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09
ABR
2009

El G 20: Más de lo mismo

Protestas en Londres contra la cumbre del G 20
Protestas en Londres contra la cumbre del G 20
“Ojalá te toque vivir una época interesante”, reza la maldición china. El presente parece adecuarse a ese refrán. Turbulencia y caos por todos lados, y una cúpula de poder que sigue impertérrita el mismo rumbo que los ha originado.


La reunión del Grupo de los 20 en Londres, no parece haber arrojado resultados positivos para los humillados y ofendidos por el sistema. Como era de esperar, la declaración final estipuló tan solo medidas cosméticas en este sentido y aun habrá que ver si estas se corresponderán con la realidad. Como, por ejemplo, la de controlar “los paraísos fiscales”, por donde circula en la actualidad el 40 por ciento del dinero en el mundo. Pero uno de los puntos de reporte final, el 19 -el único original y más “jugado”- insinúa en cambio una profundización del mecanismo del dominio que nos sofoca. “Hemos convenido –se dice ahí- respaldar la asignación de unos Derechos Especiales de Giro que inyectarán 270 billones de dólares en la economía mundial para incrementar la liquidez global”. Los Derechos Especiales de Giro, o Special Drawing Rights (SDR), son “una corriente de divisas generadas por una canasta de monedas que será provista por el Fondo Monetario Internacional”. Ello daría al FMI la facultad de crear dinero, lo cual activaría el poder del Fondo para estampar billetes y lanzar divisas al mercado, generando un nuevo circulante que haría las veces de una moneda global que escaparía al control de los Estados y de cualquier poder soberano.

Por lo menos, esto es lo que creo entender de la barahúnda de informaciones que han circulado por estos días.

¿Qué tal? Lo que venimos viendo desde hace tres décadas a esta parte, una globalización cortada a la medida del Imperio, encontraría en este expediente el instrumento perfecto para la escisión, para la ruptura, entre un gobierno mundial en tren de hacerse, y la democracia. El gobierno de los tecnócratas y de las entidades internacionales de crédito se independizaría aun más de lo que lo está en la actualidad, se haría aun más anónimo y al pueblo –o a la gente, como se dice ahora, en un reconocimiento implícito del eclipse de la voluntad colectiva- le quedaría apenas la posibilidad de elegir entre opciones políticas idénticas o protestar de forma anárquica en las calles por problemas coyunturales, sin una idea clara de hacia donde se va, de cuáles son las coordenadas que mueven al mundo y de dónde se encuentra el núcleo de poder que nos oprime.

El rasgo que distingue a la sociedad global es la densidad y en la concentración de los factores que caracterizan su crisis, que no es sólo económica sino también sistémica, militar y geopolítica. El capitalismo, al menos el capitalismo financiero patrocinado por Washington y Londres, se ha revelado inviable. Y sin embargo, a falta de alternativas, persiste en su intención hegemónica. Desde mucho tiempo atrás esa inviabilidad era reconocible en las sociedades subdesarrolladas y ahora, cuando su impacto ha alcanzado al centro, a los países grandes, amenaza involucrar en su convulsión al mundo entero y a un paso mucho más acelerado que en el pasado.

Como consecuencia de la explosión de la burbuja inmobiliaria del Norte, las naciones del Sur se están viendo amenazadas por la retracción económica de ese gran mercado. La crisis norteña reduce la demanda externa y provoca la caída de los precios de los productos primarios o commodities, lo que reduce los ingresos de divisas con que los gobiernos del Sur reembolsan su deuda. Para remediar este problema, el G 20 decide volcar otra masa de capitales en manos del Fondo Monetario Internacional, promotor de la debacle anterior, para que con ellos se promueva quizá cierto movimiento productivo en el Sur; pero en lo esencial para que se siga manteniendo el sistema de pagos de la deuda externa, cuyo repudio causaría la fractura de todo el sistema financiero.

La situación es paradójica, o más bien absurda. Los países del Sur tienen una deuda respecto al Norte que es la mitad de la deuda interna del primer mundo, empezando por Estados Unidos. Reciben dinero para endeudarse más y compran bonos del Tesoro de Estados Unidos, así como tanta gente refugia sus ahorros en el dólar, a pesar de que esta moneda flota sobre un vacío que amenaza tragarla.

La crisis se profundiza por el hecho de que el núcleo duro del sistema, Estados Unidos, no sólo no extrae de la debacle económica una razón para achicar sus ambiciones hegemónicas, sino que más bien parece sentirse tentado por ella a una fuga hacia adelante, en el entendimiento de que aun se encuentra en condiciones de imponerse al resto del mundo. Es un cálculo riesgoso, pues si la antítesis comunismo-capitalismo ha desaparecido (por el momento), en su lugar, en vez del equilibrio fijado por el terror de la mutua destrucción atómica, ha surgido el desafío que representan los nuevos bloques de poder emergentes; tan conscientes como Washington de la tensión que ha de producirse en torno del control de las reservas energéticas y de los recursos naturales amenazados por el desarrollo incontrolado de su explotación de parte de un sistema incapaz de autogobernarse.

Hacia la multipolaridad

China, la Unión Europea y tal vez un bloque iberoamericano encabezado por Brasil, son factores que tenderán a pesar cada vez más en el diseño de las relaciones mundiales de poder. El equilibrio global o la pretensión de establecerlo por la fuerza, han desaparecido, por lo tanto, o más bien han ingresado a un plano inclinado donde se hace más difícil mantenerlos. Para los países de América latina la puesta plena en funciones del Banco del Sur -que integran hasta ahora Brasil, Venezuela y Argentina, más Ecuador, Bolivia y Paraguay- es un expediente que contribuiría a paliar la crisis y a promover el crecimiento o, al menos, mientras dure la emergencia actual, un equilibrio autosostenido. Se escaparía así de la morsa constrictora del Norte y se podría llegar a contar con un circulante propio y bien respaldado.

Cosa chocante, la aplastante evidencia de este dato no sirve para moderar los envites del establishment conservador en nuestro país y de los politicastros que le sirven. Esta coalición aprovecha el desconcierto del público ante la crisis para sacar a relucir las viejas banderas de la dependencia y del seguidismo servil respecto de las potencias del norte. Va contra la corriente profunda de las cosas, con una mezquindad y una cortedad de miras realmente cerril, pero su manejo del aparato mediático y la falta de conciencia histórica de unos estratos medios muy permeables a su discurso, le permite de forma casi increíble volver a las andadas. Sin otra propuesta que la de hundirnos otra vez en el infierno en el que nos sumió en cuanta ocasión se le presentó.

La guerra como sistema

Esto en lo que hace a los contornos económicos del problema, y a su repercusión doméstica. Pero, como decíamos primero, la crisis mundial es asimismo militar y geopolítica. Tampoco hay, en este campo, indicios de cura. Más bien al contrario: con alguna alteración puntual, el programa para redefinir el globo de acuerdo a los intereses de Washington y Londres prosigue su marcha, a pesar de las miradas cada vez menos confiadas que sobre él echan los aliados de la Otan y a pesar de que las resistencias locales en las áreas donde las puntas del imperialismo operan más ofensivamente se hacen cada vez más irreductibles.

El presidente norteamericano Barack Obama hasta aquí no ha satisfecho ninguna de las expectativas que muchos depositaban en él. No es para nada sorprendente. En el caso del desastre financiero se ha dedicado a volcar ingentes cantidades de dinero sobre el mismo sistema que ha originado la crisis, sin alterar sus mecanismos y en la esperanza, desde ya ilusoria, de que este se corrija por sí mismo. Es como poner plata en manos de los ladrones, con la expectativa de que con eso no sigan robando y al final produzcan el anhelado y nunca encontrado “efecto derrame”.

En lo referido al activismo militar norteamericano en el exterior, no se nota ningún progreso. Las líneas generales que apuntan a la presencia y la eventual intervención de las fuerzas armadas norteamericanas en distintos escenarios del globo, siguen en pie. No se insinúa ningún desmonte de las 700 bases que los USA tienen desparramadas en todo el mundo, y la IV Flota, de reciente creación, dedicada a patrullar las aguas del Caribe y Suramérica, goza de buena salud, a pesar de las protestas de los gobiernos del área. Un portaaviones nuclear, un submarino del mismo carácter; otro misilístico; dos buques de asalto anfibios cargados con miles de infantes de marina, Sea Harriers y helicópteros de transporte y de combate; más cruceros, destructores y fragatas de escolta, componen una fuerza que, evidentemente, excede con desmesura la finalidad de combatir al narcotráfico o realizar actividades de carácter humanitario, como se aduce serían sus cometidos primarios.

Mientras tanto, en las zonas ardientes donde sus tropas juegan la gran partida geopolítica, Estados Unidos sigue aferrado a su gestión intervencionista. El presidente Obama mantiene la opción bélica, aunque ha procedido a una inversión de sus prioridades. Ha decidido una retirada progresiva y parcial de Irak de consecuencias imposibles de discernir. La neutralización en que parece haber entrado el conflicto podría permitir ese repliegue. Pero la neutralización a que nos referimos se ha obtenido a través de una suerte de acuerdo entre partes (sunnitas, shiítas y estadounidenses) de carácter muy precario. Sus factores pueden cambiar de la noche a la mañana: ninguno de los adversarios que los norteamericanos han enfrentado allí ha sido vencido y sin la presencia estadounidense es probable que se vuelquen a conquistar todo el poder para sí, para usarlo en cualquier caso en una proyección negativa para los Estados Unidos, cualquiera sea el resultado del conflicto entre ellos. A menos que Washington liquide su contencioso con Irán y se decida a enarbolar una política más sensata para la zona, la inestabilidad no puede sino ir creciendo. La sensatez, aquí, implicaría que los norteamericanos no se ciñeran tanto al interés de Israel. El Estado hebreo representa, sin duda, un aliado necesario para Washington, pero está provisto de una espada de doble filo. Tan pronto puede ser útil para mantener la presión sobre el mundo musulmán, y tan pronto tornarse peligroso por su dinamismo expansionista y por los odios que concita en una región explosiva, que el Pentágono y el Departamento de Estado preferirían asentada en un orden que permitiera a los intereses estadounidenses explayarse sin inconvenientes.

Las medias medidas de Obama

En vez de apelar a los grandes remedios, sin embargo, Obama prefiere patear la pelota hacia adelante y focalizar la atención en Afganistán. De ahí el “surge”, vocablo empleado por el Pentágono para significar un aumento de la presión militar contra un enemigo determinado. Más tropas, más material, más esfuerzo dirigidos a acorralar a la mítica Al Qaeda en las montañas y reducir a los talibanes a la obediencia. El fondo de la cuestión, se sabe, no es la liquidación de ese enemigo elemental y a años luz de querer y poder conquistar el mundo, sino el control del Asia Central y de las rutas del petróleo. Desde ese enclave geoestratégico se puede vigilar y hasta monopolizar el flujo del crudo y, hasta cierto punto, controlar a los estados rivales como son Rusia, China y eventualmente la India. Es decir, a los países que, por su dimensión, armamento y recursos pueden constituirse objetivamente en los enemigos de mañana, si la Unión norteamericana persiste en la ruta que ha tomado. El problema consiste en que Afganistán es un lugar incómodo y muy poco propicio para construir una “democracia” que se acomode gentilmente a los deseos del amo del mundo. De ahí, según filtraciones generadas desde el interior del gobierno de Washington, la aparición de dos corrientes contrapuestas en su seno: la encabezada por el vicepresidente Joseph Biden y el subsecretario de Estado, James Steinberg, que sostendrían el mantenimiento de una estrategia minimalista para estabilizar lo que se pueda de Afganistán, y otra comandada por el enviado especial a la región, Richard Holbrooke, por el comandante general del de las fuerzas armadas, el general David Petraeus y por la secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton, que abogarían por un esfuerzo militar en gran escala para “pacificar” el país. (1)

El trastorno del sistema mundial tal como surgió del hundimiento del bloque socialista y que estaba basado en el predominio absoluto de Estados Unido es aparentemente definitivo. Nada parece poder detenerlo. Ello no es cosa negativa. Al contrario; podría representar una posibilidad de escapar al lazo que nos estrangula y el ingreso a un universo más libre y solidario. Pero la transición hacia un nuevo equilibrio no será fácil ni breve y estará cargada de factores explosivos inéditos en la historia de la humanidad. El siglo XXI será un siglo interesante, sin duda, pero en el sentido del proverbio chino…

 

[1] Another War Lost?, por William S. Lind en el periódico electrónico Lew Rockwell.com.

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