A un siglo del estallido de la primera guerra mundial

Los Dardanelos y la estrategia de la aproximación indirecta

El teorizador inglés de la “estrategia de la aproximación indirecta”, Sir Basil Liddell Hart, acuñó su doctrina a partir de las experiencias de la historia militar británica. Se trata de una teoría que –trasladada a escala global- es típica de una potencia insular pero que debe interpretada muy cautamente por cualquier otra que no lo sea. Su premisa es lógica: se deben buscar siempre los puntos débiles del campo enemigo para atacarlo y evitar los choques frontales en los puntos donde este es más fuerte. Se trata un principio muy razonable en cualquier circunstancia, siempre que existan las condiciones para ponerlo en práctica, cosa que es raro ocurra en los conflictos entre grandes potencias continentales que están en contacto entre sí. No en el caso de una potencia insular, como lo era Gran Bretaña en los tiempos en que no existían la aviación ni los submarinos.

En los largos conflictos con Francia y España, Gran Bretaña ahogó a sus enemigos bloqueando sus puertos e interrumpiendo su tráfico marítimo, mientras se apoderaba de sus posesiones ultramarinas.[i] Los excedentes que dejaba el monopolio del comercio de ultramar servían para hacer préstamos a las potencias terrestres europeas que se enfrentaban a Francia, fuesen Prusia, Rusia o Austria. Las expediciones británicas al continente representaban un papel auxiliar, mientras que el grueso del combate caía sobre las espaldas de sus aliados. Hubo compromisos militares importantes, como las guerras de Marlborough a principios del siglo XVIII y la campaña de Wellington en la península ibérica, durante las guerras napoleónicas, pero los ingleses llegaban en general para dar la última puntada a un trabajo que habían hecho otros. Como en Waterloo, por ejemplo.

En 1915 la teoría de la aproximación indirecta todavía no había sido formulada, pero estaba interiorizada en el gabinete de guerra inglés por la experiencia de la historia. Así, pues, atacar Turquía resultaba no sólo tentador por la riqueza petrolera que cabía desentrañar de la Mesopotamia, sino porque también era necesario para el diseño estratégico de la guerra, pues el derrumbe del imperio otomano acarrearía la posibilidad de mantener en pie al otro gran contrincante continental que tenía Alemania, Rusia, que lo estaba pasando muy mal por la penuria de municiones y la desorganización administrativa del esfuerzo de guerra. Sin embargo, la inagotable provisión de material humano que podía proveer Rusia parecía que habría de asegurar el éxito del bando aliado a mediano o a largo plazo, siempre y cuando se la pudiera mantener en combate.[ii] Forzando los Dardanelos se podría abastecer a Rusia por vía marítima y en forma masiva.

Los planes para irrumpir en los Dardanelos se vinculaban también a la esperanza de una coalición balcánica que complicara a Austria y permitiera a los griegos (neutrales en ese instante) desembocar en la península de Gallípoli, sobre el estrecho de los Dardanelos, y a los búlgaros (también neutrales, hasta ese momento) sobre Constantinopla. Los búlgaros sin embargo incubaban un resentimiento mucho más grande hacia Serbia que hacia Turquía, pues estimaban que la primera la había apuñalado por la espalda en la segunda guerra balcánica, y esperaban resarcirse de sus pérdidas ayudando a las potencias centrales a borrarla del mapa.

Los cálculos aliados a propósito de la “decadente” Turquía y de la ocasión que se ofrecía para terminar con ella y abrir el acceso hacia Rusia, irradiaban en todas direcciones. En el Almirantazgo británico se evaluaba la posibilidad de retirar el cuerpo indio que servía en Francia en ese momento y que había padecido mucho en las condiciones invernales del norte de Europa, para dirigirlo al este del Canal de Suez. Allí podría ser empleado en un entorno climático más adecuado a su disposición física, hacia Haifa y en especial Alejandreta, “por su inestimable valor por los campos petrolíferos del Jardín del Edén, con el que está en comunicación directa”. [iii]

Se puede constatar la desenvoltura con que se disponía de la suerte de los países, así como de los recursos humanos de los pueblos coloniales. Pero conviene no llamarse a engaño: eso fue así entonces y sigue siéndolo en el presente. Lo único que ha variado es la calidad y el alcance de los expedientes mediáticos. Pero en lo básico el imperialismo dispone de la suerte de las gentes –en especial si pertenecen a otras culturas- con la misma cínica ligereza.

La presunción de que podría retirarse el cuerpo indio del frente en Francia se reveló inconsistente. Pese a que eran consideradas tropas de segunda calidad por los británicos,  ningún jefe militar iba a admitir que se debilitase la línea en ese momento. Conviene indicar que la mala opinión respecto de esas tropas era el producto de la distorsionada visión de la mentalidad de “pukka sahib” predominante en la época. Los soldados indios que habían sido enviados a combatir en el frente francés estaban mal armados y poco entrenados (recibieron sus rifles Lee Enfield recién al desembarcar y no habían sido adiestrados en su manejo); carecían de equipo de invierno, no hablaban inglés ni francés y no se podían comunicar con los oficiales de reemplazo que los encuadraron cuando sus jefes originales fueron baja en las primeras batallas en que las tropas se vieron envueltas.

Fogoneado por Churchill el emprendimiento contra Turquía –que era en sí mismo una concepción estratégicamente valiosa- fue asumido sin una perspectiva clara de cómo se iban a desarrollar las cosas. Sin certidumbre de una participación búlgara y griega contra Turquía y descartado el desembarco en Alejandreta, se presumió en principio que el objetivo se conseguiría con la demolición de las defensas de los Dardanelos y el avance de la flota del Mediterráneo hacia Constantinopla y el Mar Negro. Había algo de milagrero en esta creencia, toda vez que la presencia de la flota británica frente a Constantinopla podía crear un efecto psicológico y causar daños con el bombardeo; pero el régimen no necesariamente se iba a derrumbar por esto.

De todos modos no existió ocasión de comprobarlo, pues el intento de forzar los Dardanelos fracasó estrepitosamente por la acción de las baterías costeras y sobre todo de las minas. El 18 de marzo de 1915, cuando la flota anglofrancesa avanzó a través de los estrechos, perdió un crucero y tres acorazados por la acción de estos ingenios sembrados a flor de agua. Aunque los acorazados eran viejos y el número de bajas, salvo en el caso de un crucero francés que voló con casi toda su tripulación, fue relativamente reducido, el golpe psicológico fue muy duro. El almirante a cargo empezó a nutrir dudas sobre la factibilidad de la operación. Pues incluso en el caso pasar los estrechos la situación seguiría siendo comprometida, dado que los turcos podían volver a bloquearlos, encerrando a la escuadra aliada.

Se tomó entonces la decisión de hacer preceder el paso de los Dardanelos por un asalto anfibio que hiciese pié en la península de Gallípoli y desde allí ganase el control del área costera. Para eso se emplearían tropas británicas, francesas, australianas y neozelandesas, estas últimas estacionadas en Egipto donde reforzaban la defensa contra los turcos mientras completaban su preparación antes de ir al frente en Francia. Como la amenaza turca al Canal de Suez había sido neutralizada en febrero, y como el llamamiento a la Jihad o guerra santa lanzado por el sultán Mahomed V contra los aliados había encontrado oídos sordos, los británicos disponían de un núcleo sólido y confiable de tropas al que se podía desviar de su meta primitiva para emplearlo en una empresa diferente.  

Asalto y fracaso

En la tarde del 25 de abril, tras un bombardeo preliminar de la escuadra, comenzaron a desembarcar los efectivos británicos y de los Anzac (acrónimo de Australian and Neozeland Army Corps) y se distribuyeron en playas incomunicadas entre sí por la naturaleza abrupta del terreno. En un sorprendente alarde de incompetencia, los mandos aliados enviaron a sus tropas a tierra sin disponer siquiera de una cartografía del suelo que iban a pisar. En algunos lugares el desembarco se hizo sin oposición, pero en otros un intenso fuego cayó sobre la desdichada infantería. Esta era trasladada en filas de lanchones sin blindar, unidos por un cable a un remolcador. Estaban expuestos a la lluvia de balas que le llegaba desde las elevaciones que dominaban la ribera. El azul mediterráneo se convirtió en rojo sangre, según los testigos, y las posiciones turcas no fueron melladas. Los atacantes se arracimaron y atrincheraron en las playas como mejor pudieron o avanzaron escasamente hacia el interior de la península, chocando con la determinación de la infantería turca, comandada por Liman Von Sanders, el general alemán que había sido enviado a Turquía para organizar su esfuerzo de guerra, y por el comandante Mustafá Kemal, quien se convertiría poco más tarde en el padre de la moderna nación turca con el apelativo de Kemal Atatürk.

En poco tiempo más la campaña de los Dardanelos se convirtió en un remedo del estancamiento del frente occidental. Con el aditamento de la disentería, la diarrea y la malaria, que se cobraron innumerables vidas entre los soldados y enfermaron a muchos más. Los intentos aliados por empujar a los turcos e irrumpir en campo abierto se frustraron siempre. Las condiciones de vida eran incluso peores, si cabe, que las del frente francés, pues las líneas estaban casi pegadas y el calor y los mosquitos hacían estragos. Las bajas en combate, sin contar las enfermedades, que sufrieron turcos y aliados durante los ocho meses que duró la campaña, rondaron en las 250.000 por bando. A fines del año los aliados consideraron perdida la campaña y procedieron a reembarcarse por sorpresa, en plena noche y con éxito, con destino a Salónica, en territorio griego, donde los aliados habían abierto en noviembre del 15 un frente para ayudar a Serbia, que estaba siendo arrollada por una conjunción de tropas austro-húngaras y búlgaras.  

Consecuencias y regresiones

Así terminó el único intento importante para romper el impasse que existía en el frente occidental. Los compromisos militares en África, donde una a una fueron reducidas las colonias alemanas[iv], e incluso las importantes batallas que se desarrollaron en la zona del Canal, en Palestina y en Mesopotamia, en nada alteraron la primacía que tenía el frente en Francia, aunque por supuesto dieron lugar a una dinámica de las relaciones regionales cuya conflictividad dura hasta el día de hoy, como puede comprobarse en las tensiones que siguen recorriendo al medio oriente.

En el Golfo Pérsico las hostilidades habían comenzado a fines de 1914 con un desembarco británico en las inmediaciones del río Shatt al Arab, formado por la confluencia del Éufrates  y el Tigris, justo en la desembocadura sobre el Golfo Pérsico y donde la ciudad de Basora se erige como un mojón entre los actuales Irak e Irán. La expedición británica, conformada por un fuerte contingente anglo-indio, poco después del desembarco recibió órdenes de moverse en dirección a Bagdad. Se quedó a mitad de camino, sin embargo, con lo más importante de sus efectivos sitiados en la ciudad de Kut al Amara. Después de un asedio que duró de diciembre de 1915 al 29 de abril de 1916, la  plaza se rindió.

Las operaciones seguirían activas en el Medio Oriente, hasta la victoria aliada en 1918,  pero las esperanzas de conseguir un inmediato derrumbe de Turquía y de esta manera poder aprovisionar a Rusia para mantenerla en pie, se frustró por completo. La expedición a los Dardanelos ayudó sin embargo a precipitar a Italia en la guerra. Atraída con promesas de grandes concesiones territoriales después del conflicto y de una esfera de influencia en los Balcanes y en el Mar Egeo, el 23 de mayo Italia entró en guerra con Austria-Hungría, aunque no hizo extensiva la declaración a Alemania, esperando que esta se mantuviese alejada del frente en los Alpes.

El ingreso de Italia a la guerra no introdujo, sin embargo, ninguna alteración importante en el impasse que se había establecido en Francia. De hecho, las ofensivas italianas que sucesivamente desencadenaría el general Cadorna contra los austro-húngaros en las montañas del Carso se resolverían en masacres tan inútiles y costosas como las que se producían en el frente francés. Las condiciones del terreno agravaban la situación en que se encontraban los soldados. Un suelo rocoso multiplicaba las pérdidas al convertir la piedra que impactaba la artillería en miríadas de guijarros que actuaban como metralla. Los italianos, en particular, combatían en desventaja pues lo hacían cuesta arriba, avanzando desde posiciones dominadas por la observación y el fuego enemigos.

La obstinación de Cadorna y sus generales fue tal vez el ejemplo más terrible de la tozudez, arrogancia, incomprensión e incompetencia que distinguieron a los principales responsables militares de la primera guerra mundial. Henchidos de desprecio hacia el material humano que empleaban y al que valoraban poco más que como a reses en el matadero, arrojaron una y otra vez a sus tropas contra defensas infranqueables, sin plantearse la necesidad de revisar sus tácticas y sin comprender que había que buscar y emplear métodos técnicos que permitieran superar el estancamiento en que los ejércitos se encontraban atascados.

En vez de eso, lo que empezó a imponerse como concepto táctico y estratégico en todos los frentes fue la guerra de desgaste o guerra de usura; esto es, deprimir el volumen de las tropas enemigas comprometiéndolas en una lucha cuerpo a cuerpo y a intercambios de fuego cada vez más poderosos, en una sucesión de ofensivas y contraofensivas al cabo de las cuales –se suponía- vencería el que tenía más carne de cañón que tirar al asador. “Chair a canon” o “Cannon fodder” fue la expresión derogatoria (tomada de Shakespeare, en el último caso) que se dio a los soldados víctimas de este tratamiento, común a todos los ejércitos, pero que tuvo particular incidencia en los ejércitos aliados, urgidos en aprovechar su superioridad numérica sobre un ejército alemán técnicamente mejor preparado. La brutalidad de la guerra de posiciones fue elevada así a la nobleza conceptual de la teoría.                                                                                                                                                                                                                                                                    

Notas

[i] A veces fracasaban, como en Buenos Aires en 1806 y en 1807, pero en general resultaban fructíferas. En el caso rioplatense, por otra parte, lo que no consiguieron por la fuerza lo obtuvieron pocos años  más tarde, gracias a la tarea de una diplomacia inteligente y carente de escrúpulos.

[ii] Este esquema fracasó en la primera guerra mundial por la retirada rusa de la contienda como consecuencia de la revolución bolchevique, pero se realizó plenamente en la segunda, donde la URSS hubo de combatir en soledad durante tres años al formidable contrincante hitleriano. Cuando los aliados desembarcaron en Normandía, en 1944, restaba trabajo por hacer, pero el espinazo de la Wehrmacht había sido quebrado –a un terrible costo- en el frente oriental y los rusos se asomaban ya a las puertas de Varsovia.

[iii] Comunicación de Lord Fisher a W.S. Churchill, del 2 de enero de 1915. Citado por Churchill en “La crisis mundial”.

[iv] Salvo el África Oriental Alemana, la actual Tanganika, donde el general Paul von Lettow Vorbeck realizó una campaña que quedó en los anales de la guerra de guerrillas. Utilizando un contingente de alrededor de 14.000 soldados nativos, encuadrados por oficiales alemanes y pronto también por oficiales negros, tuvo en vilo a las tropas sudafricanas y británicas que lo perseguían, a lo largo de toda la guerra, rindiéndose sólo después de que se decretó el armisticio en Europa.

 

 

Nota 2 - 2 de 2 [Total 2 Páginas]

<<anterior 1 2
Ver listado de Publicaciones