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01
ABR
2023
El encuentro Xi Jinping-Putin en Moscú.
El encuentro Xi Jinping-Putin en Moscú.
El encuentro entre el presidente ruso Vladimir Putin y su homólogo chino Xi JinPing no es un punto de partida ni de inflexión, es un sello que se pone sobre un trabajo de años y que lo proyecta en una perspectiva de generaciones.

Los contenidos de la declaración conjunta posterior a la reunión que los mandatarios ruso y chino sostuvieron en Moscú refrendan lo que se ha venido comprobando a lo largo de las dos últimas décadas. Pueden resumirse diciendo que ambas potencias se declaran listas para expandir el comercio y la inversión y cooperar más plenamente en las cadenas de suministro, los megaproyectos, la energía y la industria de alta tecnología. Todo esto acompañado por un más que evidente estrechamiento de los lazos militares y diplomáticos entre las dos naciones. Se concretiza así el fantasma, pronosticado por Halford Mackinder, del “Heartland” o “Corazón del Mundo”, llamado a convertirse en el centro de gravedad de las relaciones internacionales y que el geopolítico inglés avizoró a principios del siglo XX.

Occidente no termina de dimensionar las proporciones de lo que está pasando. O, mejor dicho, los estrategas asentados en el Pentágono y en los think tank que asesoran a la administración norteamericana sí lo hacen. Ven la magnitud del asunto –es más, están obsesionados con él-, pero no parecen deducir del mismo las conclusiones correctas. Hasta ahora no se apartan de la línea maestra que asumieran y no terminan de producir un consejo de moderación y equilibrio a las autoridades de la oligarquía política que gobierna a Estados Unidos, consejo que conduzca a una renuncia a la pretensión hegemónica que esta nutre y que creyó posible realizar en el momento del derrumbe de la Unión Soviética.

 El sistema anglo-norteamericano sigue aferrado a su viejo plan. Tiene mucho pasado y tuvo mucho éxito, lo que hasta cierto punto explica su poder de inercia. Una inercia que gravita sobre él y sobre el conjunto de potencias y gobiernos que siguen su liderazgo. Los de la Unión Europea en primer término.

Dentro de las variables de la expansión capitalista, este modelo es el que más suceso obtuvo. La percepción geopolítica de su posición en el planeta, de la historia, del mercado, del dominio de los mares y una comprensión a la vez instintiva y sistemática de los componentes que hacen al poder, sumados a una agresividad y a un espíritu de aventura que están en la raíz de la dinámica del capitalismo, contribuyeron a hacer de Europa occidental primero, y luego a Gran Bretaña y a Estados Unidos, los autores del mundo moderno. Y también los principales agentes de las tormentas que lo han devastado.

La comprensión que occidente tuvo siempre acerca de cuáles son las claves técnicas, económicas y militares que mueven al mundo y cómo se abrían los canales por los que podía discurrir su fuerza, arrollando o haciendo a un lado a pueblos que no habían alcanzado su nivel tecnológico o cultural, fue determinante para su triunfo. Destruyendo formaciones sociales que merecían haber sido preservadas al menos en parte, occidente promovió sin embargo un cambio que forzó el ingreso a la modernidad de quienes sobrevivieron al choque, lo asimilaron y hasta fueron capaces volverlo en contra de quienes los habían vencido.

Pero hoy esa fórmula parece haberse agotado. Del proceso de destrucción y creación en que se fundó la dialéctica del capitalismo, el factor destructivo se ha liberado y está haciendo metástasis. No es que los elementos revolucionarios y progresivos no sigan estando presentes (lo están, y muchísimo), sino que su capacidad de imponerse empieza a estar amenazada por la potenciación de los elementos deletéreos que crecen al interior del sistema. ¿Qué posibilidad de sobrevida tendría la humanidad tras un conflicto nuclear generalizado, o de un cambio climático determinado por un sistema que tiene como única regla la maximización del beneficio y que se cuida poco o nada de la preservación de la naturaleza? Sin hablar de la perpetuación de una segmentación brutal entre ricos y pobres, tanto entre los países señores como en los países sometidos o subordinados, con una diferencia clara por supuesto en favor de los primeros. En la globalización asimétrica los roles están asignados.

Sin embargo, a lo largo de su historia el capitalismo había sabido evolucionar. Retorciéndose sobre sí mismo aprendió a cambiar de piel. Apeló a la represión a menudo, pero cuando esta se reveló insuficiente y generadora de desastres que amenazaban al conjunto, fue capaz de promover cambios que moderaban su naturaleza inclemente y que promovían un ordenamiento más equilibrado del sistema. La burguesía se adaptó, se fortaleció y creció al ritmo de la historia y fue factor determinante de la misma. Supo potenciar al absolutismo como herramienta para romper las limitaciones que originaba el feudalismo, fue capaz de deshacerse del absolutismo cuando este se tornó demasiado pesado e incapaz de liberar las fuerzas productivas; se demostró apta para establecer parámetros de convivencia política y social cuando la brutalidad de la competencia inter-imperialista provocó la oleada de las guerras mundiales y la puesta en cuestión del sistema por la irrupción del comunismo, y supo desligarse –por lo general tramposamente- de muchos de los compromisos que le originara la expansión colonial.

Pero ahora la cuestión pasa por la expansión de un sistema especulativo en el que “todo lo sólido se desvanece en el aire” (Marx dixit), donde los dineros se volatilizan y se fugan sin saber adónde se asientan. A esto se suma un guerrerismo que multiplica la carrera armamentista e intensifica la tentación de otorgarle sentido dando uso a los artefactos que produce. Mientras tanto la desigualdad crece, las migraciones se convierten en un fenómeno contradictorio pues son deseadas y repelidas a la vez por las sociedades dominantes y se profundiza la grieta entre quienes tienen y quienes no tienen.

Esto ha determinado un impasse que no va a ser superado si no se remedia el anquilosamiento mental de los estratos dirigentes de occidente y su fijación en un intento de imponerse urbi et orbi. El encuentro Putin-Xi en las condiciones marcadas por la guerra en Ucrania y por el crecimiento de las tensiones entre Rusia y la OTAN es una señal de que una parte determinante del mundo no va a ser encajada por la fuerza en el esquema occidental. La aparición de una serie de potencias emergentes que no pueden ser reducidas a las “razones” de occidente a menos que se apele a la última ratio de la potencia militar, es un preludio a la crisis del sistema. El impasse actual no puede remediarse sin la modificación o incluso la remoción de esta rígida arquitectura. En las condiciones del mundo actual esto implica la probabilidad del recurso al arma nuclear y la aniquilación mutua. A menos que se obvie ese camino y se dirima el conflicto por medios convencionales. Pero sobrepasado cierto nivel, es muy difícil que una contienda pueda mantenerse dentro de ese tipo de confrontación y no se dispare hacia una colisión suicida.

Esto induce a preguntarse si el sistema no encontrará dentro de sí mismo, una vez más, los recursos para corregirse. Uno de los problemas que conspiran para complicar esta solución es la distorsión óptica que todos padecemos cuando miramos al cuadro general que ofrece el mundo. Se está habituado a representar el panorama en términos de enfrentamiento entre izquierdas y derechas. ¿Es todavía tan así? ¿No se estará más bien frente a un escenario donde lo que cuenta es el arriba y el abajo? ¿Los ricos y los pobres? ¿El Norte y el Sur?

Es lo que sostiene Diego Fusaro, un filósofo y pensador político italiano, marxista heterodoxo y en consecuencia rechazado desde las dos puntas del espectro político. No por ello deja de ejercer un poder de atracción muy fuerte entre muchos seguidores de una u otra corriente. Se remite a Marx y a Heidegger, e insiste en que el eje político no debe ser izquierda y derecha, sino los de arriba y los de abajo. Y que ideológicamente hay que ser conservadores en cuanto a los valores (arraigamiento, lealtad, familia, ética, patria) y de izquierdas (emancipación, socialismo democrático, dignidad del trabajo).

En un reportaje muy reciente Fusaro apela a reflexionar según las categorías de Marx y de Heidegger sobre lo que este último, con los versos de Hölderlin, define “La noche del mundo”: “ Una época en la que la oscuridad está tan presente que ya ni siquiera vemos la oscuridad en sí y, por lo tanto, no somos conscientes de esa oscuridad. Heidegger lo expresa diciendo que "es la noche de la huida de los dioses", en la que ya ni siquiera somos conscientes de la pobreza y la miseria en las que nos encontramos. Esta es una situación de máxima emergencia. Por su parte, Marx en los 'Grundrisse' decía que "el mundo moderno deja insatisfecho, o si en algo satisface es trivialmente… Es otra manera de decir que estamos efectivamente en la noche del mundo, donde ni siquiera vemos el enorme problema en el que nos encontramos… Estamos en un mundo en el que todos calculan y nadie piensa… En el que la razón económica y técnica, técnico-científica, se ha impuesto como la única razón válida, y pretende reemplazar a todas las demás”.[i]

Es hora de reinterpretar el pasado y de formular una nueva síntesis. La práctica que puede conducirnos a ella pasa por un proceso de reestructuración del mundo que impida el hegemonismo del capital financiero y su necesidad de abolir todos los referentes firmes que han sostenido hasta aquí la vida humana. La emergencia de un mundo multipolar es un signo de que ese proceso está en marcha, pues puede oponerse y deshacer el intento de dominación que el capital anónimo ensaya a través de un nihilismo que tiene por primeros blancos a los factores que dotan de cohesión a la existencia. La abolición o al menos la vulneración de la noción de patria, estado y familia es uno de los expedientes del neoliberalismo para instaurar su hegemonía. Las potencias emergentes son poco permeables a esta prédica disolvente. Es un dato a tener en cuenta. Las “revoluciones de color” están pasando de moda.

Por supuesto, los problemas que se derivan de la negativa del sistema a modificarse plantean obstáculos e incógnitas enormes para el futuro. No vamos a engañarnos respecto a eso. Pero por primera vez en mucho tiempo las cartas vuelven a estar sobre la mesa. Harán falta cuadros dirigentes para reemplazar a los burócratas que hoy gestionan la crisis con una falta de imaginación que apabulla. Esos cuadros existen: están insertos en los poros del sistema, en la multitud de jóvenes que se han ido integrando a la civilización tecno-digital a la que han dado forma casi sin darse cuenta.  Ahora deben descubrir las líneas de fuerza que mueven la historia y de las que deben adueñarse –conceptual y prácticamente- para concretar el cambio. Si no lo hacen espontáneamente, por sí mismos, es seguro que serán los hechos los que los devuelvan brutalmente a la realidad. ¿Deberán encontrar solos el camino o encontrarán algunos referentes políticos capaces de orientarlos? El procedimiento autodidacta es muy válido, pero requiere de tiempo y de aptitudes especiales. Se ofrece aquí una oportunidad óptima para que la clase política vigente opere como una palanca para facilitar el paso. Uno no tiende a sentirse muy optimista en este sentido, pero la esperanza es lo último que se pierde.

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[i] “Muchos tontos de izquierda combaten un fascismo inexistente y aceptan el Mercado”, reportaje a Diego Fusaro aparecido en El Confidencial digital, España.

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