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16
MAR
2008

¿Quiénes están fuera del paraguas?

Paul Kennedy condena a los que se benefician pasivamente del esfuerzo de EE.UU. por establecer la paz; pero nada dice de aquellos para quienes esa “paz” significa la guerra.

El Imperio cuenta con personeros encaramados en un discurso mediático carente de escrúpulos y de elegancia, como, por ejemplo, George W. Bush, quien enuncia las mentiras más monumentales –”llevamos la democracia a Irak”, “estamos reconstruyendo el Medio Oriente”– con una impavidez absoluta y en la persuasión de que se dirige a un público convencido de antemano o a oyentes no menos cínicos que él y que juegan el juego. Pero el Imperio también dispone de sus intelectuales de punta, que en estilo más refinado y con argumentos en apariencia más sólidos, exponen la misma mentira con un rigor lógico inapelable..., a menos que se entienda que esa lógica se funda en una interpretación parcial, cuando no falsa de la realidad, basada a su vez en presunciones que dan por sentado algo que nunca se ha demostrado.
Uno de estos brillantes exponentes es el notable historiador Paul Kennedy, autor de varios libros muy atractivos y sólidos, de quien podría pensarse que por su formación debería estar en buena posición para comprender las cosas, incluso apelando tan sólo a sus propias demostraciones sobre el auge y la caída de las grandes potencias.
En una interesante nota, de alguna manera impregnada de velada amenaza, publicada en La Voz del Interior  el lunes 18 de febrero y titulada “¿Quién se esconde debajo del paraguas?”, Kennedy despotrica contra los beneficiarios de lo que da a entender es la generosa predisposición estadounidense para preservar una pax americana que ha consentido a los países de un vasto arco geográfico prosperar y enriquecerse sin costo físico y militar alguno. La esencia de la argumentación de Kennedy es que mientras Estados Unidos “ha gastado grandes cantidades de dinero, sangre y energía en dos guerras contra Irak..., los principales beneficiarios fueron los aliados árabes como Arabia Saudita, los estados del Golfo, el imperio de Asia Oriental y Europa, que dependen mucho más que Estados Unidos del flujo ininterrumpido del petróleo del Medio Oriente”. (1)
Implícitamente, el argumento puede hacerse extensivo a los años de la guerra fría, cuando la Unión contuvo a Corea del Norte, se batió en Vietnam y erigió un muro “defensivo” contra la amenaza soviética. Los países a que alude Kennedy, o la mayor parte de ellos, habrían “viajado gratis” en un convoy piloteado por Norteamérica con gran esfuerzo.
Kennedy da a entender que todo esto es parte de un proceso hasta cierto punto natural, y aduce el sorprendente argumento que Estados Unidos prosperó gracias a la pax britannica que en el siglo XIX lo protegió de cualquier intrusión europea en el hemisferio occidental y que asimismo invirtió millones de libras para el desarrollo de las ciudades, ferrocarriles, compañías y empresas norteamericanas.
Nuestro historiador olvida, sin embargo, que si eso fue así, ello ocurrió porque Estados Unidos supo gestionar su economía con criterios proteccionistas y que, en alguna ocasión notable, lejos de cubrir a los Estados Unidos de la intrusión exterior, fue Gran Bretaña misma la que la protagonizó deliberadamente, favoreciendo, sin éxito, la secesión de los estados del Sur, durante la guerra civil de 1861 a 1865.
Ahora bien, si, como dice Kennedy, en las últimas décadas la Casa Blanca tuvo “sus propias razones seglares para ir a la guerra”, y si el dinero se va por el caño debido a los gastos militares, ¿por qué, cuando la amenaza comunista se disipó, no revirtió su economía a una economía de paz y siguió en cambio inflando los conflictos de los que ella es la principal responsable en el Medio Oriente, mientras vive del crédito que le aportan las masas dinerarias atraídas a la Unión por los grandes beneficios que asegura o aseguraba esa plaza?
Lo de la amenaza comunista, por otra parte, es cuestión opinable, y bien podría invertirse la oración por pasiva. O, en todo caso, se podría hablar de rivalidad más que de amenaza.
Desagradecidos
Pero ahora resulta que los países beneficiarios de la protección de Estados Unidos –China, Japón, la Unión Europea, los emiratos del Golfo– hacen depender a Wall Street de la continuidad en la provisión de bienes públicos internacionales, apoyo que podrían retirar si así lo desearan, en caso de que el dólar quebrase...
Kennedy estipula en este punto que si el país que garantiza la pax va rumbo a un problema, “entonces, probablemente, también el resto de nosotros, en donde quiera que vivamos en este pequeño planeta, estaremos a nuestra vez en problemas”.
“Ellos” y “nosotros”
Ese “nosotros” es bastante peculiar y resulta expresivo de la mirada eurocéntrica: “nosotros” alude a una cuarta parte de los habitantes del planeta; gran parte del resto,si el sistema llegase a colapsar, no va a tener más problemas de los que hoy tiene. El discurso de Kennedy está dirigido al mundo rico. Los “pasajeros gratuitos” del sistema no son los pobretones de América latina, los hambreados del Africa ni los golpeados y bombardeados árabes. No son los millones y millones de víctimas de un genocidio social caracterizado por la devastación producida por “democracia de libre mercado” introducida por la fuerza en el tercero o cuarto mundos. Son los socios menores del negocio –las grandes burguesías europeas, los grandes capitalistas chinos, los “compradores” que componen las oligarquías neocoloniales que exprimen a sus pueblos y viven una relación simbiótica con el imperialismo– los que pueden correr riesgo.
La tentativa hegemónica norteamericana está en crisis. Aquí sí podemos compartir el pensamiento de Kennedy y preguntarnos qué va a pasar. Personalmente, tiendo a presumir que el proyecto de Estados Unidos no se va a modificar en el fondo y que, con variantes cosméticas, persistirá en el empeño. Con toda probabilidad exigiendo una mayor contribución a sus aliados y extorsionándolos con la misma pregunta que Kennedy introduce de manera implícita: “¿Qué será de ustedes si nosotros nos caemos? Miren que si nos abandonan podemos precipitar la crisis ahondando los conflictos: medios militares y tecnológicos, y expedientes provocadores generados a partir de la comunidad de inteligencia, nos sobran”...
Esta táctica de amenazar con el peor de los escenarios posibles a unos aliados comodones tal vez tenga un éxito provisorio, dado que es sabido que el pistolerismo del capitalismo norteamericano realmente existente carece de escrúpulos, y que no va a soltar la presa a menos que perciba que existe una real amenaza bajo sus pies o el riesgo de una confrontación externa de resultado incierto.
Resistencias internas y externas al modelo
Estas dos últimas hipótesis, sin embargo, no carecen de sentido. Aunque la elasticidad en el manejo de los recursos mediáticos y económicos del primer mundo es muy grande, la marejada del descontento crece en el mundo sumergido y afecta ahora, por primera vez en mucho tiempo, a los mismos Estados Unidos. El énfasis puestos por los candidatos demócratas a la presidencia, muy en especial de parte de Barack Obama, en torno de los temas referidos a la seguridad social y al rechazo de la globalización en la medida que esta recorta el empleo en Estados Unidos, indica la existencia de una creciente resistencia interior a un modelo excluyente, basado en la híperconcentración de la ganancia, en los capitales y las empresas viajeras y en el juego especulativo de las diversas “burbujas” financieras que se mueven alrededor del crédito a las tecnologías, al mercado inmobiliario y la energía. Porque si el precio del petróleo aumenta, “lleva miles de millones de dólares” no sólo a los pasajeros gratuitos del sistema, como dice Kennedy, sino también a las gigantescas empresas norteamericanas abocadas a la generación de energía, a alguna de las cuales el clan Bush se encuentra muy vinculado.
Esta ecuación comienza a hacerse insoportable incluso en los estratos medios y operarios de los Estados Unidos.
En el otro punto del espectro, el de la resistencia externa, los problemas no son menores. No sólo Estados Unidos debe enfrentar a la resistencia a menudo rabiosa de quienes en vez de democracia reciben tropas extranjeras –integradas con una proporción cada vez mayor de mercenarios– y deben abrir su país a las multinacionales estadounidenses, sino que frente al proyecto hegemónico norteamericano se encuentran los rusos y los chinos, designados para ser los rivales del futuro y ello no por consideraciones ideológicas, que en buena medida han desaparecido hace rato, sino porque objetivamente se erigen en obstáculos para la plena expansión de los criterios de la sociedad de “libre” mercado.
La acumulación –capitalista o no– es, sin duda, el resorte del desarrollo. Pero a esta altura de los tiempos y de la evolución científica y social, la cuestión reside en cómo se realiza esa acumulación. Si se efectúa de acuerdo a la vieja receta de “acumulación por desposesión”, los riesgos de estallidos en cadena se incrementarán cada día más. Si, por el contrario, el mundo es capaz de hallar un expediente para acumular sin desposeer y saquear a los más débiles, las posibilidades de choque catastrófico se atenuarán mucho.
Pero para esto hay que entender que el “paraguas” debe abarcar a todos. O cerrarse, para que todos padezcan el castigo de la lluvia democráticamente, hasta poder fundar una sociedad realmente solidaria. 

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1) En la primera guerra del Golfo, Estados Unidos registró unas cien bajas mortales, varias de ellas por “fuego amigo”, contra 35.000 muertos iraquíes. Más que una batalla, fue una carnicería. Tras la invasión de 2003, han muerto entre cuatro o cinco mil norteamericanos, pero alrededor de 650.000 iraquíes, civiles y militares, han perdido la vida, mientras que las víctimas indirectas del embargo que medió entre las dos guerras suelen contabilizarse en alrededor de un millón. La primera guerra del Golfo, por otra parte, fue financiada en buena medida por Arabia Saudita, Japón y la Unión Europea. El sacrificio norteamericano, después de todo, hasta ahora no es tan grande. Y ha sido cumplido en una alta proporción por ciudadanos considerados de segunda clase, como los afroamericanos pobres, o por hispanos que intentan asimilarse a la sociedad estadounidense por la vía del voluntariado militar.

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