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13
MAY
2022
Sanna Marin, primera ministra de Finlandia.
Sanna Marin, primera ministra de Finlandia.
Finlandia y Suecia se aprestan a dar el salto y pedir su admisión en la OTAN. Esto agravará las tensiones en el este de Europa casi hasta el punto de ruptura.

“El mundo está loco, loco, loco”, rezaba el título de una vieja película de Stanley Kramer. Creo que el mismo rótulo podría aplicarse a los tiempos que corren. Con la salvedad, quizá, de que lo que está loco no es tanto el mundo como el sistema capitalista que lo dirige desde los grandes centros de decisión occidental, Washington y Londres. Esto viene a propósito de lo que el lector seguramente imagina: la carrera hacia el borde del abismo que practica el órgano militar del sistema, la OTAN, con su constante provocación a Rusia, mantenida a lo largo de tres décadas y hecha intolerable en los últimos años.

La evolución de la guerra limitada que hasta ahora lleva adelante Moscú en Ucrania no ostenta mayores diferencias respecto de lo que se ha señalado en notas recientes: los rusos siguen afirmando sus posiciones en el este y el sur del país y apuntan ya a un posible cerco de Odesa. Donde sí hay novedades es en la inminente adhesión de Finlandia y probablemente también de Suecia, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Esto es parte del constante incremento de la presión contra Moscú que ejerce el bloque occidental, sin duda propulsado por Estados Unidos, pero consentido por la mayor parte de los partidos políticos de la Unión Europea, que aparentan haberse quedado sin ideas en su temor a violar el dictado de Washington y también de oponerse a la opinión pública de momento mayoritaria en sus países, a la cual la desinformación, la ignorancia histórica y el lavado de cerebro ha predispuesto en contra de los rusos. Desde hace mucho tiempo temidos como el oso a las puertas, listo para devorarse de un bocado al apéndice occidental de la masa euroasiática, convocan también la antipatía y cierto desprecio en las todavía bastante confortables sociedades de la Europa occidental.

Ese miedo pudo haber tenido su punto de razón en otros tiempos, cuando Rusia era de veras un imperio, en su versión zarista, o tenía las dimensiones de este, en la era comunista, pero hoy, disminuida como está tanto geográfica como demográficamente, carece de asidero, como no sea en el caso de que se produjese un recurso suicida a las armas nucleares. Cosa que, paradójicamente, es lo que se propicia con la excitación de los temores y de la animadversión del público europeo respecto a su contraparte eslava, la cual, ella sí, se siente genuinamente amenazada por el probable despliegue a quemarropa de la panoplia misilístico-nuclear de occidente sobre los que son sus núcleos administrativos más importantes: Moscú y, ahora, San Petersburgo…

En el caso finlandés una amenaza de este género provocó, en 1939, un ataque soviético contra ese país, al amparo del pacto Hitler-Stalin. Las razones rusas estaban claras: ante la expansión de las hostilidades a comienzos de la segunda guerra mundial, quería cubrir su acceso al Mar Báltico y proteger, en su flanco norte, a la que había sido su capital hasta 1917. Ahora la amenaza es mucho peor. Se han achicado los tiempos de espera para reaccionar a un ataque y los misiles disparados a corta distancia tanto desde Ucrania como desde Escandinavia anularían en gran parte la capacidad de retaliación rusa. La profundidad del espacio ruso, vigente hasta hace unos años y que era una de las armas con que contaban tanto los zares como el régimen soviético, está suprimida por el hecho que los golpes decisivos serían los primeros y que estos se fundan en el uso de cohetes que recorrerían la distancia entre sus puntos de lanzamiento y su objetivo en cuestión de minutos.

A estar por las noticias más recientes la situación tiende a agravarse. Todo indica que tanto Suecia como especialmente Finlandia basculan pesadamente hacia el ingreso a la OTAN. La decisión podría ser inminente: los respectivos parlamentos la debatirán en los próximos días. En el caso finés los representantes fueron convocados para tratar el tema en la próxima semana, tras una declaración conjunta de la primera ministra Sanna Marin y el presidente Sauli Niinistö diciendo que el país debe pedir su adhesión a la OTAN cuanto antes. La posibilidad de convocar un referéndum para aprobar el paso fue descartado por el ministro de Relaciones Exteriores con el flaco argumento de que las encuestas (¡!) indican que un 57 % de la población se manifiesta a favor del ingreso, aunque hasta hace apenas unos meses ese apoyo no superaba el 25 por ciento.

Técnicamente, la solicitud de ingreso no implica su aprobación inmediata de parte del organismo. Aunque el secretario general de esta, Jens Stoltenberg, ha indicado reiteradamente que los dos países nórdicos tienen garantizado el acceso si así lo solicitan, técnicamente la adhesión tendría que ser ratificada por los parlamentos de los 30 países miembros de la OTAN, y el trámite podría llevar un año.

Aquí hizo acto de presencia el correveidile de Washington, el premier británico Boris Johnson, quien viajó el miércoles a Estocolmo y a Helsinki para firmar acuerdos de garantías de seguridad mutuas con los dos países nórdicos para aventar las dudas que puedan surgir allí en torno a la situación de vulnerabilidad en la que se encontrarían durante los meses que lleva el proceso de ratificación. Estados Unidos también señaló que, en el caso de que Finlandia y Suecia soliciten el ingreso, habrá que tomar medidas preventivas que garanticen su seguridad hasta que la adhesión se haga efectiva.

No es fácil encontrar en este cuadro de situación motivos para el optimismo. ¿Es razonable pensar que el gobierno ruso dará marcha atrás y desmontará su operación en Ucrania sabiendo que semejante paso no haría más que excitar a su enemigo y confirmarlo en su decisión de acorralar a Rusia?

Impasse

Se ha llegado a una situación de suma cero de la cual no se sabe cómo salir. El factor nuclear es un componente que torna inestable a todos los cálculos. Es posible que no se recurra a él, que en el fondo de lo que se trata es de blufear con la amenaza. Pero la acumulación de material explosivo –en sentido literal y figurado- y la obstinación de seguir amontonándolo y jugando con su riesgo latente, crean una situación que la inefable ley de Murphy define bien: “Cuando algo puede salir mal, saldrá mal”. No se trata de pesimismo, sino de cálculo de posibilidades. Y aún si después de un incidente o de un accidente se hace posible limitar el conflicto e impedir que este se generalice, ¿cuán devastador podrá haber sido el choque inicial?

La combinación del dinamismo arrasador de la revolución tecnológica con la parálisis ideológica de unos sectores dirigentes occidentales que no controlan a las fuerzas que manejan el mercado y que más bien son manipulados por ellas y por el anarquismo financiero que también de ellas emana, representan un nudo gordiano que probablemente habrá de ser cortado por la espada. Esto es, por una crisis que eventualmente devuelva la conciencia a las masas y a los cuadros intelectuales que deben orientarlas. Generalidades, se dirá. Es posible que así sea. Pero mientras tanto hay que aplicarse a tomarlas en cuenta como guía para una conducta práctica que explore el camino para frenar sus tendencias en el espacio que tenemos a mano. Resistir el mensaje deletéreo de las fake news, de la desinformación y de la mentira lisa y llana es una forma de hacerlo. Las redes sociales e Internet, que tanta confusión causan con su torrente indistinto de noticias, son también un campo apto para hacerles frente y combatir por un retorno al pensamiento crítico. Pero solo el despertar de una masa popular dispuesta a luchar por su destino podrá volver a significar, dotándola de sentido, una batalla donde, por el momento, se ha perdido la brújula.

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