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18
ABR
2009

Delitos

Dividida entre las nebulosidades del “garantismo” y el discurso simplista de la mano dura, la sociedad argentina ve crecer la violencia sin un diagnóstico certero para curarla.

El tema de la inseguridad se ha tornado central para la propaganda política en los últimos años. Es normal que se constituya en un asunto de gran peso en el escenario argentino, desde luego, pues todos somos conscientes del incremento de la delincuencia y la desazón nos acecha cuando trasponemos la puerta de casa. E incluso en el propio domicilio hay muchos que están lejos de sentirse seguros. Pero también es verdad que el tema es remachado obsesivamente por los grandes medios de comunicación: un delito, cuyos datos y contornos son repetidos una y mil veces por la televisión y la prensa, causa la sensación de que se trata de muchos delitos que se generan simultáneamente o que se suceden sin solución de continuidad. Se trata, digámoslo con franqueza, de manipular a la opinión pública y provocar en ella una disconformidad que, en última instancia, pueda dirigirse contra el gobierno, responsable aparente del estado de cosas, pues a él compete combatir el crimen.

El sistema de relaciones sociales dominante tiene múltiples formas de manifestarse. La magnificación de los hechos de violencia, en un contexto político caracterizado por la contraofensiva conservadora, juega un papel decisivo en el embate que se lleva adelante contra el gobierno de Cristina Fernández, en la etapa preelectoral por la que estamos pasando.

Es notable que los medios prioricen de manera casi absoluta la mostración de los hechos punibles y la brutalidad que los adorna, sin tomar en cuenta las raíces de los mismos, raíces que se hunden en el proceso de desintegración social que vivió el país entre 1976 y 2002. El desempleo y la consiguiente destrucción del tejido de solidaridades que daba una sensación de pertenencia –a una clase, a una familia, a una comunidad-, no aflora para nada en las argumentaciones de los profetas de la mano dura. Y, sin embargo, ese es el núcleo del problema. Los Catones mediáticos, cejijuntos, admonitores, se fijan en las atrocidades del momento, pero no tienen una palabra para referirse a la atrocidad mayor, a “la madre de todas las atrocidades”, como fue y en buena medida lo sigue siendo, el desquicio provocado por la globalización neoliberal, promotora del saqueo de los recursos físicos del país y responsable de la desesperanza de millones de argentinos. Frente a este panorama de ruinas, a los tenebrosos mensajeros de la catástrofe no se les ocurre cosa mejor que tener como invitados frente a las cámaras a quienes fueron responsables de ese desquicio. Los Broda, los López Murphy, quién sabe si Cavallo algún día, retornan a pontificar sobre la economía que ellos tan bien supieron destruir.

Aun más notable es que, en un país donde la desintegración social corrió de la mano con la pérdida del empleo, ellos, sus convidados y los escribas de los grandes medios de prensa convengan, explícita o implícitamente, en el modelo de país fogoneado desde la Mesa de Enlace, que se propone crear, en la Argentina moderna, las condiciones de la gran factoría agroindustrial volcada a la exportación, despreocupada del mercado interno y cada vez menos necesitada de mano de obra. Si esta utopía reaccionaria se concretase, la inseguridad que hoy nos rodea se vería multiplicada mil veces. Pero esto no molesta a quienes parecen creerse al abrigo, encastillados como están en sus countries y en los complejos edilicios garantizados por la seguridad privada. Del barrio privado al Shopping, del Shopping al rascacielos donde la Empresa les paga su aquiescencia, el recorrido de los servidores del sistema les da la una sensación de intangibilidad y equilibrio.

Pero es un equilibrio precario. Y, en cualquier caso, inaceptable para el grueso de la sociedad que se ve excluida de ese marco, aunque algunos sectores medios no terminan de darse cuenta que su ingreso a él es y seguirá siendo imposible, de continuar con las coordenadas que fraguaron al país en las tres últimas décadas.

La inseguridad, con todo, existe. No es parecida a la de Brasil, por ejemplo, donde hay bandas como el Comando de la Capital, en San Pablo, que de pronto se enseñorean de la ciudad y son capaces de acciones de guerrilla urbana que pueden paralizarla. Pero la violencia está entre nosotros. Y el machaconeo mediático la agiganta y la convierte en un espantajo atemorizante, frente a unas autoridades que no saben cómo lidiar con el problema y que se han puesto a la defensiva.

El asesinato de un camionero, fusilado a quemarropa por un chico de 14 años en Valentín Alsina, el miércoles por la noche, es un epítome del extravío de nuestra sociedad y de la exacerbación de este extravío por la retroalimentación que le brindan los medios. La imagen de un fiscal a punto de ser linchado por una turba de enfurecidos vecinos a su vez estimulados por el protagonismo que dan las cámaras, es “instructiva”. Durante varias cuadras la muchedumbre propina insultos y piñas al atribulado funcionario, que alcanzan también a los policías que dificultosamente sacaban a este de la trampa en que se había metido. Cualesquiera hayan sido los motivos que exacerbaban la cólera de la gente contra el fiscal (si es que había alguno), la imagen de un funcionario público arrinconado y golpeado en medio de coro de puteadas no es un espectáculo edificante.

Lo que lo hace aun más repugnante el episodio no son sólo sus características sino también la falta de análisis de parte de quienes deberían ocuparse en hacerlo, pues tienen llegada al gran público y podrían ayudarlo a comprender las cosas. Por el contrario, el examen ponderado de los hechos brilla por su ausencia e incluso el ex presidente Kirchner sale a explayarse contra la lentitud de la Justicia y la inadecuación de esta a la nueva realidad que plantean los adolescentes delincuentes. ¡Pero si la Justicia sólo puede atenerse a la letra de la ley y modificar esta es tarea de un Poder Ejecutivo y de un parlamento que por años rehuyeron el problema!

Cuidado con esposar, por oportunismo electoral, el discurso de la mano dura. La ley debe ser estricta, pero es inútil que lo sea si fracasan los mecanismos de contención y de reeducación de los chicos. Para que esto sea posible hacen falta vocación de servicio, un programa de desarrollo y una inspiración política volcada a llevarlo a la práctica, cosas estas que siguen brillando por su ausencia. Atención, también, a la manipulación de la violencia en el sentido al que nos referíamos primero: la magnificación sistemática de la inseguridad por los monopolios mediáticos.

Tal como se presentan las cosas la Argentina puede convertirse en una nación fallida. La situación intenta ser manipulada por los sectores reaccionarios, que apuntan a aprovechar la conmoción para promover la restauración conservadora. No hay garantía de que vayan a tener éxito en su empresa, pues la mera represión tampoco resolvería el problema. Y un intento de reinstalar la distopía agraria sólo podría prolongar y profundizar las convulsiones de esta sociedad enferma. Ojala caigamos en la cuenta de lo que está en juego.

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