día del Ejército, obreros y estudiantes marcharon hacia el centro de la ciudad, generándose un choque con la policía que arrojó varios muertos y devastó el área céntrica, quedando la ciudad en manos del pueblo. En ese momento el Ejército salió a poner orden, pero este no volvió hasta que pasasen varios días.

El golpe fue devastador para el gobierno de Onganía, que empezó una cuenta regresiva. Pero, en el hecho que terminó de derribarlo -el secuestro y asesinato de Aramburu por una célula de Montoneros-, estaba incluido el factor que torcería el movimiento de masas que llevaba adelante la movilización popular y, con ella, la posibilidad de revertir el curso negativo que había tenido la política nacional a partir de 1955.

Ese hecho fue el surgimiento de la guerrilla, originada en sectores del catolicismo militante hipnotizados por la revolución cubana y por la teología de la liberación, que se asociaron de forma más o menos paradójica con otros sectores que también se remitían al mismo ejemplo cubano, pero desde la asunción de una comprensión del mundo que se pretendía marxista.

Había en el país una corriente popular ascendente, provista de no pocas contradicciones pero estimulante y que prometía la reconexión con la ola de fondo que había soliviantado a la nación durante los años ´40. Ese movimiento, que tuvo su expresión más contundente y dramática en el cordobazo, no contó con la presencia guerrillera. Uno de los integrantes de la corriente que levantó la bandera de la lucha armada para derrocar al establishment a finales de los ´60 nos informa que ella se mantuvo al principio al margen de la movilización popular que da lugar al cordobazo. Dice Ignacio Vélez Carreras en un artículo aparecido muchos años después de los hechos, que su grupo, una de las células madres de los Montoneros, rápidamente se separó de la militancia política propiamente dicha para ingresar a un campo en el que se propiciaba la acción directa, pues se entendía que lo militar determinaba lo político y posponía lo teórico. Y ello hasta el punto de que "el Cordobazo nos pasó de lado", señala el autor. (2)

Pero la irrupción de las masas en la calle y la capacidad de transformación política que ello acarreaba movió a las células terroristas a multiplicar su accionar, convirtiéndose en un factor desestabilizante que si por un lado aceleraba la caída del régimen militar, por otro embrollaba el tablero y generaba un rechazo muy extendido en vastos sectores de la sociedad, preparando así el terreno para otro retorno dictatorial.

La continuidad de la historia

Escapa a los límites de esta nota describir la peripecia trágica por la que se despeñó la Argentina en ese período. Lo que importa destacar, sin embargo, es la continuidad de las coordenadas que informan nuestra historia, tanto en su faceta regresiva como en la progresiva. El golpe de 1976 fue una versión ampliada del golpe de Onganía y fue mucho más a fondo en su proyecto de desguace del país, en la persecución de su imaginario retorno a una era dorada sin cuestionamientos sociales y a un encuadramiento internacional privilegiado como el que Gran Bretaña alcanzó a brindar hasta la crisis de 1929. Desde luego, el golpe del ´76 se dio en un contexto mucho más exacerbado que el de 1966, en gran medida debido al accionar guerrillero, pero también por el hecho de que el agente externo al cual nos supeditábamos, Estados Unidos, estaba embarcado en una operación de ingeniería global que contemplaba -y contempla aun ahora- el dominio del mundo por los expedientes brutales que le consiente su fuerza abrumadora.

El Cordobazo debe ser leído en este contexto histórico. Como parte de una serie de luchas nacionales que intentaron poner al país de pie según las necesidades del grueso de su población y de la conexión necesaria en que esta se encuentra respecto de los otros pueblos de la Patria Grande. A 40 años de ese episodio, los datos esenciales que distinguen a las luchas populares argentinas no han cambiado. Se han modificado por la pérdida de peso de la clase obrera y por el retroceso de las clases medias, fruto de la destrucción producida por la dictadura militar y sus secuelas democráticas, hasta tocar fondo con la presidencia de Carlos Menem y el festival de cinismo que la acompañó. Pero en lo fundamental no han variado. El movimiento reactivo a esa decadencia generó las jornadas de Diciembre de 2001, a su vez una suerte de réplica porteña del Cordobazo, abriendo paso a una recuperación nacional enriquecida por una mayor conciencia latinoamericana. En lo sustantivo, sin embargo, esta incipiente recuperación se ve amenazada por los mismos factores que se han opuesto desde siempre al desarrollo nacional desde la perspectiva del privilegio y del mantenimiento del país de acuerdo a una mentalidad rentística que se propone parasitar a partir de sus presuntas ventajas naturales. Esto es, una feracidad agraria a la que se presume inagotable, aunque justo en estos momentos esa permanencia se vea amenazada por la expansión de la soja, el desmonte y los cultivos transgénicos que pueden terminar agotando el suelo. Pero este propósito reaccionario, que en el fondo considera la Argentina como a una estancia, no puede, a decir verdad, cumplirse sin reducir a la inopia a la mayor parte de la población y a su mantenimiento en tal condición por el expediente represivo. Lo que era viable en un país de 8 o 10 millones de habitantes no lo es en lo absoluto en otro que suma 40 millones y cuya demografía continúa en expansión.

Conocer la historia es fundamental para comprender los grandes lineamientos que orientan al país y que explican luego las alteraciones subitáneas de la superestructura social. El Cordobazo debe leerse como un peldaño en una escala que, lamentablemente, no es siempre ascendente. El 17de Octubre de 1945, el 29 de Mayo de 1969 y el 20 y 21 de diciembre de 2001 forman parte de una misma cadena, que expresa la lucha de las mayorías por contar en la definición de un proyecto de desarrollo que las involucre. Por desgracia también es cierto que el 16 de Septiembre de 1955, el 28 de Junio de 1966 y el 24 de Marzo de 1976, el péndulo osciló para la otra parte y que el frenazo que supusieron esos episodios paralizó o incluso destruyó mucho de lo trabajosamente conquistado durante los períodos positivos de nuestra historia.

Vigilar para que esos retrocesos no se repitan es el objetivo primario que debe tener cualquier evaluación de las circunstancias en que se encuentra el país. A su vez ninguna evaluación de este tipo puede considerar a la Argentina como una entidad separada del corpus latinoamericano que la incluye. Las luchas populares pasan por el deber de modificar las coordenadas injustas que regulan la distribución de la riqueza en el país, pero asimismo no pueden ignorar que esa batalla se inserta en el marco iberoamericano. Sólo allí se podrá encontrar una victoria a la que se pueda considerar como definitiva, pues sólo allí se podrá encontrar el peso gravitacional que nos permita pararnos sobre nuestros pies para configurar un proyecto regional distinto a los que hasta ahora nos han sido impuestos.

 

[1] Jorge Abelardo Ramos, La Era del Peronismo, quinto y último volumen de Revolución y Contrarrevolución en la Argentina.

 
[2] Montoneros, los grupos originarios, artículo de Ignacio Vélez Carreras aparecido en un número de Lucha Armada del 2005. El artículo es fuertemente autocrítico y supone un importante aporte al análisis de una época y unos movimientos idealizados o simplificados por el progresismo al uso.

 

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