A un siglo del estallido de la primera guerra mundial

Los ejércitos rusos del frente sur, dirigidos por el general Brusilov, tendrían más éxito que los ingleses, franceses e italianos. En el frente oriental las líneas tenían características diferentes a las del frente francés o al italiano. La densidad de las defensas era mucho menor en razón de la enorme longitud del espacio a cubrir; eran menos profundas u ofrecían huecos y en consecuencia eran pasibles de ser perforadas o flanqueadas con relativa facilidad. Brusilov y su estado mayor prepararon bien su ofensiva. Acortaron la distancia entre sus líneas y las austrohúngaras, con un solapado trabajo de atrincheramiento, reduciéndola en algunos puntos de 1.500 a 200 metros, evitando así recorrer al descubierto grandes distancias. Formaron  grupos de tropas de asalto, precediendo en esto a lo que los alemanes harían en marzo de 1918; grupos que eran capaces de dejar atrás las posiciones enemigas de resistencia más fuertes y desorganizar desde retaguardia las vías de acceso al frente. Contaron con la labilidad de un ejército habsbúrgico conformado, además de por los contingentes austríacos y húngaros que le proporcionaban su mayor consistencia, por otros compuestos por ciudadanos de las etnias integradas al imperio contra su voluntad, checos en particular, mucho menos motivados para la lucha.

El avance ruso precipitó el ingreso a la guerra de Rumania, tentada por grandes ofertas aliadas de territorios a ganar a expensas de sus vecinos, una vez acabada la guerra. Su participación en el conflicto se reveló sin embargo inconducente para el esfuerzo aliado, y catastrófico para la misma Rumania. Creyendo que el avance ruso proseguiría y haciéndose muchas e injustificadas ilusiones acerca de la capacidad de su ejército, Rumania se lanzó al combate sin tener en cuenta que los vecinos que debían proveerla de una recompensa una vez firmada la paz, estaban por eso mismo muy alertas respecto a sus intenciones, y la rodeaban por todos lados. Los búlgaros, que tenían  viejas cuentas que arreglar con los rumanos desde la segunda guerra balcánica, ya habían entrado en liza a fines de 1915, para colaborar en la cancelación del mapa de otra de sus enemigas, Serbia; los austro-húngaros estaban reforzados por tropas alemanas de primera calidad –entre ellas el Alpenkorps, del que formaba parte el joven capitán Rommel, futuro mariscal del Reich-, y los rusos, por fin, estaban aun lejos y, lo que era aun más grave, estaban agotando el impulso de su ataque inicial. En muy poco tiempo Rumania dejó de existir como estado independiente. Más grave aun, su derrota allegó a las potencias centrales el producto de los yacimientos petrolíferos de Ploesti. En el año y medio que faltaba para el final de la guerra Rumania suministró un millón de toneladas de petróleo y dos millones de toneladas de granos, recursos sin los cuales Alemania difícilmente hubiera podido mantenerse en pie hasta el hundimiento ruso y  forzar casi una decisión de la guerra a su favor en la primera mitad de 1918.[i]

Irlanda y la sublevación de Pascua

Entre los pocos elementos con que contaba Berlín para desestabilizar internamente la situación de los aliados eran las tendencias independentistas de Irlanda. Sujetos a una inclemente dominación anglosajona y protestante desde el siglo XVII, los irlandeses de confesión católica constituían la inmensa mayoría de la población, salvo en el reducto anglo-escocés situado al norte de la isla, denominado Ulster. Antes de la guerra el gobierno liberal de Anthony Asquith había conseguido hacer votar, con grandes dificultades, el Home Rule o autogobierno, al coste de una amenaza de guerra civil entre los irlandeses de los dos bandos y la amenaza de un involucramiento de las tropas británicas en una probable insurrección protestante. El estallido de la guerra había descartado el choque, pero también había cancelado el Home Rule, que concedía un considerable grado de autonomía al Eire, aproximándolo a una cuasi independencia. Aunque una parte de la población irlandesa católica se comprometió en el esfuerzo de guerra inglés y aportó alrededor de 200.000 voluntarios al ejército británico, el grueso de la misma permaneció indiferente o propendió a respaldar la causa nacionalista. Los grupos que buscaban la independencia orquestaron un alzamiento en Dublin durante la Pascua de 1916 (de ahí su denominación de “Easter Rising”). Habían contado con obtener apoyo alemán. De hecho, un barco de esa nacionalidad cargado de armas y explosivos naufragó frente a la costa irlandesa y un agitador nacionalista, Sir Roger Casement, fue apresado poco después de ser desembarcado por un submarino alemán. Aunque el complot que debía estallar en todo el país había quedado develado y se impartieron órdenes para abortarlo, 2.000 de los 12.000 efectivos que debían participar de la rebelión decidieron ignorar la contraorden y se lanzaron a la acción en Dublin. Se adueñaron del área central de la ciudad y durante una semana libraron violentos combates contra los británicos, que disponían de artillería y de una abrumadora superioridad numérica. Hubo 500 muertos, en su mayor parte civiles tomados por el fuego cruzado; el centro de Dublin fue gravemente dañado y 16 jefes del alzamiento fueron ejecutados después de rendirse. Sólo se salvó Eamon de Valera, por su calidad de ciudadano norteamericano. Se erigiría luego en la figura principal del Sinn Fein y llevaría a Irlanda a la independencia después de un conflicto largo y amargo que dejaría muchas huellas, no sólo en las relaciones entre irlandeses y británicos, sino entre los irlandeses mismos. Sir Roger Casement, un notorio luchador por los derechos humanos de las poblaciones africanas sometidas a la explotación colonial, fue ahorcado poco después del alzamiento, en Londres, aunque no había participado directamente en la lucha.

Se obturó así la única posibilidad alemana de aprovechar una disensiónen el seno de la potencia que era su principal amenaza. Aunque el conflicto irlandés prosiguió y se convertiría años después en una guerra de guerrillas que llevaría a la independencia de ese país, en ningún momento implicaría  una distracción importante de efectivos británicos del frente en Francia.

La guerra en el mar: Jutlandia

Uno de los factores sobre los que jugaron las tensiones que condujeron a la primera guerra mundial fue la cuestión de la paridad naval entre Inglaterra y Alemania. Para Gran Bretaña su supremacía en ese campo no era negociable. Alemania, por su parte, creía que sólo con una flota de alta mar que fuera capaz de competir con la británica podría mantener sus pretensiones de expansión colonial.

No bien estalló la guerra la flota británica barrió a los cruceros alemanes que intentaban interferir en el tráfico e implementó el bloqueo del Báltico. Comenzó así el lento estrangulamiento por hambre de la población alemana, que se veía desprovista de las carnes y granos de los que dependía para mantener su dieta. La superioridad numérica de la flota inglesa era aplastante, de modo que la flota alemana se vio restringida a sus puertos. La situación, amén de peligrosa, era humillante y las autoridades navales alemanas creyeron que debían escapar a ella. Lo intentaron por medio de incursiones que castigaron a algunos puertos británicos, pero sin resultados que fueran más allá de una cierta repercusión psicológica, útil cuando más para la propaganda. Además, un primer choque en cierta escala, en la batalla de Dogger Bank, se resolvió en una derrota germana. Esto pareció restringir el papel alemán en los mares a la guerra submarina, que sin embargo predisponía a la opinión mundial en su contra. Este dato fue astutamente aprovechado por la prensa aliada para movilizar a la opinión pública, especialmente en Estados Unidos, en contra de Alemania.

A principios de 1916 el comandante de la flota alemana, el almirante Reinhard Scheer, dispuso que debía adoptarse una política más agresiva contra los ingleses. Su intención era batirla en detalle, en emboscadas oportunamente tendidas y cubiertas con un gran despliegue de submarinos que se encargarían de minar o tornar peligrosas las aguas que circundarían al eventual espacio donde habrían de librarse los encuentros. Los alemanes, sin embargo, corrían con desventaja no sólo en materia de efectivos sino también en cuestión de inteligencia. Los ingleses habían descifrado sus códigos o conseguían hacerlo con relativa facilidad a medida que estos iban cambiando, gracias a las actividades del “Room 40”, una oficina dedicada a decodificar los mensajes navales primero, y luego incluso diplomáticos, que circulaban entre los navíos, el comando y la Wilhelmstrasse, el ministerio de relaciones exteriores germano. El origen de esa infiltración en la red de comunicaciones del enemigo se había debido a algunos azares, aprovechados en forma adecuada. Un crucero alemán que encalló frente a las costas rusas y que fue abordado antes de que sus tripulantes pudieran destruir totalmente los cuadernos de código, un barco de pasajeros que fue intervenido en agosto de 1914 frente a las costas de Australia antes de que  su comandante se enterara de que había estallado la guerra y en el cual los británicos se apoderaron de los documentos; otros códigos recuperados del mar después de que se hundieran en combate cuatro viejos destructores alemanes frente a la costa de Dixmude, sirvieron para que los ingleses decriptaran los códigos de sus enemigos y se mantuvieran en general bien informados acerca de sus movimientos.

De modo que cuando el almirante Scheer decidió una salida de la flota de alta mar con el objetivo de que sus cruceros de batalla tendiesen una emboscada comprometiesen a sus similares británicos en una lucha que debía aproximarlos a la línea de los acorazados alemanes, los ingleses, que estaban al tanto de la maniobra, cubrieron a distancia a sus escuadrones de cruceros con su propia línea de buques pesados. Los germanos se proponían atraer a los ingleses a un encuentro en el cual podrían ser batidos parcialmente y sus buques atacados por las flotillas de submarinos. Pero los británicos, que estaban al tanto de ese propósito, procedieron a replicarla con una jugada igual y mayor. La flota de cruceros de batalla del almirante Beatty se dejó deliberadamente arrastra por el almirante Von Hipper a la emboscada que debía llevarlo a ponerse a tiro de la flota de alta mar. Antes de llegar a ese punto procedió a retirarse y a atraer a su vez a los alemanes a las fauces de la flota británica, cuyo peso y poder de fuego era incomparablemente superior al alemán. Y cuando Hipper y Scheer cayeron en la cuenta de lo que sucedía se esforzaron desesperadamente para romper el contacto y ponerse al abrigo de sus puertos. Cosa que consiguieron.

En estas idas y venidas se consumió el 31 de mayo y parte de la noche que iba del 31 de mayo al primero de junio. Así relatado el acontecimiento parece un ballet o un juego a las escondidas, pero durante toda la jornada las flotas se vieron enfrascadas en violentos intercambios de fuego de barcos que se desplazaban a gran velocidad, en un choque que se constituyó en la última de las batallas navales disputadas por enemigos que se encontraban dentro de la línea del horizonte. Las pérdidas fueron mucho más altas del lado británico que del alemán. Los ingleses perdieron tres cruceros de batalla contra uno alemán y las bajas en naves menores estuvieron más o menos en la misma escala Los hundimientos de barcos británicos sumaron 113.000 toneladas contra 62.300 del lado alemán. Murieron 6.094 británicos contra 2.500 alemanes. El principal motivo que originó este desbalance fue la exactitud de los apuntadores alemanes, junto a las fallas  estructurales que presentaron los cruceros de batalla ingleses. El blindaje de las torretas múltiples no era suficientemente resistente y, lo que era aun más grave, no había compuertas que impidieran que los incendios resultantes de los impactos pudieron penetrar en cuestión de segundos hasta los pañoles de municiones que estaban debajo de las torres, generando la voladura de dos de esos navíos con la pérdida casi total de sus tripulaciones. Esto fue consecuencia de la errada decisión de suprimir las compuertas en los ascensores que subían los proyectiles, a fin de acelerar el tiro. 

Después de la batalla ambos bandos se adjudicaron la victoria. Los ingleses sufrieron más, pero los alemanes escaparon por un pelo de la aniquilación total. En síntesis, como las batallas del frente occidental la batalla de Jutlandia –o Skagerrak, para los alemanes- se saldó en un empate, sin impacto en el curso general de la guerra. Cuando mucho confirmó la situación de encierro en que se encontraba la flota de alta mar alemana. Y este hecho determinó que los alemanes tomasen una decisión que, esta sí, tendría  consecuencias de grandes dimensiones. La guerra submarina tomaría el relevo de la guerra de superficie.

 

[i] Keegan, op. Cit. 

Nota 2 - 2 de 2 [Total 2 Páginas]

<<anterior 1 2
Ver listado de Publicaciones