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20
SEP
2008

El sismo en Wall Street

El terremoto de los mercados globales revela la magnitud de la mentira sobre la cual se ha asentado la evolución capitalista en las últimas décadas y brinda una oportunidad para que América latina se desvincule del sistema de saqueo global.

Confieso que soy un lego en economía. Pero creo que no carezco de sentido común, ni de sensibilidad para percibir cuando me están estafando o se están burlando de mí. Y bien, la absoluta animadversión que sentí siempre respecto del Consenso de Washington y las políticas globalizadoras monitoreadas desde el primer mundo, están encontrando por estos días una reconfirmación absoluta al observar la catarata de desastres que se abaten sobre la más importante Bolsa del planeta, que se bambolea al borde de su implosión.

Y no puedo evitar sentir una especie de aterrorizado regocijo. Tantos años de machaconeo mediático, de gurús económicos que indicaban el carácter pernicioso de la intervención del Estado en la economía, salvo en el caso de que regalase sus activos a la empresa privada; tantos años de charlatanes que exigían el reconocimiento de las leyes del “mercado libre” como único patrón económico posible y como fuente de un utópico “derrame” que terminaría bañando a la sociedad en un río de oro; tantos años de ver como funcionarios gubernamentales contraían créditos para pagar los intereses de una deuda ilegítima; tanto tiempo de contemplar como presuntos capitales de inversión en vez de producir algo, se volcaban a una timba financiera de la que se retirarían cuando las papas quemasen, quebrando el mercado interno y sumiendo en la pobreza, la desocupación y el hambre a millones de argentinos y a cientos o miles de millones de personas en el mundo; después de todo esto, digo, hete aquí que los “expertos” guardan silencio ante el sorprendente espectáculo del Estado norteamericano corriendo en socorro de las organizaciones bancarias en quiebra e inyectando siderales cantidades de dinero en ellas para sostenerlas cuando se encuentran al borde del colapso como consecuencia de una serie de quiebras en cadena.

Claro que el Estado norteamericano es en cierto modo la proyección ejecutiva de esas mismas organizaciones y que con esto no hace otra cosa que ayudarse a sí mismo. Su inyección de fondos, sin embargo, es asimismo virtual, y arriesga inflar aun más la burbuja sobre la que se encuentra parada la economía, con el probable resultado de que, si esta estalla, deje a todo el mundo descalabrado.

El “sistema financiero fantasma”, como lo llamó Paul Krugman, hoy está demostrando su infinita fragilidad. Uno piensa en la suerte que tuvimos al escapar de la égida del Fondo Monetario Internacional y del Club de París, y de salir del festival de los préstamos externos para seguir financiando e inflando la deuda. Parece hacerse cada vez más evidente que tenía razón el pronóstico de Samir Amin respecto de la necesidad que tienen los países de la periferia en el sentido de desconectarse del sistema financiero mundial. En su lugar deberían armar entre ellos un frente anticomprador y buscar un gran entorno regional provisto de poder político, militar y cultural, que sea lo bastante fuerte como para responder al reto de la política piloteada desde el Norte, con una nueva estrategia multipolar de desvinculación.

Con todas sus debilidades estructurales y con la insuficiente comprensión de muchos de sus dirigentes respecto de la gravedad y las oportunidades que ofrece la hora, América latina en general y Sudamérica en particular, están en condiciones óptimas para ingresar a ese tipo de planteo. Hay una masa que oscila entre los 350 y los 450 millones de habitantes, según se cuente o no a México y Centroamérica como parte del conglomerado regional. Pese a los ataques contra el suelo consumados por la avidez imperial y el apetito de ganancia de la burguesía y la pequeña burguesía rural, hay una inmensa disposición de materias primas casi intactas, hay reservorios acuíferos de primera magnitud, hay una gran biodiversidad, hay selvas casi vírgenes y hay una unidad cultural que se expresa en una comunidad idiomática. El castellano y el portugués son, en efecto, lenguas inteligibles entre sí y devienen de una misma raíz, en la cual también conviene incluir a la identidad confesional. El catolicismo es o ha sido, mal que le pese al progresismo al uso, un elemento fundante de la identidad popular en nuestros países.

Dentro de este conglomerado hay un mercado interno de gran capacidad potencial, descuidado por la extroversión de nuestras clases “compradoras”, concebidas para comerciar con el exterior y factores determinantes de las tendencias centrífugas que hicieron que los países latinoamericanos mirasen siempre hacia fuera y se ubicasen en una situación dependiente.

El descalabro económico del neoliberalismo puede depararnos una ocasión óptima para salir del atraso y profundizar en la vía que se abriera con el Mercosur. Tradicionalmente las catástrofes del primer mundo han favorecido a los países que padecían bajo su égida. La gran depresión de los años ’30 obligó a la oligarquía argentina a suplantar importaciones y a comenzar, de manera casi inconsciente, las bases de un desarrollo industrial que imantaría a los peones del campo hacia Buenos Aires y suministraría la base social del primer peronismo. La segunda guerra mundial profundizaría el proceso de industrialización incipiente y el peronismo empujaría al país hacia niveles de desarrollo manufacturero que, después de 1955, a pesar de ser contrariados por las políticas dominantes, continuarían a despecho de todo. Fue sólo bajo la dictadura instaurada en 1976 y las políticas de José Alfredo Martinez de Hoz, llevadas a cabo bajo el paraguas de la represión, cuando se devastó a la economía del país, tarea rematada y consagrada por un gobierno constitucional poco más tarde, cuando la orgía de lacorrupción y el oportunismo del menemato y el cavallismo, consumados de acuerdo a las postulaciones del consenso de Washington, liquidaron el patrimonio estatal, enviando a la Argentina a pique.

Hoy se ha salido, contra los pronósticos de los mismos que habían hundido al país, de esa situación. Hace falta mucho –planes estructurales de desarrollo, compatibilización de las tareas productivas entre Brasil, Argentina y Venezuela; diseño y puesta en práctica de políticas de defensa que sirvan asimismo de resorte para la evolución tecnológica-, para que lo que se ha iniciado se consolide y fomente el despegue. Pero, aun con estas falencias, se está en el buen camino, a pesar de la posible variación a la baja de las commodities, originada por la crisis mundial. Esperemos que esta ruta se ensanche. El discurso presidencial en el Día de la Industria así lo insinúa.

 

 

[1] Samir Amin: El capitalismo en la era de la globalización. Paidós, Barcelona, 1998, págs. 177 y siguientes.

 

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