Se aproxima la fecha de las elecciones legislativas, en las que se dirimirá la posibilidad de una ruptura de la mayoría que el gobierno detenta en el Congreso y, por consiguiente, se creará la oportunidad para la oposición de erigirse en un factor capaz de condicionar las políticas del Ejecutivo a través de su rechazo o la negociación de estas hasta el extremo de tornarlas, eventualmente, irreconocibles.
La contienda electoral, a pesar de su aparente polarización, expresa más bien el impasse y la desagregación en que la sociedad argentina ha venido a encontrarse después de décadas de desgobierno, durante las cuales se difuminó el contorno de la clase que había disputado a las fuerzas de la conservación el ejercicio de las palancas del poder –la clase obrera- y se afirmó en cambio la concentración de la riqueza en manos de una minoría desasida de los intereses del país y orientada fuertemente hacia el exterior. La oligarquía –esto es, el núcleo que diseñara la organización nacional de acuerdo a un modelo de país de impronta agropecuaria- hoy aparece asociada a los pools internacionales de la siembra y flanqueada por una serie de agrupaciones de pequeños y medianos productores rurales que reproducen hasta cierto punto el estilo de vida rentista y absentista que calificara al estrato superior durante los “años de la República”: ausentes del contacto con la tarea campesina gracias a la intensificación de una explotación tecnológica que expulsa la mano de obra y les permite vivir despreocupadamente de sus rentas en los pueblos y las ciudades, los productores de la pampa gringa pueden sin embargo imprimir al “partido del campo” un toque de popularidad derivado de su avidez y su basta naturaleza, que la aristocracia terrateniente disimulaba gracias a su educación y a su snobismo europeo.
De modo que el sujeto social que deberían representar las listas de candidatos se torna resbaloso y un tanto inasible: ¿dónde está, quiénes lo constituyen?
Si un sujeto social se construye a través de la conciencia que tiene de sus intereses, podríamos decir que el grupo tradicionalmente dominante en Argentina quedó intacto, una vez superados los remezones que le supuso la irrupción populista significada por el peronismo y una vez aplastados los brotes subversivos que habían tomado fuerza en las décadas de 1960 y 1970. El modelo económico des-industrializador y especulativo implantado por la dictadura se profundizó aun más durante la sucesión democrática, y sólo la explosión popular de diciembre del 2001 interrumpió una arremetida que, sin embargo, ya había causado daños casi irreversibles en el cuerpo social argentino. A partir de 2003 comienza a diseñarse un intento de salir de ese modelo, en especial a través de paliativos dirigidos a sanar el estrago social y de un cambio radical y positivo en las coordenadas de la política exterior, así como en el de la reforma de la Justicia. Tras la asunción de Cristina Fernández como presidente empieza a diseñarse un proyecto que apunta –con timidez- a profundizar el proceso. La insinuación de esa profundización del cambio –dado con la recuperación para el Estado de los fondos que el menemismo había regalado a las AFJP, la renacionalización de algunas empresas privatizadas y el frustrado intento de controlar el problema de la soja aumentando las retenciones al agro, suscitaron sin embargo una inmediata réplica de la casta dominante, ayudada por la inconciencia de vastos estratos de la clase media, intoxicados por la prédica de los medios masivos de comunicación e informados por un antiestatismo y un antiperonismo que en muchos casos se confunde con un inconfesado racismo, que los hace psicológicamente susceptibles a las prédicas antinacionales. Los medios, que forman parte del monopolio de poder gestado en torno de los núcleos tradicionales que han hegemonizado gran parte de nuestra historia, bombardean la opinión con montones de lugares comunes de improbable demostración o de irrelevante significado –como el autoritarismo de los Kirchner, la arrogancia de Cristina, las carteras que usa, etcétera- sin una sola idea que contribuya a construir una plataforma de debate real. El desconcierto de la clase media o de importantes sectores de ella frente a esta ofensiva, y la capacidad que tenga o no de reaccionar contra esta, constituye la incógnita mayor de los próximos comicios.
Tenemos entonces a un sujeto social bien configurado por el estamento dirigente tradicional de nuestra economía, que en lo esencial sigue aferrado a la utopía reaccionaria de construir un país organizado alrededor de la producción del campo y la exportación de commodities, buscando el retorno a un modelo de primitivismo agrario que hizo crisis hace 80 años; y otro más bien informe, que representa la inmensa mayoría del país, pero que no alcanza a articularse a fondo para obtener una propuesta coherente que sirva al interés colectivo.
Lineamientos
El primero está acaudillado por una coalición de partidos y grupos de poder incapaces para proponer una sola idea que nos aleje del caos que supondría volver a la política de los años ’90. Su único objetivo es defender las prebendas de los grupos minoritarios o de practicar una suplantación política que les permita disfrutar de las ventajas crematísticas del uso del poder.
El otro es el representado por el gobierno. Y al margen navegan una serie de grupúsculos de izquierda empecinados en aferrarse a los lugares comunes; o, en el mejor de los casos, el del Proyecto Sur, con propuestas válidas pero incapaz, aparentemente, de comprender que cerrar filas alrededor del Frente para la Victoria no debería significar adherirse acríticamente a este, sino estar en disposición de profundizar las iniciativas que mejor se ajusten a un proyecto nacional. Esta ineptitud táctica redunda en un error estratégico de magnitud pues, en el estado de licuación en que se encuentran las clases sociales capaces de defender dicho proyecto, un triunfo opositor en las elecciones significaría un retroceso importante, que no tendría porqué impulsar al Ejecutivo a acordar con la izquierda, sino que más probablemente lo llevaría a arreglarse con la derecha para mantener el poder, resignando objetivos.
Peronismos
El peronismo ha agravado su proceso de “alvearización”, típico del radicalismo después de la muerte de Hipólito Yrigoyen. Ya muy desarticulado por la experiencia menemista, que supuso la traición a sus principios fundamentales y su asociación con el establishment y el imperialismo, tiene en sus filas a un sinfín de oportunistas en algunos casos provenientes de fuerzas históricamente enfrentadas al movimiento originario, personajes preocupados en servir a sus propios intereses empresarios, mantener su capital electoral o, en ciertos casos, un estatus económico derivado de su pertenencia al modelo sojero. De Narváez, Felipe Solá, Reutemann y Schiaretti son arquetípicos de algunos de estos perfiles. Otros, como Luis Juez, han abandonado el barco tras contiendas que si al comienzo parecían fundadas en cuestiones principistas, en definitiva han terminado revelando un carácter eminentemente personal, que lo ha llevado a un oportunismo electoralista incompatible con cualquier política creíble.
El kirchnerismo parecería comprimir lo que resta del voluntarismo popular y progresista que distinguió al movimiento peronista durante mucho tiempo. Ha cometido un sinfín de errores, en buena medida debido al carácter temperamental y arbitrario del ex presidente, carácter que sin embargo no le ha servido para implementar, cuando era tiempo, las políticas de fondo que podrían haber sustentado una efectiva reversión del modelo neoliberal. O al menos de algunos de sus aspectos más reaccionarios. La falta de una reforma fiscal progresiva, la inexistencia de un proyecto estratégico de desarrollo, la postergación de una reforma estructural del sistema de comunicaciones –carretero, ferroviario e informativo- , la carencia de una práctica sensata dirigida a la preservación de los recursos naturales y la ausencia de una buena política hacia las Fuerzas Armadas (que compense la necesaria rendición de cuentas que sus ex - jefes deben a la Justicia con la atención a su equipamiento y a su papel como instrumento de modernización industrial), son cosas que se echan de menos, aunque en los últimos tiempos las cosas hayan empezado a cambiar para bien.
Sea como sea y a pesar de sus falencias, el gobierno es la única opción viable. Se acuerda con la tendencia surgida en América latina tras el tsunami neoliberal y se manifiesta con claridad a favor de los más desposeídos. Sus actos dirigidos a preservar el empleo en medio del caos de la crisis mundial, son un indicio de que tiene las cosas en claro respecto de los riesgos que podrían generarse de intentar escapar a esta -como alucina Elisa Carrió-, a través de la eliminación de las retenciones a la soja y su reemplazo por el crédito externo. Volver a depender de los criterios del FMI: ¿estamos locos?
El 28 de Junio se perfila como una instancia electoral muy isignificativa.. A partir de allí podemos seguir avanzando o empantanarnos. Pero esos comicios implicarán asimismo un testeo muy importante acerca de la capacidad que los argentinos tenemos o no para echar luz sobre el pasado y aprender de nuestra propia historia.