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13
SEP
2008

La conspiración contra Bolivia

Los movimientos desestabilizadores del Oriente boliviano, fogoneados por Estados Unidos, se superarán si Argentina y Brasil conforman un bloque de poder provisto de peso propio.

El mapa político sudamericano está registrando movimientos muy singulares por estos días, movimiento que van desde las afirmaciones esperanzadoras a los complots con los que el imperialismo y sus socios locales se proponen contrarrestarlas.

Lo que domina el escenario en este fin de semana es la gravísima revuelta propiciada por los dirigentes “cambas” de la media luna próspera del Oriente boliviano. Grupos paramilitares pertenecientes a los comités cívicos y a las prefecturas se han precipitado a saquear instituciones públicas, a bloquear carreteras, a emboscar y matar a partidarios del gobierno, y a destruir los medios de comunicación del Estado. Esos mismos grupos han saboteado ductos que bombean gas a Brasil y Argentina, y amenazan con ocupar las plantas de hidrocarburos de la región sudoriental del Chaco, donde se acumula más del 90 por ciento de las reservas de gas del país, que fluyen hacia los países fundantes del Mercosur y generan exportaciones de más de 2.000 millones de dólares anuales.

No parece casual que este rebrote de violencia se haya producido después de que el líder del comité cívico de Santa Cruz, Branko Marinkovic, regresara de Estados Unidos. La injerencia del embajador norteamericano, Philip Goldberg, en los asuntos internos bolivianos, ha sido flagrante desde hace tiempo, en el mejor estilo de la diplomacia de las cañoneras y en una línea de acción acorde con los anteriores desempeños de este señor en los Balcanes, donde ayudó a la desmembración de Yugoslavia y fue el factótum del desgajamiento de Kosovo. Su actividad subversiva en Bolivia acaba de determinar al gobierno de Evo Morales a declararlo persona “non grata” y a expulsarlo del país. El gobierno venezolano actuó en simpatía y expulsó al embajador yanqui en Caracas, lo que determinó a su vez la represalia estadounidense en igual sentido.

La expulsión de Goldberg es una medida inédita para Bolivia y el símbolo de una voluntad de soberanía recuperada; pero ella no anula la gravedad de la situación en las zonas de conflicto de ese país, donde la voluntad secesionista ni siquiera se disimula y se basa, como en el caso de Pando, por ejemplo, en el requerimiento de unos fondos generados por los impuestos a los hidrocarburos, que el gobierno había quitado a las provincias para financiar una pensión nacional a la vejez…

¿Cómo reducir esas tendencias separatistas sin apelar a la fuerza? Algunos gobiernos latinoamericanos quieren hacer tortillas sin romper huevos (con perdón de la expresión). El fetichismo legalista con que se ha creído impedir el retorno de viejas prácticas opresivas, está revelando su inanidad y su hipocresía, en la medida en que es manipulado por los mismos poderes que violaron y violan las más elementales normas del orden social. En Bolivia, y no sólo en Bolivia, los sectores más henchidos de dinero se han lanzado a las rutas y a las calles, subvirtiendo la ley, bramando frente a cualquier intento de reprimirlos y apelando a derechos que ellos siempre han negado a los demás. 

Cuando una situación de este género se produce, no parece que queden más de dos caminos a seguir: dejar que el sector secesionista, apoyado desde el Norte y brutalmente represivo respecto de los sectores sociales a los que oprime en el mismo seno de las regiones separatistas, se salga con la suya; o, simplemente, no dejar que los separatistas se vayan, pasándoles por encima con toda la fuerza del Estado.

Los estadounidenses saben algo de esto: mantuvieron la unidad de su nación a costa de los 600.000 muertos de una guerra civil implacable, entre 1861 y 1865.

Ahora bien, ¿puede confiar Evo Morales en la lealtad de las Fuerzas Armadas en el momento de imponer la ley en el oriente del país? Es un albur, pero en algún instante habrá que correrlo. ¿O deberá recurrir a la tradición de las milicias armadas, que en 1952 produjeron el más dramático golpe de escena en América latina desde la revolución mexicana? Esto podría producir otra guerra civil dentro de una guerra civil.

El proceso de desintegración boliviano amenaza directamente a nuestro país y a Brasil. Un nuevo Estado en el Oriente boliviano implicaría la segunda tentativa de balcanización de América latina, mucho más feroz que la producida después de la Independencia, porque en estos momentos ya existen las opciones objetivas para superarla y apuntar a la unidad sudamericana, aborrecida por Estados Unidos. Los socios del Mercosur deben precipitarse a respaldar diplomáticamente al gobierno de Morales y, si fuere necesario, a contemplar la posibilidad de brindarle los apoyos militares que puede necesitar si no alcanza a controlar la situación por sí mismo. Pero por el momento sin hablar de esto, como en cambio lo hace Hugo Chávez, cuya facundia y extroversión pueden complicar más que ayudar a Evo Morales en el difícil momento por el que está pasando.

La aproximación entre Argentina y Brasil pasa por un momento óptimo, tras el encuentro de Cristina Fernández y Lula da Silva esta semana. El abandono del dólar como moneda de intercambio y la proyección de una serie de emprendimientos comunes en materia estructural e industrial, que incluyen a la energía nuclear, la fabricación de equipos de uso civil y militar, la posibilidad de una fusión entre el Área Material Córdoba con Embraer y, en un plano de comprensible discreción y secreto, la construcción conjunta de un submarino de propulsión atómica, ponen a nuestros países en una proximidad nunca alcanzada en el pasado y que debería permitirles empezar a encarar una política exterior y de defensa conjuntas. En este sentido el tema boliviano es primordial. De triunfar el movimiento separatista, en efecto, Brasil y Argentina se encontrarían con un Estado títere de Washington en sus fronteras, detentor de las reservas de gas que necesitamos para fundar el desarrollo industrial y a escasa distancia de la base norteamericana Mariscal Estigarribia, en Paraguay.

Todo esto dibuja un panorama revolucionario, frente al cual la prensa del sistema ha permanecido casi silenciosa, prefiriendo dar aire a escandaletes como el de la valija de Antonini Wilson. Nada es casual. La conspiración pasa por las denuncias hinchadas respecto de asuntos irrelevantes -pero que pueden erizar la sensibilidad pública-, y por el silenciamiento de los problemas fundamentales y de las soluciones que se pueden dar a estos.

El elemento más sólido y esperanzador que cabe detectar en este complicado momento, es la aproximación entre Argentina y Brasil. Si esta unión se consolida, gran parte de las preocupaciones que surgen de los otros asuntos se resolverán por la mera gravitación de nuestros dos países. Pero para ello habrá que consolidar y perfeccionar mucho las constelaciones políticas que actualmente nos rigen.

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