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08
NOV
2008

Un hito y un montón de preguntas

Estados Unidos tiene su primer presidente afroamericano. ¿Quién lo hubiera pronosticado 30 años atrás? Pero el problema no es la raza, sino la política.

Difícil saber qué va a pasar con Barack Obama, el presidente electo de Estados Unidos y el primer afroamericano en llegar a ese sitial. Lo único que puede decirse es que su triunfo marca un hito, connotado por la ruptura de la larga historia de segregación racial que ha informado la trayectoria estadounidense y que aun hoy es un componente distintivo de su carácter. O del carácter de al menos una parte importante de su pueblo. Pero una cosa es cierta. Que la palabra “cambio” lanzada por Obama como leit motiv de su campaña es creída por las masas que lo votaron el pasado martes. Una afluencia excepcional de votantes –más de 130 millones-, la recolección de votos favorables más alta conocida en el país, la conquista del 54 por ciento de los votos católicos, del 66 por ciento de los latinos y del 68 por cientos de los provenientes del electorado joven, son indicios más que congruentes en el sentido de que el pueblo norteamericano ha comenzado a movilizarse y de que se está orientando (quizá sin darse todavía muy clara cuenta de ello) hacia la ruptura del sistema de bipartidismo oligárquico que lo ha regido desde sus orígenes.

Adónde querrá ir Obama, hasta dónde lo dejarán o se atreverá a llegar, es un misterio. Sus antecedentes son ambiguos. Por un lado tiene todas las cualidades para ser un presidente de primer nivel. Tiene formación académica y mucha calle, en el sentido de que ha desarrollado gran actividad como organizador comunitario. Es egresado de Columbia y de Harvard, escritor, brillante orador, está familiarizado con la comunicación high tech y posee una gran experiencia parlamentaria. Exterioriza la que parece una verdadera preocupación por la solidaridad social, aunque se refiera siempre a la clase media y nunca haga alusión a los 100 millones de pobres que hay en Estados Unidos.

Que Obama festejara en Chicago frente a 150.000 de sus partidarios hablando desde atrás de un vidrio blindado, es significativo de que ni él ni sus sostenedores se hacen ilusiones respecto de los peligros que pueden estarlo amenazando y que podrían hacerse mucho más graves si sus políticas hieren demasiado al sistema. El desastroso ejercicio Bush ha dejado no digamos en la lona, pero sí muy comprometida, la confianza que el país tenía en sí mismo. El maremoto del crack de la Bolsa de Nueva York generado por los fondos tóxicos de la especulación inmobiliaria ya está golpeando en la economía real y va a generar una importante ola de desempleo dentro y fuera de la Unión. La necesidad de frenar las importaciones del exterior –en especial las chinas-, para contener el desempleo, puede terminar en una represalia que implique una liquidación masiva de divisas norteamericanas de parte del gigante asiático, cosa que complicaría definitivamente el panorama. Y a eso se suma un frente mundial difícil, fruto precisamente de la gestión Bush y de sus pretensiones hegemónicas, que han metido a Estados Unidos en dos guerras sin salida aparente y en un despliegue ofensivo en el Cáucaso y Europa oriental que está tensando las relaciones entre Rusia y Occidente a niveles nunca vistos desde el fin de la guerra fría.

¿Está Obama en disposición y capacidad para cambiar las tornas? Sus tomas de posición durante la campaña no autorizan a pensarlo. Es verdad que la política exige concesiones, cintura y habilidad para contentar a todos o para no asustar a nadie. Pero su respaldo al rescate bancario de 700.000 millones de dólares no huele bien, así como la brusca reversión de la posición que sostuviera sobre Medio Oriente y su incondicional apoyo a Israel manifestado ante el lobby judío de Nueva York. Son temas centrales de la política interna y externa de Estados Unidos. Desde luego, pueden ser expedientes tácticos. Pero las tesituras de un candidato y la conducta de un presidente no pueden separarse demasiado, en especial en un ámbito tan exigente como el de los pasillos del poder en Estados Unidos.

Las puestas que están sobre la mesa son muy fuertes. Los problemas no son insolubles, pero para eso haría falta que existiera buena predisposición del establishment norteamericano y que la banda de petroleros y gestores del complejo industrial, militar y financiero se allanen a escuchar razones y no pretendan imponer su voluntad en el mundo entero, prevaleciéndose de la capacidad de chantaje militar y económico de que disponen.

Para que tal cosa se cumpla hace falta la presencia de una presión popular que pueda ser interpretada por un discurso crítico encarnado en una voluntad política. ¿Podrá Obama ser el elemento en torno al cual se arme esta configuración? Si así lo fuese sería importantísimo, dado el lugar que se apresta a ocupar. Pero no contemos demasiado con ello. El lastre que deja la actual administración es muy grande y existe todavía la posibilidad de que le entregue, como regalo de despedida, algún otro conflicto mayor. O un tiro en la frente.

En cualquier caso, para nuestros países la designación de Obama tiene una importancia secundaria. No hay que contar demasiado con que las cosas se vayan a resolver como por arte de magia, desde arriba, desde un Imperio que se haya tornado súbitamente benevolente. La cuestión pasa siempre por nosotros, por nuestra capacidad para perfilar nuestras propias oportunidades. Si Barack Obama es un adalid de la democracia y un exponente de la voluntad popular en Norteamérica, tanto mejor; será un interlocutor más accesible que George W. Bush o Condy Rice, y quizá pueda influir con cierta eficacia en las políticas de la CIA y el Pentágono para la zona. Tal vez las relaciones con Chávez pierdan algo de la rispidez que las señala en este momento, quizá se pueda dar vuelta la página del infame bloqueo a Cuba. Pero sólo la consolidación de organismos como el Mercosur o la Unasur podrán erigirse en referentes dotados de peso para las tratativas del subcontinente con Estados Unidos. Si Obama decide olvidarse de la noción del “patio trasero” que Washington asigna a Latinoamérica y se aviene a fundar unas relaciones más propensas a una alianza que a una subordinación hemisférica, mejor que mejor. Pero para eso primero deberemos tener conciencia de nuestra identidad y de nuestra propia interdependencia como bloque regional iberoamericano.

De momento, sin embargo, los problemas para Obama no están América latina: provienen de su frente interno y de la capacidad que tenga para arreglar el desorden económico ocupándose de la franja más golpeada de la población y renunciando al desvergonzado salvataje de los bancos que prohija el gobierno Bush, salvataje a realizar con los fondos de los mismos contribuyentes a los que por otro lado se los despoja de sus trabajos y sus casas. Y también de la aptitud que tenga o no tenga para revertir las coordenadas de una política exterior muy jugada y que tiene demasiados puntos álgidos como para ser manipulada con facilidad. La alianza con Israel es determinante de las conductas norteamericanas en el Medio Oriente y funcional al deseo de aplastar a Irán y de adueñarse sin intermediarios de las reservas petroleras de la zona y del Asia Central. ¿Se propondrá Obama disolver este frente de tormenta, a pesar de las dificultades y las provocaciones que un movimiento de este tipo puede acarrearle? ¿Cómo va a salir de Irak, como es su anunciado propósito, sin desamparar a las petroleras que están en ese país? ¿Cómo va a erradicar a los talibanes de Afganistán? ¿Cómo se las va a arreglar con la creciente oleada fundamentalista en Pakistán? ¿Qué va a hacer con la programada expansión de la Otan al Este?

El tiempo dirá. Las cosas han empezado a moverse en la superpotencia, pero el futuro es un gran signo de interrogación. Esperemos que todo sea para bien, pero no nos hagamos muchas ilusiones y redoblemos la vigilancia.

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