A un siglo del estallido de la primera guerra mundial

Rusia

Brusilov, Alexei (1853-1926). El mejor general ruso de la Gran Guerra. Fue un notable táctico y estratega, el primero en utilizar el método de infiltración en el ataque, principio que sería perfeccionado aún más por los germanos en su ofensiva en el frente occidental en 1918. Desechando los asaltos a campo abierto y a gran distancia, en la ofensiva rusa lanzada en Galitzia en 1916, preparó el ataque minando las fortificaciones del enemigo y realizando trabajos disimulados que acercaban a las tropas bajo su mando a 200 o 100 metros de las posiciones austríacas, desde donde pequeños pelotones partieron al asalto. En vez de realizar bombardeos que duraban varios días o hasta semanas, que alertaban al adversario más de lo que lo desgastaban, optó una preparación artillera intensa y breve, apoyada en una minuciosa recolección aérea de datos sobre la ubicación de las baterías del enemigo, que permitía neutralizar a muchas de ellas en el momento del ataque. En relación con esta táctica se formaron grupos de asalto con efectivos de elite y que apuntaban a tomar por la espalda las fortificaciones del enemigo, que sirvieron de modelo luego a las sturmtruppen germanas. Con esa ofensiva Brusilov se anotó el único éxito militar realmente importante que tuvo el ejército ruso al hundir el frente austrohúngaro en 1916. Sobrevenida la revolución bolchevique eligió servir a este bando antes que sumarse a los oficiales que formaron y lideraron a las tropas “blancas” en la terrible guerra civil que siguió a la toma del poder por los comunistas. Entendía que estos servían mucho mejor que sus enemigos a la causa nacional rusa, pues los bolcheviques luchaban con el apoyo de fuerzas internas, consolidadas por la disciplina revolucionaria, mientras que sus adversarios recurrían al apoyo extranjero –franceses e ingleses en el sur y el norte de Rusia, japoneses y norteamericanos en el extremo oriente-, en defensa de sus propios intereses sectoriales y de clase, para defender a los cuales no les importaba ceder porciones de la soberanía rusa.

Kérensky, Alexander (1881-1970). Político ruso, cabeza de los trudoviki, grupo parlamentario que se asoció en la Duma al ala moderada de los socialrevolucionarios. Orador brillante pero vacío, los acontecimientos lo llevaron a figurar al frente de la política rusa en el interregno entre la Revolución de Febrero y la Revolución de Octubre. Ni su psicología ni sus ideas se adecuaban a la convulsión del momento. Es descrito con una ironía implacable por León Trotsky en su “Historia de la Revolución Rusa”, y también se ganó la repulsa del pensamiento de extrema derecha, que ve en él al prototipo del demócrata vacilante, que favorece la radicalización de las corrientes de extrema izquierda por su inclinación a coquetear con ellas. Esta última es una caracterización injusta, pues Kérensky hizo todo lo posible por frenar y, si hubiese tenido fuerzas para ello, suprimir a los bolcheviques. Sólo que, en las condiciones en que se movía, su verborragia y su política, que pretendía mantener a Rusia en la guerra cuando era evidente que esta se había perdido, resultaban provocativas e inútiles. Fue el momento del “doble poder”, significado por un lado por la ascendente insurrección de los soldados, obreros y campesinos que se nucleaban en los sóviets, y por el otro por la existencia de un gobierno y unas instituciones de carácter casi virtual, que no tenían un sólido sustento de clase y que sólo podían contar con el apoyo de la contrarrevolución armada, en disposición de destruir a los bolcheviques pero también de devorarlos al gobierno. Simultáneamente a la ofensiva desencadenada por Kérensky contra los alemanes y austríacos para hacer honor a las “obligaciones” rusas para con los aliados, se produjo la insurrección popular de Julio en Petrogrado. Su fracaso dio la ocasión a Kérensky para golpear a los bolcheviques. Pero tras encarcelar a algunos y obligar a huir a otros hubo de transar apresuradamente con ellos para frenar el golpe de Kornilov, el jefe militar al que había recurrido para sofocar la rebelión. Esto volvió a poner en carrera al movimiento revolucionario y a partir de allí los acontecimientos llevaron directamente a la toma del poder por el partido de Lenin.

Lenin, Vladimir (1870-1924). Líder del partido bolchevique y fundador del estado soviético, Lenin sigue siendo una figura controvertida, pero sin duda fue uno de los hombres que mayor gravitación tuvieron la historia del siglo XX y en la definición de un concepto de partido revolucionario. Fue un combatiente consecuente de la causa, provisto de una enorme seguridad en sí mismo que incluía una fuerte dosis de doctrinarismo autoritario. Lenin impartió al movimiento que encabezó un centralismo democrático que, al morir su fundador, se convirtió en centralismo a secas. Su construcción del partido bolchevique se fundó en necesidades prácticas que requerían de la centralidad, la clandestinidad y el secreto, lo que podía degenerar fácilmente, una vez en el poder, en la dictadura y, en última instancia, la tiranía. En las circunstancias de atraso y agresión internacional de que era víctima Rusia, ello determinó que el Partido Comunista de la Unión Soviética degenerara y que el comunismo no escapase a su asimilación al interés nacional de la URSS. Pero la responsabilidad de Lenin en este desarrollo no puede exagerarse. Este fue el resultado de las condiciones objetivas que lo rodearon y en gran medida lo determinaron, más que de la personalidad del mismo Lenin. Tanto él como los líderes bolcheviques de la vieja guardia no pensaban que la revolución en la atrasada Rusia campesina pudiera mantenerse sin su extensión a los países más desarrollados del centro y del oeste europeos. Contaban con el contagio que su revolución habría de diseminar en las masas de soldados agotados e indignados por la guerra, y confiaban en la capacidad de insurrección de las masas en Alemania, Francia, Italia e Inglaterra, así como en los países de la “Mitteleuropa”. La organizada y cumplida Alemania iría a reemplazar a Rusia como portadora de la llama de la revolución. Fue un cálculo fallido, aunque la conmoción causada por una guerra sin fin y, en Alemania y Austria Hungría, por la derrota que siguió a la masacre, provocaron sacudidas sociales que en su momento parecieron ser capaces de inclinar la balanza a favor de la causa revolucionaria. Tal como quedaron las cosas hacia mediados de la década de 1920, sin embargo, se hizo evidente que esa esperanza se había revelado utópica. Para entonces Lenin ya había muerto y la flexibilidad que había mantenido en el manejo de las cuestiones internas del partido fue sumergida por el ascenso de una burocracia que hizo pie en el agotamiento del proletariado, que había promovido la revolución, pero que se había desangrado en la guerra civil y representaba una ínfima minoría frente a la nueva clase obrera, políticamente ineducada. Desprovisto de la conciencia de clase de su antecesor y susceptible de ser manejado por el aparato de propaganda, este proletariado de nuevo cuño no podía tener el protagonismo político del anterior. Sobre esta base de cansancio e indiferencia de las masas creció la excrecencia burocrática manejada con habilidad y astucia por Stalin, que desarrollaría aceleradamente a la Unión Soviética, pero al costo de un desgaste social enorme y de la esterilización de la herramienta crítica supuesta por el marxismo, convertido en un mero expediente para interpretar en forma distorsionada a la realidad y poner al movimiento comunista internacional al servicio de la URSS.

Trotsky, León (1879-1940). El personaje que más intensamente ha concentrado las coordenadas del trágico siglo XX y las ha interpretado a través de su destino personal y de una obra escrita que se cuenta entre las más iluminantes de ese tiempo, que sigue siendo el nuestro. Pensador original, gran escritor, periodista de genio, tribuno revolucionario, organizador del Ejército Rojo, estadista y administrador eficaz, sólo le faltó la aptitud política. Que en buena medida depende de la sapiencia para componer con la mediocridad de los demás y de la resolución para aprovechar el momento oportuno para afirmar el propio poder. Su aporte para la comprensión de la revolución rusa y para el desciframiento de las líneas de fuerza que distinguieron a la degradación del movimiento comunista y al ascenso de los fascismos hace de él un autor de imperativa lectura aún hoy. Su vida fue una tragedia que puede leerse en clave pesimista u optimista, según se la vea. Figura decisiva en la toma del poder por los bolcheviques durante la Revolución de Octubre, aunque un poco marginal a estos en razón de su antecedente como objetor de la teoría leninista del partido; reconciliado plenamente luego con Lenin, fundador y organizador del ejército rojo, arquitecto de la victoria en la guerra civil y comisario de Defensa después de esta, era en cierto modo el heredero natural de Lenin, pero ya en ese momento su posición había sido minada por su archienemigo Stalin, “la más brillante mediocridad del partido” y por eso mismo el más astuto y taimado de sus enemigos. Frente a este personaje Trotsky no supo o no quiso o no se animó a recurrir a la fuerza de que disponía gracias a su prestigio y a su posición al frente del Ejército Rojo, y dejó pasar la oportunidad de dar un golpe de estado cuando la viuda de Lenin dio a conocer, dentro del círculo más restringido de los dirigentes del partido, los términos del testamento de su marido, que condenaban a Stalin y exigían su remoción de su cargo de secretario general. Contemporizó, hizo gala de una lealtad partidaria que no tomaba en cuenta la implacable inquina que le tenían sus enemigos, aceptó el ramo de olivo que le tendía Stalin y cuando quiso reaccionar fue demasiado tarde. Las relaciones de fuerza –que ya favorecían antes a Stalin debido a su manipulación de los cuadros de partido- se habían alterado irremediablemente. Destierro, exilio y muerte fue lo que lo rodeó los últimos doce años de su vida, incluidos los asesinatos de dos de sus hijos, el suicidio de una de sus hijas y el fusilamiento de sus más cercanos colaboradores, mientras que sobre Rusia se desplomaba el horror de las purgas en las que desaparecerían todos los integrantes de la vieja guardia revolucionaria. Es portentoso que en medio de esta catástrofe Trotsky haya podido escribir obras de la envergadura de “Historia de la Revolución Rusa”, su autobiografía “Mi Vida”, “La revolución permanente”, “La revolución traicionada” y una enorme cantidad de artículos y ensayos que suministran una perspectiva profética sobre los contornos problemáticos del siglo veinte, provistos de una lucidez sin parangón. Cuando un sicario de Stalin lo asesinó en México, en 1940, con un golpe de piolet en el cráneo, estaba trabajando en una biografía su enemigo que implicaba también un diseño amplio de las contradicciones que habían permitido su emergencia.

Estados Unidos

Wilson, Woodrow (1856-1924). Político demócrata, vigésimo octavo presidente de Estados Unidos, “idealista entre pragmáticos” según lo evaluó la opinión pública en aquel momento y arquitecto de un frustrado orden mundial que tenía a la Sociedad de las Naciones como presunto instrumento. La propaganda le concedió una especie de aura de “santo laico” bastante inmerecida, porque el diseño de su política estuvo en última instancia dirigido a potenciar y resguardar los intereses económicos de Estados Unidos y prepararlo para saltar a la palestra mundial como un actor de primera línea, protagonismo que le consentía el lugar de primera potencia económica que había alcanzado. Su plan de los “14 puntos”, la fórmula que había presentado a principios de 1918 para lograr la paz y que proponía un arreglo medianamente armonioso de Europa después de la guerra, se reveló en última instancia como una engañifa, pues no se cumplió respecto al país vencido, Alemania, y sus monsergas en torno a la autodeterminación de las naciones sirvieron en todo caso como un instrumento para fragmentar a los países enemigos, pero no se aplicó en lo referido a la voluntad mayoritaria que los austríacos manifestaron en el sentido de incorporarse a Alemania, una vez que el viejo imperio austrohúngaro cayó en pedazos. Sin hablar de los pueblos coloniales, sometidos a la égida de los imperios británico y francés, en un esquema imperial se vio aún más henchido por la incorporación de las colonias alemanas. Así como también los países de Latinoamérica, que Wilson y la entera oligarquía política estadounidense entendían sujetos a la Doctrina Monroe. Por otra parte, la opinión norteamericana y en especial la del Partido Republicano no estaban en disposición de respaldar las ideas de Wilson y preferían refugiarse en un aislacionismo despreocupado de los problemas mundiales, aprovechando la bonanza económica que siguió a la guerra, consecuencia de la condición en que Estados Unidos había quedado como acreedor de innumerables obligaciones contraídas por sus aliados. La decadencia física –sufrió un ataque cerebral cuando realizaba una gira por el interior del país en defensa del Tratado de Versalles, que debía ser ratificado en el Congreso- lo incapacitó para seguir dirigiendo los destinos de su país, aunque dícese que su esposa y el principal consejero del presidente, el “coronel” Edward House, su hombre en materia de política exterior, intentaron sin éxito suplir su ausencia durante la fase final de su mandato. Murió pocos años después. Wilson tuvo una pésima percepción de la relación con América latina. Sostenía que él iba a “enseñar a esos países a elegir buenos dirigentes” y sus mandatos estuvieron salpicados por intervenciones en Centroamérica y el Caribe: México en 1914, Haití y la República Dominicana en 1916, Cuba en 1917 y Panamá en 1918. Ordenó también el envío de tropas estadounidenses a Siberia, durante la guerra civil rusa, y su papel coincidió con la activa participación de las potencias occidentales en esta, con el objeto de destruir a la Rusia bolchevique. Lo que redundó en una prolongación de ese conflicto y añadió más destrucción y enormes pérdidas humanas en ese país que ya había pasado por el infierno de la guerra europea.

Alemania

Ludendorff, Erich (1865-1937). Militar alemán, tal vez el más dotado del cuerpo de oficiales de más elevado nivel profesional en el mundo. Sólo hasta cierto punto, sin embargo, pudo escapar al sino que cayó sobre todos sus colegas, incluso los más inteligentes, referido a las limitaciones objetivas que planteaba a su oficio el estadio de la evolución tecnológica, que otorgaba ventaja a las tácticas defensivas sobre las ofensivas. Fue el elemento dinámico del tándem que formó con Paul von Hindenburg, y el alma de las principales victorias alemanas en el frente oriental y occidental. Estas últimas, sin embargo, se revelaron inconducentes y en última instancia sancionaron una vez más las ventajas que en el conflicto 14-18 acompañaban a las tácticas de la defensa sobre las del ataque. En las ofensivas de 1918, por ejemplo, Ludendorff acorraló a los británicos y los franceses, pero el desgaste a que sometió a sus tropas invirtió la proporción de bajas que hasta entonces había sido inferior entre los alemanes. Era sin embargo la única opción que le quedaba, a menos que aceptase perder la guerra. Fue una jugada a todo o nada, propuesta para aprovechar el hueco que existía entre la desaparición de Rusia como estado beligerante y el arribo masivo de las tropas norteamericanas, que venían a robustecer a los exhaustos franceses y británicos. Al fracasar esa operación, la contraofensiva aliada empujó a los agotados alemanes contra sus fronteras y su acorralamiento, sumado a la revolución que cundía en Alemania, determinó que el mismo Ludendorff urgiera al poder civil a pedir la paz. Esta solicitud fue desdibujada u ocultada luego para dar lugar a una jugada política que permitió a la extrema derecha forjar el mito de “la puñalada por la espalda”. Según esta el ejército alemán habría terminado el conflicto todavía invicto y que sólo depuso las armas a causa de la debilidad generada por el caos en la retaguardia. Ludendorff se contó entre los primeros aliados de Adolfo Hitler, al que aportó su prestigio y con quien encabezó el “putsch” de Munich, en 1923, sangrientamente reprimido por la policía.

Von Hindenburg, Paul (1847-1934). Ludendorff era un brillantísimo jefe de estado mayor, pero estaba sujeto a bruscos cambios de humor y no era psicológicamente muy estable en las situaciones de crisis: podía pasar con facilidad de la seguridad impetuosa al abatimiento. Por fortuna para él se encontró bajo la égida de Paul Anton von Bennekendorff und von Hindenburg, un militar prusiano de la más rancia aristocracia junker, a quien le sobraba la templanza y el equilibrio que faltaban a su adjunto. Juntos formaron el tándem más famoso de la primera guerra mundial. A ellos, y a otro oficial de estado mayor menos conocido, Max Hoffman, se debieron los éxitos alemanes en el frente oriental, que terminaron sacando a Rusia de la guerra. Hindenburg no poseía el brillo de sus colegas, pero su exterior reposado e imponente, su prosapia y su integridad lo hacían el depositario de la confianza pública y lo tornaban en la figura modélica que encarnaba todas las virtudes del soldado alemán. Después de la guerra fue designado presidente de la República de Weimar en dos oportunidades, en 1925 y en 1932. Conservador hasta la médula, deseaba el retorno de la monarquía. En vez de esto los vaivenes de la política lo llevaron a endosar el ascenso legal de Adolfo Hitler a la Cancillería.

Liebnecht, Karl (1871-1919). La primera guerra mundial estuvo enmarcada por el asesinato de tres de las más eminentes figuras de la Segunda Internacional. Jean Jaurés fue abatido por un joven patriota representativo de las corrientes más chauvinistas de la Action Française, un día antes de que Francia decretase la movilización general, y Liebnecht y Rosa Luxemburgo fueron asesinados por un grupo de militares que había participado del combate contra la revolución filobolchevique que acababa de ser derrotada en las calles de Berlín. En el caso de Jaurés el asesinato pudo deberse al impulso de un desequilibrado, pero los de Liebnecht y Rosa fueron parte de una represión pensada desde la estructura del poder. Ambos había sido parte de la corriente más radical del partido social demócrata alemán. Liebnecht era hijo de uno de los cofundadores del partido, la agrupación de izquierda más sólidamente implantada entre las masas de toda Europa y que se proyectaba como un ejemplo para los restantes partidos hermanos de la Internacional. Antimilitarista militante, formó parte del ala izquierda del Sozialistiches Partei Deutschland (SPD) y en su calidad de legislador fue el único que se opuso a la votación de los créditos de guerra el 4 de agosto de 1914: si bien no votó en contra para no vulnerar la disciplina del partido, se abstuvo de emitir su voto. El viraje a la derecha de su partido (que asombró a Lenin hasta el punto de no creer en un primer momento en la evidencia y hacerlo suponer que se trataba de un montaje periodístico) lo determinó poco después a votar en contra de los nuevos créditos de guerra y a fundar, junto a Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Leo Jogisches, Franz Mehring y Paul Levi, la Liga Espartaco (Spartakus Bund) que se opuso públicamente a la guerra. Fue arrestado y enviado al frente del este durante un breve período, tras el cual se le consintió volver a Berlín, donde poco después volvió a ser encarcelado. Liberado al finalizar la guerra, animó con todas sus fuerzas la corriente insurreccional de extrema izquierda, que culminó con la derrota a manos del ejército y de los Freikorps (formaciones paramilitares de extrema derecha, donde se incubaban las tendencias que rematarían en el nazismo). Llevado al hotel Eden junto a Luxemburgo, fue torturado durante varias horas y sacado de allí por miembros de los Freikorps que lo trasladaron en auto hasta el Tiergarten, donde fue asesinado de varios balazos en la espalda.

Luxemburgo, Rosa (1871-1919). Fue una de las más brillantes y generosas figuras del socialismo europeo. Polaca judía de nacimiento, su estatus nacional no es fácil de definir, pues la mayor parte de su actividad se desarrolló en Alemania y el alemán fue el idioma que eligió para escribir sus obras más conocidas. Su caso podría asimilarse el de León Trotsky, quien, interrogado acerca de si sentía ruso o judío, respondió concisamente que ni una cosa ni la otra, sino que era “socialista internacionalista”. Romanticismo de la “ilusión lírica”, quizá, pero expresivo de una idea que tenía por centro la ola revolucionaria que pugnaba por ascender a la superficie en toda Europa. Luxemburgo se opuso con energía al reformismo de Eduard Bernstein, contra quien publicó su famoso libro “Reforma o Revolución”, y formó parte del ala izquierda del SPD. Dotada de una sólida preparación, brillante oradora y escritora, su influencia excedió a la Karl Liebnecht y sigue estando viva hoy en día. Lo que otorgó permanencia a su pensamiento fue su originalidad y su decisión de mantener su independencia intelectual más allá de la línea general dictada por el partido o por sus compañeros de fracción, con quienes podía coincidir o disentir. Creía en la combinación dialéctica entre la organización y el espontaneísmo y de allí su crítica inicial al curso que los bolcheviques estaban imprimiendo a la revolución en Rusia. Si bien la apoyaba, también parecía presentir los riesgos que se incubaban en la propensión autoritaria del partido entendido como “vanguardia del proletariado”. “El deber del partido consiste –había dicho- solamente en educar a las masas no desarrolladas para llevarlas a su independencia, hacerlas capaces de tomar el poder por sí mismas. Lo que el partido debe asumir es la educación en el elemento subjetivo de la Revolución, esto es inculcar la conciencia de su misión histórica en la clase trabajadora. La revolución misma solo puede llevarse a cabo por la clase trabajadora. Un partido que hable por los trabajadores, que los represente - por ejemplo en el Parlamento - y actúe en su nombre, se enfangará y se convertirá él mismo en un instrumento de la Contrarrevolución”. Asidua visitante de las cárceles, antes y durante la guerra, fue liberada de su último encarcelamiento, datado del 28 de junio de l916, en vísperas de la revolución de noviembre de 1918. Inmediatamente se lanzó a la lucha junto a Karl Liebnecht, con quien fundó el periódico “Die Rote Fahne” (La Bandera Roja), donde hizo propaganda a favor de la instauración de un régimen que rompiese el pacto con la burguesía del ala derecha del partido socialdemócrata, y alentó la aproximación a la revolución rusa. “La revolución de Octubre plantea al proletariado alemán la cuestión de honor, ciertamente fatídica, de propagar la llama revolucionaria a través de la clase obrera más consciente de Europa. Punto de vista que era ampliamente compartido por los dirigentes bolcheviques más importantes, criados en el convencimiento de que la revolución rusa sólo cumplía el papel de adelantada en un proceso que sólo cobraría fuerza mundial y se consolidaría cuando Alemania tomase el relevo en la portación de la llama. A pesar de esto Rosa Luxemburgo no se hacía ilusiones respecto del eventual éxito de una insurrección armada en Alemania y desaconsejó vivamente la sublevación que Liebnecht y otros personeros del recién fundado Partido Bolchevique Alemán estaban resueltos a lanzar. Cuando el alzamiento se produjo, sin embargo, Rosa entendió que no podía desertar de su puesto y lo acompañó desde la redacción del Rote Fahne. Allí escribió sus últimas líneas, que se convertirían en su conmovedor epitafio:” '¡El orden reina en Berlín!' ¡Estúpidos secuaces! Vuestro “orden” está construido sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, yo seré!» Rosa Luxemburgo fue también trasladada al Hotel Eden por hombres del Freikorps, el 15 de enero de 1919, de donde se la sacó a culatazos en la noche para ser asesinada a tiros en el coche que la transportaba. Su cuerpo fue arrojado al Landwehr Canal.

Austria-Hungría

Conrad Von Hotzendörff, Franz (1852-1925). Jefe del estado mayor al momento del estallido de la guerra. Fue una figura que gravitó decisivamente en los acontecimientos que llevaron al desencadenamiento de la primera guerra mundial. Entendía que las tendencias centrífugas que recorrían al imperio austro-húngaro a principios del siglo XX sólo podían ser moderadas a través de una guerra preventiva que aplastase al elemento más díscolo de los pueblos balcánicos. Esto es, Serbia, que pretendía erigirse en una potencia aglutinante de los pueblos eslavos en los Balcanes y que contaba con el respaldo ruso en sus aspiraciones. Conrad Hötzendorff propuso, en el lapso de pocos años, no menos de once veces el lanzamiento de una operación que aplastase a los serbios. Cuando se produjo el asesinato del heredero al trono austro-húngaro, en Sarajevo, entendió que era una oportunidad que no podía ser desaprovechada. Al recibir la seguridad de que tal iniciativa sería apoyada por Alemania consiguió forzar una resolución del gobierno de Viena en tal sentido. El ultimátum contra Belgrado estuvo formulado en términos que el gobierno de Serbia no podía aceptar y llevó a una guerra que, dado el sistema de alianzas, no tardó en degenerar en conflicto europeo. Como militar, Von Hötzendorff no estuvo a la altura de las circunstancias y recolectó una serie de fracasos que, si no fueron todos debidos a su accionar, sí evidenciaron la inconsecuencia que suponía querer mantener para Austria-Hungría un estatus que ya le quedaba grande.

 

 

Algunas de las obras consultadas para este trabajo:

Churchill, Winston: La crisis mundial 1904-1919

Ferro, Marc: La gran guerra

Figes, Orlando: La tragedia de un pueblo (Historia de la Revolución Rusa)

Hobsbawm, Eric: Historia del siglo XX

Holmes, Richard: The first world war in images (Imperial War Museum)

Keegan, John: La prima guerra mondiale (Carocci)

Max Hastings: 1914: El año de la catástrofe

Mommsen, Wolfgan: La época del Imperialismo

Neiberg, Michael: La Gran Guerra

Stone, Norman: Breve historia de la primera guerra mundial

Tarlé, Evgueni Viktórovich: Historia de Europa 1870-1919

Trotsky, León: Historia de la Revolución Rusa

Tuchman, Bárbara: The guns of August (hay una versión reciente en español)

Wren, Jack: The great battles of the World War One

Y, por supuesto, no se puede dejar de mencionar a Wikipedia, fuente inapreciable de datos biográficos, precisiones cronológicas, mapas, fotografías, ilustraciones y pinturas.

 

Nota 2 - 2 de 2 [Total 2 Páginas]

<<anterior 1 2
Ver listado de Publicaciones