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ENE
2009

El círculo vicioso

El horror que se vive en Gaza es parte de un tema que se enrolla sobre sí mismo desde hace más de medio siglo. No hay solución a la vista, si las coordenadas del problema no se alteran.

Uno no quisiera volver sobre el tema, porque éste rueda sobre sí mismo y día a día el ovillo que se crea en su torno se hace cada vez más inextricable. Pero es inútil, no se puede menos que regresar a él. El horror que se vive en Gaza en estos momentos no es sino la proyección de un entramado de contradicciones imposible de resolver mientras las políticas de Occidente continúen pautadas tal como lo están. Lo más fatigoso de la tarea de volver una y otra vez sobre el mismo tema, es la necesidad de desmontar la flagrante hipocresía que informa al discurso propagandístico israelí y a la forma en que este es respaldado por Occidente. Los medios de prensa no se cansan de hablar de una “guerra” cuando de lo que trata en este caso es de una matanza, y de poner en una misma balanza los argumentos de los asesinos y los de sus víctimas, como si fuera posible equipararlos. En realidad, a las víctimas no les quedan ya argumentos, pues están en camino de ser liquidadas o expulsadas del miserable gueto donde se hacinan desde hace décadas y donde ahora el bloqueo, los bombardeos y la invasión las estrangulan hasta el extremo de hacerles la vida imposible. En Gaza hay 3.900 habitantes por kilómetro cuadrado, y no hay lugar para escapar de las bombas. Cualquier similitud entre estos horrores y los perpetrados por los nazis contra el gueto de Varsovia no es ninguna casualidad.

Por supuesto que las argumentaciones de este tipo atraen sobre quien las emite el calificativo de antisemita (1).  Pero el terrorismo ideológico y psicológico que esta presión implica no puede disuadir la expresión del sentir sincero de un espectador objetivo frente a los hechos que se están desarrollando. En realidad esas presiones son parte de la política del miedo que los exponentes de la dirigencia israelí desarrollan tanto hacia fuera como –y esto es tal vez más importante- hacia el interior de Israel. La amenaza de un nuevo Holocausto se ha convertido en un bill de indemnidad al cual recurren los gobiernos sionistas ante la misma población israelí cada vez que deciden proceder contra los palestinos.

La presunta negativa de Hamas a reconocer al Estado de Israel es otro mecanismo que ayuda al gobierno de Tel Aviv a soldar la sociedad israelí frente al desafío. Se trata de un argumento inexacto, pues la organización palestina ha dado a entender en varias ocasiones que no se opondría a un reconocimiento de Israel si este aceptase la resolución de la ONU en el sentido de volver a sus fronteras de 1967. Por otra parte, el argumento está fuera de toda proporción respecto de la salvajada que se verifica y prescinde del hecho de que la organización árabe –elegida en elecciones regulares, y arbitrariamente desconocida en su legitimidad tanto por Israel como la UE y los Estados Unidos- conserva esa carta para jugarla en una eventual mesa de negociaciones como parte del toma y daca propio de ese tipo de transacciones. Pero el hacer sentir al pueblo hebreo que está bajo una espada de Damocles es una forma de fijarlo en una actitud pánica que justifica todas las políticas dirigidas a suprimir esa amenaza.

Ahora bien, ¿es sensato suponer que la política de castigo que Israel y Occidente aplican contra la franja de Gaza –una zona aislada, diminuta, donde se hacina un millón y medio de personas atrapadas entre el mar y las alambradas que las separan de Israel y Egipto-, va a inducir a la resignación a quienes allí malviven, tornándolos más permeables a la sumisión que pretenden de ellos las potencias dominantes? ¿O más bien va a multiplicar el rencor de los jóvenes que ven a sus familias masacradas por las bombas, predisponiéndolos a revestirse de chalecos explosivos y a tratar de cobrarse de algún modo las indignidades que están viviendo?

Esto último es lo más probable. Pero entonces, ¿cuáles son los motivos que inducen a esta escalada al gobierno israelí?

El laberinto

Están las próximas elecciones, primero. Dado el humor imperante en Israel el reclamo de políticas firmes contra el hostigamiento de la cohetería casera de Hamas tiende a convertirse en un sostén importante a la hora de encontrar respaldo del electorado. De otro lado, probablemente, está el deseo de condicionar al próximo gobierno de Barack Obama con la política de los hechos consumados. Pero, ¿para qué? ¿Tan solo para seguir valiéndose del irrestricto apoyo de Washington a todas las aspiraciones del Estado hebreo? ¿O como parte de un entramado más vasto, que pasa por la decisión de los sectores más duros del establishment norteamericano en el sentido de seguir profundizando sus miras para el Medio Oriente, estrechando el margen de acción del nuevo presidente a los límites más acotados que sea posible? Me atrevería a decir que, sin anular las otras motivaciones, esta última es la más fuerte. Para cubrir tres cargos decisivos en materia de seguridad y defensa del futuro gabinete de Obama han sido designados o confirmados tres militares señalados como halcones: el almirante Dennis Blair como director de la comunidad de inteligencia, el general de marines James Jones como consejero de la Seguridad Nacional, y el general de la Fuerza Aérea Michael Hayden en el puesto de director general de la CIA. El Washington Post describió esta concentración de altos jefes militares en puestos claves de la administración como inhabitual en el partido Demócrata y sorprendente incluso para los republicanos. A esto se añade que Robert Gates, secretario de Defensa de la administración Bush, continuará en su puesto en el Pentágono, donde diversos equipos de transición se están ocupando de mantener en forma los planes militares actualmente operativos en distintos lugares del mundo.

Esto induce a pensar que el activismo estadounidense dirigido a controlar las encrucijadas geopolíticas y las fuentes energéticas más concentradas del globo sigue su marcha. Irán está en el medio de este berenjenal y se erige en el principal obstáculo para que el plan tenga éxito. El descubrimiento de grandes yacimientos de gas en la plataforma submarina mediterránea, no pocos de los cuales se encuentran situados frente a la costa de Gaza , puede ser otro de los factores determinantes de la actual crisis (2).

De cualquier manera, la evolución de los acontecimientos, por devastadora que resulte para los palestinos sometidos al castigo israelí, y por engranada que esté en planes que apunten a dinamitar Siria e Irán, a la larga no puede sino debilitar la situación de Israel en la zona. La misma revista Time se encarga de apuntar que, al paso que va, Israel puede terminar estrangulándose solo. La disparidad demográfica que plantea la tasa de nacimientos entre la población árabe y la israelí es abrumadora, lo que automáticamente excluiría la posibilidad de fundar un mismo Estado para las dos comunidades. Aceptar la existencia de un Estado palestino independiente sería lo más sensato, pero el pretender que los palestinos alcancen ese estatus sometiéndose a la injuria de independencia condicionada por la existencia de colonias y redes camineras israelíes que bantustanizarían su país es cosa que sólo podría conseguirse por la fuerza y la corrupción de los lideratos árabes, incluido el de la Autoridad Nacional Palestina. Todos están sobradamente corrompidos, se sabe, de modo que esto no sería obstáculo. El problema surge por el creciente rechazo que hierve en los países árabes respecto de esas direcciones degradadas. Hosni Mubarak, el presidente egipcio, como otros dirigentes árabes, se desgarra las vestiduras ante la violencia que asuela Gaza, pero no abre la frontera para permitir el flujo de refugiados que se precipitaría por ella si pudiera hacerlo.Y se ha abstenido hasta ahora de consentir una corriente importante de ayuda humanitaria al territorio sitiado. La complicidad de los llamados gobiernos árabes moderados para con Estados Unidos y su socio israelí, ha excedido todos los parámetros, y esto es peligroso. Hoy no existen los oficiales nacionalistas laicos que animaron el ciclo de las revoluciones coloniales en Egipto, Irak, Siria y otros lugares, pero pueden reaparecer, en parte convocados por la agitación fundamentalista que recorre la región. El sino de Anwar el Sadat planea sobre las cabezas de los dictadores y de los monarcas de la zona. La violencia desencadenada sobre los palestinos puede terminar volviéndose no sólo contra Israel, sino contra quienes la consienten, movidos por una lectura de la realidad que pone la asociación con Estados Unidos y las prebendas que ella comporta por encima de cualquier otro tipo de consideraciones.

Pero esto no tiene enmienda: los sátrapas del Medio Oriente han avanzado demasiado en esa dirección para volverse atrás, aunque el suelo pueda abrírseles bajo los pies.

 

 

[1] Pero, ¿de qué antisemitismo se trata? Los árabes también son semitas, de modo que, de ser la denominación válida, tendríamos una enemistad que enfrenta a semitas con semitas, dado que los israelíes se dedican a bombardear a quienes se supone son sus hermanos. En cuyo caso, ¿quienes son los antisemitas?

 

[2] Michael Chosudovsky: War and natural gas: The israeli invasión and the offshore gas fields. Global Research, enero 9 de 2009.

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