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25
MAR
2009

El expediente plebiscitario

Cristina y Néstor Kirchner
Cristina y Néstor Kirchner
Las próximas elecciones legislativas se han transformado en una especie de referéndum. Como sucede en estos casos, su resultado puede volcar en un sentido o en otro el destino del país. Y por bastantes años.

No nos engañemos. Estamos frente a una arremetida que reinstala en el panorama político argentino la vieja antinomia entre nación y antinación. Los profetas de desgracia que pululan en los monopolios de prensa y la violenta arremetida del bloque agrario contra el gobierno nacional, son la expresión, para los tiempos que corren, de las prácticas oligárquicas que apelaban en última instancia a los golpes militares para derrocar a los gobiernos de extracción popular. Hoy ese expediente parece estar bloqueado por el siniestro historial de la última dictadura, pero el objetivo es el mismo: desestabilizar al gobierno para inducir la renuncia de la presidenta o su rendición con armas y bagajes a una coalición adversa que en última instancia lo que pretende es conservar el perfil agrario de la Argentina, aunque semejante cosa signifique estancamiento, concentración de la renta en pocas manos y desempleo masivo, a la espera que se produzca el famoso efecto derrame que los voceros del neoliberalismo trompetearon durante años y que se clausuró con la catástrofe social de los ’90.

La obligación en que nos sentimos de tomar partido a favor del gobierno en este caso no puede disimular, sin embargo, las dudas que nos inspira la vacilante trayectoria de este. Entendiendo por gobierno el accionar de la pareja presidencial desde 2003 a la fecha. Hemos expresado muchas veces los rasgos positivos de su gestión –reorientación de las relaciones exteriores, atención a mejorar el nivel de ingreso de los sectores más desprotegidos, medidas dirigidas a recuperar bienes nacionales enajenados a vil precio por el menemismo y, últimamente, una serie de medidas que apuntan en buen sentido- (1), pero también su falta de decisión para acometer un plan de desarrollo bien estructurado en el momento en que estaba montado en una oleada de simpatía popular y en que sus enemigos estaban desautorizados por el desastre que habían provocado. Esta renuencia a actuar dio la pauta de que faltaba resolución en el emprendimiento asumido y que los temores, las complicidades o, eventualmente, cierto espíritu acomodaticio muy argentino, los inducían a abordar sólo las partes más fáciles del programa de recuperación nacional. Si tal programa existió alguna vez.

El primer tímido intento de redistribución de la renta que podía asemejarse a un esbozo de la tan necesaria reforma fiscal progresiva, la ley 125, provocó, a poco de haber asumido Cristina Fernández de Kirchner, una embestida opositora que trasuntó la presencia de un nuevo bloque de poder en la Argentina. Bloque en esencia idéntico al que distorsionó el desarrollo del país desde los orígenes de la organización nacional, pero que ahora se configura de forma más compleja y más difícil de reducir si no existe otro sector social dotado de peso político y con capacidad para gravitar con similar coherencia en el plano productivo. La devastación provocada por los 30 años de dictadura neoliberal (sea en la forma desembozada del régimen militar o en la formalmente democrática de los gobiernos que la siguieron), ha generado la formación de una plataforma de intereses en la que coinciden los viejos sectores de la oligarquía vacuna (hoy con menos vacas pero asociada a los pools transnacionales de la siembra), los medianos productores de la Federación Agraria que antes se le habían opuesto y los grupos empresarios asociados a la producción agroindustrial. En un trabajo inédito del economista Eduardo Basualdo, citado por Horacio Verbitsky en Página 12, aquel reconoce “un nuevo patrón de acumulación nucleado en el agro y que quiere terciar en la disputa de la distribución del ingreso… ocupando el centro de la escena política y económica... El Estado y los asalariados y la producción industrial deberían operar en función de sus requerimientos de expansión”. Basualdo identifica a este surgimiento al momento político narrado por Antonio Gramsci, cuando un grupo social alcanza la conciencia de los propios intereses, que superan el círculo corporativo y se convierten en ideología.

El contrapeso ausente

Entre nosotros la ideología que instruye acerca de que el agro y la agroindustria son el sustento natural de la nación, tiene una antigüedad de más de un siglo, pero quizá nunca como ahora irrumpió con un ímpetu parecido. El por qué de esta emergencia tan vehemente puede quizá rastrearse en el eclipse o más bien la dispersión del núcleo social que con más dureza se le había opuesto a lo largo del siglo XX: la clase obrera. Arrollada, a través del menemismo, por la puesta en práctica del modelo neoliberal instituido por la misma fuerza política en la que desde sus orígenes depositaba su confianza, el justicialismo; reducida en número por el ahorro de mano de obra que se deriva de la revolución tecnológica, intimidada por la destrucción del empleo y marginada gradualmente hacia una periferia social que tiende a abolir la percepción clasista de las cosas para inducir a la resignagción, a la descomposición familiar o a un individualismo que empuja a la insolidaridad y a veces al delito, su eclipse del escenario político como fuerza coherente da lugar a la preeminencia de los negocios privados. A esto se suma la desnacionalización de la clase empresaria industrial que, ante la arremetida de los años ’90 prefirió, en vez de resistirla, liquidar sus establecimientos, reconvertir su capital volcándolo al área financiera y fugarlo al exterior.

Así las cosas no se advierte un núcleo social duro que sea capaz de plantarse de forma consistente frente al nuevo grupo de poder, genéricamente denominado como “partido del campo” o “bloque agrario”. Aquí entra a jugar algo que definiéramos en un artículo anterior como “la proclividad renunciataria” (2) de las dirigencias que ejercieron, vicariamente, durante toda la historia argentina, la defensa de los intereses populares. Si en momentos en que se disponía de la fuerza necesaria para enfrentarse al viejo modelo de acumulación esas dirigencias no encontraron dentro de sí mismas la voluntad necesaria para hacerlo, ¿la hallarán hoy día, cuando la base social a la que deben expresar está a medias desarticulada? Sólo la puesta en práctica de un plan de desarrollo que garantice la continuidad del crecimiento económico a través de la industrialización moderna y la consiguiente consolidación del empleo, tanto de baja como de alta calificación, puede dar sentido y consistencia a la política dirigida a oponerse a el rebrote neocapitalista o neoconservador que presenciamos en estos momentos y cuyas patas son el monopolio de la prensa, la concentración de la renta y la emergencia del bloque ruralista.

Hubo un factor, a lo largo de la historia nacional, que jugó como fiel de la balanza y proveyó a uno o a otro sector, alternativamente, el peso que se necesitaba para dirimir el diferendo. En general el grupo actuó como defensor activo o pasivo del estatu quo, pero hubo ocasiones en que revirtió ese papel. Ese sector no fue otro que el representado por las Fuerzas Armadas. En especial durante el lapso que corrió de 1943 a 1955. Pero hoy no se cuenta con un protagonismo fuerte del sector, pues arrastra el sambenito de los crímenes de la última dictadura y la política de Néstor Kirchner tendió a enajenarlo antes que a ganárselo. Por oportunismo, más que por otra cosa. Se echó al niño con el agua de la bañera: se reubicó a las FF.AA dentro de las instituciones, pero al hacerlo se debilitó no sólo su desmedido rol político sino que se las disminuyó en su capacidad operativa a través de una sequía presupuestaria que si no anuló su poder para actuar como factor de represión interna, las paralizó para la defensa externa, mientras se las seguía desprestigiando con la campaña desmalvinizadora, que fue atenuada por los Kirchner, pero que persistió en forma residual en el mismo el canal oficial y en productos fílmicos respaldados por el INCAA. El desprestigio y las restricciones presupuestarias, dos factores que estuvieron íntimamente ligados, las han inhabilitado para desempeñar su trabajo como reserva estratégica de la nación en las cuestiones internacionales e incluso para ejercer su papel como contrafuerte de la legalidad. El gobierno no confía en ellas, a decir verdad.

Así las cosas, al país se le ofrece un panorama crítico. Al menos, para los próximos meses. El gobierno ha empezado a reaccionar –el elenco de las medidas enunciadas así lo indica-, pero falta saber si no es demasiado poco y demasiado tarde. El bloque agrario, expresivo de la vieja Argentina adecuada a los tiempos que corren, se relamía ya, hace unos días, con la perspectiva de la partida de Cristina y su herencia asumida por Cobos, personaje de visos casi increíbles que puso su “convicción moral” por delante de la ética política al votar contra un proyecto de ley de su gobierno. Si su convicción le ordenaba oponerse a la ley 125 sobre las retenciones, en efecto, el único camino que le restaba para resguardar su integridad moral era renunciar a su puesto, dado que un vicepresidente, en vida del presidente, debe a este una lealtad incondicional. Un escenario de este tipo resultaría imposible en Estados Unidos, por ejemplo.

El caso es que las cosas se han precipitado en los últimos tiempos, en cierta medida por la gravitación de la crisis económica mundial, que ha rebajado de manera abrupta el precio de las commodities exportables y ha generado un pánico hasta cierto punto artificial en el seno de las clases medias. En este escenario el “campo” se crispa y la oposición se abalanza con un entusiasmo digno de mejor causa a embestir contra el gobierno, sin otro programa que el control de las sinecuras que pueden deducirse de este, mientras denuncia un tono exaltadamente moral al Ejecutivo de querer hinchar las arcas del Estado para fomentar el “clientelismo” y de ser responsable del problema de la creciente inseguridad. El desparpajo de quienes en tiempos recientes adhirieron por acción u omisión a la convertibilidad de Cavallo, es por demás notorio y aunque la gente suele tener la memoria corta, el punto es demasiado grueso para que pase desapercibido. Afirmaciones como las de Elisa Carrió, que propone que se deroguen las retenciones a la soja y se las suplante por un préstamo del FMI, rondan el desatino: ¿es que tan rápido ha olvidado el nefasto papel que cumplieron los mecanismos del endeudamiento externo en la debacle promovida por el menemismo y el radicalismo?

En cuanto a la inseguridad, no olvidemos que es hija de la destrucción del tejido social argentino como consecuencia de la devastación neoliberal, que la clase política apoyó con contadas excepciones y en cuyo catecismo comulgó el grueso de la clase media. La misma que reclama hoy la pena de muerte.

La apuesta

En estas condiciones la apuesta que está en juego en las elecciones legislativas adelantadas para el 28 de junio es alta. Tal como han sido planteadas por la oposición y recogidas por el gobierno, se trata de una suerte de plebiscito. Los referéndums son una especie de voto confianza similar a los que se plantean en los regímenes parlamentarios, sólo que volcados a la calle, en un ejercicio que se aproxima a la democracia directa. Hugo Chávez en Venezuela ha sabido buscar y superar esas pruebas a través de una gestión dinámica que va al fondo de las cuestiones. Cualquiera sean las reservas que puedan hacerse a su estilo tropical y, sobre todo, a la insuficiencia de sus cuadros partidarios, que lo deja a él casi como único referente de la revolución y como su locomotora indispensable, su gestión demuestra que sólo el dinamismo y la apelación a las masas pueden frenar los intentos desestabilizadores que surgen del sistema vinculado al imperialismo y de la desnacionalización de las clases medias. Fenómeno este último típico de una América latina vaciada de su propia conciencia justo en los sectores medios que deberían proveerle de esta y de un programa estructural de desarrollo.

Este vaciamiento fue promovido antes a través de los vasos conducentes de un sistema educativo extranjerizante, y ahora, con una eficacia mucho mayor, a través de la elaboración de un discurso mediático informe, caótico, banal u obsceno, que en sus áreas pretendidamente más serias bate el parche con el discurso del sistema hasta hacerlo atronador. Este discurso puede tener variantes que le dan una apariencia de libertad de pensamiento, pero en esencia todos los columnistas de los grandes medios recitan el mismo verso, sea en su versión académica como en su versión populachera. Antiestatistas, antipopulistas, maestros en el reclamo por una mano dura, calumniadores sistemáticos de la psicología de los argentinos que ellos mismos contribuyen a deformar, reverentes ante las potencias extranjeras cualesquiera sean las barbaridades que estas cometan y silenciadores de los problemas profundos que afligen al país y que este arrastra desde sus orígenes, su erizamiento contra la corrupción, real o presunta, de los miembros del gobierno, no toma en cuenta ni la inmoralidad generada por el neoliberalismo ni su propio papel –poco edificante- como sirvientes privilegiados del sistema.

El plebiscito en que se ha transformado a las próximas elecciones legislativas no deja mucho lugar para determinar la orientación del voto. Nos guste o no el actual gobierno y por muchas que sean sus limitaciones, no parece existir otra opción que contribuir a que este mantenga una mayoría en las cámaras que permita la gobernabilidad del país. A su izquierda no hay nada, salvo grupúsculos que, en muchos casos, están apartados de la realidad. Y a su frente hay una coalición sin programa propio, armada de un discurso vacío y que sirve de fachada a los intereses reales del bloque agrario o agroindustrial, conectado a las supervivencias de la patria financiera, que repropone la vuelta a una Argentina excluyente. El problema reside más bien en encontrar a los referentes políticos en los cuales creer; esto es, de los que se puede esperar lealtad a sus mandantes. Después de las experiencias con Cobos, Reutemann, Solá o Schiaretti, para hacer unos pocos nombres, esa búsqueda se hace difícil. Competerá al gobierno encontrar a esos representantes en cada uno de los distritos electorales.

Pero, en última instancia, sólo una convocatoria a las masas, sustentada por una política de comunicación eficiente y, sobre todo, por la certidumbre de que el gobierno contrae un compromiso hacia el futuro que prometa un país diferente, podrá asegurar el éxito. Volviendo a Gramsci y parafraseando otro de sus aforismos, “vivimos en una circunstancia en la cual el viejo país está muriendo, mientras que el nuevo no puede
nacer todavía”

 

[1] Por ejemplo la recuperación de los fondos de las AFJP, la reestatización del Área Material Córdoba, el anuncio de una ley para permitir la coparticipación de la renta de la soja con las provincias, un proyecto a debatir para modificar la actual ley de radiodifusión, otro que anularía la potestad de los tribunales internacionales para inmiscuirse en cuestiones atinentes a procedimientos civiles y comerciales verificados en nuestro país y la amenaza (lástima que de momento sea tan solo una amenaza apenas insinuada) de nacionalizar el comercio exterior de granos y de recuperar el control del Banco Hipotecario. 
 
[2] Perspectivas del 10.03.09.

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