A un siglo del estallido de la primera guerra mundial

28
JUN
2014

La chispa

Seis
El archiduque Francisco Fernando y su esposa al iniciar su fatídica visita a Sarajevo.
Sarajevo. Hace hoy exactamente un siglo, un atentado político abría la puerta a una era de cambios gigantescos que persiste en el presente. En apenas un mes el orden europeo se quebró y la guerra tantas veces anunciada se corporizó brutalmente.

El 28 de Junio de 1914 era domingo. Europa se aprestaba a pasar la temporada estival. En la capital de Bosnia Herzegovina, territorio hacía poco anexado al imperio austrohúngaro y reivindicado como propio por Serbia, estaba de visita el heredero del trono, el archiduque Francisco Fernando, acompañado de su esposa Sofía. En su camino al Ayuntamiento, la comitiva sufrió un atentado con bomba, que produjo varios heridos entre sus integrantes, pero tanto el archiduque como la archiduquesa salieron ilesos del ataque. Después de una tempestuosa reunión en la alcaidía, durante la cual el archiduque se quejó airadamente ante el gobernador de la ciudad por el hecho, el archiduque decidió efectuar una visita a los heridos por el atentado que se encontraban en el hospital. En el camino, al intentar el chófer dar marcha atrás a la salida de un puente, el motor del automóvil en que viajaba la pareja se plantó, y el coche, un descapotable que estaba  descubierto, quedó al lado de uno de los integrantes de un comando terrorista serbio que tenía por misión matar al heredero y que se estaba alejando del lugar, estimando que el intento había fracasado. El estudiante Gavrilo Princip se encontró cara a cara con su objetivo y le descerrajó dos disparos a quemarropa con una semiautomática de 9 milímetros. Uno atravesó la yugular del archiduque y otro impactó en el abdomen de su esposa. Ambos murieron en cuestión de minutos. Fueron los primeros muertos de una guerra que se iba a cobrar más de diez millones de vidas.[i]

El atentado había sido urdido en los círculos conspirativos que pululaban en los Balcanes. La Mano Negra era una prolongación de los servicios secretos serbios y estos fueron los responsables últimos del magnicidio. Todo eso se sospechaba, pero no era aun comprobable. Ello no obstó para que el crimen operara como detonante para una guerra que todos esperaban. Alemania estaba deseosa de reaccionar de alguna manera ante la política de cerco que en torno suyo dibujaba la Triple Entente y creía que reforzar a la debilitada monarquía austrohúngara a través de un golpe de fuerza, que terminase con la amenaza que representaba Serbia contra la integridad del imperio, era una manera de lograrlo. Con inconsciencia o con una irresponsabilidad culpable, el 5 de julio, en el curso de un almuerzo privado con el embajador austríaco, el káiser Guillermo brindó la seguridad del apoyo alemán al gabinete de Viena en el caso de que decidiese actuar contra Serbia, incluso si con ello se empujaba a Rusia a la guerra.

Alemania quería que Austria acabase con la amenaza serbia, fogoneada por el gobierno ruso, y consolidase el dominio germano en los Balcanes. El cálculo era que Rusia no se animaría a ir a la guerra en defensa del “hermano eslavo” por encontrarse aún  no preparada para ello. En tres años más esa situación habría cesado, dado que las vías férreas que debían transportar a las tropas rusas hacia el oeste se habrían multiplicado gracias a los créditos franceses, y la flota rusa del Báltico estaría de nuevo en condiciones de ser una fuerza gravitante en ese mar. El mismo cálculo era manejado por estado mayor ruso, que entendía que sólo para 1917 se estaría condiciones de combatir a Alemania, de consuno con los franceses y, tal vez, los británicos.

La idea de la guerra preventiva primaba en toda Europa. En Alemania porque sentía que día a día aumentaba el peso de los enemigos a los que habría de combatir si se llegaba a la guerra. Y en los estados que se le oponían la dinámica era la misma por el hecho de que, aunque no se proponían ir a la guerra de inmediato, se preparaban activamente para ella y, en consecuencia, estimulaban los temores y los reflejos agresivo-defensivos de Alemania.

El asesinato de Francisco Fernando suministró el pretexto para que todos estos factores se pusiesen en movimiento. Una vez activado, el engranaje de las alianzas comenzó a moverse por sí sólo. El 24 de julio Austria presentó un ultimátum a Serbia con condiciones imposibles de cumplir a menos que este país renunciase en la práctica a su existencia soberana. El plazo fijado para la expiración del mismo era perentorio: 24 horas. Como los austríacos no podían haber tomado esa decisión por sí solos, para todo el mundo se hizo aparente que Alemania quería la guerra o que al menos se había propuesto dar un giro a la situación europea que invirtiese el curso en el que se venían dando las cosas. Y como en todas partes primaba la creencia de que más tarde o más temprano la guerra iba a ser inevitable, el dinamismo de los acontecimientos comenzó a independizarse de la voluntad de los responsables de dirigirlos.

Rusia era la primera potencia afectada por la movida austríaca. La supresión de Serbia implicaba en la práctica la extinción de la posibilidad de extender la influencia rusa en los Balcanes. Por otra parte, intervenir a favor de Serbia suponía una guerra inmediata con Austria y, muy posiblemente, con Alemania. La ayuda francesa se daba por descontada, pues había quedado reafirmada con la visita del presidente Poincaré a San Petersburgo en los días posteriores al atentado de Sarajevo, visita que tuvo como objetivo dar una señal en el sentido de que la alianza franco-rusa seguía en pie, cualesquiera fueran los riesgos que presentaba la situación europea. Pero la intervención inglesa no podía darse por absolutamente segura, y tanto la prolongación de la red ferroviaria rusa como la preparación del ejército no habían sido completados después de la derrota frente a Japón. Hacían falta dos o tres años más antes de que el coloso ruso estuviese en condiciones de cumplir con éxito su parte. El estado mayor ruso estaba consciente de esa situación, como lo estaba el alemán, que presionaba para aprovechar la ocasión y jugar el todo por el todo en un momento en que todavía era posible esperar una victoria rápida si se cumplían todos los puntos del Plan Schlieffen.

Esta apuesta era compartida por el gobierno de Berlín, pero sólo si se estaba seguro de que Inglaterra no se involucraría en la guerra. En ese momento, sin embargo, el proceso empezó a escaparse de las manos de Alemania. Aunque Serbia había accedido a todos los términos del ultimátum austríaco[ii], y Rusia secundaba esta actitud, el embajador de Austria expresó que la respuesta no había sido del todo satisfactoria y una hora después abandonó Belgrado. Cuando el ministro de Relaciones austríaco, el conde Berchtold, fue informado de una propuesta rusa de solucionar pacíficamente el problema, expresó que el prestigio de la monarquía austro húngara había sido ofendido y que ya nada podía conjurar el conflicto (con Serbia).[iii]

El mecanismo del desencadenamiento

Lejos de frenar a Austria en ese camino que conducía a la guerra con Rusia, Alemania prefirió en cambio preguntar al gobierno francés si Francia se solidarizaría con Alemania para limitar el choque a una colisión entre Austria y Serbia, lo que equivalía para Francia a dejar a Rusia en la estacada si el zar decidía intervenir a favor de Serbia y de sus propios intereses en los Balcanes. Las cosas empezaron a rodar por la pendiente. Los rusos decidieron respaldar a los serbios en caso de un ataque austríaco y ello en el acto instaló en primer plano la posibilidad de un choque directo con Alemania, lo que a su vez determinaría la puesta en funcionamiento de la cláusula de garantía de la Entente que obligaba a Francia y a Rusia a socorrerse mutuamente si se veían afectados por un ataque externo. En ese momento Inglaterra, ante la amenaza de guerra que se erigía ante Francia y las propuestas en sordina que le efectuaba Berlín en el sentido de que se mantuviese al margen del conflicto prometiéndole que tras la victoria no desmembraría a Francia –aunque tal garantía no se hacía extensible a las colonias-, comenzó a moverse. Y lo hizo –como era previsible- en un sentido opuesto a los deseos del káiser. Los estados mayores francés y británico hacía tiempo que venían acordando sus planes para la eventualidad de que, si Alemania violaba la neutralidad belga, actuasen en forma coordinada, y se preveía el desembarco de un contingente, pequeño pero profesionalmente muy calificado, para cubrir el flanco izquierdo del despliegue francés. Por otra parte en 1912 se había redactado un protocolo naval, que renovaba y reforzaba la Entente Cordiale, por el cual, en el caso de una guerra con Alemania, la marina  británica protegería la costa francesa de cualquier incursión alemana, a cambio de que la flota francesa defendiese los intereses ingleses en el Mediterráneo. De esa manera los  británicos podrían tener una superioridad absoluta en el Mar del Norte y en el Canal de la Mancha.

La neutralidad belga era el factor determinante para el ingreso británico a la guerra. Gran Bretaña no quería que ese territorio y los puertos del Canal de la Mancha cayesen en manos de los alemanes, pues entendía que ello representaría una amenaza directa a su seguridad. Era un cálculo que venía de lejos y que explicaba incluso la existencia de Bélgica, cuya fundación como estado autónomo después de la revolución de 1830 había sido refrendada por el Tratado de Londres firmado en 1839, que declaraba la neutralidad de ese territorio y comprometía a los estados firmantes –Francia, Inglaterra y la Unión de Estados Alemanes encabezada por Prusia- a acudir en su defensa si alguno de ellos la violaba. Ahora bien, la invasión de Bélgica era esencial para los planes alemanes, que de esa manera entendían sobrepasar por el flanco a los ejércitos franceses que se lanzarían a la defensa de la frontera frente a la cual estaban las dos provincias que les habían sido arrebatadas tras la guerra de 1870: Alsacia y Lorena.

El 28 de Julio los austríacos comenzaron el bombardeo de Belgrado, allende la frontera. El 29 de Julio el ministro de Relaciones Exteriores británico, Sir Edward Grey, formuló una advertencia al gobierno alemán en el sentido de que no podía contar con la neutralidad británica en caso de conflicto. Pero era tarde. Los acontecimientos se precipitaban. Cuando el káiser y su canciller Bethmann Hollweg, que habían fogoneado a Austria para que actuara contra Serbia, cayeron en la cuenta de que la intervención inglesa era más que probable, intentaron dar marcha atrás al borde del precipicio. Pero,  como señaló Winston Churchill, era como intentar detener la marcha de un barco en la grada de botadura cuando se lo lanza al mar. El conde Berchtold no quería retroceder una vez que las hostilidades entre Austria y Serbia habían comenzado. El zarismo, por su parte, trabajado por el descontento interno –una semana antes una oleada de huelgas en San Petersburgo parecía haber querido reeditar las jornadas de 1905-, y desprestigiado por la derrota frente a Japón, no estaba dispuesto a someterse a una nueva humillación que hubiese comprometido su propia existencia. De modo que el 29 de julio el zar Nicolás II decretó la movilización de cuatro clases militares. Alemania respondió declarando el Kriegaufstand o estado de preparación para la guerra, una forma disimulada de proclamar la movilización general. Los últimos esfuerzos del káiser para frenar el conflicto –una propuesta de conversaciones directas entre Rusia y Austria con la mediación de Alemania-, fracasaron debido a la intransigencia del estado mayor ruso.[iv] El zar cedió a la presión militar y decretó la movilización general, que fue respondida por la declaración guerra de Alemania a Rusia, el 1º de agosto. El 2 de agosto Francia proclamó la movilización general, el 3 de agosto Alemania declaró la guerra a Francia e invadió a Bélgica, y el 4 de agosto Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania, fundándose en la violación de la neutralidad belga, pero en realidad aprovechando este bienvenido pretexto para tornar operativos unos planes que estaban madurándose desde hacía varios años.

 

Notas

[i] Conviene apuntar que Francisco Fernando era un moderado, partidario de una aproximación a Serbia con miras a llegar a un equilibrio consensuado en los Balcanes. El emperador Francisco José, de quien debía heredar el trono, lo detestaba cordialmente y su figura no era popular ni entre los jefes militares ni entre los empresarios con intereses en esa región ni en la derecha. Pero su asesinato sirvió de pretexto ideal para liberarles las manos.

[ii] Menos en uno, el referido a la intervención de funcionarios austríacos en la investigación que se llevaría a cabo en Belgrado para establecer las responsabilidades últimas del crimen de Sarajevo. Pero incluso en ese caso Serbia consentía en someter la cuestión al Tribunal de La Haya o a una convención de las grandes potencias, prometiendo aceptar sus decisiones.

[iii] E. Tarlé, “Historia de Europa”.

[iv] La propuesta fue bien acogida por el zar y su círculo íntimo: si Austria aceptaba excluir del ultimátum el único punto que vulneraba la soberanía serbia, Rusia se comprometía a cesar la movilización. (Tarlé, Op. Cit.) 

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