A un siglo del estallido de la primera guerra mundial

19
JUL
2014
Se pensaba que los cañones de la armada iban a abrir el paso hasta el Mar Negro.
Desde los Dardanelos a la batalla de Kut el Amara, 1915 fue un año de tanteos sangrientos que culminó en la admisión del impasse y en la más desdichada forma de imaginar la manera de superarlo.

A poco de comenzado el año 1915 la situación en el frente occidental ya se insinuaba como la de un estancamiento sangriento. Mientras los alemanes se ocupaban del este y los franceses y británicos se estrellaban contra las defensas alemanas en el oeste, se hizo evidente para los aliados la necesidad de encontrar un punto débil donde producir un cambio. Este se ofrecía en el Mediterráneo, en Turquía, y no sólo por el deseo de lograr una victoria que prestigiara la causa aliada, sino por una razón mucho más urgente: la necesidad de abastecer a unos ejércitos rusos al borde del colapso debido a la falta de municiones.

Turquía había entrado a la guerra de la mano de Enver Pachá, el jefe de los “Jóvenes Turcos”, la liga militar que intentaba modernizar Turquía reduciendo a un rol simbólico el papel del sultán. Los “jóvenes turcos” querían reconcentrar la nación sobre la población de Anatolia –los turcos verdaderamente turcos, por raza y cultura-, mientras continuaban ejerciendo el control del mundo árabe con expedientes que reposaban cada vez menos en la comunidad islámica y más en la fuerza bruta.

Animados por ese deseo de sumar a los turcos puros en el cuadro del estado nacional, los Jóvenes Turcos habían cedido a las sugerencias alemanas y se habían lanzado a atacar a los rusos en el Cáucaso, en la esperanza de que los musulmanes de la región se sumasen a su ofensiva y desestabilizasen el frente ruso.[i] Aunque los rusos percibieron con alarma la amenaza estratégica, la empresa era un experimento desatinado a causa de las características topográficas de la zona y a lo avanzado de la estación invernal. Más de 100.000 turcos perecieron en la acción.

En el trámite cometieron no pocas barbaridades, entre las cuales el exterminio de parte de la población de Armenia fue la principal. Como secuela del desastre turco en el Cáucaso se habían producido levantamientos en el seno de la población armenia, que quiso aprovechar la ocasión para afirmar su identidad. Pero eso derivó en una represión feroz  que pronto evolucionó hacia el puro y simple genocidio. Tal vez hasta un millón de armenios fueron asesinados o arrancados de sus hogares para enviarlos a marchas de la muerte que la generalidad de las veces terminaban abandonando a los deportados -viejos, mujeres y niños-, en medio del desierto, para que pereciesen de hambre y sed.

Pero la razón de la decisión turca de entrar en la guerra no había obedecido sólo al fanatismo nacionalista. Era un hecho que la desvencijada Turquía se había convertido en una presa para Inglaterra, Francia y Rusia, y los turcos bascularon hacia el bando que parecía ofrecerles, si no más ventajas, sí menos amenazas. Los franceses y los ingleses -estos en primer término-, codiciaban las riquezas petroleras del mundo árabe, que se encontraban bajo la égida del imperio otomano. Rusia tenía una pretensión secular sobre Constantinopla y los estrechos, donde estaba su  salida al mar Mediterráneo. Los aliados occidentales incluso se los habían ofrecido al zar tras el ingreso de Turquía a la guerra; un argumento contra el cual la pretensión del jefe del Estado Mayor alemán, Von Falkenhayn, en el sentido de ganarse a Rusia para la causa de las potencias centrales, no tenía ningún elemento remotamente equiparable para contrapesarlo. La oferta de Constantinopla y del estrecho de los Dardanelos una vez conquistada la victoria neutralizaba cualquier contraoferta que pudiera hacer el Reich a San Petersburgo.

En Gran Bretaña la empresa de sacar a Turquía de la guerra seducía mucho. Parecía un enemigo fácil y eran evidentes las ventajas que podían extraerse de un triunfo contra el decadente imperio osmanlí. En primer lugar allegar abastecimientos al sangrante oso ruso. Luego por las posibilidades que se abrirían en el medio oriente para apropiarse de sus riquísimas reservas petrolíferas, ocupando al mismo tiempo una crucial posición geoestratégica. Y asimismo era un recurso para atraer a Italia a la guerra, y también a Rumania.

Italia se había desprendido de sus vínculos con la triple alianza en agosto de 1914 proclamando su neutralidad. Alegó que no había sido consultada previamente por sus aliados alemán y austrohúngaro, tal como especificaba el tratado que vinculaba a las tres potencias, y que la guerra había estallado a partir de la agresión austríaca a Serbia, lo que la liberaba de su compromiso. La agitación irredentista por los territorios de Trento y Trieste, que seguían bajo el ala de la monarquía habsbúrgica, 40 años después de que terminaran las guerras del Risorgimento, creció y estimuló el ardor patriótico italiano. Francia y Gran Bretaña  ofrecieron al gobierno de Roma ventajas territoriales importantes a expensas de Austria y de Turquía en el caso de que Italia se les aliase y participase en el conflicto.

Empezaron entonces a dibujarse transformaciones drásticas en la política exterior italiana, que tomó un marcado tinte oportunista. Creció la agitación intervencionista. El líder del grupo maximalista del socialismo y director del Avanti, el periódico del partido, Benito Mussolini, hasta  entonces neutralista, se volcó de pronto hacia el lado de donde más fuerte soplaba el viento y adonde su carácter extremista y sus ideas embebidas de la prédica de Friedrich Nietszche y de Georges Sorel lo llevaban. Su propaganda a favor de la intervención al lado de los aliados le valió su expulsión del diario y del PSI. La agitación patriótica predominó en las ciudades, especialmente en el norte, pero no contagió a la masa de la población, compuesta mayoritariamente por un campesinado pobre e indiferente a la política, en absoluto tentado a una aventura en la que no se le perdía nada. Para colmo el partido socialista era uno de los más radicales de Europa y poco propenso a la retórica patriótica de un estado burgués incumplido, que pretendía hacerse un lugar entre las potencias imperialistas.

Junto a Mussolini el poeta Gabriele D’Annunzio se transformó también en una figura determinante en la tarea de propaganda y agitación nacionalista. Entre ambos, aunque no necesariamente de consuno, fueron un factor leudante de la turbulencia de esos días y dieron una apariencia de consenso popular a una intervención que, cuando finalmente se dio, en mayo de 1915, movilizaba sobre todo a sectores de la pequeña y mediana burguesía del norte de la península, mientras dejaba intocadas a la clase obrera y sobre todo a las masas profundas del campesinado; especialmente en el sur, que todavía no terminaba de integrarse a la nación italiana.

En cuanto a Rumania su ambición de conquistar espacio a expensas de Turquía chocaba con su debilidad y con el temor de su gobierno de adelantarse a los acontecimientos y quedar desamparado. No era un temor injustificado, como se verá más adelante.

Como quiera que fuese la tentación turca brillaba ante los ojos de los aliados, empantanados en Francia. En particular atraía al joven primer lord del Almirantazgo británico, Winston Churchill, quien incubaría a lo largo de las dos guerras mundiales la obsesión de llegar a través del mediodía de Europa a una decisión en el frente general de la guerra. En 1915 esa concepción era estratégicamente valiosa, pero, como pronto demostraron los hechos, necesitaba de requisitos tácticos y prácticos que no estaban al alcance de los aliados.

 


[i] En el ingreso de Turquía a la guerra jugó un papel importante la fuga de dos cruceros alemanes que al estallido de la guerra estaban en el Mediterráneo, el Goeben y el Breslau. Ambos escaparon de la flota inglesa y se refugiaron en Constantinopla, donde fueron “internados” y “comprados” por el estado turco. Tocados con fez  para dar una pátina de verosimilitud a la farsa, los marinos alemanes se dedicaron a atacar con sus buques los puertos rusos del Mar Negro, lo que entrañó que Rusia declarara la guerra a Turquía en noviembre de 1914.

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