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19
MAR
2023
El desparpajo con que la Corte Penal Internacional de La Haya ha dictado una orden de detención contra uno de los máximos líderes mundiales, es otra muestra de la irrealidad y del vacío político en que vivimos.

Sobre el mediodía del viernes una noticia sacudió a los medios. La Corte Penal Internacional de La Haya acababa de pedir la detención de Vladimir Putin, por crímenes de guerra y el secuestro y deportación de niños ucranianos a Rusia. La orden de captura también recayó sobre María Alexeyievna Lvova-Belova, comisaria (ministra) presidencial para los Derechos de la Infancia, en Rusia.

No sabe uno si troncharse de risa o de odio ante este despliegue de hipocresía y servilismo. El lawfare está en su apogeo. Vale todo. Los leguleyos y los altos funcionarios europeos de obediencia norteamericana –que son casi todos- se apresuran a producir un golpe de efecto que enturbie la próxima visita de Xi Jinping a Putin. Como EE.UU. no forma parte de la Corte Penal ni –prudentemente- la reconoce, los correveidile de La Haya se han apresurado a rendirle un servicio promoviendo un escándalo que revolverá el avispero y apartará la atención de una probable oferta china de mediación entre el presidente ruso y su contraparte ucraniana. Si es que no la imposibilita, como debe ser el más vivo deseo de Joe Biden.

Estamos en presencia de la enésima emboscada legal-mediática en que se especializan los medios y la justicia enfeudados a la globalización neoliberal. Uno se pregunta hasta cuándo la opinión seguirá comulgando con estas ruedas de molino. La credulidad, de hecho, ya está bastante suspendida, pero aún resta mucho por hacer y el trompeteo “democrático” y pro derechos humanos blandido justamente por quienes más frecuentemente los violan, aunado a la atención dispersa que el grueso del público es capaz de prestar a un mundo cuyos dueños se ocupan en alienarlo, hacen que esa reacción se demore.

No sé si los funcionarios europeos son conscientes no sólo de la tropelía jurídica que cometen, sino de la enormidad del ridículo en que incurren. La política del doble rasero no podría ser mejor ilustrada que con este caso. La CPI se emociona, se indigna y levanta el dedo acusador contra Putin por las atrocidades que, reales o no, se han cometido en Ucrania, a pesar de que hasta aquí los rusos han demostrado una contención notable. Cualquiera que conozca las estadísticas de una guerra, en efecto, caerá en la cuenta de que en Ucrania, a pesar del horror, se está lejos, todavía, de los niveles de devastación material y humana que se han producido incluso en los conflictos de baja intensidad que han poblado los tiempos recientes. Ahora bien, amén de que la orden de arresto contra Putin no es sino una payasada, ¿qué cabe pensar del silencio con que la Corte o más bien los organismos internacionales vinculados a la impartición de justicia, han dejado pasar las atrocidades consumadas por el imperialismo “bueno” a lo largo de 80 años?[i] Desde las bombas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki (no miramos más atrás) a los horrores cometidos en Irak, Siria, Libia, Afganistán, etc., etc., la Corte no se ha inmutado. Ni Harry Truman ni Barack Obama ni Henry Kissinger han sido puestos en cuestión por el organismo a pesar de las atrocidades de las que directa o indirectamente fueron responsables.

El quid de la cuestión

El caso es que, si no se anima a buscar una guerra abierta, el “Deep state” anglo-norteamericano está decidido a mantener la presión sobre Rusia, en la esperanza de fracturarla y de romper también su asociación con China. No se ve cómo vaya a lograrlo, pero la cuestión es que persiste en ese propósito. Como lo ilustra, por ejemplo, el reciente compromiso tomado por Polonia y Eslovaquia de proporcionar una veintena o más de cazas Mig 29 a Ucrania, para reemplazar a los que los ucranianos perdieron en las primeras horas de la operación especial rusa. Son cazas de la era soviética, algo obsoletos por lo tanto frente a las unidades más modernas de que dispone la aviación rusa, pero peligrosos de cualquier modo. Pero sobre todo su aparición funge como otra provocación flagrante al poner a dos países miembros de la OTAN como proveedores de armamento sofisticado de carácter ofensivo-defensivo. Ya Alemania, a regañadientes, ha tenido que abrir sus arsenales para remitir a Ucrania algunos tanques Leopard, actitud replicada por otros países europeos no bien recibieron el permiso del país fabricante (Alemania) para poner esos “panzer” en manos del gobierno ucraniano.

Pero hay más. La Unión Europea aprobó en Estocolmo el plan de su Representante para Asuntos Exteriores y política de Seguridad, el español Josep Borrell, para la compra conjunta de munición de grueso calibre a fin de destinarla a Ucrania, país que no es miembro de la Unión Europea. Los 27 países de la UE aportarán 18.000 millones de euros en proyectiles de artillería de 155 mm., a los que se les sumarán otros 18 mil millones orientados al entrenamiento de unos 30.000 militares ucranianos y a continuar con la fabricación de municiones para el gobierno de Kiev.

Borrell resumió el objetivo del plan de la Unión Europea con las siguientes palabras: «Para ganar ‎la paz, Ucrania debe ganar la guerra. Y para eso debemos seguir apoyando a Ucrania, para ganar ‎la paz.»‎[ii]

Cabal ejemplo de la neo lengua imaginada por George Orwell en su distopía “1984”. Si traducimos la fórmula de Borrell, ella significa que la paz debe ser ganada por los ucranianos con su propia sangre para beneficio de la OTAN y la UE. Y para el provecho de los dueños de McDonnell-Douglas y Lockeed, que seguramente proveerán a los polacos y eslovacos de las modernas aeronaves de combate que necesitarán para reemplazar las que exportan a Ucrania…

Aparentemente, el lobby militar-industrial y el núcleo duro de los defensores de la globalización asimétrica no van a dar marcha atrás. ¿Será así también la tesitura de los restantes núcleos de poder que alientan en la trastienda de la política norteamericana? Donald Trump no respalda la línea de acción de los seguidores de Zbygniew Brzezinski o Paul Wolfowitz. Tipo pragmático si los hay, fundó su política exterior más bien en la negociación que en la guerra. Si bien cabe imputarle el asesinato del general iraní Qasem Soleimani, Trump sofrenó bastante bien su agresividad natural. [iii] ¿Qué pasará si el líder republicano vuelve a ser presidente? ¿Cambiará las tornas en lo referido a la relación con Rusia? Y, sobre todo, ¿llegará a la presidencia?

El lawfare lo acecha: en estos días Trump denunció que será arrestado en cualquier momento por el escándalo de un soborno con el que intentó cubrirse de una posible acusación de relaciones sexuales impropias con unas jóvenes prostitutas, años ha. Tal vez esta clase de interdicción no prospere. Pero, en el ámbito político contemporáneo y en especial en el espacio estadounidense, los expedientes para cortarle el paso a un candidato peligroso muy bien puede pasar por otro tipo de trayectoria: una trayectoria balística.

 

[i] En realidad la Corte Internacional de Justicia nació recién en la Conferencia Diplomática de Roma, en 1998. Pero desde mucho antes diversos organismos se ocuparon de enjuiciar, o pretender hacerlo, acontecimientos referidos a la violación de los derechos humanos. Caso arquetípico, el tribunal de Nuremberg con el que los vencedores de la guerra juzgaron en 1945 a los criminales de guerra nazis.

[ii] Manlio Dinucci, en Red Voltaire.

[iii] El asesinato de Soleimani fue un crimen estúpido, pensado para frenar el acercamiento entre Irán y Arabia Saudita, en cuya negociación estaba implicado Suleimani. A estar por el pacto entre Teherán y Ryad, bajo auspicio chino-ruso, que se ha anunciado por estos días, el asesinato fue inútil y se inscribió como uno más de la guerra secreta que los servicios norteamericanos, británicos e israelíes libran sin descanso en el Medio Oriente. Este es el tipo de delitos sobre los cuales la Corte Penal Internacional de La Haya podría inclinarse para investigarlos.

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